viernes, 30 de enero de 2015

DESAFÍO RUN & ROLL, un "Riki Abad" en flojo



Ricardo Abad corrió 500 maratones en 500 días consecutivos. Sin palabras. A mí, preparando los 100 de Vallecas del 8 de marzo, me vale con tratar de completar uno cada semana. Se me ocurrió disfrazar el entreno como un reto, y ya de puestos, ponerle un nombre: DESAFÍO RUN AND ROLL.  

A día de hoy, habiendo comenzado el 4 de enero, llevo cuatro; veremos si llego a los 10 que serían, incluido el del día de la prueba final. Son entrenamientos tranquilos, recorridos al trote, tratando de adaptarme a la distancia, confiando en que llegue el bendito día en que al pasar de los 30 kilómetros, no me duelan las piernas, aunque cualquiera que corra, sabe que el mayor reto es mental, de predisposición y actitud al inicio, de dureza y puro aguante al final. 

Me conviene hacerlos llanos por asfalto pero esta cabra tira al monte, y aunque aquí,  a veces no quede otra que ir caminando y el tiempo en marcha se dispare, es lo que hay, es cuando más gozo: pegado a la tierra. 

Mañana o pasado vuelvo a la carga, no tengo claro ni hora ni recorrido, sí que será saliendo del pueblo.

Seguro que compartimos más de un kilómetro, puede que más de un maratón.

martes, 27 de enero de 2015

Maratón Mackinnon


En principio, mi idea el domingo era la de correr la distancia maratón que hay entre Ciudad Rodrigo y Almeida por el Camino Torres, para revisar el recorrido de la etapa reina de la Despeadura Ilustrada, el Jueves Santo. Allí me encontraría con Susana y después de comer, se trataría de  bajar al Río Coa para conocer dónde tuvo lugar la importante batalla de la Guerra de la Indpendencia con Abril a la espalda, estrenando la mochila para la que se supone ya tiene el peso suficiente. Sin embago, la cosa se torció; Abril pasó mala noche con los dientes, durmió poco y optamos por que descansara algo más. En fin, para otro día.

Cambio de planes. Mi nuevo propósito era sencillo: enfilar el mismo camino, recorrer 21 kilómetros y vuelta, persiguiendo la cuarta distancia maratón del año en mi entrenamiento de gran fondo para los 100 de Vallecas, prueba para lo que, por cierto, todavía no estoy apuntado y repecto a la que siempre vacila mi intención durante los últimos kilómetros de estas palizas.

Poca historia. Empecé a las nueve y media de la mañana con mucho frío, pero el día fue templando, quedándose finalmente bastante agradable con una ligera brisa a ratos de más de fría. Arrastro un gemelo tocado desde hace un par de semanas, así que comencé tranquilo y así seguí, a más de cinco minutos kilómetro,  al principio como estrategia, al final porque no queda otra por lo averuado que marcha uno. 

Me sorprendió que el camino fuera más duro de los esperado, con muchos repechos de subida y bajada. Gallegos de Argañán está situado a 17 kilómetros de Ciudad Rodrigo y  casi exactamente a la misma altura -varía un metro- y el desnivel que se asciende y desciende es de doscientos setenta metros. Bien, llegando a Gallegos, se me ocurrió que podía intentar tirar hacia Espeja. Sabía que allí estaba enterrado Mackinnon, un general británico muerto en el segundo asedio a Ciudad Rodrigo durante la Guerra de la Indenpendencia y alguna vez me había  planteado hacer la variante de acercase al pueblo en el regreso desde Almeida. Le pregunté a un hombre de Gallegos si se podía ir por caminos hasta Espeja y me indicó una pista que me conducía hasta el cruce con la carretera nacional y la autovía, pero dudaba si el tramo final hasta el pueblo de algo más de dos kilómetros, se podía hacer por algún camino. 

