DE
REPENTE ABRIL (III): “Todo cede, todo fluye”
TRIBULACIONES
DE UN PADRE PRIMERIZO
(Se reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los
niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y
razonable por otra parte, mejor no sigas leyendo)
Fueron algo más de seis meses la condena en celda de
las que hoy abundan, las de los peores
barrotes, los que no se ven; seis meses
en el paro, seis meses estudiando, seis meses solo estudiando. A toro pasado,
esa siempre amenazante pena del desempleo se volvió bendición porque mejoró y
consolidó mi condición laboral, porque se me presentó la oportunidad de demostrarme
a mí mismo que por fin volvía a estar preparado para vencer en una lucha
pendiente desde antes de mis íntimos y largos años de la peste; pero sobre
todo, será una etapa inolvidable de mi vida porque disfruté del privilegio de
ser el testigo siempre presente, de los primeros meses de
vida de mi hija, de sus primeros despertares y sonrisas al verme asomado a su
cuna.
Cientos de horas estudiando apelmazadas, solo divisibles,
distinguibles por cada descanso, por cada visita a la habitación de Abril o la furtiva
mirada a un rincón del salón donde la adivinaba alerta. Una extraña ventana
imaginada que convirtió mi raro verano de poco aire libre en el más luminoso y
feliz de mi memoria. Reconozco que a las puertas de los exámenes, perdí atención real y, en cierta forma, solo buscaba
en mi hija, una insegura y falsa vía de
escape a momentos de tensión insoportable por todo lo que me jugaba. Pero hoy, cuando
en el despacho, a eso de las once, pienso que Abril se estará despertando y que
no seré yo el que la vista y le dé el biberón, lo añoro de veras. A medida que me alejo de todo
aquello, cuando la creencia de escuchar el eco de algún sonido semejante a su
gañir, es desmentida por la certeza de que Abril se encuentra a muchos
kilómetros de mí, se valora más lo especial e inmerecido de aquellas semanas. También
hay que encontrarle el lado bueno a perderla de vista unas horas: al no ser
capaz de memorizar fielmente su menuda y preciosa carita, su risueña expresión, parece milagroso sorprenderme al verla de nuevo
al llegar a casa.
Ya son más de seis meses en el cargo, me estoy
convirtiendo en veterano o al menos ya no soy novato. Imparto consejos o
expreso opiniones a padres de niños más pequeños que Abril con suficiencia,
sobre trucos o formas de enfrentarse a problemones o problemillas. Cuando rato
después me vuelvo a escuchar a mí mismo,
no puedo evitar sentirme algo ridículo. Pero algo sí es cierto, a veces me
refiero a Abril diciendo “cuando era pequeña”. Porque ahora Abril es mayor,
mayor que antes, y Susana y yo comenzamos a recordar el principio, etapas que
ya no volverán, como imagino, siempre será a partir de ahora. La tengo en
brazos, sé que no es demasiado bueno, pero me gusta tanto y queda tan poco…
Creo que es algo que recordaré siempre, bien podría ser lo último que recuerde
antes de marchar. Mientras la aprieto entre mis brazos una instantánea
recurrente: ella riendo, su cara muy cerca y cogiendo mi cara con sus manitas. No
acierto a encontrar un recuerdo más valioso que ese. ¿Existe un vínculo más
fuerte, que cada día parece crecer más? Me reitero: entiendes a tus padres por
primera, segunda, siguiente vez. El suceso común con altura de prodigio que es
estar echados los dos en la cama mirando al techo, acercarme a ella y escuchar su corazón, quedo y atronador a la vez.
Todos dicen que se parece a mí, y sí, a veces lo
veo, cuando la comparo con fotografías
mías de niño, cuando la miro cerca, en silencio, cuando estamos solos, y también su pelo, que comienza a crecer
deprisa, efectivamente es fino y suave
como lo era el mío, aunque confío de más prolongada duración. Y me hace sentir
raro, entre el miedo y la alegría. No es algo que me guste especialmente. Era
una de las razones por las que prefería una niña, porque no quiero que sea como yo, un tipo que
le da demasiadas vueltas a las cosas, propicio al agobio y la duda –tal vez por
eso me gusta, necesito escribir-, algo
mustio, al fin. Prefiero que sea como Susana y ojalá sea así: extrovertida,
divertida, positiva, luchadora, que mi parecido sea más físico que espiritual.
Me dice mi madre que los padres ahora no somos los
de antaño, que ahora colaboramos más, pero
seamos sinceros: es la madre la que se ocupa de verdad de todo. Podemos hacer
diez, veinte o cien cosas, pero no se acaba uno de desprender de la idea de que
no se pasa del cargo de ayudante o peón; que de verdad salga adelante Abril es
responsabilidad de su madre porque es la única que no solo está pendiente de lo
que tú olvidas sino que se anticipa, que no duerme, sino que vela y al menor
ruido o movimiento extraño, despierta y mira a la niña alerta, mientras yo sigo
durmiendo hundido en mis mundos. Susana empieza a trabajar con pena, y yo me
quedo en casa con miedo. Yo colaboro, pero no me quiero quedar al mando.
Aprendo instrucciones para el modo básico, para poder desenvolverte sin
emergencias, siempre temiendo imprevistos que exijan respuestas desconocidas e
inmediatas.
Siempre presente la conciencia de la muerte o el peligro,
mío –lo que no deja de ser curioso ya que siempre carecí de ese sensor-, pero
evidentemente y sobre todo, de Abril. El principio como ventana al fin, antes
invisible, irrelevante. La alborada frente a la finitud. Golpeando tu condición
de mortal, tu miedo a que ese fino hilo, que nunca creíste tan fino, se rompa,
a que la llama que es nuestro arder diario se apague. Tengo pesadillas, como que me la olvido en el coche un día de
mucho calor y no soy capaz de encontrarlo. O todos esos peligros que te parece
entrever, sobre todo en ciudades llenas
de coches y de una confusión algo insoportable.
Abril es feliz, se pasa todo el santo día riendo
–menos cuando le quitan los mocos-, suspirando y agitándose en picos exultantes,
en que grita como loca de pura alegría. Es así, es plenamente feliz y eso es bueno,
pero también destaca la felicidad que extiende toda a su alrededor, a todos los demás, a nosotros, a nuestros
padres y familia, o como si se tratase de una flautista mágica, al recorrer con
ella los pasillos de la residencia de ancianos cuando vamos a visitar a mi tía.
Hoy parece tan fácil hacer feliz al otro, al que está junto a nosotros, valerse
de ella para repartir sonrisas. Pero el reverso es la tristeza nueva y extraña
de preguntarme qué le ocurre cuando no ríe, sobrellevar sus fiebres tras la
vacuna, y volver a preguntarme qué será no poder atender a un niño, no poder
alimentarlo, vestirlo, darle todo lo que necesita si yo me preocupo por su
estreñimiento o por los picores de su dermatitis que no la dejan dormir todo lo
que debiera. O me pregunto por el alma
podrida de alguien encarnado en demonio llevando el mal, no más allá de lo
tolerable, sino de lo entendible. Víctima parece palabra fabricada para niños y
niñas, aplicada al resto de forma algo impropia.
Comienza a sentarse, aunque su postura favorita es
de espaldas chupándose los pies –sé que eso no durará mucho tiempo y me da pena
que la vida corra tan rauda-; a veces sentada a mi lado, en el sofá, me siento
raro, divertido, sorprendido en la que podría ser una buena foto mía con cara
de idiota, inundado por una extraña, pero a la vez ya familiar y bendita
sensación de bienestar, de esas que inundan de boba plenitud.
Aparte de nosotros, adora a unos extraños tipos
llamados Eli, Pato, Lula… y Pocoyo. Literalmente se vuelve majara cuando se lo
ponemos y ya se queda alucinada. Se ríe como tonta, como si supiera de qué va
la cosa. No me la quiero imaginar dentro de un año cuando empiece a comprender,
ya enganchada a la pantalla de un ordenador, lo que para mí, integrista que
camina en la vida sin móvil, remiso a todas estas dependencias, no me deja de
descolocar. En fin, servidumbres futuras que van anejas el cargo.
Aunque sé que estamos condenados al fracaso,
lucharemos con nuestras armas, concretamente con una mágica rescatada del
pasado y que abunda en mi casa: los libros. Cada noche le leo un cuento mientra
ella me mira divertida y atenta sin entender nada de nada, ve los dibujos y
parece disfruta la rutina. Bien sé que más que ella, yo.
Comienza a probar y comer algo que ya no es la leche
de mamá, empezamos con el biberón que le cuesta aceptar, y le surge una barriga tremenda y graciosa
cuando se lo toma entero; y le acaba gustando, le gusta tanto que se cansa de
la teta y es inevitable sentir algo de pena y reprocharle algo de su falta de
tacto con su madre por ese rechazo a su fuente de vida durante seis meses. También
empieza a “comer” otras cosas como papillas, aunque al principio, piensas que casi
sería mejor hacerse con uno de los monos de protección contra el ébola.
