En su día no se le prestó mucha atención porque brilla bastante menos que algunas de las pruebas de más nombre o tradición y aunque a alguno le sorprenderá, una de mis carreras que más aprecio es la Ultramaratona Atlántica. Me pareció una prueba muy dura y sobre todo creo que por su simpleza, encarnaba la esencia del fondo. Correr sobre la arena, sin final a la vista, persiguiendo un horizonte que jamás se alcanza, puede representar esa carrera eterna que te planteas el día que te calzas unas zapatillas y que no concluirás hasta el día que marches definitivamente del jodido y maravilloso planeta tierra. Las 24 horas en pista de Barcelona es una prueba con lazos comunes con su hermana portuguesa. Correr en pista es correr sin meta, es correr hasta que no se pueda más, es correr hasta “morir”.
Al igual que me gusta conocer nuevos lugares, sobre todo parajes naturales –las ciudades cada vez me interesan menos-, cuando compito, busco nuevos retos o estímulos. Tenía un objetivo claro, quería la marca en los 100 kms, el pasaporte directo que se exige para participar en –esta sí que sí-, la carrera más dura del mundo, Spartathlon (246 kms en 36 horas) y por otro lado saber qué es correr ultrafondo en en una pista de atletismo. Por curriculum, ya entraría en el reto griego pero quería demostrarme a mí mismo que podía moverme, prácticamente sin descansar y con solvencia, en cifras que hasta no hace mucho se me antojaban quiméricas. Yo sé que a día de hoy, siendo el atleta que soy, jamás puedo ni acercarme a completar la magnitud de ese imponente reto, que debo crecer como atleta una barbaridad; aunque por otro lado siento que tengo mucho margen de mejora y mucho que aprender. Además la carrera se desarrolla entre Atenas y Esparta y por lo menos tendría la oportunidad de conocer la capital espiritual de la civilización occidental, algo con lo que sueño desde dagalín, cuando ya leía las historias de griegos y romanos que siempre me han apasionado.
La carrera. Amaneció un día desapacible, frío y con mucho viento, con rachas que intimidaban. Durante la prueba hizo aire pero se soportó sin problema.
Cuando comencé a correr, no estaba muy motivado. Yo no iba a estar 24 horas en carrera y si todo iba bien, no esperaba ni llegar a las 12 horas para las que estaba inscrito. Esperaba llegar a los cien kilómetros bastante antes e irme a dormir al hotel que tenía al lado de las pistas. Sin embargo, me seguían pareciendo muchos kilómetros y mucho tiempo. Sales desconectado. No te notas bien pero simplemente es la falta de adrenalina. Corríamos por las tres calles exteriores (cuerda de 460 metros). Mi ingenuo propósito era ir contando las vueltas. No sé si llegué a cinco. Trato de llevar un ritmo medio, fácil, ligero, supongo que de algo más de cinco minutos el kilómetro. Intento deslizarme sin alardes, sin elevar demasiado ni piernas, ni brazos. Zancada corta. Nada que ver con un maratón al uso. Alcancé a Mark “El inglés” –finisher en dos ocasiones en Spartathlon-, que quizá junto a El Fali, son por derecho propio, las primeras figuras legendarias de este joven y extraño deporte que es el ultrofondo popular español. Estuve charlando con él y un compañero andaluz que le acompañaba hasta que tuve que parar a mear.
Con Mark, tan buen tipo como gran atleta. 189 kms. consiguió completar en 24 horas. Con eso os digo todo.
Lo peor de estas carreras es la falta de referencias. No llevo GPS, la pantalla con nuestros tiempos y distancias aún no está operativa, así que corro a ciegas, deseando que pase el tiempo para al menos llegar a una de las barreras, la primera y todavía tan lejana, el maratón, que esta vez no será el final, sino una simple y temprana escala. Pasé el maratón en 3:51 aproximadamente. A partir de ahí me planteo pequeñas fronteras, sólo con la idea de buscar estímulos ¿Cuánto tiempo puedo estar corriendo sin parar? ¿50,60,70,80 kms.?
