Manuel Rivas cuenta historias de gallegos. A veces
cuenta de náufragos y naufragios. Y cuenta la historia de Piñeiro que, tras
hundirse su barco, pasó 26 horas agarrado a un tronco frente a las costas de
Argelia. Fue el único superviviente, pero al principio, durante las primeras
horas, compartió desgracia, temor y esperanzas con otros compañeros. Entonces
era el único que tenía reloj y alguno le preguntaba cada poco: “¿Qué hora es,
Piñeiro?”. Hasta que Piñeiro se hartó y mandó el reloj a tomar viento. Se
acabaron las horas. Piñeiro es un tipo decidido, lo que también se traslucía
cuando respondía a los que le gritaban agoreros “¡Vamos a morir, Piñeiro!” con
su “¡No vamos a morir, hostia, no vamos a morir!”.
Aparte de la locura de mi ironman en solitario, mi
relación con esta mítica prueba es una historia de naufragios, cuatro para ser
exactos: Roth, Ironcat, Niza e Iberman; aunque Roth realmente ni lo cuento, ya
que enfermé unos días antes de la prueba y creo que fue hasta algo irresponsable
tomar la salida en un estado tan calamitoso. Culpemos a la ilusión y al hecho
de saberme en el mejor estado de forma de mi vida. Si bien acostumbro a señalar
a mis problemas de estómago o de asimilación de alimento durante y tras el
segmento de bicicleta, así como a mi incapacidad para soportar el calor
extremo, estoy convencido de que la verdadera raíz del problema se encuentra en
mi falta de un entrenamiento suficiente para afrontar un reto de esta entidad.
Puede que el entrenamiento adecuado no erradicara mis problemas, pero de seguro
los aliviaría, proporcionándome más armas para la lucha.
Hoy mi escudo es la experiencia en ultrafondo y el
fiel conocimiento de mi cuerpo, que, tras la experiencia del domingo, sentí que
se elevó algún grado más. Por ello, mi
actitud, que ya fue la correcta en el Iberman de octubre –donde me sorprendió
un calor excesivo y un recorrido ciclista brutal-, era de la imitar a Piñeiro: mandar bien lejos
el reloj, olvidarme del cronómetro y seguir a lo mío: brazadas, pedaladas y zancadas
hasta terminar, cruzar la meta sin pensar en tiempos. Mi objetivo era sobrevivir.
Mis cifras de entrenamiento son públicas; cualquiera
las puede leer en el margen del blog. No necesitan demasiada explicación, ya
que nunca hago series ni nada parecido porque simplemente dejo de disfrutar, lo
mismo que ya no hago piscina, gimnasio y apenas asfalto. Mi vida, -supongo que
la de todos-, viene a resumirse en un proceso de destilación donde me voy
quedando con lo que yo considero valioso, con esas poquitas cosas donde me reconozco,
que me hacen feliz. Para mí el deporte se queda en una importante afición que
he de gozar, lo mismo que disfrutaba el baloncesto que también practiqué desde
crío y que decidí abandonar por razones bien distintas: el miedo a tener una
lesión grave.
Reconozco que soy un privilegiado. Sé que con poco entrenamiento
me basta para conseguir pruebas difíciles, algunas de las consideradas estrellas,
no para hacerlas rápido, pero sí para terminarlas dignamente.
Y a pesar de mis, en principio, ridículas cifras de
entrenamiento, yo el sábado por la noche le dije a Susana que esta vez tenía un
buen presentimiento. Dejando de lado la natación, que reducía a cumplir el
trámite, sabía que el trabajo corto pero
regular de los últimos dos meses, con el claro en el que sustituí mi tiempo de
entrenamiento por el portugués, me había colocado en un estado de forma
aceptable, sobre todo porque casi todos los kilómetros de bici habían estado
llenos de pendientes en carreteras descarnadas donde es difícil obtener buenas
medias y los de carrera de prácticamente todo el año, habían sido de tierra con
mucha cuesta –que no monte-, condiciones que yo siento que de día en día, me ponen un poquito más fuerte.