Tarea titánica y estresante que, claro, en lo más jodido, casi siempre asume
Susana y en la que tras cada cucharada, te preguntas ¿cuánto tardará en comer
bien? ¿Meses, días, ¡años!? Te sientes un poco blando, vulnerable, asustado.
Ves vídeos en internet que te cuentan que no te preocupes, que tu hija acabará comiendo
normalmente y en el futuro, masticando, que otra cosa no, pero que esto te lo
pueden garantizar, que tampoco hay que volverse loco. Bien, parece que esto mejora,
aunque creo que de fruta no ha sido capaz de ingerir un gramo, agitándose a
veces entre temblores o convulsiones al probar la pera o manzana, tal que si
fueran venenos mortales.
Y claro, las cacas no son lo de antes; empiezan a
oler fatal y se extienden y se abren paso por todos lados hasta el punto de que
alguna vez hay que bañarla. Pero nada da asco… supongo que el doctorado como
padre llega cuando a tu hija está estreñida y tienes que tirarle de la caca
entre risas. No importa, nada importa.
Abril se acostumbra a manejar su cuerpo, trata de
entenderlo, saber para qué sirve y progresa de día en día. El modo de habitar
su cuerpo que decía André Gorz de su esposa. Abril va
cambiando sus gestos, abandona los que creíamos ya suyos y encuentra otros que
tal vez sí sean definitivos. Aunque entre ellos, ella que nunca tuvo chupete, espero
que no se encuentre el de chuparse el
dedo al dormir, cuando tiene hambre o con los primeros dientes; sobre todo
porque llega un punto en el que francamente nos llega a preocupar el lamentable
y deteriorado estado de su dedo gordo. Los dientes…¡Por fin! Desde los dos meses,
cada vez que le ocurre algo, que la encontramos anormalmente agitada o rara,
que llora fuera de tiempo o lugar, pensamos que pueden ser los dientes (“ Serán
los dientes…”), hasta que finalmente sí, efectivamente son los dientes, los dos
dientes que le salen con seis meses.
Y es que debe ser muy difícil ser bebé. Se aburre,
se crispa, se retuerce, se carcajea y llora con segundos de diferencia en una
extraña suerte de “risallanto” difícil de interpretar. Sus manos torpes se vuelven más ágiles. Ella
es más rápida y decidida, se retuerce,
quiere hacer algo, no sabe bien el qué, pero quiere vivir, probar, descubrir,
se escapa, se desplaza veloz sobre su espalda mientras grita de júbilo, tiene
más peligro pero es diferente a la sensación de riesgo de las primeras semanas,
porque todo parece más previsible, menos frágil. Y grita cada vez más fuerte,
ya no solo utilizando la garganta sino también los labios en infinitas letanías
entre terribles y divertidas.
La mirada a través de sus enormes ojos de lechuza de Atenea cambia. Hay un
momento que me encanta, uno de los mejores: su mirada inquieta y ansiosa justo
un instante antes de cruzar el umbral de una puerta para descubrir qué hay al
otro lado; o lo que parece ser un amago de vergüenza, su mirada divertida un
momento antes de girarse y ocultarse, su mirada desafiante y tranquila cuando
aprieta sus labios y no quiere comer, su mirada culpable, en un boceto de la
molesta responsabilidad y la culpa inherente a la condición humana que aún
tardará en llegar, cuando ya sabe que no debe llevarse algo a la boca y me mira
justo un momento antes, en un gesto lento, esperando la reconvención,
probándome, lo que me lleva a pensar que un día será el primero que me enfade
con ella, que ha de ser así… pero que tarde.
A veces miro a sus ojos cuando se pone seria y algo “pensativa”,
y la siento inteligente y expresiva, y me asusto un poco, porque creo que me va
a descubrir, que me ha catado, que soy un fantoche, un inútil como padre, o
peor, me veo reflejado en sus ojos y me siento extraño, soy yo el que está en
los ojos de mi hija. Soy su padre y me siento un poco impostor, como si fuera
demasiado importante el papel que se me otorga en la obra. También me ocurre
cuando aparezco fuera de plano en una foto o en un vídeo se oye a Susana
decirle algo a Abril sobre papá y me digo: joder, es cierto, soy su padre y ahí
sí que no hay vuelta atrás.