Para allá que enfilé, pista parcelaria entre dehesa hasta la carretera: 5 kilómetros. La parte final, después de cruzar la autovía, por lo que yo vi, salvo algún tramo, solo se puede hacer por carretera. No es mucho, pero de ir corriendo entre el monte a la carretera, el percal cambia a bastante peor. LLegué a Espeja con 25 kilómetros, mi primera idea era entrar en el pueblo y buscar la tumba, pero como me ocurrió en Fuenteguinaldo a principo de año con el cuartel de Wellington, me pareció más prudente recular y volver a casa cuanto antes, ya que la vuelta podía hacerse larga. Después he leído que solo hay un monumento conmemorativo, que no se sabe exactamente dónde está enterrado el general.

Regresé al cruce de Gallegos con aproximadamente 27 kilómetros, cargué agua en el bar, y como tenía decidido hace rato, volví por la carretera. Si no recordaba mal de la bicicleta, llegando a Ciudad Rodrigo, tenía el maratón casi justo. A partir de aquí, se me hizo largo, los descensos porque el asfalto está muy duro -es lo que tiene- y me empezaron a doler las piernas más de la cuenta y los ascensos porque iba ya muy justito; como  que el último repecho de las piscinas lo hice andando y comiendo, después de pararme a mear, mera excusa para remolonear y aplazar lo inevitable: todavía quedaba trecho hasta casa. Bajé hacia el Blanco, en un descenso, a cinco minutos y medio, lo que da idea de cómo venía. No aburro, las habituales penalidades. Luis "Maki", me vio cuando llevaba 41 encima y puede dar cuenta de mi garbosa estampa: "el de la pata torcía". LLegando a los pisos de Santa Marina, 42 kilómetros. Fin, se acabó, que le den, andando hasta casa, medio cojo, medio destemplado, pero afortunadamente recuperé pronto, eso sí que lo noto. 

Tiempo total: 3:55, a 5:35 el kilómetro.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"

sábado, 24 de enero de 2015

Trail Tres Valles, entre el cielo y el suelo





Hay lugares propicios para buscar y encontrarse, para la mística, sea la de verdad o la de saldo, la de estos tiempos raros en que se demanda profundidad inmediata y accesible; lugares para la experiencia de lo divino o trascendente que hay en nosotros, y pocos los habrá tan adecuados como ese escalón entre la Sierra de Francia y Batuecas, una de esas tierras en las que las fuerzas telúricas pugnan por elevarse y empapar todo lo que habita sobre ella. 

La ascesis son las reglas y prácticas encaminadas para la liberación del espíritu y alcanzar la virtud. El éxtasis del místico requiere disciplina, apartarse de todo, vaciarse para llegar al no ser y así, alcanzar la plenitud, ser. El camino es largo y exige convicción, voluntad y sacrificio. También el nuestro.

Un camino que comienza dejando atrás La Alberca, internándonos en el Valle del Lera. Entrante del día en forma de fácil pista atravesando un pinar, ensamblada por la unión de dos pequeños tramos, uno de ascenso y otro de descenso hasta  cruzar nuestro primer río. Entonces encararemos de forma franca, sin engaños, la Peña de Francia que se muestra majestuosa y desafiante allá a los lejos, obligándonos siempre a fijar  allá arriba la mirada.


Volvemos a unos cientos de metros de pista, después camino, más tarde la todavía inofensiva puñalada de un pequeño y recio tramo de cortafuegos para enlazar con el sendero que nos llevará a la cima. Al final, el vía crucis, aquí camino de cruces en sentido literal, dejando cruces de piedra atrás a nuestro paso, y vía crucis en sentido figurado con un trecho final especialmente exigente, más de lo que parece, el precio para llegar a una cima que se adivina especial y mágica desde el principio, desde el principio de la carrera, desde el principio de la vida; porque para mí, que subo cada año en tantas ocasiones entrenando, paseando o en bicicleta, que incluso me casé alli, sigue manteniendo inmaculado su encanto. Una estación del vía crucis es el “Encuentro con la Virgen” y aquí, después de completar la ascensión, pasaremos junto a la puerta de unos de los santuarios marianos más visitados y renombrados, justo unos metros antes de comenzar el descenso.