Debido a la homologación de la Unión Internacional de Ultrafondistas, parece ser que hay bastantes más participantes que otros años, la mayoría de 24 horas. Es un espacio reducido lo que contribuye a que a lo largo de toda la jornada vivamos un ambiente animado durante la celebración de la prueba, con unos acompañantes y público entregados y también de mucho mérito. Además también se celebra una prueba de relevos y otra de seis horas. Sin embargo, a pesar de mi dilatada experiencia, creo que nunca he sentido “la soledad del corredor de fondo” como en esta prueba. No me importa no conocer a nadie en las carreras largas porque siempre acabo charlando con unos y otros. Aquí es diferente, cada uno lleva sus ritmos, sus estrategias, sus objetivos. Como contaba antes, después de charlar durante unas vueltas con Mark, ya no volveré a compartir experiencias y sobre todo aprender del maestro, hasta horas después. Josep comienza más rápido por lo que al principio tampoco charlamos demasiado. Después, cuando ya vayamos tostados, coincidiremos más a menudo para animarnos mutuamente.
Con Josep, otro gran tipo, muy popular en el mundillo. Mi enhorabuena para él y para corredors.cat, organizadores de la prueba. Esta carrera tiene su miga y cumplieron a la perfección.
El ultrafondo en pista es monótono, lento,aburrido. En ningún momento he ido forzado o se me ha escuchado la respiración. De hecho, a veces iba cantando bajito mientras giraba. Durante todo el día han estado poniendo música, bastante buena por cierto y eso me ayudaba. A veces imaginaba mi interior, mi cabeza como la pantalla de un encefalograma plano. No pienses, adelante, siempre adelante. Con el paso de las horas, en esas circunstancias, cualquier cambio, cualquier estímulo, por simple que sea, se acoge con albricias. El inicio de las seis horas, los relevos o los cambios de sentido cada tres horas, te los tomas casi como una fiesta.
Así seguí hasta el Km. 70. 70 kilómetros sin parar de correr. Me gusta. Es algo así como muy bestia, sobre todo para la gente ajena al mundillo, para la “gente normal”. Me siento como un indio corriendo por el monte, aunque no sé muy bien por qué. Tampoco creo que haya muchos que se dedicaran a esto. Te dicen que estás loco porque no apalancas el culo en el sofá y decides que tu cuerpo, con cuarenta años, no sirve casi ni para subir cuatro pisos por la escalera sin jadear. Bien, un buen día, yo y mi cuerpo decidimos hacer todo aquello para lo que está diseñado y que con esta vida sedentaria y cómoda, se olvida por pereza y falta de adiestramiento. Buscar sus posibilidades Con los años vas preparando el cuerpo para poder hacer cosas como ésta sin que te parezca demasiado extraño o lo sientas como algo especialmente agresivo. El deporte popular te ofrece estas recompensas maravillosas e inexplicables. Eres un tipo del montón y te sientes casi tan feliz como el vencedor. ¿Y sabéis que es lo mejor de todo? Que está al alcance de cualquiera, sí, de cualquiera.
Continúo con el relatillo. Estoy cansado y fuerzo hasta llegar a la cifra redonda de los 70 que mencionaba. Tengo hambre y eso, hasta el más novato, sabe que es un error de pardillo. Detrás de esa sensación puede amenazar una terrible pájara o desfallecimiento. La noche ha llegado y con ella el frío. Cuando me paro, noto que estoy bastante peor de lo que pensaba. Se me va un poco la cabeza y noto el cuerpo y el estómago extraños. Me siento a comer unos trozos del pastel energético que me hice el jueves. Descansé en torno a diez minutos, no creo que más. Sentado, escuchando a Paulina Rubio o alguna mierda comercial sin alma, me digo a mí mismo que estoy molido, que sólo me quedan 30 kms para mi objetivo pero que ahora me parecen demasiados. Cuando me vuelvo a poner en marcha estoy fuera de carrera, me duelen las piernas y me cuesta volver a poner en marcha el motor. La parada me ha dejado el cuerpo descolocado, destemplado que se dice. A pesar de ponerme una camiseta de manga larga, no consigo calentarme por lo que tengo que abrigarme con una chaqueta que me proporciona un poquito de calor durante unas vueltas y me vuelve a poner en órbita.
