Aunque sé que nadie se
lo habrá leído para esta cita - puede que alguien lo leyera hace años-, antes que nada, previsible justificación por el retraso respecto a la fecha anunciada en
principio. La mayoría sabéis de los dos importantes
sucesos que han ocurrido en mi vida durante los últimos meses que como es lógico, mediatizan todo y exigen fijar prioridades.
Al lío. A “Homenaje a
Cataluña” creo que hay que tratarlo como un documento histórico de excepcional valor sobre una de las etapas más decisivas y
tratadas de nuestra Historia. Verdadero lujo el de contar con un escritor de primer nivel
para relatarnos com participante directo, los inicios de la Guerra Civil en Barcelona y el frente de
Aragón, así como las luchas internas en el bando republicano, con el loco
estallido final en las calles de Barcelona durante los primeros días de mayo de
1937.
Es importante situarse; el libro está escrito a finales de
1937, pocos meses después de que el autor abandone España, cuando aún es
incierto el resultado del conflicto.
Creo que la mejor forma de comentar el libro es utilizar
referencias o fragmentos del autor para contar qué ocurría en aquella trágica
España.
Especialmente curioso el impacto de aquel raro intento de
poner en pie una sociedad fundada en principios anarquistas que ya traté en el
blog cuando comenté el interesantísimo libro de Einzensberger, “El corto verano de la anarquía”.
Orwell llega a Barcelona a finales de diciembre de 1936. Barcelona es obrera. El poder real lo tienen los anarquistas, los que en realidad salieron a la calle para luchar y evitar que el golpe triunfara en la ciudad. Aparte de los convencidos, el resto se arrima al sol que más calienta, un sol que pronto se apagará. No se estila el “don” o los “buenos días”. En su lugar el “tú” y “salud”. La vestimenta usual, el mono azul.
Cuando marcha al frente, Orwell queda espantado por el cuadro. Hay motivación
y son buena gente pero se trata de un
desastre desolador. No existe organización, no existe disciplina, no existe adiestramiento
militar, no hay armas. Todo se resuelve o llegará “mañana”. “Nada en España, desde una comida hasta una batalla, tiene
lugar a la hora señalada”.
Horror al ver su unidad. No eran soldados reales, muchos de
ellos no más que niños o adultos comportándose como críos (“algo patético en la
literalidad con que estos españoles idealistas tomaban las gastadas frases de
la Revolución”). Esto lo escribe en 1937, alguno seguimos sintiendo idéntico bochorno ante el uso de aquellas consignas por según qué prestigiosas voces.
Desde enero a mayo del 37, en un frente estable y disperso
casi no entra en combate; solo se producen ocasionales escaramuzas, lo que le resulta frustrante. Apenas hay artillería, se carece de armas que puedan recibir
tal nombre;sin cascos, sin pistolas, que al igual que las granadas, casi son más peligrosas para el que
dispara. Sin linternas, aceite, corta alambradas, mapas o prismáticos.
Las escasas bajas son causadas en su mayor parte por el
fuego amigo. Los accidentes son continuos. “No hay nada que convenza a un
español, sobre todo a un español joven, de que las armas de fuego son
peligrosas”. Describe la guerra como una “ópera cómica con alguna muerte
ocasional”. Dada la calidad del armamento, “en este guerra, todo el
mundo le erraba a todo el mundo, siempre que fuera humanamente posible”. Muchos proyectiles de artillería que no explotaban, se
reacondicionaban; se decía que había uno que viajaba de lado a lado con apodo
propio.
Orwell está alistado en las milicias del POUM y especialmente interesante es la descripción
de un ejército sin rangos donde no hay oficiales y todos los soldados son
camaradas. La disciplina del soldado revolucionario depende exclusivamente de
su compromiso. Son voluntarios y no existe la coacción. Evidentemente es
difícil luchar en una guerra en esas condiciones, pero como referí antes, se ha
de reconocer que la primera batalla la habían ganado el entusiasmo de esos “soldados” en el frente
de las calles de Barcelona el 19 de julio, tras el golpe fascista. En las
milicias revolucionarias no existe división de clases. Para Orwell es un “acontecimiento
único y valioso” que se valorará a posteriori. No existe ostentación o afán de
lucro; todos cobran lo mismo. “Una comunidad donde la esperanza es más normal
que la apatía o el cinismo”.
Y tras 115 días de ¿lucha contra el fascismo? regresa a
Barcelona, donde se encuentra su esposa,
para disfrutar de una semana de permiso. A finales de abril la atmósfera
revolucionaria ha desaparecido. A la
población ya no le interesa la lejana guerra. El prestigio de las milicias ha
decaído. Aparece el Ejército Popular con sus oficiales. Vuelve a apreciarse la
lógica diferencia de clases entre ricos y pobres.
Asiste a los enfrentamientos de mayo entre el gobierno,
valiéndose del ejército y la Guardia Civil frente a los anarquistas de FAI y
CNT además de contras las milicias del POUM de ascendencia trostkista.
