LAS TRIBULACIONES
DE UN PADRE PRIMERIZO
(Se
reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor,
los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y razonable por otra
parte, mejor no sigas leyendo)
En
penumbra, tumbado con ropa de calle sobre la cama de mi habitación con los ojos
cerrados, trato de cumplir con el para mí, imprescindible rito del cuarto de
hora de siesta mientras escucho un insistente, gutural pero expresivo, “¡Eh!...
¡Eh!... ¡Eh!”. Miro en dirección a la cuna y veo como la parte de arriba de la
chichonera (pieza acolchada de tela que se ata a la cabecera de la cuna para
que el crío no se dañe con las barras), cede unos centímetros y se vislumbran
los grandes ojos de Abril, algo rasgados por la invisible sonrisa, mirándome.
Jodía muchacha… hoy se cumplen diez meses desde su primer vagido y sigue al
mando de la casa, aunque existe un sutil nuevo matiz: el de que ella ahora sabe
que es así.
Sigue
cambiando; en las fotos y vídeos apreciamos la veloz mudanza que se nos escapa
día a día. Parece más adulta, su rostro
es cada día más bonito (aunque supongo que mi capacidad de apreciación aparece
justificadamente distorsionada por mi posición-pasión de padre), su cabeza aparece
ya cubierta por un más que incipiente, suave y brillante cabello rubio. Adquiere
destrezas rápidamente, sorprendiéndote a veces la suficiencia con la que
ejecuta acciones que ayer parecían un mundo o lo ágil y peligrosamente que se
desplaza en sus modos reptador o espiral. Sí, ya imita gestos y ruidos, continuo motivo
de albricias entre la familia y francamente algo cargante para el resto de
obligados a prestar atención al milagro que necesitamos compartir. Sabe pasar
páginas, algo importante en una casa llena de libros y últimamente se pasa el
día señalando con el dedo índice, al que incluso mira algo extrañada, en un gesto
lento, con algo de iluminación trascendental (mismamente como ET, mientras yo
me parto), sobre lo que Susana, que ha estudiado estas cosas, me nombra como
gestos protodeclarativos.
Ahí
están sus gritos de satisfacción, sorpresa, llamada de atención, de enfado previo
al llanto fruto de la frustración. Sí,
silabea, pero aquí se sigue la retransmisión expectante a la espera de
su primera palabra, que un día pare de tanto “TA-TA-TA-TA….ÑA-ÑA-ÑA-ÑA” y de
pronto te mire comprendiendo y responda con la mirada un instante antes de que
sus labios articulen un sencillo, prodigioso y gozoso “PAPÁ”.
El
tiempo. Pasó a mi historia el dedicar a una tarea varias horas sin interrupción.
Mis actividades preferidas, con las que más disfruto, requieren concentración o
aislamiento, sean leer, estudiar, escribir o el deporte “machaca”. Excepto esta
última, que sigo practicando algún día a la semana en tiradas largas de varias
horas en soledad, las demás exigen redefinición de esquemas y objetivos. Sin
embargo, hasta cuando corro, siento el ansia de cambiar la montaña que
atravieso veloz jadeando por un tranquilo paseo con Susana y Abril a la
espalda, en la mochila que aguarda desde hace meses en su habitación a la
espera de que alcance el peso recomendado para usarla, y que por fin
estrenaremos este carnaval.
También
la música, otra de mis pasiones, no se ha visto especialmente afectada,
existiendo la posibilidad de simultanearla con Abril. Ella la disfruta tanto o
más que yo, ya que es incapaz de escucharla sin ponerse a bailar con su
peculiar balanceo, importándole poco el estilo, sea jazz, hardcore o clásica, aunque le llaman la atención especialmente los
violines. A propósito, yo que a veces gusto de dietas algo indigestas por lo
ruidoso o monolítico de la propuesta, por qué siempre me parecerá que las
canciones infantiles están demasiado altas, que sería mejor escucharlas a menos
volumen.
Volviendo
sobre mis tiempos, tengo claro que su distribución durante cada jornada se
realiza en segmentos o fases diferentes
a las de antaño. He llegado a la conclusión de que, por regla general, hoy se
aspira a disponer de medias horas, en las que, si hay suerte, poder dedicarse
completamente a un propósito o actividad. Ahora bien ¿es posible hacer todo lo
que hacía antes en unidades de media hora, afrontadas a veces con ímprobo
esfuerzo, con arrojo casi suicida por lo aparentemente imposible de la empresa?
¿Se puede leer un capítulo o escribir un artículo al doble de velocidad que
antes? Quizá, tal vez requiere adaptación y tenacidad, como mucho de lo que nos
asombra en esta vida. Yo seguiré insistiendo con el diseño de mis quiméricos
planes. Lo que no acabo de ver tan claro
es estudiar. El tiempo, al trabajar los dos padres, es el factor fundamental a
la hora de tomar la decisión de tener un hermanito, posibilidad por ahora
descartada al completo. Al final es la gestión de cada jornada el cambio
fundamental que se opera en la vida del convertido en padre de un día para
otro, en que la vida pasa a ser poco más que ventanas de tiempo entre Abriles.
