domingo, 6 de julio de 2014

Consejos para sobrevivir




Leyendo un par de libros de Enrique García Guerreira, un escritor de Aldea del Obispo ya fallecido -me comentó Tomas que fue general, lo que de verdad me sorprendió-, me impresionó el extraño inicio de "El continuo ir y venir de la hormigas", un libro cuyo tema viene a ser el odio, sea cual sea su procedencia. En el capítulo que comparto descoloca el tono aséptico del tratamiento para una materia tan terrible, lográndose un efecto extraño, entre el espantoso y lo trivial  

CONSEJOS PARA SOBREVIVIR

FLORENTINO

Escucha bien, Florentino.  No tienes que adivinar cuándo va a sonar el primer disparo, sino actuar cuando suene; a partir de ese momento hay dos posibilidades: o lo hacen como deben, es decir, uno de ellos da la orden, la voz de fuego, y entonces el resto empieza a disparar; o bien empieza uno o varios y los demás los imitan. Todo el éxito del plan consiste en que te dejes caer al sonar la voz o el primer disparo, te den o no. Si te alcanzan, no hay problema: te caes solo, y lo que venga después no importa. Pero si no te hieren o te hieren levemente, te dejas caer y permaneces encogido en el suelo; pero entonces es más difícil que te den, que hagan blanco, pues, con la luz difusa de la luna, el nerviosismo, la menor superficie que presenta tu cuerpo tendido en su dirección –pon atención a esto, cuando te dejes caer no lo hagas cruzando el cuerpo, ponte perpendicular a la línea de tiro- es más difícil que te den. Precisamente entonces es cuando debes rodar hacia el hoyo. Si lo consigues, empiezas a estar a salvo. 

Cuando dejen de tirar, cogerán los cuerpos de tus compañeros e irán arrastrándolos hacia el hoyo. Los cuerpos caerán sobre ti. No suelen dar tiro de gracia… Y, aunque lo hagan sobre alguno de los otros, no creo que se molesten en dártelo a ti, que estás quieto, muerto, en el fondo del hoyo. Te caerán los cuerpos encima. Procura arquear el tuyo para hacer, después, una especie de cámara. Luego, ponte de lado. Cuando empiecen a echar tierra cierra bien los ojos y protege la boca y la nariz con la tela de una camisa o de un pantalón. No pierden el tiempo en llenar del todo el hoyo, echan solo la tierra suficiente para cubrir los cuerpos de arriba. Cuando dejes de oír el golpe sordo de las paletadas, puedes empezar a intentar salir. 
      - ¿Enseguida?
- Enseguida. Ellos se irán en cuanto echen la última. No estarán allí ni un segundo más. Siempre les entra una prisa loca al final. Empieza a clarear el alba, la tapia fosforece a la luz de la luna, se ha hecho un silencio total, huele a muerte, sus manos están manchadas de tierra y de sangre, tienen que irse, todo ha terminado allí, han cumplido con su deber, pero ahora la euforia de la llegada, de los preparativos, de la ejecución,  ha pasado y el deber no está tan claro, desde un rincón de cada una de sus conciencias se levanta una voz que es cada vez más alta, hasta que es un grito; no es tan cierto, ni mucho menos, que haya que eliminar a todos los que no piensen como nosotros, no es tan seguro que tengamos derecho a matarlos, vamos, deprisa, vamos, toda la noche sin dormir y la otra y la otra…

