Los dos libros a que hacía referencia en el anterior
artículo eran “Eichmann en Jerusalén” de Hannah Arendt” y “HHhH” de Laurent
Binet. Aun siendo de naturaleza bien
distinta, ya que el primero se trata de un ensayo y el segundo de una novela histórica algo especial, en muchos
tramos transitan temática común.
Ambos interesantes, les dedicaré un comentario a cada uno.
El hecho de haberlos leído al mismo tiempo, el de Binet, por ser más ligero y
ameno, por las noches, cuando ya no tengo la mente para muchos esfuerzos, hace
que se mezclen en mi memoria y puede que algo que creo haber leído en un libro,
sea, en realidad, del otro.
Comenzamos. “Eichmann en Jerusalén” es el informe del
proceso que se celebró en Israel en 1961 para juzgar los crímenes del dirigente
nazi Adolf Eichmann tras de haber sido secuestrado en Argentina por los servicios secretos israelíes.
Evidentemente la sentencia estaba dictada de antemano: Eichmann fue ahorcado al
anochecer del 31 de mayo de 1962.
Aunque con su grado, lo que vendría a ser un teniente
coronel de las SS, no formó propiamente parte de la cúpula nazi, su papel en el
exterminio judío fue tan determinante, que se convirtió en uno de los hombres
más buscados del mundo tras la Segunda Guerra Mundial (junto a Bormann, probablemente), uno de los más nombrados por acusados y
víctimas durante los procesos de Nuremberg, adquiriendo su figura proporciones
que, a la vista de lo leído, tal vez no mereciera.
La filósofa Hannah
Arendt, a pesar de ser judía y alemana exiliada antes de la guerra, trata de
analizar el proceso fría y objetivamente, buscando todas las sombras y puntos
débiles de un procedimiento que, tratando de impartir justicia, fue muy
cuestionable desde el punto de vista estrictamente jurídico, ya de origen por la propia competencia o legitimidad del
tribunal debido a la vulneración de la soberanía argentina –país que por
entonces no estilaba lo de extraditar a ninguno de su refugiados nazis-, o
desde el modo de actuación de la propia acusación, centrándose en el relato de
episodios de barbarie, olvidando que, técnicamente, lo que se ventilaba era
establecer el nexo que vinculaba a nuestro personaje con esas muertes; y hasta desde el punto de vista moral, sugiriendo
la autora ampliar el campo de responsabilidades del holocausto judío. Por ello
es tan comprensible la polémica que suscitó la publicación del libro.
También se hace referencia a otro tema delicado, otra herida
sangrante en el momento de publicación, los años sesenta, el de una Alemania increíblemente templada en
los juicios a criminales nazis donde se imponen condenas ridículas; además de
la escandalosa tolerancia al hecho de que en la política o en la misma judicatura
alemana de la época, se integraran
responsables directos en el aparato nazi
o que se hallaron implicados en el mantenimiento y aplicación del ordenamiento
nacional socialista. Era tristemente evidente que, tras la guerra, Alemania
había decidido no meneallo, pasar
página y tratar de olvidar. Tuvo que tomar las riendas la generación que
sucedió a la culpable, a la que,
extrañamente, llegó a alcanzar cierto grado de culpabilidad moral, para reparar
esta situación, en lo que aún estamos –hace unas semanas se condenó a un
contable en Auschwitz-.
Volvamos al hilo, partamos de Eichmann. Como antes señalaba, los años de posguerra
habían agigantado su figura hasta alcanzar proporciones algo legendarias, pero
el personaje no acaba de encajar en la
del malvado de película, donde si lo haría Heydrich, el personaje central de
“HHhH”. Por ello, uno de los efectos del libro y supongo que del proceso en sí,
es la desmitificación o la cierta decepción que produce enfrentarse a una de las causas inmediatas
del mal más puro, a uno de los responsables directos del exterminio de millones
de judíos, de no todos, pero puede que de la mayoría. De ahí el subtítulo: “Un
informe sobre la banalidad del mal”.
Eichmann se empecinaba: “Jamás he dado muerte a un judío, ni
tampoco a un no judío. Nunca di orden de matar a un judío, ni de matar a un no
judío”. Es más, Eichmann aseguraba que sus tareas de organización y
coordinación habían ayudado a las víctimas, facilitando el encuentro con su
destino. Si es preciso hacer algo, más vale hacerlo ordenadamente, ya que él
cumplía con su deber, acataba la ley.
