lunes, 23 de febrero de 2015

Desafío Run & Roll (VIII): "Maratón de Santis"



Desafío Run & Roll: 10 maratones en 10 semanas.

A 15 días de los 100 de Vallecas, mi propósito era  el de llevar a cabo una especie de ensayo general para la prueba, tratando de, en la medida de lo posible, reproducir las condiciones en las que competiría: misma ropa, calzado y alimentación, ya que además de pasteles y agua, pretendía tirar de geles e isotónico, hata ahora no utilizados en mis maratones de entrenamiento, sin cargar con mochila o bote en la mano como hasta ahora, para lo que quería dejar un par de botes en el reocorrido el día anterior.

Sin embargo, no pudo ser. Tras correr algo más rápido de lo habitual en un entreno el jueves por la noche -porque me estoy acostumbrando al ritmo "tractor"-, el viernes me desperté con un gemelo resentido y ya con dudas de si podría cumplir con mi cita semanal, ya necesariamente pospuesta para  domingo para recuperar un día más. Además, por asuntos familiares, ya solo podría salir el domingo a mediodía, que me gusta mucho menos que la mañana.

Así que el domingo, tras comer a las doce, poco después de las dos, enfilé la carretera de Sancti Spiritus con la idea de darme la vuelta en el Km. 25, pero con el miedo cierto de que tal vez no llegara ni al 2, ya que desde el primer momento, notaba la molestia en el gemelo, algo aliviado por el extracto de guindilla del Capsidol. Antes del llegar al kilómetro 5, ya había decidido que en esas condiciones, me bastaba con el maratón, que no iría más allá.

El entrenamiento fue bastante bien, duro, en solitario, con aire de costado, el primero que hago completamente por asfalto, el que muchos conocerán bien aunque no sean de Ciudad Rodrigo, si han corrido la media; es el recorrido en línea, cuyo perfil reproduzco. El gemelo no me dolía pero sí lo notaba. El jueves corrí con unas viejas zapatillas de asfalto, y culpándolas en parte de mi principio de lesión, me hizo regresar a las de montaña que vengo utilizando durante las últimas semanas y que casi seguro, aunque parezca raro, llevaré en Vallecas.

Desde mi casa a Sancti Spiritus llegas con 18 kilómetros con lo que tienes que hacer 3 más por esa recta interminable, que se hace larga hasta en bici; curiosamente, excepto el final, es el tramo que más largo se me ha hecho durante el entrenamiento. Hay que ser honesto y decir que podría haber seguido hasta el 25, que el gemelo me lo permitía, pero el hecho de haber descartado la posibilidad al principio, obra una suerte de clic mental que incapacita para sufrir más de lo previsto en el plan mental, factor determinante en el gran fondo. 

La vuelta, con perfil más favorable, fue del bien al regular y del regular al mal, como es inevitable en un maratón, pero creo que salvamos lo de empantanarnos en el "muy mal". Sí noté que, al ser el primer maratón que hago todo sobre asfalto, me dolían las piernas algo más de lo habitual porque si alguno no se había dado cuenta, el asfalto está muy duro, es lo que tiene. Aunque es un dolor soportable, si con 30 kilómetros voy así, ¿cómo iré con sesenta o setenta?, lo que me hace meditar seriamente sobre la posibilidad de drogarme durante la carrera y llevar algún ibuprofeno, por si acaso. 

En fin, el fin del maratón con 3:44.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"

jueves, 19 de febrero de 2015

44 años para llegar a cinco "canciones"


Una de las preguntas de una entrevista que me pasó Alfredo "Furacán" era que eligiera cinco canciones. Complicado, muy complicado.  O tal vez no tanto.

A.A: Como con mucha gracia explica Nick Hornby en su novela“Alta Fidelidad” plantearle una pregunta de este tipo a un apasionado por  la música es una puñalada trapera, porque te pasarás varios días pensando si deberías haber elegido alguna otra diferente. Confieso que, de primeras, descarté elegir cinco canciones porque me parecían demasiado pocas, que elegiría diez o quince, pero al final me dije que eran las reglas y punto, así que allá van, un reflejo de mi momento musical actual, o de a dónde me han llevado tantas horas de música. Como las encuestas, está “cocinada”, tratando de que queden representados los estilos que más escucho a día de hoy.

“Racing in the Street” (Versión incluida en “The Promise”) de Bruce Springsteen. Ya lo he escrito muchas veces, aunque ahora me pasa lo mismo que con De Niro y sus películas, que prefiero que no publique más discos, para no seguir dilapidando el prestigio que le otorgaron unas canciones maravillosas, es obligado ponerlo, porque gracias a él descubrí la música siendo un chaval y por ejemplo, esta canción me sigue pareciendo perfecta, tanto la música como la triste historia que cuenta, quintaesencia del imaginario springtiniano. Al boss lo considero más  amigo que estrella; ha estado junto a mí siempre, y con sus mejores canciones, seguirá estando ahí hasta el final. Solo él me hace sentir de esa manera, la misma que cuando era un desorientado adolescente.

“Transatlanticism” de Death Cab for Cutie. Quería escoger algo de pop, y probablemente a alguien le parezca raro que no tire de algo más viejo o clásico, pero este disco de principios de siglo, de título homónimo, me parece una maravilla, o tal vez fue que lo descubrí en un momento en que me encontraba algo vulnerable, llegándome especialmente su mensaje. Esta canción está engarzada a la anterior y a la siguiente en una trilogía excepcionalmente afortunada. Le hizo justicia su memorable elección en un capítulo de “A dos metros bajo tierra”, una de mis series favoritas. Nunca volvieron o volverán a grabar algo así.

“Wanted Man”, de Nick Cave. Si lo lista hubiera sido algo más larga, seguro hubiera puesto algo de hardcore, porque como hace unas semanas escribía, a veces quiero o necesito romper cosas y no puedo o no me dejan. El rock and roll, el ruido, tiene que estar ahí y la mejor forma es utilizar a uno de mis cantantes favoritos, Nick Cave –hoy bastante más tranquilo que antaño, aunque igual de inspirado-, tirando de la tradición americana representada por los compositores de la canción, Bob Dylan y Johnny Cash, tronco que así también aparece retratado en  mi lista, y de cierta conexión envenenada con el blues, muchas veces punto de partida del genio australiano.

“Agnus Dei” de Samuel Barber. Últimamente escucho tanta música clásica o jazz como pop o rock. Por ejemplo, de camino al trabajo, ya no sintonizo las tertulias que hay en casi todas las emisoras  y me quedo aparcado en Radio Clásica. Me ha sido difícil elegir una pieza porque hay muchísimas que me matan. Al final tiro de un compositor “moderno” del que todos conocéis el emparentado adagio tantas veces utilizado en cine. Si Nick Cave podía ser el diablo, mucho de lo oscuro que albergamos en nuestro interior, esto podría ser Dios, en la forma en que cada uno entienda el concepto, o mejor aún, la música que podía sonar entre las cuatro paredes de una habitación como la del final de “Odisea 2001”

“Round Midnight” de Miles Davis.  Siguiendo con la analogía, el jazz podría ser el hombre jugando a ser Dios. Me pasa como con la clásica, aunque antes la escuchaba esporádicamente, ahora siento que  hay un mundo ahí detrás que me conecta con todo lo que me apasiona del arte, los libros que actualmente me interesan o la cultura en general. Atrapar la esencia de la vida es algo imposible, pero con el jazz a veces me ocurre tal que  si algo estuviera a punto de sueceder, de subirse un telón o derrumbarse una pared y mostrarme otro mundo, o simplemente la vida  tal y como es en realidad. Hay veces incluso, que escuchando el lenguaje salvaje de Coltrane o Charlie Parker, se puede llegar a sentir algo de vértigo. Elijo “Round Midnight” por considerarlo accesible y lleno de esa misma magia difícil de definir.

Desde que empecé a escuchar música, aun con altibajos, no he dejado de sentir ganas por descubrir y entender, y hoy ese ansia la siento más viva que nunca. Al final, escuchar música, digamos “en serio”, durante una vida entera, también es un camino durante el que se aprende y también se pierde mucho –la mitad de los discos que me entusiasmaban de  joven, ahora no los escucharía ni borracho-, pero no es algo a lo que renuncio, forma parte de mi viaje y bagaje. Sin embargo, siento que hoy no tengo tiempo para, según mi criterio, naderías. Creo que todas las composiciones elegidas, cada una en su estilo, denotan la intensidad que hoy persigo.
     

domingo, 15 de febrero de 2015

Desafío Run & Roll (VII): Maratón de sábado de carnaval, 40 kilómetros y/o 40 cervezas, that´s the question



Desafío Run & Roll: 10 maratones en 10 semanas.

Séptimo maratón, al que desde el planteamiento del reto, veía más problemático de acometer, sobre todo por las circunstancias que lo rodeaban. Sábado de Carnaval, fiestas grandes de mi pueblo, cuando la vida en Ciudad Rodrigo se detiene o aparece mediatizada por una extraña fiebre que, en mayor o menor medida, afecta a cada mirobrigense desde chaval. Hace años que esto del Carnaval me lo tomo con calma; o marcho, o no salgo o me basta con hacerlo un día, que este año fue ayer, después de mi maratón.

Pequeño paseo la tarde del viernes para que Abril conociera el Campanazo, lo que durante los últimos años viene siendo el inicio oficial del Carnaval, y a casita a cenar potente y preparar el uniforme para el día siguiente.

Mi propósito inicial era el de salir a las 7 de la mañana, pero era noche cerrada, y no queriendo correr por el pueblo hasta que amaneciera para evitar los comentarios provocados por el estupor de los que a esa hora andaban todavía de fiesta, dedicí salir algo después de las 8 y alejarme de la ciudad. En las previsiones se anunciaba algo de agua, por lo que en la mochila llevaba chubasquero y gorra, pero lo cierto es que disfruté de un día y una temperatura excepcional para correr, a diferencia de las duras jornadas de frío y viento de las dos últimas semanas.

Decidí marchar camino de Águeda, subir La Calera y volver por el pantano. El día anterior había quedado con el CiegoSabino en que saldía a mi encuentro por la carretera para acompañarme unos kilómetros, pero la verdad es que no confiaba demasiado en él, ya que el viernes por la tarde vi que había empezado el carnaval con muchas ganas. Sin embargo, cuando estaba llegando a Ciudad Rodrigo, justo en mi Km. 21, apareció; ya sabéis, el Ciego es un tipo duro fiable en cualquier actividad que se proponga.

Decidimos hacer una Luna Lunera, una jaramgugada nocturna de principio de verano  con una distancia de alrededor de 13 kilometros, la mayoría de tramos de tierra, con partes linderas por el estrecho sendero que discurre junto al Canal del Águeda.

Cuando me encontré con Agus, iba bastante bien, quizá el mejor maratón de todos los que llevo encima, y la compañía se agradeció de verdad, para ir charlando y algo más rápido de lo que seguro yo marcharía de haber ido solo, más pendiente de lo que me faltaba, de lo cansado que estaba o de lo que me dolían las piernas. 

Al final, al volver al pueblo, todavía me faltaban 7 kilómetros para completar los 42. Estaba claro, me tocaba ir a Ivanrey, y Agus me dice que vale, que me acompaña, lo que para mí a esas alturas, es mano de santo, tal vez difícil de entender para el que no se dedica a estos menesteres. Acabé mal, pero mejor que otras veces, aunque los tres, cuatro últimos kilómetros siempre se hacen muy cuesta arriba. Como la semana pasada, al llegar a la puerta de casa me faltaban unos 300 metros para llegar a los 42, pero no me apetecía seguir. 3:42, otro al saco. El que mejor he terminado, puede que porque estoy más entrenado, puede que porque no me tocó luchar contras las inclemencias meteorológicas, puede que por la compañía durante toda las segunda media. La próxima semana, a 15 días de Vallecas, quiero hacer un entreno largo (más largo) de 50 kms.

Después del palizón, tocaba Carnaval. Para empezar, huevos fritos con chorizo en el Asturias al que siguieron otros pinchos bien sanos a lo largo de toda la tarde como oreja rebozada, barbada, jeta, morro, calamares rebozados, pasteles de merengue -cualquier maratoniano sabe que cuando marchas vacío lo que apetece es grasa, y yo ayer me puse a ello con ganas-, además de un par de gin tonics y demasiadas cervezas. Eso sí, a las once estaba en casa. Día completito, y hoy, mejor de lo previsto.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"

jueves, 12 de febrero de 2015

De repente Abril (IV), mi rebelión contra lo habitual




LAS TRIBULACIONES DE UN PADRE PRIMERIZO

(Se reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y razonable por otra parte, mejor no sigas leyendo)

En penumbra, tumbado con ropa de calle sobre la cama de mi habitación con los ojos cerrados, trato de cumplir con el para mí, imprescindible rito del cuarto de hora de siesta mientras escucho un insistente, gutural pero expresivo, “¡Eh!... ¡Eh!... ¡Eh!”. Miro en dirección a la cuna y veo como la parte de arriba de la chichonera (pieza acolchada de tela que se ata a la cabecera de la cuna para que el crío no se dañe con las barras), cede unos centímetros y se vislumbran los grandes ojos de Abril, algo rasgados por la invisible sonrisa, mirándome. Jodía muchacha… hoy se cumplen diez meses desde su primer vagido y sigue al mando de la casa, aunque existe un sutil nuevo matiz: el de que ella ahora sabe que es así.

Sigue cambiando; en las fotos y vídeos apreciamos la veloz mudanza que se nos escapa día a día.  Parece más adulta, su rostro es cada día más bonito (aunque supongo que mi capacidad de apreciación aparece justificadamente distorsionada por mi posición-pasión de padre), su cabeza aparece ya cubierta por un más que incipiente, suave y brillante cabello rubio. Adquiere destrezas rápidamente, sorprendiéndote a veces la suficiencia con la que ejecuta acciones que ayer parecían un mundo o lo ágil y peligrosamente que se desplaza en sus modos reptador o espiral.   Sí, ya imita gestos y ruidos, continuo motivo de albricias entre la familia y francamente algo cargante para el resto de obligados a prestar atención al milagro que necesitamos compartir. Sabe pasar páginas, algo importante en una casa llena de libros y últimamente se pasa el día señalando con el dedo índice, al que  incluso mira algo extrañada, en un gesto lento, con algo de iluminación trascendental (mismamente como ET, mientras yo me parto), sobre lo que Susana, que ha estudiado estas cosas, me nombra como gestos protodeclarativos.

Ahí están sus gritos de satisfacción, sorpresa, llamada de atención, de enfado previo al llanto fruto de la frustración. Sí,  silabea, pero aquí se sigue la retransmisión expectante a la espera de su primera palabra, que un día pare de tanto “TA-TA-TA-TA….ÑA-ÑA-ÑA-ÑA” y de pronto te mire comprendiendo y responda con la mirada un instante antes de que sus labios articulen un sencillo, prodigioso y gozoso “PAPÁ”. 

El tiempo. Pasó a mi historia el dedicar a una tarea varias horas sin interrupción. Mis actividades preferidas, con las que más disfruto, requieren concentración o aislamiento, sean leer, estudiar, escribir o el deporte “machaca”. Excepto esta última, que sigo practicando algún día a la semana en tiradas largas de varias horas en soledad, las demás exigen redefinición de esquemas y objetivos. Sin embargo, hasta cuando corro, siento el ansia de cambiar la montaña que atravieso veloz jadeando por un tranquilo paseo con Susana y Abril a la espalda, en la mochila que aguarda desde hace meses en su habitación a la espera de que alcance el peso recomendado para usarla, y que por fin estrenaremos este carnaval. 

También la música, otra de mis pasiones, no se ha visto especialmente afectada, existiendo la posibilidad de simultanearla con Abril. Ella la disfruta tanto o más que yo, ya que es incapaz de escucharla sin ponerse a bailar con su peculiar balanceo, importándole poco el estilo, sea jazz, hardcore o clásica, aunque le llaman la atención especialmente los violines. A propósito, yo que a veces gusto de dietas algo indigestas por lo ruidoso o monolítico de la propuesta, por qué siempre me parecerá que las canciones infantiles están demasiado altas, que sería mejor escucharlas a menos volumen. 

Volviendo sobre mis tiempos, tengo claro que su distribución durante cada jornada se realiza en  segmentos o fases diferentes a las de antaño. He llegado a la conclusión de que, por regla general, hoy se aspira a disponer de medias horas, en las que, si hay suerte, poder dedicarse completamente a un propósito o actividad. Ahora bien ¿es posible hacer todo lo que hacía antes en unidades de media hora, afrontadas a veces con ímprobo esfuerzo, con arrojo casi suicida por lo aparentemente imposible de la empresa? ¿Se puede leer un capítulo o escribir un artículo al doble de velocidad que antes? Quizá, tal vez requiere adaptación y tenacidad, como mucho de lo que nos asombra en esta vida. Yo seguiré insistiendo con el diseño de mis quiméricos planes. Lo que  no acabo de ver tan claro es estudiar. El tiempo, al trabajar los dos padres, es el factor fundamental a la hora de tomar la decisión de tener un hermanito, posibilidad por ahora descartada al completo. Al final es la gestión de cada jornada el cambio fundamental que se opera en la vida del convertido en padre de un día para otro, en que la vida pasa a ser poco más que ventanas de tiempo entre Abriles.

Abril ya come sólido en un curioso plato con un fondo oculto donde se introduce agua caliente para que no se enfríe la comida. Bastante bien,  habrá críos peores en este tema; excepto la papilla de fruta , eso sí, que es lo que desde hace unos meses, tras la preceptiva tentativa, se ha venido convirtiendo en mi merienda junto a lo que deja de yogur –específico para bebés, tampoco sabía yo de esto, y que no están muy ricos, la verdad-. Haciendo honor a su apellido y a su padre, que lo come a puñaos aunque no se le note, le gusta el pan y sobre todo las galletas, suponiéndose que tras la trituración y reparto de migas todo en derredor suyo, algo comerá. El biberón cada día menos; como le ocurrió con la teta, se acaba abandonando lo antiguo por la novedad. Le gustan los animales, los de la calle y los de los documentales, las palomas que se posan en el balcón, las moscas que ya marcharon, las sombras…., todo ello causante de voces de asombro o miradas perdidas, esas pensativas que tanto me gustan. Y algo que se me olvidaba y es importante: su amor a primera vista con el agua en sus clases de matronatación  en la piscina, toda una valiente nadadora en ciernes, ejecutando con vigor sus primeras brazadas y batidas, siempre sonriendo, claro.

De sus malos ratos, que convierten al padre en un ser asustado, algo inútil e impotente, pues un catarro, que yo creo al final no acabó de agarrar del todo, durante el que lloraba más de la cuenta e incluso llegaba a vomitar con los ataques de tos, además de lucir permanentes velas bajo la nariz. Claro, tampoco lo había pensado, una niña de esa edad, no sabe sonarse los mocos y se le hace la perrería de introducirle suero y extraerlo con una pera entre  horribles llantos que dan fe de la imaginaria tortura. Y  los dichosos dientes de arriba que no le acaban de salir, o ese par de horribles pesadillas en las que a pesar de estar incluso levantada y abrazada, le es imposible dejar de llorar y gritar  completamente aterrada, preguntándote, qué imagen habrá de aterrorizar una mente tan pura y limpia.

Era de esperar, casi todo me gusta mucho de Abril, pero hay gestos o formas de vida que lo hacen de un modo especial, tal que mirarla mientras duerme, apretarla suavemente contra mi pecho, su olor, besarle sus pequeños pies, pero hay algo que registro en una categoría especial, vía fácil y accesible a una cálida sensación de emocionante bienestar: se trata simplemente de recordar su risa. Los que conocen a Abril saben que ríe a menudo, pero me refiero a un preciso momento, un estadio más allá de la sonrisa, más acá de la carcajada, cuando todo su cuerpo se estremece y tiembla, agitando sus brazos estirados, aparentemente rígidos pero ligeramente trémulos, mientras sus enormes ojos se empequeñecen y la comisuras de sus labios no pueden alejarse aún más a pesar de poner todo su empeño, a la par que luce esos dos enormes y graciosos  dientes inmaculados. Sería una buena imagen si se tratara de retratar la quintaesencia de la felicidad. Ojalá esa facilidad para reír sea una línea indeleble, escrita genética o mágicamente, en su carácter. Recuerdo esa risa y soy capaz de emocionarme casi hasta las lágrimas, alejarme por un instante de dónde o quien esté conmigo.

