Aunque hoy solo pienso en modo Historia del Arte, por
cuestiones administrativas no me permitieron presentar el año pasado el trabajo
de fin de grado en Derecho. No lo decía pero lo soñaba; soñaba con la matrícula
de honor que al final he conseguido y que, aunque sea más de veinte años
después de cuando debió ser, sigue
reconfortando.
Sí, la vida te lleva por caminos raros, ya lo cantaba Quique
González. A lo largo de estos años me he preguntado miles de veces por qué dejé
de presentarme a los exámenes de Derecho cuando, después de un expediente
brillante, me faltaba poco para terminar.
La respuesta me la dio un el filósofo Richard Bernstein en una
entrevista cuando, citando a Whitehead, describía el proceso educativo como
varias etapas en las que se sucedía la pasión o romance en la base, el
enamorarse de un materia, para seguir con la búsqueda de la precisión a través
del estudio y la generalización final.
Yo, a pesar de ser un enamorado de los libros desde niño,
nunca amé lo que estudiaba, equivocándome por completo en mi elección de
carrera, la que si me paro a pensar, por falta de carácter, no fue tal. Cuando el
ambiente o cierto desarraigo interno me hicieron errar el camino, no conseguí
encontrar razones para retomarlo, porque simplemente carecía de ilusión. Si
Abril decide estudiar, espero servir de mal ejemplo, algo similar a lo que también
le ocurrió a su madre con Bellas Artes.
Es curioso que el verdadero detonante para ponerme a ello
tantos años después, fuera una pulsión, esta sí constante y arrebatadora, por
estudiar algo que me gustase de verdad, en principio no más que por el placer
de aprender. Si casi siempre tengo en las manos libros raros, por qué no
dedicar esa energía a descubrir guiado y, ya de puestos, conseguir nuevos retos
y metas.
Como cuando decidía apuntarme a triatlones o ultras de
dureza extrema, todo eso sonaba muy bien tirado en el sofá o en la cama, mas
ponerse manos a la obra es algo más complejo. Estudiar es muy similar a
entrenar, se ha de acostumbrar a unos cuerpo y mente reticentes, se ha de crear
un nuevo hábito.
El contacto inicial fue algo decepcionante porque aquellas
cinco asignaturas pendientes, al pasar al Grado, se habían convertido en muchas
más y porque la UNED es más dura de lo que fue Salamanca. Por ello me costó
recuperar el ritmo crucero de las buenas notas de antaño que aspiro a mantener
constante hasta el final de Historia del Arte.
Tenía claro que el trabajo de fin de grado sería sobre
Historia o Filosofía, materias que me apasionan, de lo que, por cierto, podía
haberme dado cuenta cuando me tocó estudiarlas para encauzar por ahí mis
esfuerzos.
Ya lo comenté cuando lo presenté: el estudio y la
recopilación de información para la confección del trabajo ha sido la
experiencia académica más estimulante de mi vida, aunque plasmar por escrito el
fruto de mi trabajo y mis ideas en cincuenta folios en poco más de una semana
resultó algo ciertamente estresante.
La matrícula de honor con la oferta de trabajar en la tesis
viene a ser algo así como cerrar una puerta como es debido, es liberarme de
cierto lastre espiritual , es dejarme engañar, tal que si el tiempo no hubiera pasado
desde aquella otra matrícula de honor con la que cerré el anterior ciclo educativo
en COU, es casi creer por un instante
que en la vida transcurrida no hubo peajes y dispusiera de toda la libertad para
elegir mi futuro.
Ahora tengo que decidir el camino, benditamente mediatizado
por familia y trabajo: bajar el ritmo con Arte, o lanzarme a saco con esta
carrera para terminar cuanto antes. Un par de semanas para elegir. Lo que sí
tengo claro es que el doctorado, antes o después, aguarda, porque, al fin, es
seguir los raíles que conducen a mí mismo, es actuar conforme a mi naturaleza, es
no apartarme de lo que soy y para lo que nací, para estudiar, para aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario