domingo, 10 de agosto de 2014

De repente Abril (II): la gloria en lo cotidiano




(Advertencia: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible, por otra parte, mejor no sigas leyendo)

En cuatro meses Abril se ha convertido en otra, pero sus ojos, esos grandes ojos de luna que a veces, fruto del asombro, parecen hasta demasiado grandes, son los mismos del principio; incansables, apenas iniciaron su búsqueda.

Su cuerpo ya no es el tierno y suave saco desmadejado que se desarmaba entre nuestros brazos, al que solo tensaba el dolor.  Ahora se gobierna, responde, patalea con fuerza, especialmente cuando se adivina que quiere hacer algo pero no acaba de atinar el qué. Ofuscada, intenta atrapar todo un mundo entre sus largos dedos o su diminuta boca. Ya no solo descubre su entorno, sino que vuelve a él y lo reconoce, porque ya la vida no se reduce a una sucesión de primera veces. 

Ya no parece tan frágil y vulnerable y el estado de crispación casi continua cede. Es lo que deseas desde el primer instante, que se convierta en  más fuerte, pero también con su consistencia y seguridad, desaparece algo que ya no volverá. 

Aquel miedo a cogerla de los primeros días, la delicada y estresante operación que era cambiarle un pañal ha desaparecido tras tantas veces, pero aún no se convirtió en rutina. Sigue siendo especial y divertido.

El llanto sigue estando ahí como su principal forma de expresión, pero aparecen muchos sonidos y matices diferentes; es casi su voz, y aquellas primeras sonrisas cuyos amagos rastreábamos al principio, ya son  risa franca, hasta a veces carcajadas desarmantes que hacen mirarse extrañados, plena y ridículamente felices a sus padres. 

Los primeros llantos causan la alarma en el padre primerizo, siempre alerta, derrotado y vendido si no está la madre. El vivir de una niña es extraño, descoloca; transcurre  entre el súbito cambio entre la angustia paralizante y la risa exultante. Son las caras de una misma moneda que de continuo vuela en el aire y donde se pasa de uno a otro estado sin solución de continuidad y sin razón aparente. Bueno, supongo que los motivos estarán ahí, y para los niños serán bien claros, pero ni miles de años ni millones de niños, experiencias hoy destiladas en el sacrosanto internet, nos harán comprender de una santa vez. 

Aprendes qué es un percentil, una palabra intimidante y maldita que implica que  cada cierto tiempo toca colocar a tu hija en una tabla de números y medir, que al final se extiende a comparar con otros, adivinándose que llevado más allá, con el discurrir de los años, puede ser el germen de algo de insana competición entre padres de niños cuando todos han de ser algo único, igual de terribles, igual de  maravillosos.

Un primer día en urgencias entras por la puerta del centro cumpliendo con tu papel de novato, sabiendo casi seguro que no se trata de nada importante, pero ese “casi” para un padre primerizo es demasiado  y contra esa intranquilidad no hay internet o consejo que valga. 

Me gusta mirarlas, a Susana y Abril, sin que ellas lo adviertan, cómo la madre abraza a la hija, cómo le ofrece la vida en sus pechos. Sé que la madre sigue sufriendo. Lo mismo que salí espantado del parto, también algo que no sabíamos es que para ellas, a menudo, no se acaban los problemas, que ya parecen incontables, que después de la tortura del parto, llega un tormento más tenue pero constante, igual de duro en algo ya de aceptación sin fin.

Y descubres que la felicidad se encuentra en lo cotidiano, en lo común, en la rutina que a diario, se despliega con escasas variantes, que volverá a ocurrir al día siguiente una vez más, desde la sonrisa de Abril tras verte al despertar,  hasta el baño y el masaje antes de  dormir. Seguro el día llegará en que mucho de esto y todo lo demás, se convertirá en algo de deber o sacrificio, mas por ahora, no se me alcanza. 

El miedo cede pero sigue ahí, de otra forma, en un misterioso instinto de protección que se prolonga mucho más lejos, en algo que viene a ser responsabilidad, en un temor a decepcionarla, en no cumplir con el papel que elegí.

Mecerla, cogerla, engañarla para que duerma, convertirme en guardián vigilante de sus sueños, porque a veces pienso que el tiempo pasa deprisa y pronto ya no volverá a dormir entre mis brazos. Cada sentido abierto en canal para recibir la cálida e inexplicable marea que asciende por el pecho, que irradias sin remedio, que se vierte en tu sangre, que se filtra, que empapa cada gramo de ti.

Ya son cuatro meses pero su padre  mira a los limpios ojos de Abril que  dicen mucho más. Sigo mirándolos, hechizado como nunca me sentí, y aún no nos entendemos de verdad, pero ahí está todo, el misterio de una minúscula vida en un planeta perdido de un universo infinito que llegó a nuestros brazos un temprano día de abril en el que Marte se encontraba asombrosamente cerca. Efectivamente, ahí está todo, todo el secreto. La bendición y el milagro. 

Supongo que llegará el día en que me acostumbre pero aún no. Aún no. Todo sigue siendo INCREIBLE.

5 comentarios:

CiegoSabino dijo...

Catarata de almíbar, Daimiel, jajja.

Muy bien escrito. Imagino que todos los padres habrán pasado por eso, pero nunca lo había visto-leído tan claro.

Celina dijo...

Muy bonito, tus palabras están llenas de amor. Yo no soy madre pero visto desde fuera, me parece un gesto de generosidad enorme tomar la decisión de serlo. Disfrutad del camino junt@s. Un beso

Atalanta dijo...

Es algo especial, de verdad, más de lo que imaginé. ¡Gracias!

Anónimo dijo...

Genial!!

Da igual el tema sobre el que escribas (más si es sobre nuestros "pequeños reyes"), a mí me llegas.

Arturo

josemartin dijo...

Increible descripción. muy bonita.
Y la foto, hummm, para comérsela!!