Un gordo al que le gusta vestir uniformes militares algo estrafalarios,
un flaco cojo que no calla, un tipo con gafas y cierta pinta de intrigante
roedor, y al frente, un enclenque histriónico con tendencia a caer en el trance
que proporciona la iluminación, la simple paranoia o los ataques de ira. Que
esta banda no parara de aburrirte con conceptos como misión histórica y espacio
vital para el desarrollo de un raza elegida, la suya, destinada a un fin
superior, no deja de ser chocante.
Viendo hoy los discursos de Hitler, la primera reacción
podría ser el estupor, la siguiente el descojono, carne de buenas parodias (no
digamos nada del descacharrante estilo Mussolini). Sin embargo, a estos tipos
no los corrieron a gorrazos, sino que se le hizo caso, se les tomó en serio y
se les siguió hasta el mismísimo abismo, hasta la destrucción de Europa entera.
Pero hete aquí, ya enlazando con el artículo anterior del
blog sobre Eichmann, un nazi como Dios manda: Reinhard Heydrich, el protagonista del otro libro al que me
refería, “HHhH”, un tipo con buena planta, serio en su “trabajo”, inteligente,
seguro de sí mismo hasta una arrogancia
que le costará la vida y, sobre todo, despiadado.
El libro de Laurent Binet es una peculiar novela histórica, el género
que más leía cuando era chaval y que hoy, salvo maravillosas excepciones, suelo
evitar. Las razones de mis cautelas las proporciona el autor a lo largo del
libro, que aparece como tal, como autor, para describirnos sus motivos para
acometer el proyecto, sus dudas al encarar y contarnos cada episodio, pasando
por la meticulosa investigación. Soy de la opinión de que, publicándose tanta
novela histórica en la actualidad, por fuerza la mayoría debe ser mala, no
por ningún elaborado argumento, sino
porque el talento humano es el que es y no damos para más. El atractivo natural
de otras épocas y personajes necesariamente ha de chocar con tratamientos poco
rigurosos o demasiado temerarios para transmitir la mentalidad de otra época,
dejando aparte el tema de que se sepa escribir. Escrúpulos que
atormentan a Binet y que comparte con nosotros a cada paso, hasta sobre
detalles que parecerían nimios, pero sobre los que no puede estar completamente
seguro o cuando toca poner voz a algún personaje real. Escribe: “Inventar un
personaje para comprender unos hechos históricos es como falsificar las
pruebas”. El resultado final, para mí, es brillante. El libro es
entretenidísimo, como uno de aventuras, además de estar lleno de referencias
estrictamente históricas, muy interesantes para el curioso.
Laurent Binet nos
cuenta como el libro, cuyo planteamiento inicial fue querer contar la aventura
de los paracaidistas checoslovacos Josef Gabcik y Jan Kubis, encargados del
atentado que conduciría a la muerte de Heydrich, de
final tremendamente cinematográfico en las calles de Praga, fue derivando
en el libro de Heydrich, el número dos de las SS, el que se fue apropiando de la
aventura. Y es que Heydrich es un
personaje fascinante, como solo lo pueden ser los más famosos malvados de la
literatura y el cine.
Una de las razones por las que el tema de la Segunda Guerra
Mundial, con sus causas y consecuencias,
no pierde vigencia a pesar de haber transcurrido tantos años, es la irresoluble
reflexión sobre como un pueblo extremadamente culto y civilizado como el
alemán, pudo lanzarse a tamaña orgía de sangre y fuego, lo que da pie a dudar
si la cultura y la educación constituye esa salvaguarda eficaz frente a la
barbarie que suponemos.
Por ejemplo, en toda Europa central el papel de la música en
la educación es mucho más importante que en estas tierras, se la considera un
elemento esencial en la formación humana. Tomemos a Heydrich, culto, buen
deportista que también toca el violín y apasionado melómano. Leamos a Heydrich
en la presentación que escribe para el festival de música que se celebra en
Praga una noche antes de su atentado, en mayo de 1942, y en el que incluso se
tocará una composición de su padre, donde dejando de lado la clásica verborrea
fascista, me interesa el gran amor por la música que subyace: “La música es el lenguaje creativo de los que son artistas y
melómanos, el medio de expresión de su vida interior. En los tiempos difíciles,
aporta el alivio a quien la escucha y lo anima en los tiempos de grandeza y de
combate. Pero la música es, por encima de todo, la mayor expresión de la
producción cultural de la raza alemana. En este sentido, el festival de música
de Praga es un contribución a la excelencia del presente, concebido como el
fundamento de una vida musical vigorosa en esta región situada en el corazón
del Reich por todos los años venideros”.
El atentado fue una operación suicida que se podría
decir casi acabó en fracaso, pero que, por caminos extraños, el de una infección probablemente causada por el
relleno de los asientos del mercedes descapotable en el que atravesaba las
calles de Praga a toda velocidad y sin escolta, consiguió su objetivo, matar el tirano, al verdugo de Praga. Días después, tuvo en Berlín
una despedida a la altura del prestigio
que el régimen concedía al personaje,
los clásicos fastos que entusiasman a
cualquier régimen totalitario cuando se trata de colocar un nuevo dios en su
panteón.
Pero la historia, la del libro, no acaba aquí, sino que
sigue con las terribles represalias por la muerte de Heydrich, con un nombre de
ciudad, Lidice, literalmente borrado del mapa, y continúa hasta que los
soldados autores de la muerte de Heydrich, previa traición de un compañero, son
acorralados y como se les exige, como en una película, se comportan como
héroes, reservando su última bala para ellos mismos.
En el libro de Eichmann olvidé una comentario sobre una
cuestión, que ahora me parece un buen cierre para ambos artículos. En los juicios
posteriores a la guerra se acuñó un concepto, el de “emigración interior”,
según el cual, muchos de los directamente implicados en los actos criminales del
régimen nazi, en realidad no estaban de acuerdo con lo que hacían,
interiormente se rebelaban contra ello, contra ellos mismos, pero cumplían con
el deber que se les exigía.
Hace unas semanas leí una referencia a los diarios de Etty
Hillesum, una judía holandesa que, por solidaridad, decidió ir
voluntariamente a Auschwitz, donde
pereció poco después. Ella habla de otra idea, “resistencia interior”, para
tratar de aislarse y vivir alejándose del loco horror que los rodea.
Estos dos desdoblamientos inventados, estas dos ficciones
que sirvieron a unos para matar y a otros para sobrevivir, jamás podrán
colocarse en la misma balanza. Hablando de héroes, uno de los temas que también
sobrevuela el libro de Hannah Arendt es el de por qué hubo tan pocos alemanes
que resistieran o se rebelaran. Sirvan estas últimas líneas como homenaje a esos pocos, entre los que se encontraban los
hermanos Scholl o el sargento de la Wehrmacht Anton Schmid. No os diré quiénes son
porque si alguien escribe sus nombres en el buscador, será una forma de
reconocer su gran valor, de reivindicar su espíritu, de mantenerlos vivos.
Vale.
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