Abril ya
come sólido en un curioso plato con un fondo oculto donde se introduce agua
caliente para que no se enfríe la comida. Bastante bien, habrá críos peores en este tema; excepto la
papilla de fruta , eso sí, que es lo que desde hace unos meses, tras la
preceptiva tentativa, se ha venido convirtiendo en mi merienda junto a lo que
deja de yogur –específico para bebés, tampoco sabía yo de esto, y que no están
muy ricos, la verdad-. Haciendo honor a su apellido y a su padre, que lo come a
puñaos aunque no se le note, le gusta
el pan y sobre todo las galletas, suponiéndose que tras la trituración y
reparto de migas todo en derredor suyo, algo comerá. El biberón cada día menos;
como le ocurrió con la teta, se acaba abandonando lo antiguo por la novedad. Le
gustan los animales, los de la calle y los de los documentales, las palomas que
se posan en el balcón, las moscas que ya marcharon, las sombras…., todo ello causante
de voces de asombro o miradas perdidas, esas pensativas que tanto me gustan. Y
algo que se me olvidaba y es importante: su amor a primera vista con el agua en
sus clases de matronatación en la
piscina, toda una valiente nadadora en ciernes, ejecutando con vigor sus
primeras brazadas y batidas, siempre sonriendo, claro.
De sus
malos ratos, que convierten al padre en un ser asustado, algo inútil e
impotente, pues un catarro, que yo creo al final no acabó de agarrar del todo,
durante el que lloraba más de la cuenta e incluso llegaba a vomitar con los
ataques de tos, además de lucir permanentes velas bajo la nariz. Claro, tampoco
lo había pensado, una niña de esa edad, no sabe sonarse los mocos y se le hace
la perrería de introducirle suero y extraerlo con una pera entre horribles llantos que dan fe de la imaginaria
tortura. Y los dichosos dientes de arriba
que no le acaban de salir, o ese par de horribles pesadillas en las que a pesar
de estar incluso levantada y abrazada, le es imposible dejar de llorar y
gritar completamente aterrada,
preguntándote, qué imagen habrá de aterrorizar una mente tan pura y limpia.
Era de
esperar, casi todo me gusta mucho de Abril, pero hay gestos o formas de vida
que lo hacen de un modo especial, tal que mirarla mientras duerme, apretarla
suavemente contra mi pecho, su olor, besarle sus pequeños pies, pero hay algo
que registro en una categoría especial, vía fácil y accesible a una cálida
sensación de emocionante bienestar: se trata simplemente de recordar su risa. Los
que conocen a Abril saben que ríe a menudo, pero me refiero a un preciso
momento, un estadio más allá de la sonrisa, más acá de la carcajada, cuando
todo su cuerpo se estremece y tiembla, agitando sus brazos estirados,
aparentemente rígidos pero ligeramente trémulos, mientras sus enormes ojos se
empequeñecen y la comisuras de sus labios no pueden alejarse aún más a pesar de
poner todo su empeño, a la par que luce esos dos enormes y graciosos dientes inmaculados. Sería una buena imagen si
se tratara de retratar la quintaesencia de la felicidad. Ojalá esa facilidad
para reír sea una línea indeleble, escrita genética o mágicamente, en su
carácter. Recuerdo esa risa y soy capaz de emocionarme casi hasta las lágrimas,
alejarme por un instante de dónde o quien esté conmigo.
A veces
veo a Abril enlazada al concepto de trascendencia en el sentido de ir más allá,
de superar mis límites, de acercarme al secreto de la existencia, como una
parte desgajada de mí que me irá enseñando a recorrer un camino nuevo, pero también
a regresar al que ya transité, con mucho de lo que perdí. Tras nuestra
relación, como ya escribía en alguna ocasión, las sombras de mi legitimación,
tan llena de fisuras a la luz de las culpas de mi vida. Recuerdos en tropel que
parecían perdidos y que hoy regresan,
anticipando el flujo que no cesará mientras ella crezca, necesitando o
rebelándose, mientras yo trataré de ofrecer razones, que tantas veces caerán al
vacío del que demanda experiencia.
Hay algo,
no cabe calificarlo de suceso, que sí me decepcionó íntimamente. Una mañana,
cuando Abril debía tener ya 8 meses, al volver de trabajar en torno a las tres de la tarde, me di cuenta de que,
liado por mis tareas, no había pensado en ella en toda la mañana y fui
consciente de que, aunque me resistiera, me encontraba en otra etapa diferente,
me había acostumbrado a Abril, y eso es una pena. El Abel admirado del milagro
cada bendita hora ya no volverá, aunque
me engañe y a veces, cuando estoy en la cama y Susana la saca de la cuna, al
verla de nuevo, no puede evitar pensar o decir: “Joder, qué cosa, ¿no?” o eche
mucho de menos a mis chicas cuando toque dormir fuera de casa, como una noche
de Navidad. Por otra parte, todo tiene su lado bueno: a veces, entrando en
casa, me sorprendo y me admiro, porque, en cierta forma, se me había olvidado lo
bonita, achuchable y graciosa que es.
Contaba
al inicio que Abril no me dejaba dormir la siesta, pero también hay que
reconocerle que hasta alguna noche ha comenzado a dormir del tirón, de 9:30 a
6:30, ahí es nada; aunque seamos francos: se pueden contar con los dedos de una
mano. Ella casi siempre suele tomarse un biberón, aunque más que hambre, le
guste ver cómo está el ambiente por ahí. Se toma un trago, saluda, se echa unas
risas y ya en la cuna y a oscuras, sigue a lo suyo, con la letanía en voz alta
que nos acompaña de hace diez meses. Hasta que se duerme. Mientras,
agradecidos, también nosotros lo intentamos.
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