Vamos a relatar lo que viene siendo una prueba de ultrafondo de montaña a la usanza. Iba a decir a la vieja usanza pero esto de viejo, tiene bastante a poco. Es en los últimos años cuando el crecimiento tanto de pruebas como de participantes ha experimentado un desarrollo, por momentos y en algunos aspectos, incluso preocupantes. Es sorprendente cómo ha ido evolucionando el mundo del material del corredor de montaña en los últimos tiempos. Hay verdaderos figurines con lo último de lo último. A mí me da que esta actividad es bastante más simple de cómo nos la quieren presentar pero al fin y al cabo, todo esto es un gran mercado al que se le vislumbran unas posibilidades tremendas.
Igual que a Madrid le falta un ironman, carencia que parece ser, será subsanada el próximo 11 de Septiembre -mal día, aunque los auspicios no son buenos, confiemos en que sobreviva- , también echaba de menos un ultratrail de montaña. La legión de corredores montañeros de ese inmenso panal así lo demandaba. No es necesario ir a los Pirineos, a Euskadi, a Los Alpes. Podemos pasarlo igual de mal a la puerta de casa. Ahí estaba el "irresistible" gancho de la prueba.
Mi impresión sobre la carrera es en general positivo. El circuito me ha parecido menos montañero de lo que esperaba. En mi opinión hay demasiados tramos de pista para los que estaría bien buscar alternativas si es posible. La organización perfecta. Yo me perdí dos veces pero fue más debido a nuestra negligencia que a la de la organización. A pesar de los cinco mil metros de desnivel positivo y mis más de ciento veinte kilómetros de montaña -medía más y con las dos pérdidas, ya sí que me salí de la tabla-, mi impresión general es que no es tan dura como se esperaba o es que quizá me estoy mal acostumbrado a sufrir. A ver, entiéndanme, si alguien me ve ayer por las calles de Guadarrama, echándome un siestón descalzo en un parque a la sombra, caminando como un "ecce homo" doliente, haciendo cualquier movimiento al ralentí, metido en la fuente del pueblo cual guiri borracho, dando vueltas a la misma con cara de gustito, mientras mis maltrechas piernas y mis pies hinchados agradecen el frescor del agua de la sierra, podrá pensar que soy un fantasma. Es una carrera dura, muy dura pero no de las más duras. Entrenando y corriendo con cabeza, esta prueba se pude hacer muy bien. Ya sabes a lo que vienes, al deterioro total y a partir de ahí, a sobrevivir y tirar de cabeza.
Vamos con una crónica de mi experiencia propiamente dicha. No tengo fotos porque perdí la cámara. Ha sido después de carrera, creo que en el pabellón. Confiemos en que aparezca, que el que la encontrara, la devuelva -mi carnet estaba en la funda-. Supongo que la organización pronto facilitará fotografías de los participantes para poder poner alguna mía.
8 de la mañana. Salida. Tengo en mente salir a buen ritmo y luego ya se verá. Subida a La Maliciosa, quizá la más dura de la carrera pero vamos frescos y se hace bien, rápido. Arriba comienza a llover y la niebla nos envuelve pero no hace frío. Se oye algún trueno pero el tiempo no empeora.
Bajamos rápido corriendo hasta el Collado de la Dehesilla -una bonita zona que más tarde un madrileño me dijo que se trataba de la mítica Pedriza-. Me siento fuerte, no dejo de pasar gente. No debo andar mal en la clasificación. Bajamos volando para encarar el ascenso a la Morcuera a mediodía. Subiendo por una larga pista, me empiezo a dar cuenta que comienzo a sentir síntomas de debilidad. He comido bien, pero subiendo engullo todo lo que puedo aunque no dejo de tener sed. A pesar de tener mucha suerte con el tiempo, creo que ha sido la carrera que más líquido he bebido. Voy viendo que la gente que marcha a mi alrededor tampoco anda "muy allá". No sé si es porque se trataba de la primera edición pero he visto actitudes muy extrañas, como de muy pardillo en algunos momentos. Gente que marchando jodida -eso se nota en la forma de caminar-, subiendo una pista, se ponía a correr pequeños tramos para únicamente salirse de punto y desperdiciar fuerzas que después necesitarás, sin ganar nada a cambio.
LLego a la Morcuera supongo que por el lado de la que me pareció la famosa última rampa del puerto tan "mentá" por ciclistas y triatletas (la que se baja en la "Perico"). No es ni el km. 40 y estoy muy cansado. Me echo a descansar en el avituallamiento mientras como y bebo demasiado. El descenso hasta Rascafría es fácil pero voy tan "empazonado" que se me hace cuesta arriba la cuesta abajo. Todo ese tramo se debe hacer corriendo pero me detengo de vez en cuando para seguir caminando. Ya empiezo a pensar que madre mía... todo lo que falta. Malos pensamientos demasiado pronto. "¡¡¡ SSappe!!!" Una pista monótona y eterna -hay que buscar otra alternativa en ediciones posteriores- nos conduce al pueblo. Pasamos junto a unas piscinas naturales en torno a las cuatro de la tarde, con un agua que de tan fresquita que parece, sólo invita a pegarse un chapuzón. Ves a las señoritas tumbadas en biquini en la hierba y sólo te apetece sentarte a tomar una cerveza y echarte un buena siesta. Pasa el espejismo, llegamos a Rascafría. Otra vez como y bebo demasiado pero es que....¡¡TENGO HAMBRE!!. No puedo ni trotar hasta el inicio de la subida al Reventón. Me han ido metiendo miedo con este ascenso pero no es tan duro. Siempre es mejor esperar lo peor. Es larga pero se hace bien. Al principio me costó coger un buen ritmo, voy medio fundido, pero me fui estabilizando y llegué arriba entero.
