"El corto verano de la anarquía", hermoso y triste título a la vez, el del libro de Hans Magnus Enzernsberger, en el que partiendo de la figura de Durruti, se amplía el plano para retratar el movimiento anarquista español y sobre todo el verano del 1936, el periodo en que por primera y única ocasión tuvieron la posibilidad de alcanzar sus objetivos, una nueva forma de sociedad. El comunismo libertario, "la organización de la indisciplina". Puede que fuera la necesidad de transigir con la vista puesta en un bien superior común -ganar la guerra-, puede que las hipotecas inherentes al juego político o el tratar de calmar a las democracias occidentales que veían con recelo el posible triunfo de una revolución anarquista en España, puede que asustara conseguir lo imposible -el gastado "vigila lo que deseas, podrías conseguirlo"- pero en definitiva, día a día, la victoria se fue desangrando sin apenas llegar a nada, perdiendo fuerza progresivamente.
A lo largo de su historia, el anarquismo solo fue realmente poderoso en España donde la CNT llegó a contar con cientos de miles de afiliados, más concretamente en Cataluña, más concretamente en Barcelona. Después de una agitada historia de violencia y lucha, la CNT y su rama poítica, la FAI, fueron los verdaderos responsables de sofocar el alzamiento militar en Barcelona. Tras ese duro episodio, todo el poder fue suyo. Por falta de claridad y divisiones, no supieron encauzarlo en una dirección fructífera.
El movimiento más puro renegaba de la Moral, pero al mismo tiempo era dueño de unos principios innegociables que finalmente chocaron con la realidad. Como ocurre siempre en estos casos, junto a personas íntegras en sus convicciones hasta lo enfermizo y un espíritu de lucha frente al poder político y económico puesto a prueba durante largos y duros años, se mezclaron los elementos que siempre se arriman al sol que más calienta y esos otros que simplemente malinterpretan mensajes, quedándose con lo más superficial sin llegar a comprender nada.
"Para mucha gente la revolución consistía principalmente en repartir el botín y disfrutarlo". Se dio lugar a todo tipo de abusos criminales, asesinatos, saqueos, corrupción en abastecimientos. Soldados que alegando que forman parte de milicias voluntarias, abandonaban el frente o el ejército cuando les parecía, que despreciaban a los pocos oficiales que permanecieron fieles a la República y que trataban de organizar un ejército eficiente, mientras tantos se empeñaban en votar cada decisión en infinitos comités. LLegan a los pueblos y, en muchas ocasiones, los que deberían ser los adalides de la libertad y de un mundo nuevo, se comportan como una potencia ocupante. Además no se puede obviar cierta superioridad "intelectual" que pretende ostentar el obrero urbano sobre el digno campesino, tal y como cuenta Simon Weil, la filósofa francesa, primero entusiasta y después desengañada miembro de las milicias anarquistas.
El libro describe a Durruti utilizando las palabras literales de muchas de las personas que lo conocieron a lo largo de su vida. Personaje de proporciones legendarias del que no se conoce la frontera real entre invención y verdad y cuya figura personifica esa contradicción entre sus sueños y el bregar diario, más en una guerra. Él mismo dice que se encuentra "dividido en su interior". Trata de ser justo y castigar los abusos cometidos, enfrentarse a la falta de preparación o entereza ante las dificultades, trata de razonar con la sinrazón, anclado siempre a sus quiméricos ideales.
"Lo que hace falta es un avance colectivo, un esfuerzo unitario, ímpetu y entusiasmo. En la votación cada uno piensa para sí mismo. La votación revela egoísmo"
Al final la condición humana es miserable y débil y ahí radica la imposibilidad de llevar a la práctica un sistema como el anarquista, de carácter meramente asambleario que reniega del cualquier estado, incluida la, para ellos, república burguesa de 1931 o el que ya se sabía criminal estado comunista soviético. Los principios chocan con la realidad.
¿Cómo renegar de la disciplina para combatir? En alas del entusiasmo y la pasión, no se vencen batallas. Durruti dice: "Sé que la disciplina es necesaria en la guerra, pero esta disciplina debe ser interior y debe nacer del objetivo por el cual se lucha". Lástima que esta máxima solo sirva para rocas como él y muchos de los viejos compañeros de lucha, exponentes de un movimiento extraño y romántico como es la anarquía, capaz aún de proponer una nueva y radical forma de vida. El General Líster describe a Durruti com una víctima de las mismas ideas por las que luchaba.
Durruti estaba fabricado de una madera extraordinaria y más que nada, la prueba es que, a pesar de haber pasado millones por sus manos -ya que participó en numerosos atracos desde los años veinte, destinados al sindicato-, murió sin nada, apenas sus ropas. Tal vez, de haber triunfado su revolución, hubiera seguido un sino similar al Che. Hombres de acción a los que espanta la codicia, reticentes a contemplar cómo se resquebrajan sus ideales al tratar de ponerlos en pie durante el sordo y espeso quehacer diario.
El libro termina con un contundente e inspirador párrafo sobre alguno de aquellos luchadores, entonces envejecidos y exiliados. Tal vez esa capacidad para luchar por un sueño, tal vez soñar de forma honesta, ya sea una gran victoria.
"Estos revolucionarios de otros tiempos han envejecido, pero no parecen cansados. Ignoran lo que es la irreflexión. Su moral es silenciosa pero no permite la ambigüedad. Están familiarizados con la violencia, pero miran con profunda desconfianza el gusto por la violencia. Son solitarios y desconfiados; pero una vez traspasado el umbral de su exilio, que nos separa de ellos, se abre un mundo de generosidad, hospitalidad y solidaridad. Cuando uno los conoce, se sorprende al comprobar cuán poca desorientación y amargura hay en ellos; mucho menos que en sus jóvenes visitantes. No son melancólicos. Su amabilidad es proletaria. Tienen la dignidad de las personas que nunca han capitulado. No tienen que agradecerle nada a nadie. Nadie los ha "patrocinado". No han aceptado nada, ni han gozado de becas. El bienestar no les interesa. Son incorruptibles. Su conciencia está intacta. No son fracasados. Su estado físico es excelente. No son hombres acabados ni neuróticos. No necesitan drogas. No se autocompadecen. No lamentan nada. Sus derrotas no los han desengañado. Saben que han cometido errores, pero no se vuelven atrás. Los viejos de los hombres de la revolución son más fuertes que el mundo que los sucedió."
Banda sonora: la de un peculiar anarquista al que algún día dedicaré un artículo, George Brassens en la gran versión que pergeñaron los Troglogitas en "Morir en primavera" de su himno "La mala reputación".