Tras el largo interrogatorio policial y los meses de
sesiones del proceso, nos queda el retrato de un hombre mediocre, un eficiente
burócrata que trata de promocionar en su trabajo por el eficaz desempeño de sus
labores, que explica varias veces en el interrogatorio, buscando la comprensión
de su interlocutor, el porqué no pasó del grado de teniente coronel, algo
imposible en su destino.
Un tipo mezquino, no un sádico, que rechaza ser testigo
directo de las consecuencias de sus actos, que no disfruta del asesinato, sino
que le causa repulsión. Lo que me recuerda un célebre episodio del máximo dirigente
de su organización, los SS, un Himmler que en Minsk llega a desmayarse al
presenciar la ejecución de un grupo de judíos para, a continuación, saliendo
del paso con soltura, pronunciar unas palabras a sus tropas desde el coche, en las que manifiesta que ha comprobado de
primera mano lo difícil que es la tarea que se les ha encomendado pero que hay
un bien superior que lo justifica: el Reich, la Historia o vete tú a saber.
Las labores de Eichmann consistieron sucesivamente en
encargarse primero de la emigración, después de la deportación para
asentamiento en campos y finalmente la deportación para el exterminio. Y
Eichmann era un hombre que hacía muy bien su trabajo; destacó en la primera
fase en su oficina de Viena, cuando
montó una especie de cadena burocrática cuyo resultado final era un judío con
papeles para salir del país pero despojado de todos sus bienes y derechos
durante los trámites previos de cada expediente.
Más tarde su cometido fue la organización del transporte de
millones de personas con destino a los campos de concentración,
fundamentalmente del Este. Sé que es difícil, pero parémonos a pensar en el
holocausto desde un punto de vista exclusivamente técnico. Lo complicado que
debería ser obtener unos registros actualizados de todos los judíos existentes
en los países ocupados o títeres; primero convocarlos, reunirlos, no
detenerlos, después sí, después detenerlos, conseguir medios de transporte,
coordinar desde la salida a la llegada de trenes con capacidad suficiente para
las cifras previstas y que en el destino se estuviera al tanto para darles
acomodo o salida. Piénsese en la gran cantidad de órganos e individuos
implicados para llevar a cabo una labor tan compleja en, no lo olvidemos, un continente en guerra,
donde se supone que el esfuerzo de guerra era prioritario, por lo que se entiende
aún menos detraer tantos recursos.
En la captación de judíos surgen las primeras sombras, nueva
causa de polémica. La propia
colaboración de los consejos judíos de cada país con los que trataba
personalmente Eichmann para que se le
proporcionara información fiable sobre el número de judíos, lo que facilitó,
sin ninguna duda, el resultado final. Relacionado, el hecho de que, aparte de
la rebelión del gueto de Varsovia, apenas existiera revuelta judía alguna
durante su largo proceso de eliminación, la sumisión explicada a través
del polémico concepto “mentalidad de
gueto”. Desde hace tiempo se venía hablando del ascendiente judío de Eichmann
que aquí es puesto en tela de juicio, ya que, al final, parece ser que el
supuesto experto en asuntos judíos, basaba sus conocimientos en que se había
leído un par de libros sobre el movimiento sionista y comprendía el yiddish,
algo ,parece ser, tampoco demasiado complicado para un alemán.
Aquí también surgen otras visiones e interpretaciones del
pasado incómodas, porque aparte de la del propio pueblo judío, se requirió la colaboración de los distintos
países con Alemania. Es cuando sale a la luz el antisemitismo reinante en casi
toda Europa, por mucho que se quisiera obviar tras la gran tragedia colectiva.