A veces veo a Abril enlazada al concepto de trascendencia en el sentido de ir más allá, de superar mis límites, de acercarme al secreto de la existencia, como una parte desgajada de mí que me irá enseñando a recorrer un camino nuevo, pero también a regresar al que ya transité, con mucho de lo que perdí. Tras nuestra relación, como ya escribía en alguna ocasión, las sombras de mi legitimación, tan llena de fisuras a la luz de las culpas de mi vida. Recuerdos en tropel que  parecían perdidos y que hoy regresan, anticipando el flujo que no cesará mientras ella crezca, necesitando o rebelándose, mientras yo trataré de ofrecer razones, que tantas veces caerán al vacío del que demanda experiencia.

Hay algo, no cabe calificarlo de suceso, que sí me decepcionó íntimamente. Una mañana, cuando Abril debía tener ya 8 meses, al volver de trabajar en torno  a las tres de la tarde, me di cuenta de que, liado por mis tareas, no había pensado en ella en toda la mañana y fui consciente de que, aunque me resistiera, me encontraba en otra etapa diferente, me había acostumbrado a Abril, y eso es una pena. El Abel admirado del milagro cada  bendita hora ya no volverá, aunque me engañe y a veces, cuando estoy en la cama y Susana la saca de la cuna, al verla de nuevo, no puede evitar pensar o decir: “Joder, qué cosa, ¿no?” o eche mucho de menos a mis chicas cuando toque dormir fuera de casa, como una noche de Navidad. Por otra parte, todo tiene su lado bueno: a veces, entrando en casa, me sorprendo y me admiro, porque, en cierta forma, se me había olvidado lo bonita, achuchable y graciosa que es. 

Contaba al inicio que Abril no me dejaba dormir la siesta, pero también hay que reconocerle que hasta alguna noche ha comenzado a dormir del tirón, de 9:30 a 6:30, ahí es nada; aunque seamos francos: se pueden contar con los dedos de una mano. Ella casi siempre suele tomarse un biberón, aunque más que hambre, le guste ver cómo está el ambiente por ahí. Se toma un trago, saluda, se echa unas risas y ya en la cuna y a oscuras, sigue a lo suyo, con la letanía en voz alta que nos acompaña de hace diez meses. Hasta que se duerme. Mientras, agradecidos, también nosotros lo intentamos. 

lunes, 9 de febrero de 2015

Desafío Run & Roll: VI maratón, 23 + Cross Pollino + 7


Crónica al vuelo de mi sexto maratón de 2015. El pasado sábado celebrábamos nuestro ya clásico Cross Pollino de 12 kilómetros, los últimos, los del encierro a caballo del próximo domingo de carnaval. Mi propósito era el de llegar a la salida de nuestra jaramugada más asequible, a las cinco de la tarde, con treinta kilómetros en las piernas para rematar la faena acompañado tranquilamente de mis compañeros -hacemos reagrupamiento para acabar todos juntos-, entrando en la ahora peculiar Plaza Mayor, ya con todos los tablaos en construcción.

Bien, me retrasé exactamente treinta minutos en mi hora prevista de salida, con lo que tuve que conformarme con una aperitivo de 23 kilómetros. Hasta entonces, regular. Creo que comí más de la cuenta y camino del pantano soportaba una continua molestia en el estómago. En la crónica del V maratón  me quejaba del frío, pero una semana después, este fue aún mayor, sobre todo por el severo aire helado que en los tramos en que soplaba de cara, era muy molesto. Sobreponiéndome, los kilómetros iban pasando y ya eran 12 cuando llegué a los pies de La Calera tras cruzar el pantano. Desde allí descenso hasta Águeda, donde decidí regresar a Ciudad Rodrigo por el camino del Canal del Águeda sobre un terreno a ratos muy pesado con estrechos tramos embarrados que incluso me hicieron resbalar mas de una vez. A la carretera que lleva a Pastores llegué con 21 kilómetros. Cansado, algo que noto aún más en los dos kilómetros que me llevan, con subida por la Puerta de Santiago incluida, hasta la Plaza Mayor donde llegué con casi dos horas.

