No sabía cómo enfocar el artículo que escribo cada
año sobre nuestra nunca suficientemente valorada Feria de Teatro. Seis obras,
dos partes, clásica y moderna. Parcelas bien marcadas a no ser porque me cuesta
encajar “Jekyll”, basado en novela antigua de Stevenson y sin embargo, tan
radicalmente moderna y vigente. Decido. Abandono a mis amados clásicos,
abandono a Calderón y la fascinante Lady Macbeth maltratada por un montaje que
no hace justicia a un texto y a una de las mujeres más fascinantes de la
historia de la literatura.
Me centro en ese teatro actual de raíces ya también lejanas.
Teatro social, de denuncia, comprometido, poco importa el término. Pudieras pensar que la forma es secundaria, que
lo único importante es el contenido, lo demás accesorio. Sin embargo, precisamente el problema es que todos estamos
hastiados de escuchar el mensaje, lo
recibimos a todas horas y en este caso, la sobreexposición es contraproducente
ya que inevitablemente insensibiliza. Carecemos de la capacidad suficiente para
asombrarnos, conmovernos, horrorizarnos ante lo usual. A aquello que se torna
cotidiano, se le da la espalda y se
sigue adelante. Se acepta que a algunos seres humanos, la fortuna, el mal
fario, la fatalidad, el destino les golpea cada mañana y este hecho es
inexorable. No pretendamos lo imposible, no queramos cambiar el mundo.
Por ello debes contarlo de otro modo, poniendo rostro, colocando focos, retratando rincones de
escenas de forma brillante y atractiva para
conseguir implicar al espectador sin posibilidad de escape, cuyas cargas de miseria y podredumbre, aunque
busques permanecer ajeno y verdaderamente te joda, te acaben llegando dentro ya
que, al fin y al cabo, compartes condición con el ser humano derrumbado.
¿De qué nos hablan “20 de Noviembre”, “Cartas de las
golondrinas”, “Lylia 4ever”?
Me hablan de violencia juvenil, me hablan del desarraigo del
emigrante, me hablan de la explotación sexual infantil. Me hablan del fracaso
de una sociedad, en tantos sentidos muerta, que prescinde de sus elementos más
vulnerables o desafortunados y los abandona a su suerte.
Se sube el telón, se ilumina el escenario y el fresco es
descarnado, triste, molesto.
A diario leemos noticias de inmigrantes muertos durante sus
travesías a Europa y apenas nos afectan. Si enfocáramos el detalle, si asistiéramos al rescate de una de las
embarcaciones interceptadas en alta mar, cuando a pesar de las advertencias, los
pasajeros se ponen de pie y vuelcan el inestable cascarón, si pensáramos que
después de días navegando encogidos, los huesos duelen, los músculos están entumecidos
y ajenos, si entendiéramos que cuando caen al mar con varias prendas
empapadas encima, estas actúan como peso muerto, precipitándolos en silencio hacia el fondo del
mar sin apenas agitar sus miembros inservibles, si supiéramos que la sed les empuja a beber la leche de los pechos de las
madres lactantes, si recordármos que a veces esas pequeñas embarcaciones son
atrapadas por las corrientes marinas que los empujan océano adentro para
aparecer meses después momificados por el sol y el salitre, quizá nos preguntaríamos
cómo es posible que se siga tolerando.
Si no volviéramos la mirada ante campos de juventud ya
estériles para siempre, donde ya solo crecerá mala hierba, rencor y afán de
autodestrucción, si eligiéramos alternativas al camino fácil de señalar el fracaso de un sistema, si buscáramos
las raíces de la violencia más pura por irracional, cuyo estallido ilumina fugazmente
las noticias de uno, dos telediarios, si se reincidiera en el despiadado
análisis de razones que otros ya expusieron
-Welsh o Palahniuk- quizá nos preguntaríamos cómo es posible que se siga
tolerando.
Si eliges un nombre –Lylia-, para una de esas niñas encadenadas a clubes, que caminan por
los márgenes de las carreteras, que se exhiben en el mismo kilómetro cero de nuestro país, a las
puertas de la cegadora encarnación del poder legítimo, donde se reúnen los
hacedores de leyes que deberían poner fin a la esclavitud en el Siglo XXI, si le
pones voz a las esperanzas y sueños de una adolescente cuya existencia es tan
previsible y en carne viva, conviviendo con la aberración diaria, abocada a una
única salida -deseada por el propio espectador-, que es el alivio del fin de la
propia existencia, quizá nos preguntaríamos cómo es posible que se siga
tolerando.
Sin renunciar a propósitos estéticos, el arte como gran y
lacerante espejo, más que nunca, necesario.
Ya había aparecido por aquí, pero hoy más que nunca, el poema de Galeano cobra
sentido.
“Los nadies”
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies
con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que
llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho
que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten
con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
2 comentarios:
Gran entrada!
Arturo
Se agradece, dagal. Oye, ¿No vienes el sábado?
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