lunes, 29 de enero de 2018
El conde con sus amigos
A un locutor de radio lo de Bill Basie le parecía nombre de poco glamour, por lo que justo antes de entrevistarlo le dijo que lo iba presentar como Count Basie, por aquello de jugar en la misma liga de orquestas que el duque, Duke Ellington. Y Count Basie se quedó.
Aquí momentos estelares con alguno de los muchos ilustres amigos que le acompañaron a lo largo de su carrera. Muchos quilates.
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domingo, 28 de enero de 2018
Benjaminiano
Aunque solo he leído un libro de Walter Benjamin, en los últimos tiempos me sale al paso continuamente. Aquí unas palabras de Miguel Ángel Hernández-Navarro relativas al famoso texto de Benjamin sobre el Ángel de la historia que ya pasó por el blog, sobre la historia no como cosa del pasado sino como tiempo activo, como cuestión política para transformar el pasado, cambiarlo, actuar sobre él y así poder cambiar las cosas.
"En la célebre imagen del Ángel de la historia de la tesis IX, el ángel que ve las pilas de escombros de la catástrofe del progreso, quisiera deternerse, pero el viento de la historia lo lleva hacia delante. El historiador ve lo mismo que ve el ángel, ve el verdadero rostro de la historia que es la producción de víctimas, olvidos y ruinas. Pero entonces actúa la recordación, que hace las veces de Mesías. La recordación sí que puede deternerse. La recordación frena momentáneamente el tiempo. Y al traer lo olvidado al presente, al activar las promesas, revive a los muertos y repara su sufrimiento. El historiador tiene la tarea de hacer lo que el ángel de la historia no hace: ir más allá de la simple visión de la catástrofe. Actuar. Creer que ese viento que nos empuja hacia delante puede ser parado y detenido. Esa es la función de la interrupción para Benjamin. La recordación como detención del tiempo y salvación de la historia."
domingo, 21 de enero de 2018
Mujeres de negro
No soy yo de poner muchas pegas cuando me piden
colaboración para cualquier tipo de iniciativa cultural. Suelo asentir,
agradecer y pedir condiciones, tema y plazo. Me lo tomo como las redacciones
del colegio, implicando a veces un reto el hecho de que se traten de
temáticas o formatos que no suelo manejar. Sin embargo, reconozco que hay un
encargo que suele llegar siempre a finales de año en forma de correo de mi
amigo Javi que me hace especial ilusión, el aportar algún escrito a “La Jañona”, revista cultural de Peñaparda.
Y es que aunque especialmente en época de exámenes apenas tenga tiempo, cómo
negarme a colaborar con este reconfortante milagro, cómo no contribuir y
arrojar un pequeña bola de papel entintada al fuego para que siga ardiendo la
precaria llama en que se han convertido hoy nuestros pueblos.
Mi contribución de este año, un pequeño relato
escrito a la carrera durante el amanecer de un sábado, revisado a la misma hora
del día siguiente. Un personaje con posibilidades que no tengo tiempo de
desarrollar en algo más extenso; tal vez el próximo año.
"MUJERES DE NEGRO"
Si la historia fuera la que diera sentido a la
existencia, si fuera una línea de sucesos que condujera hasta un fin que la
justificara, a partir del cual se hiciera balance, puede que fuera difícil
explicar la vida de todas esas mujeres que fueron algo más que mujeres que
cumplieron con su papel con una abnegación y dedicación implacables.
Al menos en una suerte de justicia poética, mucho de
lo que son los pueblos, de su imagen, de
cómo se perciben nuestros pueblos para bien y para mal, para reivindicación
costumbrista, para burla también, para desprecio de lo que no se entiende, está
encarnado en mujeres de negro cuyas estampas cambiaron muy poco durante
décadas.
Ahora ya casi nadie recuerda su nombre pero ella fue
una más, una que vivió como debía desde niña hasta anciana, como le enseñó su
madre, y si todo hubiera marchado como debiera haber sido, como había sido
siempre, también debería haber aguardado la muerte serena, como su madre y su
abuela.
Mas algo cambió, y en una vida en la que no había
nada que contar para el que no sabe ver, al final hubo que contar más de la
cuenta, contar que tuvo que salir de un mundo delimitado por unas pocas, claras
y acogedoras líneas.
Línea era la frontera con Portugal, una raya
invisible en el suelo que separaba a las gentes de un lado y otro, que ahí
tenía que estar aunque no se entendiera muy bien para qué demonios servía. En
otros lugares lejanos, las fronteras eran grandes montañas o ríos; pero aquí la larga frontera con
Portugal no era más que una absurda e invisible raya en el suelo, pintada por grandes
señores con fusiles en las manos.
