Supongo que a algún lector del blog, habitual u
ocasional, alguna vez le habrá llamado la atención la foto en blanco y negro de
una chica que luce en la parte superior, en lugar preeminente de la página. Es Sophie
Scholl, guillotinada en Munich el 22 de febrero de 1943 por su pertenencia a La
Rosa Blanca, grupo de resistencia alemán contra la dictadura nazi cuya principal
arma fue la distribución de panfletos que buscaban despertar la conciencia del
pueblo alemán, apelar al menos a su resistencia pasiva.
La foto estará siempre ahí como recuerdo y homenaje al coraje de unos chicos, que desde
su inocencia e ingenuidad, se enfrentaron al poder omnímodo de un Estado que
pretendía anular al individuo negándole su dignidad e identidad; que fueron
conscientes en todo momento del riesgo que corrían y aun así, asumieron que su vida era precio
aceptable dada la trascendencia y magnitud de la empresa, la de clamar en el
silencioso desierto del país de la filosofía y la poesía, convertido entonces
en una febril maquinaria de eficacia perfecta que, triunfante, amenazaba con
destruir culturas y vidas a su paso.
Mi primera idea fue escribir un artículo sobre
Sophie Scholl, pero después pensé en enlazarlo con otras chicas que, de una u
otra forma, resistieron o se enfrentaron a unos tiempos de los más terribles de la historia. Unas chicas cuyas
existencias fueron extirpadas por la sinrazón en un continente, no hay que
olvidarlo, cuna del acervo jurídico más avanzado de la historia, lo que resultó
aún más triste. Sin embargo, a pesar de que todas ellas fueron derrotadas, su
espíritu es el que ha de triunfar por encima de siglos y cañones, porque su
fuerza silenciosa es mucho mayor, la fuerza del bien.
Porque la lucha de unas jóvenes de cuerpo frágil no
pudo desarrollarse a través de la violencia,
sino que tuvo lugar en un plano elevado, espiritual. Pensamientos, actitudes y
decisiones que atraviesan el tiempo como ejemplo inspirador, más eficaz aún que
las armas, culminado con un sacrificio que proporciona aún más sentido a su
compromiso. Su voz y palabras dan fe de
su coraje.
En los juicios posteriores a la guerra se acuñó un
concepto, el de “emigración interior”, según el cual, muchos de los
directamente implicados en los actos criminales del régimen nazi, en realidad
no estaban de acuerdo con lo que hacían; interiormente se rebelaban contra
ello, contra ellos mismos, pero cumplían con el deber que se les exigía.
En los diarios de Etty Hillesum, una judía
holandesa sobre la que escribiré en el próximo artículo, que por solidaridad,
decidió ir voluntariamente a Auschwitz,
donde pereció poco después, se articula otro concepto opuesto o espejo: el de “resistencia interior”, buscando aislarse
y vivir alejándose del loco horror que los rodea y que la convirtió en un
personaje excepcional, cuyas dudas y reflexiones me parecen fuente continua de asombro.
Estos dos desdoblamientos inventados, estas dos
ficciones que sirvieron a unos para matar y a otros para intentar sobrevivir,
jamás podrán colocarse en la misma balanza.
Siguiendo con el planteamiento, las palabras del
actor Bernhard Minetti puede que sean esclarecedoras sobre la postura de la
mayoría del pueblo alemán:
“Uno desarrollaba una especie de autoprotección al
construirse una pantalla frente al mundo, y supongo que eso constituía el
principio de esa represión que más adelante adoptaría toda la población. Yo
evité muy pronto expresarme políticamente. Pronto también oímos hablar de los
campos de concentración, pero no vinculaba a ellos la imagen que tuvimos
después, con Auschwitz o Maidanek. (…). Pero ¿me estaré excusando? ¿Qué es lo
que realmente sabía de todas aquellas cosas terribles, de Auschwitz, Maidanek,
Treblinka? Nada. Todos vivíamos envueltos en una capa, una capa de represión,
de no sentir curiosidad, de no indagar en las cosas. Yo lo llamaba:
autodefensa”
Ojalá nunca sepamos cuál sería nuestro
comportamiento en una situación así, si simplemente lo dejaríamos estar o si
trataríamos de poner remedio en aras del bien común, llegando a arriesgar
nuestra propia vida, si estaríamos dispuestos a sacrificarlo todo. Saber cuál
es nuestro temple real en una situación de vida o muerte, cuestión que salvo
Pérez Reverte tal vez nadie tenga realmente clara, albergando la duda de si nos bastaría con que nosotros y los nuestros
sobreviviéramos, fuera como fuera, por acorraladas e indignas en que se
convirtieran nuestras existencias.