Y otro motivo para esperanza fue el último entrenamiento serio –casi el único-
del fin de semana anterior, donde los 25 kilómetros del sábado y los 120 del
domingo en bici con puertos, me dejaron satisfecho porque quedé muy entero
después de ambos.
Tal vez por ello, en la salida me seguía sintiendo
un intruso en el triatlón pero entendía que esta vez tenía algo más, una
especia de modo “CON”. Estaba CONCENTRADO y sabía que al menos durante la bici,
lo iba a seguir estando, estaba CONFIADO, con una ilusión tremenda por llegar a
esa meta, por ponerme esa camiseta que, como los futbolistas al pasar frente a
la Copa de Europa, no quise probarme; estaba CONVENCIDO y trataría de no dejar
de estarlo, mantener la calma y la serenidad cuando todo se torciera y me
acosaran los malos pensamientos, buscando esos “pensamientos de oro” de los que
habla también Manuel Rivas, cuando el náufrago piensa en tierra y en el hogar,
marchando por unos instantes fuera del mar que le engulle. Buscaba también
estar algo así como CONGRACIADO, entendido como una mezcla de fortuna o intangibles,
o mejor lo opuesto a esa desgracia que
tan fácilmente puede dar al traste una carrera tan esperada, bien en forma de
caída, avería o desfallecimiento.
El día de autos comienza a las cinco de la mañana con un
apresurado tupper de pasta en una solitaria y triste habitación de hotel de
Narón, continúa con la revisión de los miles de achiperres que hay que tener en
cuenta si quieres correr un ironman y que requieren de una detallada y extensa
lista – se sorprendería al profano-, revisada una última vez antes de marchar
hasta As Pontes. Cuando aparco y me
asomo al lago, aún es de noche pero parece que, a pesar de las previsiones,
hace menos aire que el día anterior cuando literalmente hacía volar las bicis
colgadas en la zona de transición. Es un espejismo, a la largo del día el
viento se convertirá en el tirano sobre las ruedas.
Por un momento, antes de bajar al lago, miro desde
arriba las bicis colocadas en los boxes, las carpas, el lago. Todo transmite
sensación de diáfano, de orden, la que se prolongará a lo largo de toda la
prueba donde cada miembro de la organización cumplirá su papel con nota para
que nosotros, los protagonistas, nos dediquemos a lo nuestro sin que ningún
imprevisto ajeno nos estorbe, no solo cumpliendo con las expectativas del
participante, sino aportando algo más en forma de trabajo y ánimos sin
descanso. Se me debieron ir a cientos los gracias que grité o susurré duranté el día a todos los voluntarios y miembros de una organización modélica de principio a fin, una de las mejores de mi vida, yo que tengo el culo pelao de competir por todos lados.
Hace unos días le comentaba a la organización que le
pongo una nota de 9.90, que le quito una décima por no cuidar la selección
musical en esos minutos previos tan especiales al pistoletazo de salida –básicamente
un hilo musical de ¿canciones de moda?-. Hace poco, escribiendo sobre la
selección musical de nuestra Media de Ciudad Rodrigo, decía que hay dos formas de
llegar al atleta, bien sea a través de un rock and roll básico para encenderlo,
bien tirando del tono épico que tan fácil convence cuando nos encontramos tan
propensos y desarmados. Ahí tenemos dos de las carreras más famosas del mundo
que eligen, cada una una vía, como señas de identidad: “Las campanas del infierno” de ACDC en el Tor des Geants y “La conquista
del paraíso” de Vangelis en el Ultra Trail del Mont Blanc.