Línea era la caída al sur, a Extremadura, a tierra
caliente, la que se adivinaba tan extensa, la que había visto aparecer infinita
algún amanecer incomparablemente hermoso admirado junto al Jálama. No
necesitaba ver más mundo ni conocer más, allí estaba todo lo que buscaba
cualquiera para ser feliz, todo lo que se hallaba en ese balcón sobre el que se
asentaba su hogar, y lo que se adivinaba
más allá, lo que se intuía como todo lo demás, todo lo que no le concernía.
Alrededor del Jálama se encontraba lo que venía de
mucho tiempo antes, que se escondía en su propio nombre pronunciado en una
lengua perdida, como todos los nombres, de significado olvidado. Escuchándose
desde el inicio de la Historia, refiriéndose a lo que siempre había estado
allí, al agua, a los ríos; ríos que eran más líneas, para los que elegimos
otros nombres como rivera de Gata, Eljas o Águeda; nombres refiriéndose a la
montaña misma, nombres otorgados a un verdadero dios en forma de agua y
montaña, a su residencia, casa del mismo Dios.
Por qué buscar más allá si aquí estaba todo, si hay
que saber mirar en otros ojos que el secreto de la vida no es ir a buscar lo
que ya se tiene alrededor. Siempre hay más de lo que se ve, eso lo supo desde
niña. El espíritu de un lugar así, de una montaña como esa pirámide se sentía
con fuerza en todo momento. Esas
pirámides que construyeron en el Egipto antiguo que eran puentes, cuyo vértice
era escalera hacia la luz de otro mundo; aquí no fue necesario construir nada porque
la pirámide perfecta siempre estuvo ahí.
Y aquellos hombres y mujeres se sirvieron de la
montaña, de sus pastos, de su madera, de sus entrañas con las minas, de sus
huecos oscuros para engañar a la naturaleza y atesorar hielo en verano. De las
fuentes que manaban eternas, antes y después de escucharlas nosotros, marcando
el ritmo de los acontecimientos, de la vida imparable, finita e infinita a la
vez.
Y las ermitas para rezar a dioses de los que ella
había sido siempre devota, pero que ahora, a pesar de ser los mismos, no
visitaba en aquella iglesia moderna y sin gracia que no parecía una iglesia y a
la que alguna vez la llevaba su hijo, pero donde ella no escuchaba la voz del
aquel dios lejano que se había quedado en una oscura iglesia del Rebollar.
Porque un día maldito ella tuvo que marchar con su
hijo a una tierra lejana; y aunque él insistía en que ahora ya no estaba tan
lejos como antaño, ella añoraba con la misma intensidad. Una tierra donde su
mundo se contrajo de una forma algo misteriosa, reducido casi completamente a
las habitaciones de un quinto piso de una gran ciudad y a un balcón que daba a
otro gran edificio que parecía espejo del suyo, donde también había una mujer
de negro a la que seguro también su nuera sacaba para que le diera el aire.
Incluso un día vio el pueblo por la tele en un
programa de tarde, pero todo lo que a ella le parecía normal cuando vivía allí,
era presentado por una chica muy simpática como una cosa rarísima, exótica,
digna de ver; hasta bailar hicieron a los vecinos, convirtiéndolos en una
especie de payasos de circo para regocijo de la audiencia, aunque ella no
acabara de verle la gracia a nada de lo contaban y sobre todo a cómo lo
contaban.
Hasta el final le estuvieron preguntando por qué no
salía, recriminándole que no se integrara, y así fueron pasando los últimos
años, años que se podrían recordar como siempre el mismo, con una niebla gris
que la fue asfixiando de una extraña forma hasta que casi dejó de hablar.
Hasta que un día, como todos, se murió. Y entonces
sí, entonces le hicieron caso y la devolvieron a su tierra, al Rebollar, para
enterrarla en el cementerio donde siempre quiso descansar de afanes, pesares y
dolores, donde fue feliz, para ser acogida por la misma entraña de la montaña,
uniéndose a ella. Y ser una, ser de nuevo, ser todo, ser para siempre.
domingo, 14 de enero de 2018
Qué triste ser feliz
Qué triste ser feliz
Qué triste ser feliz
qué triste olvidarse
no caer en la cuenta
verlo pasar
no estar a la altura
dejar de pelear.
Qué triste creer que todo lo que es
ha de ser así.
Qué triste no escuchar,
sentir sin sentir
ir muriéndose que es el vivir
sin agradecer cada amanecer.
Qué triste dejar de entender,
no ser conciencia absoluta
conciencia de ti en cada momento
conciencia del nosotros creador absoluto.
Qué triste no revelarse en cada gesto
Que triste no rebelarse con cada gesto
Qué triste estar a otra cosa,
y comer y dormir y soñar.
Qué triste no admirarse
al de su guarida, ver salir la fortuna
para convertirse en fácil destino.
Qué triste habituarse,
dejar de estar despierto, alerta,
sorprenderse, asustarse.
Qué triste dejar de aullar a la luna
y amordazar a la sangre.
Qué triste olvidar que estás junto a mi.
Qué triste, a veces, ser feliz.
(El grabado es "Melancolía I" de Durero)
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