Filtrando a Montaigne a través de la visión de
Zweig, cuando el mundo se sacrifica a las obsesiones de unos fanáticos, la
pregunta no es tanto “¿cómo sobrevivir?” sino “¿cómo seguir siendo plenamente
humano?”.
Algo sí tengo claro: desde nuestra imperfección, prácticamente
todos estamos deslegitimados para juzgar a casi cualquier ser humano, por lo
que me conformo con reconocer el mérito y valor de unos cuantos, los mejores,
aquí poco más que tres niñas, que desde el pasado nos siguen impartiendo lecciones.
Gracias a “El hundimiento”, la película de Oliver
Hirschbiegel, a muchos os resultarán familiares las palabras de la secretaria
de Hitler, Traudl Junge, personaje convertido en elemento conductor de la
película:
“Por aquel entonces debí de haber pasado ya muchas
veces junto a la placa conmemorativa en recuerdo de Sophie Scholl que había en
la Franz Joseph Strasse, sin haberlo notado. Un día me llamó la atención, y
cuando constaté que había sido ejecutada en 1943, que es cuando empezó de
verdad mi vida con Hitler, sufrí una profunda conmoción. Después de todo,
Sophie Scholl también había sido una jovencita de las Juventudes Hitlerianas,
una año más joven que yo, y había sabido reconocer perfectamente que se las
estaba viendo con un régimen criminal. De repente, me había sido arrebatada mi
disculpa.”
Ese despertar refleja el de todo un país que en un
principio trata de olvidar el pasado, no
meneallo y evitar depurar responsabilidades, aprovechándose ladinamente de
la coyuntura internacional, la división
de Europa y el mundo en bloques. El hecho de que cargos nazis de medio pelo
siguuieran representando papeles relevantes en las Alemanias nacidas tras el conflicto sin haber pagado su precio, se
convierte en escandaloso; también algunas condenas de escasa entidad para la
magnitud de los crímenes que se ventilan, lo que provoca la denuncia de voces
ilustres, entre ellas la de la filósofa Hannah Arendt.
A la sociedad alemana le tocó madurar y ajustar
cuentas con su pasado de una forma ejemplar y en ello ha seguido hasta hoy,
envuelta por ese difuso concepto de culpa colectiva que traspasa generaciones,
convirtiendo en ilegal cualquier reivindicación de un pasado vergonzoso,
manteniendo la memoria de la infamia al evitar la desaparición de elementos de prueba, como los campos de
concentración y exterminio.
Desde otra vertiente, también tocó reivindicar a los
pocos que se mantuvieron firmes a la hora de defender su derecho a ser hombres y mujeres libres, que también denunciaron
la muerte y la barbarie aunque no les afectara a ellos mismos. Ahí la razón de
estas páginas.
El valor y el temple lo heredaron los hermanos
Scholl de su padre, que ya se negó a alistarse en el ejército durante la
Primera Guerra Mundial porque “no podía matar a otros”, por lo que finalmente
fue enviado a transportar heridos. Durante la Segunda Guerra Mundial también
fue delatado y encarcelado por insultar a Hitler.
Sophie hereda su razonamiento en la siguiente
guerra, el llamado por Brautigan segundo intento frustrado de suicidio de la
civilización occidental, y le espeta a un país que vuelve a estar en guerra:
“no puedo entender que haya personas que pongan en continuo peligro de muerte a
otras personas… No digas que es por la patria”
Aunque los hermanos, aficionados a la filosofía,
puede que fueran algo peculiares, tanto
su hermano Hans en las Juventudes Hitlerianas como Sophie en la Liga de Chichas
Alemanas, tienen su contacto directo con el credo nacionalsocialista. A pesar
de su juventud, muestran personalidad y aplomo, no esquivan la verdad y,
espantados, abandonan la militancia. Sophie se muestra rebelde ante el estado de
las cosas, incluso a través de su inusual pelo corto.
Marcha a Munich para estudiar Filosofía y Biología,
donde varias influencias determinarán su destino, como la del arzobispo
católico de Münster, Graf von Galen, que denuncia desde el púlpito la
eliminación de enfermos y disminuidos mentales, la de Theodor Haecker, filósofo
al que se prohibía publicar o la del profesor de filosofía Kurt Huber que
también formó parte de La Rosa Blanca.