Ya propiamente en la salida, con el neopreno
enfundado, frente a las calmadas aguas del lago, buscando esas boyas que
siempre parecen demasiado lejanas, estamos todos juntos, casi apiñados, pero en
el fondo nos encontramos algo solos, inundados por una reconfortante tensión que
se desborda en nuestro interior. Yo busco una suerte de vacío interior, alejarme
de todas las amenazas, nervios y miedos de otras ocasiones. Hay pocos momentos
más propicios para la emoción en un deportista popular –me imagino que la élite
sentirá algo parecido-, que los previos al inicio de un ironman. Hoy por hoy
sigue siendo la prueba que más me motiva, puede que debido a mis fracasos,
puede que porque no me considere un auténtico triatleta; me gusta nadar, montar
en bici y correr pero la vida del triatleta de larga distancia es algo más. Ahora
que las marcas en carreras cortas –y largas también-, ya no me dicen nada, el
ironman resume el encanto, la esencia de la resistencia en soledad, mi verdadera
pasión. De pronto, alguien rompe el hechizo y comenzamos a aplaudir, primero
lento, luego más rápido hasta el climax final donde toca recorrer el primer
minuto del ironman y solo pensar en el siguiente. Son las 7 de la mañana.
Ahí estaba yo, en la línea de salida de la NATACIÓN
(3,8 kms.). Sé perfectamente lo que
tengo entre manos, dieciséis kilómetros en dos semanas de río. Hasta para mí es
poco; pero las semanas de mal tiempo me impidieron entrenar algo más hasta
estos últimos días para tratar de hacer algo el cuerpo y mantener el piloto
automático sin estridencias. Casi te diría mi tiempo antes de entrar al agua:
hora y media. La buena señal es que hice las dos vueltas con poca diferencia.
Sabía que no tenía entrenamiento, que ni siquiera había completado la distancia
en alguna ocasión, así que el objetivo era mantener un ritmo cómodo y no
arriesgar gastando fuerzas a lo tonto, fuerzas que necesitaría más tarde,
librándome de esa frustrante sensación final de tirar del agua sin ya tener
capacidad. Lo esperado: 1:29. Puesto 307 de 355 triatletas que salimos en la
absoluta masculina. –también había 10 chicas-, que hubiera firmado antes de
empezar. Como digo, la natación fue tranquila salvo un pequeño incidente con un
tipo que no hacía más que subírseme encima mediada la primera vuelta y al que
le tuve que decir que ya era difícil ir en el pelotón de los torpes y estar
chocándonos continuamente. El tipo debería tener problemas de visión o de
orientación porque aparte de preguntar por dónde se iba a los chicos de las
piraguas en cada giro de boya, cuando enfilábamos hacia la playa para salir a
tierra e iniciar la segunda vuelta, lo vi a lo lejos marchar hacia la primera
boya que habíamos doblado, justo en dirección contraria, hacia el medio del
lago.
CICLISMO (180 Kms.). Una transición tranquila de
casi diez minutos en las que tengo decidido cambiarme por completo y vestirme
de ciclista tratando de ir lo más cómodo posible. El recorrido es un circuito
de sesenta kilómetros al que hay que dar tres vueltas. Se encuentra
completamente cerrado al tráfico, con guardia civil, policía local, protección
civil y voluntarios sellando cada cruce o entrada, lo que es un verdadero lujo
para competir. Se trata de carretera en buen estado con muchos repechos y
badenes, azotados por un viento inclemente que me hizo descartar las ruedas de
perfil. Para los profanos, el
mandamiento más sagrado de la larga distancia, un deporte que trata de
conservar cierto componente romántico, es la prohibición de ir a rueda,
aprovechándote del trabajo de los demás.
La parte más dura está al inicio, en una tachuela de
cuatro o cinco kilómetros con algún descansillo. Como en todos los circuitos, a
medida que pasan los kilómetros aquellas cuestas que al comienzo no parecían
gran cosa, en la tercera vuelta parece que se han elevado algún grado más y la
última ascensión, así como un tramo de quince kilómetros contra el viento poco
antes de dejar la bici, se convierten en especialmente duros. Las secuelas se
aprecian claramente en muchos de los participantes con los que me cruzo, que
muestran síntomas de cansancio con precarias posiciones o continuos cambios de
postura sobre las cabras. Yo ya descarté tanto el uso de estas bicis como el manillar de triatlón, para mí de
posiciones demasiado agresivas, y que requieren de una paciencia y
entrenamiento que yo casi nunca soy capaz de conseguir. Ahora llevo mi Cervelo P2 montada con
manillar normal –para mí, la mar de fardona, todo hay que decirlo-.