Allí decidí comer algo mientras saludaba a los amigos, que este año fueron menos de los habituales -puede que el frío o el fútbol-. Durante los últimos kilómetros ya me había visto tocado, empezando a vislumbrar los fantasmas que te atormentan hasta llegar a los malditos-benditos 42. Sin embargo, mientras encaramos la larga ascensión hasta Pedrotoro, que este año se hizo bastante más dura por un fuerte aire de cara que me dejó las manos congeladas, iba tranquilo charlando con la pareja de "Agus", a la par que los kilómetros caían a la saca  más ligeros, sin estar tan pendiente y darle tantas vueltas mirando el GPS como cuando marchas en solitario. 

En el tramo de tierra de La Cañada, hablando con Bienve y Manu, aceleramos algo más, sintiéndome bien, animado, mucho mejor de lo que pensaba antes de llegar a la plaza, con lo que una vez más se confirma que la predisposición mental y los estímulos, cara a practicar fondo, son mucho más importantes de lo que el profano pudiera pensar; aunque supongo que tantos kilómetros en solitario dándole vueltas a la tortura autoimpuesta, debe ser una buena forma de poner a prueba, de entrenar mi determinación para exigirle cuando de verdad lo requiera: con un dorsal en el pecho, con una meta al fin de la última zancada. 

El percance del día. Mientras subimos por la Avenida Conde Foxá, alguien comentó algo, miré hacia atrás un instante, y el mero y clásico tropiezo con un bordillo, en una secuencia de un par de lentos segundos, pasó de una caída sencillamente evitable a ridícula e inevitable, donde actuó como factor determinante la caraja que lleva uno encima, en un cuerpo agotado, dolorido, aterido y esencialmente torpe. O tal vez fueron los cencerros que algunos cogieron en la Huerta del Agus, que tan valiente como soy, me hicieron pensar que ya amenzaba un cabestro detrás. En fin, el resultado fue la palma de una mano despellejada. 

Iba a escribir cuatro letras a la velocidad de la luz y ya voy por el sexto párrrafo, a toda velocidad, eso sí, bastante más que en mis maratones. La manada de cabestros entró en Plaza y yo, sin parar demasiado, que sabía sería peor, me despedí a la carrera para terminar mis deberes: 7 kilómetros más. A pesar de llevar 35, iba animado. En un principio pensé dar una vuelta al pueblo pero finalmente opté por ir a Ivanrey, que crería se me haría más corto. Hasta allí bien; sin embargo, la vuelta, otra vez contra el gélido aire que consiguió que hasta las puntas de mis pies se quedaran heladas,  me hizo pelear los últimos kilómetros de otro maratón para llegar hasta la puerta de casa faltándome trescientos metros para los 42 y sencillamente obviarlos. Ahora es difícil de explicar no completar esa calle de ida y vuelta, pero cuando vas mal, vas muy mal, y yo, a esa hora, ya de noche, solo pensaba en mi ducha de agua caliente. Además, mi maratón me lo homologo y certifico yo mismo, que para eso me lo he inventado.  3:50 (descontanto parada) Además, para eso...

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"


sábado, 7 de febrero de 2015

Ascesis = Entrenamiento



A cuenta de delimitar el concepto de "hombre-masa" y la distinción entre vida noble y vida vulgar, una interesante apunte de Ortega y Gasset sobre la relación entre ascesis y entrenamiento, que a alguno le puede resulta curioso.

"Para mí, nobleza es sinónimo de vida esforzada, puesta siempre a superarse a sí misma, a trascender de lo que ya es hacia lo que se propone como deber y exigencia"

"Son los hombres nobles, los únicos activos y no sólo reactivos, para quienes vivir es una perpetua tensión, un incesante entrenamiento. Entrenamiento = áskesis. Son los ascetas".

