"La carrera más dura del mundo". Son palabras del vencedor, Txus Romón. El gran Salvador Calvo, segundo clasificado, que ha corrido y ganado pruebas a lo largo de todo el mundo también relataba que no había otra como ésta. Yo iba avisado por los fríos números -74 Kms. para más de 13.000 metros de desnivel acumulado- y por las advertencias que me habían transmitido compañeros del metal.
Antes que nada, quizá el término "carrera" no sea el más apropiado para esta aventura ya que correr, correr.... lo que se dice correr, más bien poco. Quizá fuera mejor llamarlo "marcha". Recuerdo un post de Sergio al hilo de ese absurdo afán por conseguir la carrera más dura, sin importar el precio, con lo que a veces podemos llegar a chocar con lo que entendemos en principio por "Trail". Allá cada cual. Doctores tiene la Iglesia. Ésta es de las de Santo Tomás, no volveré a repetir. La quería en el curriculum pero es una salvajada. Los parajes son tremendos como no podía ser de otra forma al cruzar los tres macizos -Cornión, Urrieles y Andara- de unas montañas tan majestuosas de Picos de Europa pero he de reconocer que no los admiré y los sentí como en anteriores visitas.
Emocionante encuentro con mis compañeros de la "Escuadra Moncheta" de Tor des Géants, Óscar y Valentín, a reeditar en PTL. De nuevo en la brecha. Salida desde el precioso emplazamiento del Santuario de Covadonga. Las doce de la noche no es mala hora para comenzar la lucha. Sabes que en relativamente poco tiempo la noche pasará y comienzas animado. La primera ascensión no es complicada. Vamos frescos y a buen ritmo. No hay nada técnico. Empiezo a pensar que a lo mejor la cosa no es para tanto. Pierdo la gorra. Con el día que se avecina, mal asunto. Al menos conservo el buff. Lagos de Enol, un par de kilómetros a la carrera por una pista y ascensión final al Collau del Jou Santu.
Después comienzan las complicaciones. Bajada terrorífica a Caín, dura, larga, técnica, por algunos pasos muy peligrosos, más al ir de noche. A pesar de tener preparados los bastones, con las prisas los olvidé en casa. En esta prueba son imprescindibles para bajar, importantes para subir. A cuenta de ello, me anoto las primeras caídas del día.
Avituallamos en Caín y comenzamos la ascensión más larga del día hasta Horcada Caín. Da miedo por el desnivel y porque no se ve el final. Supongo que cerca de tres horas de ascensión al buen ritmo que marca Valentín.
Justo ahí comienza el descenso hasta el Refugio de Urriellu (o Naranjo de Bulnes). Hay menos nieve que en años anteriores. Sin bastones me veo muy mal, sobre todo porque a la izquierda hay una gran caída. Sigo penando hasta que veo que me adelantan a toda velocidad un par de corredores que se lanzan sentados de culo sobre la nieve. Ostras, qué bueno, para allá voy. De lo mejor de la carrera.
LLegando al Naranjo, el calor comienza a hacer estragos. Ya se ve a la gente tocada. A un corredor lo evacuan en helicóptero. Valentín y yo marchamos algo adelantados sobre Óscar que se ha presentado sin apenas entrenamiento en una cita de esta magnitud. Como buen vasco, con un par. Finalmente abandonará en la última ascensión a Valdominguero. Con un par de palizas más lo tenemos listo para la PTL.
Ambientazo en el Urriellu. No se aprecia pero estaba sembrado de escaladores.
Antes de llegar a cabo el descenso propiamente dicho, otro aperitivo corto y duro, la ascensión a Collada Bonita, valiéndonos de cuerdas en los últimos tramos de ascenso y primeros de descenso. Éste se torna para mí en complicadísimo por no disponer de bastones, no consiguiendo seguir a Valentín. LLegamos al avituallamiento de Sotres. Aquí todos llegamos tocados, algunos se retiran. Los tiempos de corte son exigentes. Subiendo a buen ritmo, bajando mal y haciendo el canelo en los avituallamientos, nos hemos movido en un margen entre una hora y hora y media.
Después de saludar a la familia de Valentín al completo -bravo por esa afición que nos animó y nos dio de comer- afrontamos lo peor del día. Cansados, a mediodía, con un calor de mil demonios, comenzamos la terrible subida a Collado Valdominguero. Es de esas montañas en las que se ve el final. Larguísima y de una gran pendiente, genera un efecto intimidante que hace tiempo no sentía. Paso a paso, repitiéndome que hay que ser duro para llegar arriba, después de dos horas alcanzamos la cima para inmediatamente tirarme en la hierba a beber agua de forma compulsiva. Hace tiempo que intuyo los efectos de la deshidratación.
A partir de aquí, increíblemente, en cuanto a recorrido, todo mejora. En cuando a sensaciones y condición física, todo a peor. Corremos siete kilómetros hasta el avituallamiento. Parece que vamos bien. Una vez que superas los dolores iniciales y te "calientas", correr no resulta tan penoso y hasta llegamos a mantener un ritmo elegante.
Y la última ascensión del día, poca cosa, tendida, con calma. LLevo tiempo notando mal el estómago, con amagos de nauseas. LLegando a la cumbre, me tomo una pastilla de glucosa además de todo el líquido que puedo engullir. . Ya tengo el estómago en plan lavadora. Me encuentro bastante mal, como hacía tiempo, con sensaciones similares a las de los maratones del Ironman. Estoy completamente seguro de que, como en las anteriores ocasiones, el calor es el responsable. Le digo a Valentín que tire para delante, que ya llegaré yo, que apenas restan siete kilómetros. Se queda conmigo y marcando un ritmo medio, me obliga a seguirlo. Gracias, compañero, si no fuera por ti, aún andaba por allí. De todas formas, me gustó cómo me comporté. Podía haber levantado el pie o haberme rendido pero peleé. Experiencia, más experiencia. Bajamos una irregular calzada que termina de triturar nuestros maltrechos pies y entramos corriendo en Arenas de Cabrales, emocionados, de la mano de las hijas de Valentín con un tiempo de 20 horas, 46 minutos. No he visto clasificaciones. Nos movíamos en torno a los puestos 90-95. La noche anterior partimos 248 atletas pero he leído que a meta no llegó ni la mitad de participantes.
Como curiosidad os diré que no sé cuántos litros de líquido pude ingerir en carrera, la noche de la llegada y al día siguiente. Tanto que tenía barriga. No me entraba más pero no conseguía calmar la sed. Eso nunca me había pasado. Decidí dormir en la primera pensión que encontré en Arenas. La dueña me avisó de que había verbena hasta las cinco de la mañana. No sé si llegué a escucharlos durante cinco minutos.
De lo mejor de la prueba sin duda fue compartir carrera y charlas con tan buena gente como Óscar y amigos, Valentín y familia. Nos vemos.
Nueva York no me mató, casi me matan los Picos de Europa. Una hermosa y sombría canción de Ray Lamontagne a tono con mi estado de ánimo.
"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"