Respecto a mi carrera, me he mantenido bastante bien
a lo largo de la bici, sin que llegara a saltar ningún tipo de alarma. Bajé mis
prestaciones, como no podía ser de otra forma, pero llegué a la transición en bastante buen
estado –dentro de lo que cabe, entiéndase-. La primera vuelta la completé con
una media de algo más de 28 Kms./hora con el freno puesto por lo que pudiera
llegar y al final me fui a poco más de 26 en algo más de 6 horas y tres
cuartos. Puesto 278.
CARRERA (42 Kms.). Transición en seis minutos y pico
para vestirme de atleta –para mí la frontera en el uso del mono se encuentra en el
medio ironman; para más distancia, busco la mayor comodidad posible- y a correr…¡un
maratón! No empiezo muy animado, la verdad, pero aún no se ha cruzado por mi
mente la posibilidad de retirarme. Trato de comer una barrita pero soy incapaz
de tragarla, provocándome náuseas, por lo que la descarto; empieza mi habitual
calvario estomacal. El circuito de la carrera es de tierra, tres vueltas alrededor
del lago y salvo un repechón tremendo de veinte metros, el camino carece de
desniveles apreciables –probablemente si me hubierais preguntado el domingo,
esas cuestillas no me hubieran parecido tan
despreciables-. Comienzo corriendo a cerca de seis minutos el kilómetro
bastante fundido. A medida que pasan los kilómetros, me voy sintiendo algo
mejor, comienzo a acelerar y pasar atletas, acercándome a los cinco minutos. Me
animo y llega el cuento de la lechera cuando completo el primer giro. Pienso
que si llego a la media en estas condiciones, arriesgaré y trataré de correr más
rápido hasta que reviente.
Poco me dura la alegría. En torno al km. 15, me
quedo sin fuerzas; nada alarmante, es algo que ocurre a veces cuando
practicas ultrafondo; hay que comer y recuperarse. No puedo tragar nada sólido –no
es una expresión, realmente no puedo hacer pasar la comida de mi boca a través
de la garganta- y tiro de un gel –ya me había tomado dos sobre la bici- e
inmediatamente vomito, no solo el gel, sino cantidades ingentes de líquido en
plan surtidor. Un atleta me pregunta que
si quiero que avise a alguien. Le digo que no, que confío en seguir. Me ha
pasado en alguna ocasión y decidí retirarme pero esta vez –por ahora-, no entra
en mis planes. Casi inmediatamente decido seguir adelante caminando lo más
rápido posible –algo menos de nueve minutos-, prácticamente desde el kilómetro
16 al 21. Lo cierto es que me siento fatal y voy con una náusea constante que
se traduce en una continua mueca de asco
y hartazgo, pero estoy en carrera, y me falta una media.
