Hay lugares propicios para buscar y encontrarse, para la
mística, sea la de verdad o la de saldo, la de estos tiempos raros en que se
demanda profundidad inmediata y accesible; lugares para la experiencia de lo
divino o trascendente que hay en nosotros, y pocos los habrá tan adecuados como
ese escalón entre la Sierra de Francia y Batuecas, una de esas tierras en las
que las fuerzas telúricas pugnan por elevarse y empapar todo lo que habita
sobre ella.
La ascesis son las reglas y prácticas encaminadas para la
liberación del espíritu y alcanzar la virtud. El éxtasis del místico requiere
disciplina, apartarse de todo, vaciarse para llegar al no ser y así, alcanzar
la plenitud, ser. El camino es largo y exige convicción, voluntad y sacrificio.
También el nuestro.
Un camino que comienza dejando atrás La Alberca,
internándonos en el Valle del Lera. Entrante del día en forma de fácil pista
atravesando un pinar, ensamblada por la unión de dos pequeños tramos, uno de
ascenso y otro de descenso hasta cruzar
nuestro primer río. Entonces encararemos de forma franca, sin engaños, la Peña
de Francia que se muestra majestuosa y desafiante allá a los lejos,
obligándonos siempre a fijar allá arriba
la mirada.
Volvemos a unos cientos de metros de pista, después camino, más
tarde la todavía inofensiva puñalada de un pequeño y recio tramo de cortafuegos
para enlazar con el sendero que nos llevará a la cima. Al final, el vía crucis, aquí camino de cruces en
sentido literal, dejando cruces de piedra atrás a nuestro paso, y vía crucis en sentido figurado con un
trecho final especialmente exigente, más de lo que parece, el precio para
llegar a una cima que se adivina especial y mágica desde el principio, desde el
principio de la carrera, desde el principio de la vida; porque para mí, que
subo cada año en tantas ocasiones entrenando, paseando o en bicicleta, que
incluso me casé alli, sigue manteniendo inmaculado su encanto. Una estación del
vía crucis es el “Encuentro con la
Virgen” y aquí, después de completar la ascensión, pasaremos junto a la puerta
de unos de los santuarios marianos más visitados y renombrados, justo unos
metros antes de comenzar el descenso.
Bien, ha sido duro, pero todo marcha bien, somos felices,
hemos completado la subida de más altura, la que parece más larga, y ahora toca
descender por un camino con la dificultad justa para ser divertido, para que
los prudentes se lo tomen con calma, para que los más arrojados puedan volar
sin peligro hasta el valle que conduce a Monsagro. A la vera del Agadón, comenzaremos
a ir deprisa, cada zancada un poco más rápido, porque el terreno invita, tira
de nosotros y aunque hay estrechamientos, giros y pequeños obstáculos motivados
por afloraciones rocosas o cambios de relieve, todo se nos antoja fácil, poca
cosa. El contraste ente el frío de las zonas de umbría con el reconfortante sol
de invierno, el fugaz tránsito entre luz
y sombra motivada por la alternancia de zonas descubiertas y los árboles de galería que crecen junto en la
ribera, junto al mullido y acogedor terreno, acrecienta nuestra percepción de
velocidad, mientras sentimos que los helechos o hierbas que dejamos a nuestro
paso adhieren a nuestras zapatillas y prendas pedazos de noche en forma de
gotas de rocío o esquirlas de hielo.
Pero todo lo bueno se acaba, cambiamos de dirección mientras
fruncimos el ceño pensando que puede que hayamos marchado demasiado aprisa, que
hayamos dilapidado de fuerzas que más tarde necesitaremos. Sin embargo, vemos
el punto kilométrico: 16. No importa, casi la mitad de carrera y nos seguimos encontrando bien. Buen momento
para alimentarse y repostar mientras afrontamos lo que resta, que aunque aquel
kilómetro nos quiera embaucar, es casi todo.