Bien, ha sido duro, pero todo marcha bien, somos felices, hemos completado la subida de más altura, la que parece más larga, y ahora toca descender por un camino con la dificultad justa para ser divertido, para que los prudentes se lo tomen con calma, para que los más arrojados puedan volar sin peligro hasta el valle que conduce a Monsagro. A la vera del Agadón, comenzaremos a ir deprisa, cada zancada un poco más rápido, porque el terreno invita, tira de nosotros y aunque hay estrechamientos, giros y pequeños obstáculos motivados por afloraciones rocosas o cambios de relieve, todo se nos antoja fácil, poca cosa. El contraste ente el frío de las zonas de umbría con el reconfortante sol de invierno, el fugaz tránsito entre  luz y sombra motivada por la alternancia de zonas descubiertas y los  árboles de galería que crecen junto en la ribera, junto al mullido y acogedor terreno, acrecienta nuestra percepción de velocidad, mientras sentimos que los helechos o hierbas que dejamos a nuestro paso adhieren a nuestras zapatillas y prendas pedazos de noche en forma de gotas de rocío o esquirlas de hielo.



Pero todo lo bueno se acaba, cambiamos de dirección mientras fruncimos el ceño pensando que puede que hayamos marchado demasiado aprisa, que hayamos dilapidado de fuerzas que más tarde necesitaremos. Sin embargo, vemos el punto kilométrico: 16. No importa, casi la mitad  de carrera y  nos seguimos encontrando bien. Buen momento para alimentarse y repostar mientras afrontamos lo que resta, que aunque aquel kilómetro nos quiera embaucar, es casi todo.

Justo en la mitad del recorrido, toca afrontar una ascensión sin complicaciones, ni por dureza, ni por dificultades técnicas. Es el paraje más convencional, más humano, donde todo parece menos especial. Sí, todo a tu alrededor son montañas y trotas o caminas por un precioso valle, pero quieres salir de esa vía porque sientes que en algo traiciona el alma del lugar, el espíritu de la prueba, solo apta para motores conscientes, no para fríos motores de explosión.  El terreno no es exigente y comienzas a trotar, el perfil lo permite y no tarda más de dos kilómetros llegar al escalón que te sacará de allí y que ya adivinabas complicado. El verdadero trailero huye de las pistas y ahora, mientras tienes lo que quieres, mientras sufres y negocias con el desordenado aluvión de pedruscos que es la rampa que acometes, dónde colocar cada pie, y sientes en tus riñones la verdadera diferencia entre el desnivel asumible para el que solo necesitas pulmones, corazón y piernas, del que exige algo más en forma de riñones y decisión; la voluntad que te empuja a no bajar el ritmo porque sabes que la ascensión apenas llega a un kilómetro y puedes arriesgar. Es la purga que determinará si eres lo bastante duro para apostar en pos de la purificación o casi una forma de seppuku si  llegas al final tocado. Arriba el premio, el paraje de “Los puertitos”,  el balcón entre Castilla y Extremadura en el que se adivina el sendero que, en apenas unos pocos metros de desnivel pronunciado, completados mientras recuperamos aliento, nos conducirá a otro lugar encantado que ya promete sin haber visto.

Vayas sangrando o confiando en tu fortaleza, vuelve a alimentarte, porque tu cuerpo lo exigirá para llegar y disfrutar de verdad de la recompensa que buscamos desde que nuestro camino comenzó. El tramo de descenso inicial es más acusado, tiene los pasos más complicados de afrontar de toda la prueba, donde hay que pararse y atender a los avisos de los colaboradores que por allí se distribuirán. No existe riesgo grave, más que el de algún molesto resbalón por los suave de unas rocas pulidas por siglos de crecidas del río Batuecas, caída que nos obligue a llevarnos algún pequeño recuerdo en forma de muesca roja o violácea. Bastará atender y hacer uso de las medidas de seguridad  para que toda transcurra según el feliz guión. Aprovecha la ralentización, los segundos de pausa para levantar la vista mientras se recupera sosiego y adivina lo que se ofrece río abajo, entre las siluetas de las pequeñas encinas que se aferran a la vida en cada puñado de tierra. Empieza a hacer calor y sientes que todo está cambiando, que estás muy lejos de aquella mañana entre pinares en la que salías de La Alberca camino de La Peña,  que solo valiéndote de tus fuerzas has abierto la puerta a un mundo aparte, que son dos primaveras distintas al alcance de la mano, dos luces distintas, entre el hielo y el fuego.