Soy un fanático del orden, una de esas personas con
la manía enfermiza de colocar cada cosa en su lugar, también mis actividades u
objetivos, a corto y largo plazo. Aunque a primera vista, si vieras mi mesa –prolongación
amueblada de mis compartimentos mentales-, pudieras pensar que todo está colocado
al azar: cuadernos, libros, recuerdos o piezas decorativas sui generis. No es
así. Cada una está en una ubicación definida, a una distancia aproximada de
todas las demás, fruto de un plan seriamente meditado. Por eso me cuesta
acostumbrarme, llevo mal hacerme a que
en mi casa empiecen a aparecer cosas relacionadas con Abril por todos lados
(baberos, pañales, juguetes, biberones), aunque sé que esto no es nada, que es solo
el principio, que el tema irá a peor cuando le llegue la añorada autonomía –cómo
era aquello de vigila lo que deseas porque puedes conseguirlo- y le demos
suelta, porque entonces todo irá a mucho peor.
Sin embargo, seamos positivos y encaremos el camino.
Puede que la mejor señal de que acepto cambiar de vida, de que me lo estoy
tomando en serio es el hecho de que me deje de importar que mi libro esté a la
izquierda o el bolígrafo a la derecha a dos palmos de la lámpara o que observe
tranquilo mi salón repleto de cacharros y extraños aparatos procedentes del
fértil gremio de productos dirigidos a niños y padres de niños, muchos de ellos
francamente mejorables en calidad –a propósito, quizás el único sector
impermeable a los efectos de la crisis-. Puede parecer una bobada pero para mi
mente obsesiva algo enfermiza algo emparentada con la del Jack Nicholson de
“Mejor Imposible”, no lo es.
Aburro, soy previsible, pero qué puede haber
parecido. A veces, cuando la tengo cogida entre mis brazos, siento su cabeza
apoyada en la mía, cierro los ojos, inspiro hondo y siento que todo cede, que todo
fluye, que todo encaja; doy por bueno todo para llegar hasta aquí y solo espero
que no se quede en una actitud algo egoísta, que a Abril le llegue algo de mi
calidez interior, de mi pequeño éxtasis doméstico y sencillo, que de alguna
manera, también lo perciba.
Es mirobrigense y ya la conduzco en sus primeras
vueltas por la muralla, recordando mientras miro la sierra como tantas veces en mi vida, que muchas fueron buenas, pero también muchas otras, horas tristes en
soledad en que las nació una extraña vinculación con los muros de mi ciudad,
bálsamo prodigiosamente curativo, que me obligó a seguir y luchar. Los de
Ciudad Rodrigo somos muy de Ciudad Rodrigo y espero que ella entienda, mirando
al infinito incomprensible, que vivir siempre es bueno.
Y lo digo mientras publico este artículo, mientras retiro
un “apilable” (yo que creía que manejaba un vocabulario en castelllano bastante
aparente por lo amplio, me veo sorprendido por tantos términos llegando en
cascada de continuo).
La armonía terminará, así ha de ser para que tenga
sentido, pero hoy se sigue elevando etérea y radiante, tal que una Variación
Goldberg de Bach, hoy mi disco más escuchado en el coche. Mi preferida, la 25 –pero se escuchaba demasiado baja-,
para siempre unida a Abril.
5 comentarios:
Me he reído con tus aventuras con Abril.
Qué suerte tiene Abril de poder un día encontrarse con estas líneas y llegar a saber algo acerca de cómo era su padre.
Por cierto, ya estás trabajando.
Costó, pero ya estoy de nuevo on the road... y ahora lo doy por bueno porque me vino bien en muchos sentidos: seguridad, aprendí mucho y disfruté de Abril. Pena lo de aparcar la carrera un año más.
Eso dice Susana, que algún día le gustará leer estas historias que relataba su padre para guardar el recuerdo de unos días muy especiales. De todas formas, a ver si voy evolucionando de menos sentío a más gracioso. Demasiado almíbar. Abrazo. El domingo tenemops el Ruéu, por si os apetece acercaros.
Felicidades !!! hace tiempo que no entrava por aquí y ya veo que la temática del blog ha canviado un poco....
Muy bueno eso del "risallanto", aprovecha cada momento y cada dia con ella, verás como el tiempo se acelera y sin darte cuenta caeran messes y años.
A disfrutar !!!
Muchas gracias, Orial. Siempre hablé un poco de todo lo que me gusta, pero sí, ahora que entre niña y los meses de estudio, ando un poco medio jubilado, la cosa se acentuó aún más. Volveré a entrenar y a marcarme retos de los buenos, aunque me da que tengo bastante menos pundonor. Debe ser lo de ser padre :) Vaya que voy viendo que las pocas etapas que llevo vuelan y no vuelven. Empeñado en disfrutar. Bien sabéis. Abrazo.
Oriol :)
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