Tengo decidido que a partir de ahí, intentaré volver
a trotar, aunque sea lo que menos me apetece en el mundo. E increíblemente lucho
contra todo lo que dentro de mi cuerpo grita que me esté quieto y comienzo a
correr, descansando cuestas, alternado kilómetros andando y al trote, pero cuando
entro en la última vuelta (km. 28), estoy algo más convencido, sorprendido de
que puedo dominar la situación. Tantos kilómetros penando en soledad dan para
mucho pensar y recuerdo algo que leí en un libro sobre concentración y
meditación y pienso que a un jodío yogui de la India, capaz de controlar cada función
de su cuerpo, poco le habría de importar esta incómoda náusea, que este
malestar que apenas le haría cosquillas. Trato de alejarme, de centrarme en todo
lo que me rodea, en mi mente, en el patético largo en mi zancada y tiro para
delante, corriendo cada vez más a menudo y siendo capaz de controlar el malestar
de un cuerpo completamente deshidratado, mientras comparto camino con tipos
duros que marchan mejor o peor que yo. En los últimos kilómetros lo intento con
un trozo de sandía, pero en cuando lo introduzco en la boca, continuas y
automáticas arcadas me obligan a desistir. Paro un instante, pero al poco vuelvo
a lo mío, a trotar hasta el final, hasta la meta del ironman donde entro bastante garboso con un tiempo de 13
horas y 50 minutos en el puesto 282 con un tiempo final en el maratón de 5
horas y diez minutos;puesto 241 en el parcial, mi mejor segmento, lo que da
idea de lo mal que puede marchar la gente. El tiempo final es bastante malo, supongo que
si no hubiera tenido los problemas en el maratón, hubiera andado por las 13
horas y si algún día llego con un buen entrenamiento y en unas buenas
condiciones climatológicas y de recorrido, podré rondar las 12 horas, tal vez
11 y mucho.Un dato curioso es que solo se retiraron algo más de 20 atletas. A muchos sorprenderá que las cifras de abandono en un ironman sean anormalmente bajas comparadas con las de una simple maratón, por ejemplo, pero la gente que decide correr aquí, en principio sabe dónde se mete, tiene experiencia y sobre todo entrena muchísimo.
Me llama la atención que me emocione menos de lo esperado,
sobre todo porque en los dos anteriores pasos por meta, sí me ha ocurrido, imaginado
lo brutal que iba a ser cruzar esa meta.
Estoy feliz, tranquilo, pero no exultante. Sé que el tiempo no es bueno pero no es eso, a
mí me sirve, me deja pleno de una satisfacción serena que la mayoría no
entenderéis pero que yo anhelaba hace tiempo. Puede que las alegrías más
valiosas sean esas, las que no provocan un gran alboroto. Mientras caminaba entre
las mesas de los triatletas con un plato de pasta que no pude comer debido al
deterioro de mi cuerpo, provocado fundamentalmente por una deshidratación
severa –realmente no puede ingerir nada sólido hasta el día siguiente-, sé que
no soy uno de ellos, aunque me siento un poco más cerca y sobre todo sé que
estoy en el camino.
Como conclusión de toda
esta guerra, y aunque antes era bastante escéptico, aprendí que se puede correr
no solo en fatiga, sino también seriamente tocado por esa náusea latente que
sufrí y que ahora me siento capaz de controlar, que de haberlo sabido antes, no
me hubiera alejado de la meta del Ironcat.
La meta del Northwest Triman también era una forma
de quitarle el asterisco a aquella locura del ironman en solitario que se me
ocurrió afrontar hace unos años y que ahora percibo como si la hubiera realizado
otra persona, incapaz de entender de dónde saqué las fuerzas, el coraje y la
ilusión para llevarla a término, y que, complete los que complete, siempre me
seguirá pareciendo el más duro de todos.
Empecé el relato utilizando las historias de Manuel
Rivas y acabo con él. También contaba Manuel del naufragio del “Isla” en un lugar muy cercano al que me encuentro, junto a la Torre de Hércules – último faro
romano, lugar simbólico como pocos en el mundo- y ese episodio lo recordaré
siempre porque ocurrió la noche que nací, la del 3 de octubre de 1970, de cómo
unos desgraciados marineros pasaron varias horas desollándose contra las rocas.
Y pensaba yo cuando leía, que mientras a mí se me concedía el don de la vida,
le era arrebatada de forma tan absurda a otros –por entonces, no había medios
de salvamento en un gran puerto como La Coruña-. Aquella noche solo hubo un superviviente:
Ramón Seoane. En cada naufragio de la vida, en un juego de niños grandes como
viene a ser un ironman o frente a lo que de verdad importa, hay que pelear, pelear
hasta el final. Y yo estoy orgulloso de mi pasado domingo porque luché y vencí.