Sorprendido por los acontecimientos, es obligado a
participar en una lucha absurda que le repugna. “Creo que pocas experiencias podrían ser más
asqueantes, más decepcionantes o, inicuas, más exasperantes que esos días de
guerra callejera”.
Capítulo aparte merece el su juicio a los medios de
información , tanto nacionales como internacionales, de los que recela en un
principio, para acabar descalificándolos en su totalidad como pura propaganda
interesada.
Esos medios juegan un papel fundamental en la batalla interna que se libra en el lado republicano donde la siembra de cizaña y el asfixiante clima de sospecha– la primera vez que escucha la palabra traición es tras la caída de Málaga- están a la orden del día. Poco después es consciente de que todo lo que aparece en los medios es puro montaje, más cuando, indignado, lee sobre un pequeña escaramuza en la que ha participado y que es vendida como una gran victoria. Habla de un espía ruso difundiendo la idea del complot anarquista lo retrata de esta forma: “primera vez que veía a una persona cuya profesión era mentir”.
Esos medios juegan un papel fundamental en la batalla interna que se libra en el lado republicano donde la siembra de cizaña y el asfixiante clima de sospecha– la primera vez que escucha la palabra traición es tras la caída de Málaga- están a la orden del día. Poco después es consciente de que todo lo que aparece en los medios es puro montaje, más cuando, indignado, lee sobre un pequeña escaramuza en la que ha participado y que es vendida como una gran victoria. Habla de un espía ruso difundiendo la idea del complot anarquista lo retrata de esta forma: “primera vez que veía a una persona cuya profesión era mentir”.
Otro aspecto importante es cómo la prensa extranjera
silencia el aspecto revolucionario de los primeros meses de lucha. La contienda
se reducía a “fascismo contra democracia”, lo que no era cierto. El anarquista
y el comunista rechazaba la República por considerarla burguesa y tibia.
Tras los sucesos de Barcelona, regresa al frente más
desengañado, menos idealista. “La libertad individual y una prensa veraz no son
compatibles con la eficacia militar”. “Revivir ese
pernicioso sentimiento tan difícil de evitar de que la guerra, a fin de cuentas,
es algo glorioso”. Sin embargo, hay
cierto alivio íntimo al advertir que en el frente desaparecían las rencillas
que infestaban las calles de Barcelona. La política pasa a segundo plano y se
sabe quién es el enemigo. Es entonces cuando será gravemente herido por un dispara en el cuello, cuya experiencia retrata muy vivamente.
El libro acaba con un apéndice para explicar más
detalladamente las luchas internas en el lado republicano con un exhaustivo
análisis y enérgica denuncia de la manifiesta injusticia que fue la demonización e ilegalización del
POUM además de la persecución de sus militantes, con especial y dolorosa mención a aquellas tragedias de miembros y
compañeros extranjeros de las milicias, que como él, habían venido a
luchar por la libertad y que fueron encarcelados o asesinados sin jamás
entender las razones, por los adalides de la libertad y la justica.
Se aprecia bien el desencanto y la prematura lucidez que le llevará
pocos años después a escribir “Rebelión en la granja” o “1984”, como reacción frente al estalinismo.
“Tengo recuerdos muy desagradables de España pero muy pocos malos recuerdos de los españoles”. "Poseen una generosidad, una especie de nobleza que no pertenece realmente al siglo XX Es lo que me hace pensar que en España hasta el fascismo puede asumir una forma comparativamente tibia y soportable. Pocos españoles poseen la maldita eficiencia que requiere un Estado totalitario moderno”.
“Ojalá ganen su guerra y echen de España a todos los extranjeros, alemanes, rusos e italianos por igual”
Para terminar, no me resisto a compartir un curioso apunte sobre la Sagrada Familia: “una catedral moderna, uno de los edificios más horribles que he visto… Los anarquistas demostraron mal gusto no dinamitándolo”
“Tengo recuerdos muy desagradables de España pero muy pocos malos recuerdos de los españoles”. "Poseen una generosidad, una especie de nobleza que no pertenece realmente al siglo XX Es lo que me hace pensar que en España hasta el fascismo puede asumir una forma comparativamente tibia y soportable. Pocos españoles poseen la maldita eficiencia que requiere un Estado totalitario moderno”.
“Ojalá ganen su guerra y echen de España a todos los extranjeros, alemanes, rusos e italianos por igual”
Para terminar, no me resisto a compartir un curioso apunte sobre la Sagrada Familia: “una catedral moderna, uno de los edificios más horribles que he visto… Los anarquistas demostraron mal gusto no dinamitándolo”
Para la próxima, tertulia, un pequeño relato de Tostoi. “¿Cuánta
tierra necesita un hombre?”. Últimamente
ando yo muy enredado con este hombre tan peculiar. 30 de junio.
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