Justo en la mitad del recorrido, toca afrontar una ascensión
sin complicaciones, ni por dureza, ni por dificultades técnicas. Es el paraje
más convencional, más humano, donde todo parece menos especial. Sí, todo a tu
alrededor son montañas y trotas o caminas por un precioso valle, pero quieres
salir de esa vía porque sientes que en algo traiciona el alma del lugar, el
espíritu de la prueba, solo apta para motores conscientes, no para fríos
motores de explosión. El terreno no es
exigente y comienzas a trotar, el perfil lo permite y no tarda más de dos
kilómetros llegar al escalón que te sacará de allí y que ya adivinabas
complicado. El verdadero trailero
huye de las pistas y ahora, mientras tienes lo que quieres, mientras sufres y
negocias con el desordenado aluvión de pedruscos que es la rampa que acometes,
dónde colocar cada pie, y sientes en tus riñones la verdadera diferencia entre
el desnivel asumible para el que solo necesitas pulmones, corazón y piernas,
del que exige algo más en forma de riñones y decisión; la voluntad que te
empuja a no bajar el ritmo porque sabes que la ascensión apenas llega a un
kilómetro y puedes arriesgar. Es la purga que determinará si eres lo bastante duro
para apostar en pos de la purificación o casi una forma de seppuku si llegas al final tocado. Arriba el premio, el
paraje de “Los puertitos”, el balcón
entre Castilla y Extremadura en el que se adivina el sendero que, en apenas
unos pocos metros de desnivel pronunciado, completados mientras recuperamos
aliento, nos conducirá a otro lugar encantado que ya promete sin haber visto.
Vayas sangrando o confiando en tu fortaleza, vuelve a alimentarte,
porque tu cuerpo lo exigirá para llegar y disfrutar de verdad de la recompensa
que buscamos desde que nuestro camino comenzó. El tramo de descenso inicial es
más acusado, tiene los pasos más complicados de afrontar de toda la prueba, donde
hay que pararse y atender a los avisos de los colaboradores que por allí se
distribuirán. No existe riesgo grave, más que el de algún molesto resbalón por
los suave de unas rocas pulidas por siglos de crecidas del río Batuecas, caída que
nos obligue a llevarnos algún pequeño recuerdo en forma de muesca roja o
violácea. Bastará atender y hacer uso de las medidas de seguridad para que toda transcurra según el feliz guión.
Aprovecha la ralentización, los segundos de pausa para levantar la vista
mientras se recupera sosiego y adivina lo que se ofrece río abajo, entre las
siluetas de las pequeñas encinas que se aferran a la vida en cada puñado de
tierra. Empieza a hacer calor y sientes que todo está cambiando, que estás muy
lejos de aquella mañana entre pinares en la que salías de La Alberca camino de
La Peña, que solo valiéndote de tus
fuerzas has abierto la puerta a un mundo aparte, que son dos primaveras distintas
al alcance de la mano, dos luces distintas, entre el hielo y el fuego.
Después de atravesar los pasos más complicados, toca volver
a correr. Como camino de Monsagro, el silencio lo albergas en tu interior,
porque en alto sigue hablando el cauce de agua en la misma lengua que te cantaba
el Agadón, pero este río, el Batuecas, es diferente, porque a medida que
avanzas y te internas en un vergel mediterráneo fuera de lugar, repleto de
robles, encinas, madroños o acebo, el cauce acoge más agua y las pozas de agua
cristalina se alternan con lisas y verticales paredes donde hombres de más allá
de la historia firmaron algo del legado que leemos miles de años después. Este
era su mundo, en el que decidieron quedarse a vivir, como aquella tribu apache
que utiliza la palabra “Bosque” para referirse al mundo. El que también
eligieron aprendices de eremitas para recluirse y no salir jamás de este
bosque, porque puede que no se necesite más mundo por descubrir que el interior.
Estás cansado, llevas ya muchos kilómetros, horas y cuestas,
pero te si sientes bien. Parece que las piernas en las ligeras o pronunciadas
rampas, todas ellas cortas, pesan algo más, pero estamos tan cerca de meta que
qué importa lanzarse al vacío, hasta el monasterio; después ya veremos. Si, ya
es Km. 28 y solo me quedan 7 hasta meta. Ay, hermano, “¡Tente, bala!”…, y mejor,
repiénsalo por un instante.
Expulsados del paraíso a las llamas del infierno. Dejas
atrás Batuecas, reflejado mejor que nada en la imagen del Monasterio del Santo
Desierto de San José de las Batuecas que se resiste a desaparecer y alejarse en
cada giro del camino, hoy con una enorme tela alusiva al de la ilustre
carmelita descalza que decía aquello de que la vida aquí abajo no es más que
una mala noche en una mala posada. Ya intuyes que algo de lo malo te espera,
mientras dejas atrás tierras de misterios o encantos como Batuecas o las
linderas Hurdes, esa tierra algo inventada por los hombres, “Hija de los
hombres” que decía Unamuno, te acoges a tirar de lo que haya, lo que se
albergue dentro de ti, del maldito milagro, porque por primera vez eres
consciente de que no marchas tan fino y suave como pensabas. La confianza,
clave de bóveda en el fondo, comienza a resquebrajarse.