"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"
9 comentarios:
Ahora me toca a mi darte la bienvenida.
Bien jugadas esas cartas que en otro serían inconsciencia, nada más lejos en ti.
Me apunto esa carrera, este año seré DNS en 2 y las veo cada ve más masificadas y perdiendo esa esencia que tú has encontrado.
Totalmente épico pero a la vez natural y simple ...
Enhorabuena no tanto por el resultado, sino por irte conociéndote y pudiendo sacar de ti cada día más, sabiendo lo que tienes que buscar...
A veces se ha de naufragar, para saber apreciar el tacto de la arena en la playa cuando consigues ganarle batallas al mar. FELICIDADES Y ENHORABUENA!!!
Tu madre no estará contenta, te veo flaco. Será que hay que casarse y procrear para "endelgazar", si es así lo tengo chungo, sobre todo por lo segundo.
En su día escribí en la crónica del Ironcat del año del ventarrón que uno de los ánimos que más me han llegado/llenado nunca en el mundo del deporte fue el de unos participantes que ya habían acabado y ya se marchaban en el coche cuando a mi me quedaban unos 3 ó 4 kilómetros. Desde la ventanilla del coche y a grito pelao salió una sola palabra que el la que yo te lanzo ahora: ¡¡¡¡¡¡ FINISHER !!!!!!.
DAvid, y yo aprecio de corazón esa bienvenida de un Doctor Ironman. Mira si no coincidiremos el próximo año. Yo creo que te gustaría pero ya te comentaré en persona.
Roberto, muchas gracias, me alegro que te gustara. Al final todo es bastante simple. A la vista de mi experiencia y el saber sufrir que mi cuerpo ha ido adquiriendo por los años, se ha de decidir hasta dónde puedes llegar y exigir, sobre todo en el tema ritmo de competición.
226, bella y contundente forma de expresarlo, a la vez que muy cierta. Gracias, camarada de fatigas.
Phaeton, es que ese día acabas muy deteriorado; aunque hace medio año que no me peso, a día de hoy, después del Km. Vertical de las Hurdes, me veo aún más flaco, pero mi madre aún no se ha dado cuenta :) Casarse y procrear invitaría a quedarse en casa. pero nuestro rumbo en estos temas está trazado para siempre y aunque hay que compaginar y reducir, se puede. Mira a ver, que tenemos ganas de ir de boda. Sería genial :)
Ciego, enlazando, uno de los detalles más bonitos del final, del último kilómetro es cuando iba corriendo -bastante rápido y elegante, no te creas- hasta meta y otros participantes que hacía rato habían acabado me levantaban el puño y felicitaban, lo mismo que muchos otros me aplaudieron desde la zona de transición, cuando estaban recogiendo las bicis. ES algo que yo también he hecho en ultras, cuando ya me iba en el coche para casa, incluso después de dormir unas horas y me encontraba gente que aún iba camino de meta. Me emocioné tanto desde un lado como desde el otro. Es algo muy especial que solo nosotros podemos entender.
Felicidades! eres muy grande! Algunos se apuntan al ironman para presumir, otros por conocerse a si mismos. Puede sestar orgulloso.
Gracias, Alfredo. Mira que pensé que me podía encontrar contigo o con Xocas por allí, a lo mejor echando un ojo. Ponlo en el punto de mira para el futuro, cuando des el paso. Al estilo jaramugo :)
Acabo de descubrir tu artículo...y mientras lo leía decía.."uno con mi motivación, realista, dura y romántica a la vez". " uno de los míos, en mis tiempos"... Cual es mi sorpresa cuando veo... que tan de los míos... Soy el que quedó detrás de ti. Se me ve en la foto corriendo. Un abrazo de otro que repite este año. Me ha encantado tu crónica. Gracias por compartirla. Grande. Eres más de hierro de lo que crees.
Un abrazo,
Luis
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