Y empieza a amanecer. Aquí, en España, empieza a amanecer. Así que tienes que darte prisa, para poder salir antes de que sea de día, la media luz del alba es la más propicia, aunque estarás solo, nadie se acercará por allí, si acaso algún perro. Si has conseguido hacer la cámara que te dije, te sobrará aire para respirar durante el tiempo que tardes en salir. Y ¡atención!, acabo de decirte que hay que darse prisa; no me desdigo; pero quiero decir prisa en el sentido de no perder el tiempo, no de precipitación. Una prisa calculada, lenta, precisa. Tienes que abrirte camino entre ocho o diez cuerpos que están encima de ti y entre la tierra con la que los han cubierto.  Trabaja de lado, de costado, con la cara vuelta hacia abajo. Los ojos, siempre cerrados. Primero tienes que liberar los brazos encogiéndolos y estirándolos, haciendo presión con los codos y las manos. Mantén, por ahora, quietas las piernas. Primero tienes que liberar los brazos. Con calma, empujando solo sobre uno de los cuerpos que tienes encima, el de la derecha o el de la izquierda, aquel que veas que cede mejor, que puedes desplazar más y con más facilidad. Empújalo, empújalo. Al mismo tiempo, vete levantando las rodillas para que el que está arriba, encima del que has desplazado, no se deslice, en todo en parte, para ocupar su hueco. Tantea, antes de cada movimiento, la posición de los cuerpos. Busca las cabezas, que pesan más, las piernas y los brazos, que pueden trabarse. La tierra que vaya cayendo, apriétala contra la tierra, vete metiéndola debajo de tu cuerpo. Deprisa, levántate, no desesperes, no te pongas nervioso.  Sobre todo no pienses. Tú, a lo tuyo. Ya pensarás después, ya temblarás después. Ahora a lo tuyo. Has subido un escalón, estás, como si dijéramos, en el segundo nivel. Seguramente ya no tienes más que una fila de cuerpos encima, tres o cuatro. Y, sobre ellos, veinte o treinta centímetros de tierra.  Ánimo. Deprisa, pero descansa, no te agotes. Vas a salir, seguro. Es una cuestión de paciencia, de tiempo y de método. Quita tierra, empuja, más, con cuidado, sécate las manos, la tierra y la sangre se te pegan, es como si tuvieras puestos unos pesados guantes, como si las tuvieras hinchadas, límpialas, sigue así, despacio, cuidado con la tierra que cae, mantén cerrados los ojos, protege la boca y la nariz, despacio, deprisa, despacio, empuja, despacio. No pienses. Sí, ya habrá salido el sol, pero no te preocupes, no habrá nadie, nadie. Nadie va por allí, ni de día ni de noche desde que empezó esto. Solo ellos y vosotros. Y ellos se han ido. Ya están en la cama intentando dormir. Tú también tienes sueño, no has dormido esta noche, ni anoche, ni antes de anoche.  Pero no te hace falta intentar estar despierto, estás despierto, estás más despierto que nunca has estado, aunque tengas los ojos cerrándose y estés cansado, cansado… Continúa, ya no hay ningún cuerpo encima, solo tierra. Mete la mano en ella, escarba, sepárala, déjala caer; ves, va llenando los huecos, saca la mano, es el frío del amanecer, el aire sobre la piel mojada. Ya está. Ahora tienes que ir agrandando el agujero, mueve la mano hacia los lados, hacia atrás, hacia adelante, como si remaras. Saca la otra también; separa y junta los codos, así. Ízate un poco, mueve el cuerpo a derecha y a izquierda para que se deslice la tierra, empuja hacia arriba, flexiona las piernas, arriba, abajo, uno, dos, así, despacio, descansa, respira, no, no abras los ojos todavía. Apóyate en los cuerpos de al lado y en los de debajo, empuja, empuja, quieto, quieto, ahora, emerge, surge, sal: ya está. Límpiate las manos, luego la cara, no abras los ojos de repente, poco a poco, mira la luna, no, es el sol entre la bruma del alba, blanco y ocre; no mires al sol, no mires nada, mira las copas de los cipreses, verdes, altas, y al cielo; descansa, no llores, descansa, escupe, límpiate mejor las manos y la cara, descansa, mira al cielo, yérguete, estás vivo. Levántate y anda.

2 comentarios:

Luis Epicteto dijo...

Estremecedor. Gracias por compartirlo.

Atalanta dijo...

Me alegro que te gustara, Luis.