“La Rosa Blanca” fue un grupo de oposición formado
en Múnich en el verano de 1942 por
varios estudiantes de medicina y filosofía, entre ellos los hermanos Scholl,
Sophie y Hans, además del profesor de filosofía Kurt Huber, cuyas únicas
acciones fueron la promoción de la resistencia pasiva, como por ejemplo no
acudir a actos destinados a universitarios organizados por los nazis, llevar a cabo pintadas en la ciudad, así como
la distribución de unos panfletos contra el régimen nazi, cinco concretamente,
ya que el sexto redactado, nunca vio la luz. No hay que olvidar que durante una
guerra cualquier cuestionamiento al gobierno cuando los compatriotas están
muriendo en los campos de batalla, es socavar el esfuerzo en común, es
convertirse en un traidor, incluso para los menos afines al régimen. Primero la victoria,
primero Alemania, después lo demás. Esos
comportamientos son de manual en una sociedad, ese asfixiante clima es
fácilmente imaginable, incluso en nuestras sociedades, con nuestras banderas y
causas, siempre sagradas.
Como decía, su lucha se planteaba no en un plano
político o ideológico, sino más bien
espiritual: pretendían “restaurar la imagen del hombre” en el corazón de los
ciudadanos.
Es una suerte de pelea extraña contra la barbarie, siguiendo
unas reglas no habituales, marcados por un componente algo romántico o utópico.
La mejor prueba se encuentra en sus escritos:
“Pregúntales (a quienes creen en la ley del más
fuerte) si una victoria de la carne y de la violencia brutal no es una infamia
en el mundo del espíritu, si en este mundo
no valen otras leyes distintas a las de la carne, si acaso un inventor
(…) un poeta o filósofo enfermos no son más fuertes que un atleta de pocas
luces”.
“Ofreced
resistencia pasiva estéis donde estéis, impedid el avance de la máquina atea de
la guerra antes de que sea demasiado tarde, antes de que las últimas ciudades
sean un montón de escombros (…). ¡No olvidéis que cada pueblo se merece el
gobierno que tolera!”
Citando “La
legislación de Licurgo y de Solón” de Schiller: “En sí mismo, el Estado nunca
es una finalidad; tan solo importa en cuanto premisa bajo la que puede realizarse
la finalidad de la humanidad, y esta finalidad no es otra que la formación de
todas las capacidades del ser humano, el progreso”.
“Cada cual desea declararse inocente de esta
complicidad, y cada cual lo hace y se pone de nuevo a dormir con una conciencia
de lo más limpia y tranquila. Pero no puede exculparse, pues ¡cada cual es culpable,
culpable, culpable!”
“Hasta el estallido de la guerra, la mayor parte del
pueblo alemán vivía deslumbrado, los nacionalsocialistas no mostraban su
verdadera faz; pero ahora que lo hemos reconocido, debería ser el deber único y
más elevado de todo alemán –es más, su deber más sagrado-, aniquilar a esos
bestias”.
“Cada ser humano tiene derecho a un Estado eficaz y
justo que asegure tanto la libertad del individuo como el bienestar de la
comunidad”.
“Cuando un hombre ya no tiene fuerzas para exigir
sus derechos, está inevitablemente abocado a la perdición”.
“Lo que nosotros pretendemos es renovar desde dentro
el espíritu alemán”.
“No olvidéis tampoco a los pequeños bellacos de este
sistema, recordad sus nombres”.
“¿Hemos de ser un pueblo odiado y repudiado por el
mundo para siempre?”
El punto de inflexión de la guerra, Stalingrado, el
principio del fin de la Alemania nazi, a pesar de la catástrofe que supone para
sus compatriotas, para ellos es motivo de esperanza, lo que imagino sería
difícil de comprender para otros alemanes. Ahí se valen de un verso de Theodor
Korner, joven soldado voluntario en la campaña contra Napoleón: “¡Ánimo, pueblo
mío, el humo de las llamas nos señala el camino!”
Cuentan que los hermanos se comportaron con gran
serenidad en el momento de su ejecución, mostrando una gran fortaleza de ánimo.
Ellos auguraban una segura rebelión tras su muerte, especialmente en la universidad,
donde ya existía el reciente precedente de un conato de revuelta por el trato
vejatorio de los nazis a las mujeres estudiantes, a las que se conminó a
proporcionar hijos al Reich en lugar de continuar con sus estudios. Sin embargo,
la realidad fue muy distinta: el bedel
que los descubrió repartiendo los escritos, fue jaleado por los estudiantes en
las aulas un día después de que los
miembros de La Rosa Blanca fueran ejecutados.
No hay mejor forma de terminar que con las palabras
de Sophie durante el juicio: “Un pueblo superior solo quiere paz, quiere un
Dios, una conciencia, compasión moral… Muchos piensan lo mismo que nosotros
pero no se atreven a decirlo. Alguien tiene que empezar”.
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