Después de atravesar los pasos más complicados, toca volver a correr. Como camino de Monsagro, el silencio lo albergas en tu interior, porque en alto sigue hablando el cauce de agua en la misma lengua que te cantaba el Agadón, pero este río, el Batuecas, es diferente, porque a medida que avanzas y te internas en un vergel mediterráneo fuera de lugar, repleto de robles, encinas, madroños o acebo, el cauce acoge más agua y las pozas de agua cristalina se alternan con lisas y verticales paredes donde hombres de más allá de la historia firmaron algo del legado que leemos miles de años después. Este era su mundo, en el que decidieron quedarse a vivir, como aquella tribu apache que utiliza la palabra “Bosque” para referirse al mundo. El que también eligieron aprendices de eremitas para recluirse y no salir jamás de este bosque, porque puede que no se necesite más mundo por descubrir que el interior.

Estás cansado, llevas ya muchos kilómetros, horas y cuestas, pero te si sientes bien. Parece que las piernas en las ligeras o pronunciadas rampas, todas ellas cortas, pesan algo más, pero estamos tan cerca de meta que qué importa lanzarse al vacío, hasta el monasterio; después ya veremos. Si, ya es Km. 28 y solo me quedan 7 hasta meta. Ay, hermano, “¡Tente, bala!”…, y mejor, repiénsalo por un instante.

Expulsados del paraíso a las llamas del infierno. Dejas atrás Batuecas, reflejado mejor que nada en la imagen del Monasterio del Santo Desierto de San José de las Batuecas que se resiste a desaparecer y alejarse en cada giro del camino, hoy con una enorme tela alusiva al de la ilustre carmelita descalza que decía aquello de que la vida aquí abajo no es más que una mala noche en una mala posada. Ya intuyes que algo de lo malo te espera, mientras dejas atrás tierras de misterios o encantos como Batuecas o las linderas Hurdes, esa tierra algo inventada por los hombres, “Hija de los hombres” que decía Unamuno, te acoges a tirar de lo que haya, lo que se albergue dentro de ti, del maldito milagro, porque por primera vez eres consciente de que no marchas tan fino y suave como pensabas. La confianza, clave de bóveda en el fondo, comienza a resquebrajarse.

Empiezas a pensar que tal vez deberías haber comido más o corrido menos, pero al fin caes en la cuenta que estos aspirantes a ascetas que habitaban en La Peña o en Batuecas saben que el verdadero camino no es el feliz al paraíso sino el de la cruz y el dolor, la ascensión al Calvario, al Gólgota. Y o mucho me equivoco o estas palabras serán proféticas para ti también: esta ascensión será una muerte prolongada y artera porque te engañará varias veces pensando que ya llega el final, que la pasión terminó, que puede que al final fueran menos de los cuatro kilómetros que marcaba el rutómetro, y que cuando viste el perfil el día que te apuntaste sentado frente al ordenador de tu habitación,  no te parecieron tantos. Mas tenían razón: son 4 kilómetros, pero ahora que casi voy llegando a la cima sin haber podido trotar más que unos metros, me parecen muchos más.

Llegas arriba, al Portillo, al descampado atravesado por  la carretera. Aunque nunca fue tu intención cuando comenzaste ni cuando volabas hacia Batuecas, piensas que podías parar un instante para ver el paisaje o  comer algo o qué sé yo, pero para Alberca, para meta, solo faltan 2 kilómetros. Duelen las piernas aunque me niegue a creerlo.

Comienzo a bajar hacia La Alberca. Se trata de cuesta abajo y   terreno fácil pero me cuesta coger ritmo y pensar en meta, pienso más en que estoy agotado y algo derrotado. Todo es  fugaz, irreal, trato racionalizar, pensar que todo está terminado, pero me parece tan largo lo que resta…, hasta que diviso las casas de La Alberca y despierto del sueño: ya estoy aquí y decido acelerar, puede que mis piernas hagan caso, puede que no. Ahora lo entiendo, ahora recuerdo que la última estación del vía crucis era la “Resurrección” y una cosa me queda clara: la travesía ha concluido pero quiero volver a embarcarme para encontrar lo que busco.

