1988. Una de mis asignaturas de Primero de Carrera es "Historia del Derecho". Mi profesor: Javier Infante. Veinticinco años después, Javier Infante imparte una charla sobre la Constitución de la Segunda República en Ciudad Rodrigo. A mí lógico interés por el tema, se añade una razón sentimental difícil de describir, puede que reducible a una impresión, la de que yo he cambiado más que él, por dentro y por fuera, lo que es bueno y malo.
Un regreso al pasado. Otro lujo de clase que en tiempos no apreciamos como debimos, para acercarnos a un texto que debió ser billete para engancharnos al futuro, audaz en nuestro entorno, adelantado a su tiempo, con una importante parte dogmática de derechos y libertades -al fin se reconoce el sufragio femenino-, que sin embargo, gran parte de la sociedad española percibió como una amenaza.
Demasiado, demasiado pronto. Bajarla a la realidad no podía ser más que delicado, agravado el proceso por tempos erróneos o radicalismos utópicos y cortos de vista que jamás pueden justificar el uso de la fuerza más extrema, la de romper la baraja, la de un golpe de estado contra la legalidad constitucional dando cobertura a la reticencia de los de siempre, salvaguardando los intereses del poder real. Finalmente España perdió la oportunidad de unir nuestro destino al de las democracias europeas.
Afirmaciones como que el Estado español tenía un carácter laico -algo que pareciendo tan de sentido común, aún hoy no se ha conseguido- o privar a la Iglesia de su capacidad para enseñar y adoctrinar, fueron demasiado extremas para aquellos tiempos.
La enseñanza pública es uno de esos grandes logros que ni cuidamos ni valoramos como debiéramos. Escribo desde el punto de vista de una persona que no reniega de su formación cristiana pero entiendo que son campos de juego distintos. Los mismo que me considero cristiano, no puedo identificarme con el mensaje de unos jerarcas disfrazados de carnaval, pertenecientes a un cuerpo que se alza putrefacto desde hace siglos y que para sanar solo deja orear las heridas, que se empecina en el disparate o la injusticia, en advertirme sobre la enfermedad de los homosexuales o en negar derecho alguno a la mujer dentro de la institución. Tal y como yo interioricé los valores que me transmitieron, se me escapa coherencia alguna en su discurso.
Los que me conocen saben que no soy ningún radical. Lo mejor de envejecer es cuestionarse las convicciones que arrastras ya que solo de la autocrítica, puede comenzar el buen camino.
Cambiar la forma política del Estado llegará, tarde diez o cien años. La Monarquía es una institución muerta que no soportará una análisis racional en una sociedad democrática moderna. Tampoco creo que per se, el cambio signifique gran cosa. Son fases. Debería ser un paso más en la buena dirección, en el de la regeneración, mas no solo política sino sobre todo de una sociedad.
En mi opinión, el modelo de sociedad al que se habría de tender y a lo que se supone que lo hacíamos prácticamente hasta ayer mismo, es a las sociedades nórdicas con un Estado Social fuerte frente al espejo de una sociedad implicada y responsable.
Hoy por hoy, eso lo veo imposible. No solo se trata de divagar sobre politica y banca. Es tan fácil... Tal vez creáis que no tiene mucho que ver pero yo solo detecto síntomas para el diagnóstico. Estos días veía abochornado las imágenes de la salida del juicio de Isabel Pantoja y verdaderamente sentía vergüenza ajena. ¿Quién es toda esa gente? No soy capaz de imaginar escenas similares en Suecia o Finlandia.
A última hora me enteré de un concurso de microrrelatos que organizaba Izquierda Unida. Segundo premio que me recogió Moli -corría al día siguiente en Béjar-. No me gustan los microrrelatos. Los redacto en un ratillo pero yo, por principio, tiendo más a la dispersión y después de escribirlo, no hago más que mutilar matices para ajustarlo al límite de palabras. Nunca me convencen.
Ahí lo dejo.
El frío de las montañas te parte en dos. Aunque el
desenlace de la guerra fue largamente esperado, el dolor no era menor. Miguel apretaba
fuerte el peso de su hija. A su lado le
oprimía el peso del silencio de su mujer. El silencio que misteriosamente
la inundó tras la noticia de la muerte del hijo en el frente. El silencio del
reproche por haber sembrado locas ideas de justicia y libertad en su mente.
Le aterraba sentirse culpable porque significaba
desmontar cada día de su vida, privar de sentido a toda su lucha. Cruzar la
frontera era rendirse, pero la derrota completa sería perder sus razones.
Persiguiendo vida para su pueblo, dieron con la muerte. Receloso, al borde de un no elegido camino de odio y
fuego, siempre sintió poderosa la esperanza de una tierra prometida con las
mismas oportunidades para hombres y mujeres.
Fronteras y derrotas aguardan. Recuerdos que serán
mortero para los mismos sueños diáfanos que un día avivarán la vida de la
pequeña que ahora se agita febril entre sus brazos."
Anteayer os dejé unos galeses. Hoy otros: Manic Street Preachers con una canción con nuestra Guerra Civil de fondo.
Vale.