Como los hechos demostraron, hubo países
que pusieron trabas al cumplimiento de
estas órdenes, se negaron en redondo, como el maravilloso ejemplo de Dinamarca,
se hicieron los suecos –que, por cierto, acogieron a los huidos de Noruega-
como los italianos, colaboraron vergonzosamente como el caso francés o polaco,
o se mostraron aún más entusiastas en su antisemitismo que los propios alemanes,
como los cafres de los rumanos, cuyos
métodos incluso espantaron a los SS, ya
que para éstos, el trabajo se debía hacer con método. Lo que me lleva a uno de las escenas más
espeluznantes de la guerra y puede que de la Historia, la ejecución en Babi
Yar, una especie de barranco, hoy cubierto, situado en las afueras de Kiev,
donde se calcula que se encuentran enterradas unas cien mil víctimas,
donde los Einsatzgruppen de Heydrich
llegaron a matar en dos días a casi cincuenta mil personas a tiros, cuyo
resultado da idea de la eficacia de su trabajado método. En el relato de esta
terrorífica escena, se cuenta como la víctima, no solo debía colocarse al borde
de la fosa sino que tenía que bajar al
fondo de la misma, donde ya reposaban multitud de cadáveres y seguir las
instrucciones de un operario que le indicaba cuál era el mejor lugar de
ejecución, para apilar de una forma más racional los cadáveres y que cupieran
más, lo que da muestra de una frialdad y falta de piedad desoladora.
Desde chaval llevo leyendo libros sobre esta etapa y durante
los últimos años, a veces pensaba en si el exterminio, la solución final, fue
realmente algo premeditado desde el principio o aquello se les fue de las
manos, empujado por las circunstancias, tras ir subiendo cada vez un grado más
en barbarie, impulsado por la propia
dinámica de los acontecimientos y las directrices de un grupo de dementes. Y mira por dónde, es la primera vez que he
sabido de una división de opiniones dentro de la historiografía, polémica que no sé si seguirá vigente en la
actualidad, entre los “intencionalistas”
y los “funcionalistas”, según creyeran si existía el fin del exterminio
desde el origen o no.
Realmente, excepto en el Este, donde desde el principio operaban los einsatzgruppen de que antes hablaba, matando no solo
judíos, la etapa del exterminio duró
alrededor de dos años, hasta el otoño de 1944 en que Himmler, creyendo en un
delirante razonamiento, que le serviría de baza en las futuras negociaciones
con los vencedores, da órdenes de parar
e incluso tratar de borrar las huellas del horror, lo que, curiosamente, le
provoca un conflicto íntimo a la mentalidad de burócrata de Eichmann, no porque odie a los judíos, sino
porque lo considera una excepción a la norma, que se adopta indebidamente, al
margen del conocimiento del Führer.
También curioso es el hecho de que en toda la labor
administrativa, no se hablara abiertamente de exterminio, asesinato y conceptos
similares sino que siempre se tirara de eufemismos como reasentamiento o solución; se entiende que para tratar de evitar alguna forma de
resistencia en los miles de personas intervinientes en el proceso.
La solución final tiene dos hitos o momentos clave:
El primero es este
histórico documento firmado el 31 de
julio de 1941 por Göring que nunca había leído y que, a primera vista, parece un ordinario y
aséptico oficio administrativo:
El Mariscal del Reich
de la Gran Alemania a la atención del Jefe de la Policía de Seguridad y del SD
SS-Gruppenfhürer Heydrich
Berlín
En cumplimiento de la
tarea que le ha sido encomendada por el edicto de 24 de enero de 1939 para
resolver la cuestión judía por medio de la migración o de la evacuación de la
manera más ventajosa, dadas las condiciones actuales, le encargo que efectúe
todos los preparativos, prácticos y financieros, de cara a una solución global
de la cuestión judía en el ámbito de influencia alemana en Europa.
En la medida en que
las competencias de otras organizaciones centrales sean concernidas, éstas
deber ser implicadas.
A esta orden de Göring, le sucederá otra fecha clave, la conferencia de subsecretarios de
Wannsee, un distrito a las afueras de Berlin, donde se dará cuenta a todos los
ministerios implicados en ejecutar estas órdenes. A este reunión asiste
Eichmann donde, a la vista de lo allí expuesto, vuelve a insistir en Israel, no
solo en el hecho de su estricto cumplimiento de la ley sino también en su papel
de buen ciudadano, ya que aquí intervienen varios exponentes de una clase
social más elevada que él respetaba y
que ninguna muestra estupor o reservas manifestaron a la hora de adoptar las
medidas que se llevarían a la práctica.
Ayer se conmemoraron veinte años de la matanza de Sbrenica
y, analizándola, los factores que intervienen en una tragedia de este tipo
vienen a ser los mismos: a la maldad propiamente dicha de unos pocos, suele
acompañarle la cobardía o simple estupidez de muchos otros. Sobrevolando, el
principio de Hanlon: “No atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por
la estupidez”.
El siguiente artículo, más corto, sobre “HHhH”, sobre
Heydrich y su asesinato.
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