Consigo correr por las crestas hasta Claveles en la que a mí me pareció la zona más bonita de la carrera. En el segmento en que me mueve todos están obsesionados con llegar a hacer la bajada de Peñalara de día. Objetivo conseguido. Mientras gestiono con prudencia la zona de los batolitos entre Claveles y Peñalara, pienso que pasar esto de noche debe tener su gracia. Tras el descenso propiamente dicho de Peñalara, en el puesto de control nos informan de que España marcha 0-0, que han fallado dos penaltis y bla, bla, bla.... ¿os suena? Hasta la Granja hay un primera zona entre pinares muy agradable y acogedora. Me he quedado solo y voy pensando en que es curioso que España entera esté sufriendo con el partido delante de la tele y yo me encuentre aquí perdido, en medio del silencio mientras comienza a anochecer, sintiendo la amenazante llegada de los múltiples dolores que están por venir. De pronto, en medio del monte se oye un "¡¡¡¡GOOOOOLL!!!" -algún participante llevaba radio-. Hay que rendirse. Es un enemigo demasido fuerte. Para escapar, habría que vivir en Marte... y "cuidao".
El último tramo de descenso hasta La Granja es complicado, pronunciado. Aquí me saltan todas las alarmas. Los pies me duelen horrores. LLevo las plantas machacaditas. Un par de uñas me están dando la lata. Cada vez que me tropiezo, blasfemo sin remedio. Los cuadriceps me arden. Estoy escocido, tengo rozaduras en "mis partes", en los dedos de las manos a pesar de llevar guantes para los bastones -es la primera vez que los uso este año y en este recorrido no son necesarios-, una herida en la espalda... Toca sufrir. LLego a La Granja. Bocadillo de salchichón y cocacola y para delante. Echo de menos algo de pasta. Los pies mejor ni tocarlos que sólo empeoras. Nos queda toda la noche por delante.
Me han dicho que el ascenso a Fuenfría y Navacerrada es suave. Pasan los kilómetros y así lo parece. Empiezo a charlar con Juan Carlos, un chaval de Madrid, después se nos une Álvaro que iba algo más tocado y así hemos ido ya hasta el final, contando la vida. Esos kilómetros nocturnos en compañia pasan más rápido.
Nos perdimos dos veces. Como eran de la zona, pensé que conocían el circuito. Para los que sepáis el recorrido, nos subimos la "Carretera de la República" entera, una especie de Mortirolo hasta que al llegar arriba nos dimos cuenta que no había señales. Hemos tenido que ir por la pista hasta enlazar con Fuenfría. La organización nos dijo que habremos hecho cuatro o cinco kilómetros más, evitando una cuesta muy dura de subida.
En una hora justa hacemos el "Camio Schmidt" hasta el Puerto de Navacerrada, caldito en el Albergue de Peñalara y subida de un kilómetro antes de iniciar el descenso a meta. En algún momento del sendero por el que trascurre la tubería -para los de Madrid-, no enlazamos con el desvío de descenso que marcaba la carrera y hemos seguido "tó palante" hasta la "pista de las bicis" con lo que hemos tenido que bajarla y retroceder hasta donde enlazaba con el sendero hacia Navacerrada. Ahí ya no sé qué propina llevaríamos. Con estos paseos nuestras optimistas previsiones han ido pasando de las 22 a las 24 horas.
El último sendero hasta Navacerrada se hace bien. La última pista, llena de pequeñas piedras que trocean mis plantas, en parte debido a que mis zapatilllas ya llevan demasiada horas de vuelo y no me atreví con las nuevas por si no estaban "hechas", se nos hace mucho más larga que en el inicio de la aventura veinticuatro horas antes, cuando éramos todo ganas, fuerza y risas. Al entrar en el pueblo, me adelanta un grupillo corriendo que me anima a que los siga. Marcho con ellos a buen ritmo algo más de un kilómetro, alcanzando a otros participantes que se suben al tren, entrando en meta un pequeño pelotón de unos diez atletas, donde me sentí fuerte y que me hizo pensar que tal vez me debería haber animado a correr antes. Ya veremos en otra ocasión. Todo es experiencia. Buen entreno para Tor de Géants, la cita clave del año. 23 horas y cuarenta y cinco minutos. Puesto 117 de 260 participantes llegados a meta. 221 abandonos.
Una hora después, tras ducharme y masajearme los pies -ay que gustito, por Dios-, consigo dormir algo más de una hora tirado en la esterilla con mi saco en una puerta del pabellón.
Después de escribir esta crónica, cuanto más tiempo pasa, mejor recuerdo tengo. A esta carrera volveré. Se puede hacer en mucho menos tiempo e irte a la cama a la hora de una persona medio normal o incluso a la de las personas normales, la de después de las cervezas una noche de un sábado de julio.
Durante la primera parte de la carrera, cuando todo iba bien -después ya sólo pienso en soldados pasando penalidades-, se me metió en la cabeza la música de la banda sonora de "El último mohicano". Ese bucle de violín infinito que suena mientras Daniel Day Lewis, durante toda la película, recorre kilómetros a través de los senderos de los montes del Canadá. Entonces no sabíamos que esto de correr por las montañas era algo factible. El último mohicano, ¿el primer "trailero" de la historia? En tiempos me contaba un amigo que vio a Stephane Grappelli, famoso violinista de jazz francés, tocar esta pieza. El hombre estaba a las puertas del último viaje, casi lo tenían que llevar en brazos hasta la silla del escenario. Era entonces cuando se ponía a tocar el violín de una forma sorprendentemente enérgica y endiablada. La poca vida que le quedaba se le escapaba a borbotones a través de su instrumento.