Hoy para recordar, no para descubrir. Se volvieron a presentar una tarde, en pareja, cogidas de la mano y pensé por qué no. Además, encajan bien en esa recopilación que exige intensidad como nexo común.
Ambas nadan en melancolía, esa palabra de dulce sonar, emparentada con un estado de tristeza contenida, suave, hasta reconfortante en ocasiones.
Ambas hablan de lugares, personas, tiempos. Pasado al fin y al cabo, instantes ya gastados y tratados de revivir en anhelos o súplicas. Empeño fútil.
Antonio atesora ese lugar que solo le pertenece a él, la evocación de lo bueno y lo malo, ese pequeño truco que no le bastó para escapar de la realidad. De significado críptico, ¿lo puro, lo básico, lo esencial?
La de Andrés es un canción de desamor al uso. Ese dolor y ese algo que queda encharcado, podrido y que tarda tanto en secar al sol. Cuando pasa, todo se ve de otra forma y resulta hasta divertido recordar esas cuitas. Todos transitamos esos caminos. Si no fuera así, no seríamos completos y nunca podríamos entender uno de los sentimientos más viscerales, naturales y absurdos.
Dos grandes opuestos en sus formas. Antonio servía su esencia en frascos pequeños. Andrés perdió el sentido; un gran autor que, disfrazado de salmón o marginal, quiso vendernos como arte, temas simplemente impublicables.
De una u otra forma, los dos marcharon para siempre. Atrapados por el pasado, no lograron desembarazarse de sus redes.
No es menester enredar. Dos canciones tremendamente bellas.
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