Primera retirada del año. Después de la inseguridad generada
por mi escaso entrenamiento, en anteriores líneas de salida como la Travesía
Upstream de Valladolid y la dura marcha ciclista del Canal de Castilla, tocó estrellarme en la cita que encaraba más
tranquilo. Ciertamente un ultratrail en una prueba mucho más dura, pero había
entrenado algo más y sobre todo, conozco qué se ha de ofrecer para vencerlo.
El recorrido era 120 kms con 12.860 metros acumulados -
6.430 de desnivel positivo-, pero, después de penar mis buenas horas de montaña, decidí retirarme en
el Km. 54.
Es cierto que la carrera resultó bastante más dura y complicada de lo que
pensaba, a lo que se unió un calor excesivo que mi cuerpo no acaba de tolerar,
pero de todas maneras, no sé muy bien
qué ocurrió. Empezar a encontrarme mal en torno al km. 30, sin haber llevado un
ritmo fuerte, me deja un poco perplejo.
Cada día tengo más claro que mis problemas de estómago y por tanto, casi todas
mis retiradas –ya no tan pocas-, están provocadas por deshidrataciones en días
de mucho calor, sobre todo teniendo en cuenta mi prodigiosa capacidad de sudoración. Los síntomas están claros: sequedad de las
mucosas –apenas puedo tragar o escupir-, acompañado de una náusea latente, más
o menos acusada, y un progresivo estado de debilidad y fatiga. Después he pensado que era la primera vez que
no llevaba bebida isotónica sino solo agua, tirando en avituallamientos más de
coca cola; tal vez influyó en mi rápido deterioro. Aunque francamente, si se
trata de extraer conclusiones válidas para el futuro, me planteo no competir en
carreras largas durante estos meses de julio o agosto.
Sin embargo, guardo buen recuerdo del sábado, de las algo más de once horas en
carrera. Fundamentalmente por la compañía y en menor medida, por descubrir parajes que tengo bien cerca de casa y no
conocía, para visitar en carrera o de paseo.
En la salida a las seis de la mañana en Béjar éramos pocos
los participantes: 36 en total. Yo nunca miro lista de inscritos y he aquí que
esa mañana me llevé un sorpresón de los grandes por lo bueno e inesperado que
fue el abrazo con Asís, atleta de San Sebastián y sobre todo muy buena gente. Y
es que arrastrando miserias en caminos de montaña, mientras se conquistan caras
medallas de “finishers”, también se ganan amigos. Pasar la jornada entera con
él, poniéndonos al día, y saludar a Silvia a última hora, fue un regalo
inesperado. Además, toda nuestra carrera también la hicimos en compañía de
Máximo, simpático canario de “Bichillo Runner”, tipo duro no alejado de nuestra
filosofía popular, fiable y afable, con el que seguro seguiré en contacto y no
tardaremos en coincidir en alguna otra aventura.
De la carrera, poco que contar. La primera subida, la de
mayor desnivel, desde Béjar hasta el Calvitero, algo más de 1.400 metros de
desnivel en poco más de 10 kilometros, la hicimos a buen ritmo en cerca de dos
horas y media. Después se desciende hacia las preciosas Lagunas del Trampal
y dejándolas a un lado, continuamos el técnico descenso hasta un sendero llano y sombreado de unos 7
kilómetros, que nos lleva hasta Puerto Castilla (Km. 27).
Tras una extraña vuelta por pistas, con ya el sol pegando
fuerte, en la primera ascensión llego algo destacado a la cima pero ya no puedo
negar la evidencia: me siento mal. Paro a esperar y decido tomarme un gel.
Hay una zona de ligero descenso donde Asís comanda el grupo
caminando ligero, pero noto que me estoy obligando a seguir un ritmo con el que
no debería tener problemas. En el avituallamiento, un pequeño refugio de
montaña, veo que no voy nada bien, ya no sé bien qué comer. Pregunto por el siguiente
avituallamiento. Me dicen que se encuentra en el km. 50 –realmente en el km. 54-,
en Guijo de Santa Bárbara. Toca ascender una pronunciada subida aunque no
demasiado larga; parece más de lo que es, sobre todo bajo el sol. Llego arriba
con mis compañeros, pero mientras me reprocho íntimamente no disfrutar de los espectaculares parajes que recorrermos, ya voy rumiando la posibilidad de
retirarme en Guijo. Mal asunto, esas tempranas fisuras mentales en una carrera que
se completa en bastante más de veinte horas, implican ya casi la condena.
Tras un paso por una pradera de traicionera hierba llena de
huecos que atravesamos muy despacio y donde echo de menos bastones, se sube a
un pequeño collado desde el que se debe descender hasta Guijo. Es una pequeña
cuesta sin gran desnivel , pero, a pesar de ascender lentamente, voy fuera de
punto, fatigado y ya vencido, decidido a
abandonar. Me quedo en Guijo. La posibilidad de dormir en casa con mis chicas
frente a una carrera que ya está claro se va a marchar a bastante más de las 24
horas, cuando de salida albergaba la
esperanza de que, creyendo que el terreno no era muy técnico, no tener que
tirar de la noche entera, me acaba de matar o salvar, según se mire.