Empiezas a pensar que tal vez deberías haber comido más o
corrido menos, pero al fin caes en la cuenta que estos aspirantes a ascetas que
habitaban en La Peña o en Batuecas saben que el verdadero camino no es el feliz
al paraíso sino el de la cruz y el dolor, la ascensión al Calvario, al Gólgota.
Y o mucho me equivoco o estas palabras serán proféticas para ti también: esta
ascensión será una muerte prolongada y artera porque te engañará varias veces
pensando que ya llega el final, que la pasión terminó, que puede que al final
fueran menos de los cuatro kilómetros que marcaba el rutómetro, y que cuando viste
el perfil el día que te apuntaste sentado frente al ordenador de tu habitación,
no te parecieron tantos. Mas tenían
razón: son 4 kilómetros, pero ahora que casi voy llegando a la cima sin haber
podido trotar más que unos metros, me parecen muchos más.
Llegas arriba, al Portillo, al descampado atravesado por la carretera. Aunque nunca fue tu intención
cuando comenzaste ni cuando volabas hacia Batuecas, piensas que podías parar un
instante para ver el paisaje o comer
algo o qué sé yo, pero para Alberca, para meta, solo faltan 2 kilómetros. Duelen
las piernas aunque me niegue a creerlo.
Comienzo a bajar hacia La Alberca. Se trata de cuesta abajo
y terreno fácil pero me cuesta coger ritmo y
pensar en meta, pienso más en que estoy agotado y algo derrotado. Todo es fugaz, irreal, trato racionalizar, pensar que
todo está terminado, pero me parece tan largo lo que resta…, hasta que diviso
las casas de La Alberca y despierto del sueño: ya estoy aquí y decido acelerar,
puede que mis piernas hagan caso, puede que no. Ahora lo entiendo, ahora recuerdo
que la última estación del vía crucis era la “Resurrección” y una cosa me queda
clara: la travesía ha concluido pero quiero volver a embarcarme para encontrar
lo que busco.
He seguido el camino, he llegado al vacío, pero aún no he
logrado entender su valor, el que Tao Te
King le atribuye, el de la rueda, el de la vasija, lo verdaderamente importante.
No he logrado liberarme. He corrido si dorsal, con amigos, hablando pero cada
uno protegido por su propio silencio. El 29 de marzo lo volveré a hacer con
dorsal, rodeado de sueños y miedos, de la agonía en silencio, la del camino que
nunca termina. Pero entiendo una vez más al loco de
Alex Supertramp, entiendo al eremita, entiendo por qué Jesús siempre iba al
monte a orar, a encontrarse con esa gota de eterno que habita en nosotros, con
la consciencia, al fin el sentido oculto del ser humano, que se persigue en
estas tierras desde antaño, generación tras generación.
El Trail 3 Valles, si estás empezando en el trail, será la
exigente piedra de toque para demostrar y descubrir si has progresado tanto
como crees; si eres perro viejo, una muesca obligatorio en el curriculum,
porque te aseguro que de estas tienes pocas, en las que la relación kilómetros-belleza
se ofrece al peso, nunca tan justa la balanza. Si tienes dudas sobre tu
preparación, condiciones o temple, tienes la posibilidad de dar el primer paso:
el cross de 18 kilometros.
Nos vemos el 29 de marzo
4 comentarios:
Muy bueno, compadre.
Gracias, compadre, esa carrera es muy nuestra, nos llega; y aún no lo revisé, que quedó pendiente, pero el tiempo y la pereza. Mañana. Hay cosillas que retocas.
Impresionante descripción , leerla es como si me hubiera transportado por ese paraíso. ¡ Qué maravilla !. Estoy deseando participar en esta carrera , y dudo entre hacer 18 0 35, solo por no perderme ninguno de estos sentimientos que ha despertado en mí este relato.
Muchas gracias, Gonzalo, me alegro que te haya gustado. Hombre, el recorrido completo es el que lo tiene todo, el que describo. No sé de tu experiencia. Es más duro de lo que 35 kms. podría dar a entender. Si te apuntas a esta, ves con tiento, guardando siempre algo para la subida final desde Batuecas, que, aunque está ahí ya la meta, se puede hacer muy dura.
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