He seguido el camino, he llegado al vacío, pero aún no he logrado entender su valor, el que  Tao Te King le atribuye, el de la rueda, el de la vasija, lo verdaderamente importante. No he logrado liberarme. He corrido si dorsal, con amigos, hablando pero cada uno protegido por su propio silencio. El 29 de marzo lo volveré a hacer con dorsal, rodeado de sueños y miedos, de la agonía en silencio, la del camino que nunca termina. Pero entiendo una vez más al loco de Alex Supertramp, entiendo al eremita, entiendo por qué Jesús siempre iba al monte a orar, a encontrarse con esa gota de eterno que habita en nosotros, con la consciencia, al fin el sentido oculto del ser humano, que se persigue en estas tierras desde antaño, generación tras generación.


El Trail 3 Valles, si estás empezando en el trail, será la exigente piedra de toque para demostrar y descubrir si has progresado tanto como crees; si eres perro viejo, una muesca obligatorio en el curriculum, porque te aseguro que de estas tienes pocas, en las que la relación kilómetros-belleza se ofrece al peso, nunca tan justa la balanza. Si tienes dudas sobre tu preparación, condiciones o temple, tienes la posibilidad de dar el primer paso: el cross de 18 kilometros. 

Nos vemos el 29 de marzo
 

sábado, 17 de enero de 2015

Pulmones y corazón



Sus cojones y su palabra era lo único que tenía Tony Montana en la vida. No hay declaración de principios más simple, clara y contundente.

Pulmones y corazón, tus únicas armas para enfrentarte a  la montaña. 

Pulmones como fuelle de aliento vital. Corazón  como remedo de mecánico motor metálico de bombeo, corazón como aquella antigua creencia hebrea según la cual albergaba la voluntad, la sede de las decisiones, corazón como poner ese algo más intangible que poco tiene que ver con tu preparación o condiciones físicas: ponerle corazón, los cojones de Montana en fino.

Pocas canciones más honestas, más pegadas a la tierra que las de Townes Van Zandt, legitimado como pocos para cantar a la montaña, también espejismo de fuerza, que un día se convertirán en polvo, tal que nosotros, un puñado de tierra consciente. La montaña y los pulmones los poneTownes, el corazón, Steve Earle, tan admirador de su maestro que hasta le dedicó un maravilloso disco de versiones: "Townes"

 

miércoles, 14 de enero de 2015

Cualquier sábado de rebajas


Es un mundo raro. Un mundo en el que compramos sin parar cosas que no necesitamos, cosas de una calidad ínfima por un precio de risa, cosas que no duran apenas. Nuestro dinero contribuye a que unos trabajadores del otro lado del mundo consigan unos sueldos de mierda soportando condiciones miserables.

A este lado, cada día a un trabajador, a un dueño de una tienda, se le van acabando las salidas y oportunidades. Es lo que hay, el tinglado que sostenemos entre todos y del que ¿es imposible salir?

Pagar algo más por un producto mejor, vendido por un vecino, cultivado en una tierra a nuestro alcance, realizado por un profesional al que pueda llamar por su nombre, incluso invitar en una barra; hombres que consiguieran un medio de vida, un sueldo digno para construir su propia vida y encadenado, todo un mundo más razonable y justo alrededor.

Si es fuerza mayor, si no me siento culpable, por qué un día me costará explicártelo, si yo mismo no acabo de entenderlo.