Al llegar a la cima, Guijo se vislumbra lejísimos, al final
de una infinita garganta que iré recorriendo lentamente en un largo descenso,
algo más pronunciado y complicado al inicio. He dejado ir a mis compañeros y a algún
corredor más que me adelanta. Ya solo trato de pasar el trámite y llegar. A
medida que descendemos sube la temperatura de forma brusca, con algún tramo
asfixiante. Valiéndome de los regatillos que caen hasta el torrente que recorre
el fondo del valle, intento beber todo lo que puedo pero no evito sentir a
menudo la boca completamente seca, como en pocas ocasiones me ha ocurrido.
El descenso se me hace eterno pero cada paso resta. Varias
veces siento ganas de salirme del camino para darme el baño en alguna tentadora
poza de agua clara y fría pero, para mi estado, me supone demasiado tiempo y
esfuerzo llegar hasta ellas. Al final –imagino que habré tardado alrededor de
dos horas en el descenso total- cuando camino con algo más de brío y me encuentro ya cerca del pueblo, doy con una
poza justo al lado del camino. Sin pensarlo demasiado, hago lo que nunca he
hecho en mis cientos y cientos de kilómetros de montaña. Ante la mirada curiosa
de unos críos, un tipo con dorsal, zapatillas, gorra y completamente vestido se
lanza de cabeza al agua, doy un par de brazadas y estoy de nuevo en marcha
completamente empapado. Uno de los mejores baños de mi vida. Poco tardé en
secarme, el tiempo en llegar al pueblo, golpeado por un calor que seguro rondaba
o superaba los 40 grados a las seis de la tarde.
Allí me encuentro con mis compañeros, además de un grupo de
atletas que han llegado poco antes. Unos
cuantos deciden retirarse de carrera, incluido Asís, que operado en diciembre de menisco y apuntado a
Tor de Géants, creyó que Gredos Infinite Run era una carrera más suave para ir
entrando en forma. A Máximo lo veo bien,
muy entero y animado. Decide seguir adelante para terminar con algo más de 27
horas. Es uno de los quince corredores (una chica) que consiguió terminar.
Hasta que “Carlos Ultrarun”, trazador de la carrera, nos
viene a recoger para devolvernos a Béjar un par de horas después, nos da tiempo a
darnos un agradable baño en la piscina del pueblo y tomar un par de cervezas
junto a Jesús de “Tierra Trágame” y otro chaval cuyo nombre no recuerdo,
soldado en Toledo.
Fue un buen día y además dormí en mi cama. Reconozco que he
perdido algo de la llama, del espíritu que me alimentaba antaño, que soy más
blando. Hora de recuperar –excepto en la espalda por la mochila, apenas he
tenido agujetas, lo que es señal de que no andaba tan mal de forma para ese
desnivel-, y plantear nuevos objetivos: por ahora un par de maratones de montaña para los
próximos meses y meditar la decisión de apuntarme a carreras de más de cien
kilómetros, sobre todo en meses de mucho calor, mi verdadero talón de Aquiles.
Hora de recordar a Rilke, de tenerlo presente, con dorsal o
sin él: “Sobreponerse lo es todo”.
“¡¡YO SOY ESPARTACO!!”
3 comentarios:
Floooooojoooooooooo.
Nada, hombre eso en cuanto te pongas otra vez con ganas lo superas, ya verás cómo a no tardar mucho te apuntas a alguna otra locura (qué bobada acabo de decir, ya estás para la otra de Gredos, y esa va a ser la dura de verdad)y el año que viene aunque sea verano igual.
Ahora a portarse como un buen padre de familia, jeje.
Este tipo de pruebas tan exigente, con el añadido del calor, hace que tengas que andar un punto por encima de lo necesario a nivel físico. Si por el contrario llegas un punto por debajo( fácilmente superable con asuntos varios como pueden ser la motivación, la experiencia, el orgullo,...) es fácil pinchar. Lo bueno es saber analizar el tema( si apetece claro está) y sacar conclusiones.
Saludos y ya nos deleitarás con tu siguiente aventura
Ciego, vaya, como que ya estamos apuntados, pero Gredos será de otra manera, seguro con más frío,... espero que no de más. Lo que sí tengo que meditar es carreras de más de 100. Convencido o nada.
Ramonet, yo tengo claro que en estas carreras la falta de fuerza, dolores y demás acaban por llegar y después hay que tirar de todo, pero aquí empecé a sufrir más de la cuetna antes de tiempo y hay que vigilar mi motivación real antes de pagar una inscripción en 2015 en una prueba de ultrafondo. Pero vamos, no me llevo mal rato. Estas cosas ya no me afectan como antes; tal vez por eso me retiro :)
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