1987, pronto cumpliría 17 años, terminábamos el bachillerato, comenzaba el verano. Veranos en los que hacíamos poco más que jugar a baloncesto a todas horas.
Se celebraba el Campeonato de Europa en Grecia, tiempos en los que era posible ganar a los universitarios de Estados Unidos, imposible a la invencible Unión Soviética. Pero ocurrió en aquella final de Atenas, en aquel pabellón al que llamaban de la Paz y la Amistad, lo que no dejaba de tener gracia, dada la facilidad del aficionado heleno a hacer volar dracmas cuando no gustaba de lo que ocurría en la cancha.
Sin embargo, sucedió en una vibrante final que dicen los reporteros; una Grecia comandada por unos tipos mal encarados, carentes por completo del glamour que lucen las estrellas de hoy, llamados Gallis, Faussolas y Yannnakis, vencieron a aquella mítica camiseta roja de la CCCP
Y es que sí, a los 17 años, la historia, la vida está por escribirse y lo soñado puede cumplirse, no hay nada que pueda salir mal, no hay plan B. Hasta ganar a la Unión Soviética a baloncesto. En ello estamos.
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