(Conversación imaginada con una niña de nueve meses mientras esperamos a su madre recorriendo los pasillos del Centro Comercial "El Tormes", un sábado de rebajas a mediodía)

martes, 13 de enero de 2015

Maratón del Valle del Ladrillar





Una semana después, mi intención, la misma: una distancia maratón fuera de tiempo. Solo, no hice convocatoria en facebook porque la gente anda medio engarañá con lo del frío y ciertamente puede ser mucha distancia a estas alturas de la temporada para la mayoría de la gente, sobre todo si no se sale de Ciudad Rodrigo, y hay que andar negociando la vuelta con el coche. Después de manejar varias opciones, opté por la Ruta de Alfonso XIII. Mi punto de partida sería el límite provincial, en lo alto del puerto que conduce hasta Casares de Hurdes. Yo elegí el otro sentido, tres kilómetros de asfalto que conducen hasta la cima del Pico de las Carrascas, salvando ese cuestón que siempre que haces en bici, te parece más duro y más largo de lo que recordabas. Tras el aperitivo, pronunciado y rápido descenso por un precioso sendero hasta Riomalo de Arriba. 

Desde Riomalo hasta Ladrillar, apenas cuatro kilómetros junto al Río Ladrillar, sin dificultades relevantes. De Ladrillar hasta Cabezo, 7 kilómetros más, la mayoría picando para arriba, pero que se hacen bien corriendo. Conocía el variado y atractivo sendero del Kilómetro Vertical de Las Hurdes de junio - ayer hasta me traje un recuerdo-. Creía que desde Cabezo a Las Mestas el camino seguiría con la misma tónica pero no es así; a partir de aquí, el camino que se recorre es el de una pista amplia a media ladera, más rápida, pero sin encanto especial, aparte de la vista de las montañas que encajonan el valle. Desde Cabezo parece ser que sale una senda hacia Batuecas, variante a explorar para una próxima ocasión. 

Al llegar a Las Mestas había recorrido casi 24 kilómetros. En principio, mi intención era la de regresar por la misma ruta, pero me notaba cansado y decidí volver por la carretera, considerándola una opción más corta y fácil.

Desde el primer momento vi que no andaba bien, que ya iba penando más de la cuenta. Esta carretera la hecho varias veces en bici y sé que, en este sentido, pica casi toda para arriba pero nunca me habían parecido tan largas las cuestas. En Cabezo, tirando de la excusa de  que me empezaban a doler los pies por llevar las zapatillas de goretex y calcetines gruesos, al creer que iba a hacer más frío, me senté unos minutejos para mojarlos y masajearlos. 

Toda la larga cuesta de varios kilómetros que precede y sigue a Ladrillar la hice caminando a buen ritmo porque no podía correr, iba fundido. El tramo plano y descenso hasta Ríomalo sí me dio un respiro para echar el resto, mis últimos kilómetros trotando malamente hasta el pueblo, donde al pisar la pista que me llevaba de nuevo hasta el sendero de ascenso a Las Carrascas, me digo que basta, que se terminó, que no puedo con el alma, que toca sobrevivir paso tras paso. Solo he comido un par de pastelitos y unos arándanos, echo de menos el gel que olvidé en el coche, pero tengo un mazapán. Comienzo a subir consciente de que estoy pasando un pajarón de los buenos, subo todo lo lento que puedo y aún así, me cuesta horrores; a mitad de monte, parece que me siento algo mejor, supongo que sería la absorción de los azúcares del mazapán. Por fin llego arriba, de aquí, prácticamente 3 kilómetros de descenso hacia el coche por asfalto, pero simplemente no puedo correr, es lo que hay. Al menos hace buen día para dar este paseo final con cara de asco, entre la deshidratación y el desfallecimeinto. Se me acabó la batería -la del GPS, la mía mucho antes-,  en el Kilometro 39 con 4 horas y 20 minutos  y creo que he terminado con casi cinco horas y media para casi 44 kilómetros, lo que da idea del viacrucis final. 

Cuando llegué a casa, Susana ya vio el percal: pómulos marcados y ojos hundidos. Me pesé: 69,4 Kgs, cuatro menos que al salir. Esta mañana ya 72,3 Kgs. Sé que sufrí y seguí tirando para delante con ganas cuando ya casi no tenía nada hasta estrellarme, y eso desgasta como poco, es desangrarse metro a metro. Espero que, al menos, sirva como entrenamiento.

