Resulta inevitable, a la vista de los hechos del pasado, cierta tendencia a examinar la historia como destino, el mismo que unió a a dos personajes ilustres del siglo pasado, al hoy escritor de moda, Stefan Zweig, y al pensador Walter Benajmin. Destino común en forma de suicidio, el del primero en Brasil en 1942, humanista horrorizado por una Europa entera bajo el imperio nazi; el de Benjamin en España dos años antes, en Portbou, incapaz ya de luchar por su vida contra la adversidad y la persecución. Ambos judíos, ambos espantados por la inacapacidad de su amada e inabarcable cultura germana para frenar lo impensable, la victoria del terrible poder del mal.
“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese
cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a
lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca
abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el
ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde
ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe
que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a
los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y
recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad
se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas.
Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve
la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciencio hasta el
cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”.
(Walter Benjamin)
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