En "El origen deportivo del Estado" (1925) había escrito Ortega: "Recuérdese que la más exacta traducción del vocablo ascetismo es "ejercicio de entrenamiento", y los monjes no han hecho sino tomarlo del vocabulario deportivo usado por los atletas griegos. "Askesis" era el régimen de vida del atleta, llena de ejercicios y privaciones"

En "Cosmopolitismo" (1924)."El ascetismo, áskesis, es el régimen de vida que seguía el atleta, lleno de ejercicios yprivaciones constantes para mantenerse en forma. Este vocablo tan puramente deportivo es acaparado luego por los cenobitas y monjes y pasa a significar la dieta del hombre religioso, resuelto a mantenerse en estado de gracia, esto es, en forma para lograr el premio de la beatitud. (...). Hay quien no siente vivir si no es a máxima tensión de su capacidades. Sólo le sabe el peligro y la dificultad. La existencia no tiene para él sentido si no es ascensión de los menos a lo más perfecto".

lunes, 2 de febrero de 2015

DESAFÍO RUN & ROLL: V Maratón, un triste maratón de domingo por la tarde



Obligaciones me impedían cumplir con mi autoimpuesto deber semanal durante las mañanas de sábado o domingo. Primer intento frustrado el sábado por la tarde; cuando ya estaba a punto de salir, comenzó a granizar y decidí posponer para la tarde del domingo.

El domingo tenía pensado salir en torno a las tres, tres y media pero, a pesar de haber comido pronto, comencé a remolonear: siesta, fregar, un te, leer un rato, lo que no era más que signo de las pocas ganas que tenía de meterme un maratón en el cuerpo. Después de barajar salidas de emergencia, como la de volver a aplazar para el lunes, dado que me he pedido una semana de vacaciones para estudiar para los exámenes, finalmente me dije que adelante, que lo intentaría, y si veía que no, me volvería a casa. Salí de casa a las 16:30.

Del recorrido solo tenía claro que iría hasta El Salto por carretera y desde allí volvería por La Cañada. Así lo hice, animándome a medida que pasaban los kilómetros, corriendo a 5 minutos hasta que llegué a El Salto con 11 kilómetros. Allí se enlaza con La Cañada, cuyo primer kilómetro es completo de ascenso. Allí me comenzó a soplar el frío aire de cara en esta dirección, y así continuaría hasta la carretera a Sanjuanejo, donde llegué medio helado.

Hasta allí, pistas con desniveles hasta el sendero que conduce a Pedrotoro y al cruzar la carretera, la Cañada que lleva a la Ermita de la Virgen de La Peña. Antes de bajar el cuestón (Km. 22), comí algo, me puse los guantes y dejé allí el bote de agua en una cuneta, dado que tenía pensado volver a pasar por allí un rato después. Como aún no había anochecido, decidí ir hasta Sanjuanejo por la carretera y volver por el camino del río. Al volver a la ermita, casi estaba en el Km. 30., y aunque estaba cansado y me dolían las piernas, iba animado porque la cosa podía ser bastante peor.

Al llegar al pueblo, me tocó hacer el recorrido urbano de 11 kilómetros que habitualmente hacemos en los entrenos nocturnos de diario. Creí que no era gran cosa. que casi estaba hecho pero se me hizo muy largo; iba muy lento, aunque creo que era más por el desánimo, que por un deterioro obejtivo. Sinceramente pienso que con algún estímulo -una meta, un acompañante- hubiera podido ir más rápido, pero ir por las calles desiertas de Ciudad Rodrigo en soledad un domingo por la noche me pareció algo bastante deprimente. 

Y en esto, como siempre pasa con el maratón, haciéndoseme los últimos kilómetros mucho más cuesta arriba de lo que pensaba acabé el quinto maratón del año con casi el mismo tiempo de la semana pasada: 3:54. Entré en casa hecho una birria, pero menos que otras veces y sorprendemente hoy casi tengo ninguna agujeta ni molestia, menos de veinticuatro horas después, algo que nunca me había ocurrido tras esa distancia. Supongo que será la ansiada adaptación de mi cuerpo al gran fondo.

El sábado volvemos a la carga.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"