No llevaba fotos, me he apropiado en internet de algunas del recorrido tomadas en otras épocas del año. La próxima, mejor, seguro.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"

lunes, 5 de enero de 2015

Maratón del Cordel, el primero del año


4 de enero, primera distancia maratón del año. Aunque no estaba completamente decidido a atreverme con algo tan largo, el hecho de saberme entrenado, me inclinaba a lanzarme a por ello. Sabía que si llegaba medianamente bien al enlace con la carretera a Fuenteguinaldo, enfilaría hasta el pueblo. Una vez tomada la decisión,  es quemar las naves, una vez allí, no queda otra que volver, sea bien, mal o regular. Al final, todo fue bien; buen entrenamiento y menos secuelas de las habituales. Pronto volveremos a la carga.

Nadie se presentó a la convocatoria. Esta mañana me he enterado que Daniel y Fran se acercaron a la piscina, pero como en el Árbol Gordo no apareció nadie, salí algo antes de las 9.

Comienzo duro, en solitario, a seis grados bajo cero, doliéndome las manos a pesar de llevar guantes, sobre todo en la que sostengo el bote de agua.Instantes en los que lamentas no vivir en zonas de inviernos más templados. Afortunadamente el sol se eleva rápido tras las montañas situadas a mi izquierda y en menos de una hora, cambias de opinión: sientes el privilegio de vivir en Castilla y saber qué es un invierno de verdad, disfrutar de uno de esos días en que nuestra tierra pasa de despiada con todo lo que crece o habita sobre ella, a acogedora madre que abriga con el aliento justo para un temprano día de enero, ideal para correr por el campo largas distancias.

El desnivel que se salva desde el inicio hasta Fuenteguinaldo es de 200 metros, concentrándose casi todas las dificultades en forma de repechos, algunos de ellos pronunciados, en los primeros 11 kilómetros, cuando se llega a la altura de El Bodón. A partir de ahí, 4 kilómetros más de cañada, ya menos complicada,  hasta que se llega a la carretera que conduce a Fuenteguinaldo. El tramo de asfalto coincide con el camino que llevo desde el inicio, que es el de la Cañada Real de Extremadura, el que continúa hasta el Puerto de Perales, utilizada en tiempos para llevar el ganado. Quería saber si necesariamente para recorrer estos 6 kilómetros, había que circular por la carretera o era practicable ir por el margen. Bien, se puede hacer sin problemas todo por tierra. Excepto los primeros trescientos metros donde hay que ir con algo de tiento por ser zona de afloraciones de hierba que ocultan huecos, el resto se recorre bien, hasta deprisa, si estás fuerte. LLegué a Fuenteguinaldo con casi las dos horas justas.

 
 A partir de aquí, regreso, a partir de aquí el recorrido de la que será última etapa de la primera Jaramugada por etapas, LA DESPEADURA ILUSTRADA, a recorrer el Sábado Santo por la mañana, cuya convocatoria en forma, pronto se anunciará.



Yo no la he buscado, pero ese día saldremos de de la casa en el que tuvo su cuartel Wellington durante la Guerra de la Independencia. El regreso bastante bien, con el piloto automático, tratando de cumplir con el habitual expediente. Un paraje a destacar, más en este sentido: el acercamiento al teso que se eleva sobre las ligeras estribaciones donde tuvo lugar "El combate de El Bodón" en septiembre de 2011, en el que se enfrentaron tropas inglesas, alemanas, portuguesas y francesas, donde existe un monolito conmemorativo y panel explicativo. Como contaba, el teso es un gran claro, un díafano prado entre las encinas de la dehesa que pueblan todo el recorrido y que albergan cerdos y reses, también bravas, un enclave que resulta especialmente hermoso en una mañana de invierno tan clara.

El final se me hizo algo largo -si no, no sería maratón-, pero dentro de lo asumible, dada mi experiencia. Zonas que a la ida eran de terreno duro o crujiente, ahora estaban encharcadas o embarradas, con lo que en algún despiste, me llevé algún susto, antes de abandonar por fin la sombra de encinas, para encarar los muros de la piscina que me seguían pareciendo encontrarse muy lejos. Sin embargo, llego bien, fuerte y con las piernas no demasido doloridas en 3 horas, 54 minutos. Buen entrenamiento para la próxima ocurrencia.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"