"Cuando el Ironman no es triatlón". El título de la crónica hubiera sido el mismo de haber conseguido llegar a meta, porque lo que yo pretendía hacer o lo que puse en práctica ese cinco de octubre, dista mucho de lo que es triatlón. De ese modo, a mi manera, buscaba la meta que me falta, pero no pudo ser o simplemente no "quise ser" lo suficiente.
La mayoría de los que leéis esto nunca estaréis en la línea de salida de un Ironman, ni siquiera en la de un triatlón. Me gustaría que mis palabras fueran capaces de acercaros los sentimientos y emociones que traspasan a un participante en esos momentos tan especiales. Con la advertencia previa de que ni siquiera yo puedo aproximarme a lo que domina o atenaza al que lleva entrenado duro varios meses para conseguir el reto del año, puede que el reto de una vida.
Si aún es de noche, por qué somos tantos, si aún no salió el sol, por qué tanto ruido en una infinita playa de Huelva. Un enorme altavoz empeñándose en contar lo duros y valientes que somos. Francamente, lo mismo que esas carreras que tiran de épica de saldo en sus reclamos, toda esa función me parece algo bochornosa, creo que sobra. Llevo muchos años haciendo deporte, presumo de alguna de las carreras más duras y cuando consigues esas metas, te sientes orgulloso, claro, pero también sabes que no hay para tanto, que no hace falta ser un fuera de serie si tu objetivo solo es terminar. Es lo mejor del deporte popular, que cualquiera puede vencer. Supongo que luchar por los primeros puestos o si hablamos de un participante en grupos de edad, clasificarse para el Ironman de Hawai, sí puede ser algo digno de sincero elogio, ya que solo una férrea voluntad durante muchos meses de esfuerzo, puede obtener todo el potencial a unas condiciones físicas excepcionales. Pero insisto, para completar estas carreras -me refiero a ultrafondo en general-, basta ir creciendo y acumulando experiencia. Sin perder la ilusión durante la vida o durante la carrera, ya que bien mirado, puede que ambas sean lo mismo.
Sigue sin amanecer junto un mar susurrante y tranquilo. En la playa, entre acompañantes y miembros de la organización, el grupo que rodea a los atletas, cada minuto que pasa es mayor. El nuestro, ya bajo el foco de todas las miradas, se va reduciendo a un negro magma vivo de cientos de trajes de neopreno coronados por chillones gorros numerados. Paradójicamente, al acercarse la hora de la salida, la ansiedad va cediendo. Solos, descalzos sobre la suave arena, la tensión torna en una extraña descompresión en la que todos conectamos. Algo que nos aleja del entorno y nos une mientras cruzamos miradas cómplices y sorprendemos rostros en la incipiente claridad, hoy y ahora, todos familiares.
Hasta que llega el momento en que definitivamente subes la cremallera del traje, y tras sentir la antinatural y habitual presión sobre tu cuerpo, te lanzas al mar para unas brazadas, para sentir el agua incapaz de despejar un cuerpo ya suficientemente activado. Ahora sí, el sol naciente al este anuncia un día tan esperado como temido. Es ahí cuando la música atrona, cuando los amigos se saludan y, sinceros, se desean suerte, cuando aturdido por la montaña de estímulos que es la salida de una carrera de casi mil personas, el silencio es total dentro de ti. Estás solo porque te sientes solo y entonces,algo sorprendido, te emocionas hasta las lágrimas amparado aún por la débil luz del día, arropado por todos los que en esos instantes te rodean, transitando un camino interior similar. Me siento algo avergonzado pero me encuentro bien. Estoy feliz. Al fin y al cabo, me siento un privilegiado por estar en la línea de salida de un Ironman. Sé que no merezco esa meta, pero estar ahí es una cuestión de simple fortuna. No es que disfrute de un chasis, digamos que privilegiado, pero sé que tengo cualidades que rápidamente y con poco trabajo, son puestas en valor, son fiables, lo que traducido viene a significar que salvo catástrofes, tampoco voy a hacer el ridículo y quién sabe, puede que hasta tenga un buen día como en mi última Quebrantahuesos.
Ahí estaba yo, con mis 35 kilómetros de natación en un año, con un día de agua durante las tres semanas previas a la carrera, con mis poco más de mil doscientos kilómetros de bicicleta, dispuesto a lanzarme a ello. La seguridad de la inseguridad. Saber que ni de lejos estás preparado para una prueba de este tipo, te proporciona una serenidad de ánimo extraña, ya que te priva de presión. Sé que no tengo nada, sé que aunque ahora me sienta conectado a ellos por una fuerza común, una ilusión y miedo arrebatadores, soy diferente a ellos.