A partir de ahí, piloto automático al ralentí y “palante”. Camino algunos metros cuando paro a comer algo pero no creo que en total, lleguen a cuatro las vueltas que haya podido hacer andando. Cuanto más hasta los cojones estoy, cuanto más miro la pantalla viendo cómo lentamente crece mi cantidad de kilómetros, más admiro a mis compañeros, a todos aquellos, que son la inmensa mayoría, que se quedarán corriendo y caminando durante toda la noche hasta las doce de la mañana del día siguiente. Me parecen de una dureza mental cual pedernal.
Por el ritmo que llevo, que tampoco es malo y lo que me resta, sé que no tendré problemas para conseguir la marca exigida en Esparta. Eso me anima. Sé que voy segundo en la clasificación de las doce horas, detrás de un “guiri” nórdico de nombre impronunciable que iba como una moto y que por lo que me cuenta Josep, se debe haber estrellado con todo el equipo. Para mí no es estímulo. En una carrera de montaña ni me lo plantearía, aquí, sí. Veo la torre de mi hotel, veo mi cama. 100 y me largo.
Cuando cambiamos por última vez de sentido no se registra la lectura de algunos corredores en la pantalla, entre los que por desgracia, me incluyo. Claro, yo estoy esperando a hacer los 100 para plegar así que el final se me hace mentalmente un poco cuesta arriba. Al final decido tirar casi hasta las 10:30 que son el límite espartano, por si acaso. Incluso cuando ya tenía pensado irme, comenzaron a servir macarrones. En un momento decidí cenar allí mismo, dando una vuelta más andando mientras me comía el plato, que es como finalizo mi periplo en esta prueba de locos. A propósito, como curiosidad os detallo el combustible que utilicé durante la prueba. Casi me comí entero el pastel que os decía (Gatosport), dos geles (creo que kms 50 y 80), un Red Bull en el 70 aproximadamente y ya sabéis, agua, gatorade, pasas, almendras, naranja, alguna barrita de cereales y creo que nada más. No tuve verdaderos problemas de estómago pero anduve cerca aunque cada vez tengo más claro que esos trastornos se solucionan entrenando y ahí, a mí me falta mucho. El cuerpo me quedó raro. De hecho, casi no pude dormir esa noche.
Al final 101,616 en 10:26.
Contento. Objetivo cumplido. Experiencia a la buchaca. También sé que no estoy en gran forma, que esas tres semanas parado antes de San Sebastián me quitaron ese plus que tuve en Junio y antes del Maratón de Oporto. Creo que lo puedo hacer mucho mejor y convertirme en un atleta de ultrafondo medio decente, eso sí, ya siempre fuera de una pista. Lo más importante es que me atrae crecer, me atrae el reto.
No suelo tener problemas de ampollas lo que es una gran suerte si tienes estas aficiones, pero el tartán es muy agresivo. Hay momentos en los que te arden las plantas. Lo sorprendente es que sólo tuve dolores y agujetas el domingo. El lunes, las piernas perfectas.
Se acabó 2011. Deportivamente ha sido casi, casi perfecto. La próxima semana escribo un “higlights”. Siento que soy mejor atleta, que he aprendido mucho, pero que me queda todavía mucho más por mejorar. No estaría mal acabar el año ganando un lomo en la última carrera del año, la San Silvestre de Navarredonda de Gredos.
De música podría poner muchas canciones que escuché ese día pero elijo la que decidí al comienzo, cuando el aire derribaba los tenderetes de la organización. Es “Hurricane” de su majestad Bob Dylan. Ya sabéis, la canción reivindicativa que compuso Dylan para denunciar la injustica del encarcelamiento de Rubin Carter, inocente condenado por asesinato. Por supuesto dedicada a nuestro amigo Furacán do Ribeiro.
“¡¡YO SOY ESPARTACO!!”
P.S . La tertulia de "El Principito" para el jueves.