domingo, 26 de agosto de 2012

Cuando el destino no es más que deuda (III)



El liquen, apenas una manta quebradiza sobre la roca. Imprevisible, formas y colores derramados. Hermoso por extraño, repugnante hasta lo atractivo. Cuando la apariencia de lo enfermo es esencia de vida. Firme donde dijeron no ha lugar.  Le basta escarcha, le basta sol, le basta sal.  Le basta. Soportando lunas heladas, soles que a cambio de una vida imposible, peleada y regalada,  siempre ofrecen un día más. 

No me deslumbra ni el sonido de platos y cubiertos en las mediodías de verano, ni los neones cada noche advirtiendo de qué no puedes prescindir para ser feliz. La higuera me enseña, la higuera extendiendo sus raíces tras la humedad, desangrando tuberías tras la vida. 

Bajo nuestras carnes, amorfas o escuetas,  magras o desbordadas, el mismo saco de huesos. Mis posibilidades no son las mismas pero yo creo que mis posibilidades son las mismas. 

Tener es no tener. Renunciar a todo lo que no sea combustible para seguir, todo lo que no sea carga que me empuje a aprender en el trail más largo, cuya última pancarta dice "muerte". Los motores de búsqueda siguen intactos,  en su versión  más versátil y mejorada. Sin naves para regresar, no hay opción. Un alga y un hongo. Ella y yo.  La velocidad no puede ser más que crucero. La que marque un bajo. Mejor la que marquen dos bajos. Se ruega volumen ártico.

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