Es de esperar, en la línea de salida de un Ironman casi todos los participantes son triatletas. Para un trialeta, el triatlón es bastante más que un deporte, es un estilo de vida. Encajar exigentes entrenamientos de natación, carrera a pie y largas salidas en bicicleta nunca es fácil. Más si tienes familia y por lo que yo vi en Islantilla, creo que el colectivo triatleta, contribuye decisivamente a aumentar la tasa de natalidad en este país. Puede que se deba al hecho de que son gente de ideas claras, de vida ordenada, con cuerpos renegridos por el sol, triturados en exigentes sesiones para rendir en las citas clave. Ser triatleta requiere disciplina para cumplir con un plan que solo completarse, independientemente del resultado de la prueba, ya es admirable, ya es un triunfo.
Sé que llegados a este punto, ahora esperáis la crónica al uso de la carrera, o de lo que fue mi carrera, pero sabéis que eso no viene a ser mi estilo y creo que el mensaje del post es más claro y contundente, dice más sin un anexo que poco aporta a mi experiencia.
Baste contar que disfruté como nunca cubriendo la natación en un mar acogedor mientras al ritmo de nuestras brazadas, como si lo eleváramos con nuestro esfuerzo, el sol ascendía en el cielo; que igualmente disfruté de un atractivo e inesperadamente duro recorrido en bicicleta por España y Portugal , para el que no estaba preparado, hasta que el calor me dejó tocado, aunque no tanto como en otras ocasiones.
Yo había decidido los días previos que en el Iberman, no haría triatlón sino que correría "un ultra", carreras en los que lo fundamental es la cabeza, la voluntad para sobreponerse a derrotas que de parecer incondicionales, pueden convertirse en pequeñas victorias pírricas, tras ocultas e inesperadas puertas de salida.
Carece de sentido dar razones y explicaciones sobre mis difíciles semanas previas con la espalda, la natación o un catarro; días que me llevaron a la extraña convicción de que existe una suerte de mal fario en mi relación con esta carrera y que culminaron con la rueda pinchada al llegar a la zona de transición esa mañana, y que tras ser reparada, los problemas aún insistieran con la increíble rotura del prolongador de la válvula, percances que me volvieron a hacer torcer el gesto, resignado una vez más, ante una maldición que en aquellos momentos, se me antojaba ineludible. Mas todo eso es morralla. La única, la verdadera razón para no terminar es que no estaba preparado y basta.
Comencé la maratón mentalmente fuera. Me parecían ya demasiadas horas en carrera, creyendo que me iba a marchar a demasiado tiempo para lo que yo considero asumible en una meta de Ironman y decidí volverme sin llegar siquiera al Km. 3, pensando que un maratón después de esa paliza ya no me entraba en la cabeza, jamás corriendo y a hacerlo prácticamente caminando, no le acababa de ver sentido. Por otro lado, tenía claro que si hubiera entrenado, no hubiera marchado tan tranquilo en la bici y quizá hubiera quedado igual o en peores condiciones tras el sector ciclista. Aquel día simplemente decidí que el Ironman es demasiado largo para mí, el Iberman y cualquiera.
Lo más curioso es que ese día salí prendado del triatlón, tal vez como nunca me había ocurrido. Larga distancia, para mí no existe otra posibilidad hoy en día. Me ocurre algo parecido respecto a la carrera a pie, donde ya definitivamente descarté carreras cortas y asfalto. Ese día disfruté de verdad mis 4 kilómetros de natación, mis 180 de bici, para irme después a cenar con Susana, cansado y satisfecho.
CiegoSabino, el verdadero hombre de hierro.
Decidí y comenté con los míos que no volvería a intentarlo pero hay un peculiar motivo que quizá me empuje a regresar por quinta vez. En agosto, para conmemorar el 800 aniversario de la llegada de San Francisco de Asís a Ciudad Rodrigo, intentaremos el que seguro es nuestro reto más complicado: "Los 500 de Asís", el trayecto de Santiago a mi pueblo en una semana. Después quiero publicar un libro con artículos sobre el deporte de fondo en general, con la reseña de alguna de mis aventuras que más aprecio y ahí, claro, habrá un capítulo dedicado al Ironman, en el que aparte de aquella locura hoy totalmente impensable para mí -de seguir atesorando esa ilusión, seguro hubiera completado el Iberman-, y del relato de mis reiterados fracasos, me gustaría contar con una meta oficial. Sin ella, el episodio podría no estar completo, aunque también es cierto, que puede que todo el libro cobre más sentido desde una derrota, ya que como cualquier deportista de larga distancia sabe, nuestro peculiar mundo se explica mejor desde los fracasos que desde los logros.
En fin, todo se resolverá en 2014. Vale.
Una canción larga para una prueba que debió ser más larga. Toundra una estupenda banda, practicante de un rock instrumental a caballo entre el rock duro de toda la vida y el hardcore.