miércoles, 18 de septiembre de 2013

JUMENTOMAN, el triatlón del Águeda

Lo cierto es que no lo habíamos pensado antes pero tal y como me decía el CiegoSabino sobre la bici, el JUMENTOMAN es el Triatlón del Águeda, el verdadero protagonista del reto. Se nada en el río, durante el recorrido ciclista se cruza en seis ocasiones y las cinco vueltas necesarias para completar la media, también transcurren por las alamedas a su vera.


Buen compañero de fatigas para un mirobrigense, buen tema central para el diseño de la, por ahora, última jaramugada. Nos faltaba un triatlón en nuestro peculiar calendario doméstico y aquí está.  A la vista de la idiosincrasia del club, era de esperar que fuera largo, que fuera duro -aunque no tanto como el inicialmente ideado, que tal vez se intente algún otro año-. Un medio ironman era lo suyo: 2 kilómetros nadando, 90 en bici y la media maratón.

Sabíamos que seríamos pocos aunque pensamos que habría algún "lanzao" más que se atreviera, si no con todo, sí con parte del recorrido. Seamos muchos o pocos, nosotros a lo nuestro. Sabemos que siempre seremos un club extraño difícil de encasillar. Mismamente eso de "club" nunca acaba de convencer. Sin embargo,  esperamos que más participantes nos acompañen en próximos veranos. Hay que trabajar esa cantera jaramuguil, tentando a atletas serios a transitar los caminos del deporte inconsciente y sin rumbo, tratando de llegar a la esencia del deporte por el deporte.

Bajas de última hora por fuerza mayor hicieron que nos volviéramos a desear suerte los dos de siempre y el de casi siempre: CiegoSabino, DaviDiego o Doctor Ironman y un servidor.


Sí, era esa luz de las mañanas de septiembre, el mejor mes del año. Estaba bonito y apacible el río el sábado a primera hora. Se barruntaba más calor del conveniente para la tela que había que cortar, pero a esas horas, Los Cañitos, habitual refugio de adolescentes, fueron el paraje ideal para la aventura de mayores negándose a crecer.




Mi natación fue buena para mi nivel de entrenamiento y exigencia. 39 minutos me dejaron más que satisfecho.No me pregunten ya por qué unas veces se da mejor que otras. Eso de nadar es un misterio, tal que las faenas de Curro en la Maestranza. A David, como nada bastante más rápido que nosotros, ya no lo volvimos a ver hasta la media maratón.


El recorrido en bicicleta discurre por La Encina, Herguijuela, Sahugo, Robleda, Fuenteguinaldo, Ituero, Campillo, Espeja y Carpio. Es duro, con bastantes repechos pero si andas bien, si tienes fuerza, se puede disfrutar de verdad; además se transita por parajes que merecen mucho la pena, sobre todo para el foráneo, como el Risco de Herguijuela, los nuevos pasos sobre el río en la Presa de Irueña o el puente de Fuenteguinaldo y el encinar de Espeja.

Teniendo en cuenta mi escaso entrenamiento en bici, sabía que bien o mal acabaría natación y la bicicleta. Lo de salir a correr dependería de mi estado. En algo más de tres horas (cerca de 28 de media),  llegamos a la zona de transición que es mi cochera. Siento el estómago algo extraño como casi siempre me ocurre en el triatlón de larga distancia (debido fundamentalmente a mi falta de kilómetros sobre la bicicleta), pero aún no es causa perdida, así que tras intentar comer todo lo rico que nos tienen preparado Susana, Felipe -que recién llegado de Alemania, se ha hecho más de 60 kms. con la flaca-, y Ainhoa, nos lanzamos (es un decir, la palabra le viene grande a una acción bastante más reposada de lo que podéis suponer) a correr.


La media. Para los no iniciados, en triatlón de larga distancia, lo de correr viene a ser el momento decisivo del todo el lío para saber si aquello va a acabar regular o mal, porque bien, lo que se dice bien, es raro marchar -aunque doy fe de que alguna vez ha ocurrido-. Hay una frase de Alix que define claramente este hermoso deporte: "La natación con calma, el ciclismo con cabeza y la carrera con cojones" (Las tres "ces"). 

Y algo de eso hubo el sábado. Todo vino a reducirse a una media patética, hecha porque había que hacerla, que costó un horror pero en la que sin embargo, nunca existió la cercana tentación de meterse en el río y abandonar la chaladura. El circuito está bien diseñado porque en cada paso por El Picón aprovechábamos el avituallamiento para comer y beber con calma -en la última vuelta incluso una rápida cerveza en el bar-. Aunque tras cada vuelta íbamos peor, los tramos al sol se hacían más duros y las piernas pesaban más, con el final a cada zancada más cerca, se multiplicaba el efecto de los ánimos de la pequeña hinchada formada por Susana, Ainhoa, Felipe y la pequeña Anne, además de los clientes conocidos de la Caseta de Casi.

No sé que tiempo hicimos en la media pero creo que con tanta parada, nos fuimos a más de 2 horas, aunque no estoy seguro. David nos adelantó en el circuito a pie y lo hizo en bastante menos tiempo y sobre todo con mucho más arte y estilo.

Ahora no lo piensas, pero cuando estamos metido en faena, en lo peor de la faena, te preguntas por la naturaleza de una obligación que te autoimpones una mañana de sábado, atrapado en una extraña suerte de sortilegio desde el momento en que lo haces público en ese ente maligno que es el internel, que te obliga a dar paso tras paso, sin que en ningún momento, te plantees la posibilidad de simplemente detenerte y mandarlo todo a tomar viento. Los misterios del gran fondo.


El vencedor de la I Edición del JUMENTOMAN.



El equipo de apoyo de David se portó aunque Anne se tomó algún descanso.



Imagen que da cuenta del verdadero estado de la extraña pareja. ¿Cuándo se acaba esto, por Dios? Lo peor era que cada vez que pasaba por allí me preguntaban qué tal estaba, que tenía muy mala cara. 

Al de la capital también le costó... aunque menos. Tras acabar la prueba, descanso y sonrisa.





Como en los buenos programas de televisión, esta imagen es una reconstrucción  de los hechos, ya que no entramos juntos.


El baño, lo mejor del día. Fukushima enfriando el reactor. Después, lo siguiente mejor:  las cervezas. 


No hay foto del hecho, pero por la tarde tuvimos visita ilustre en el JUMENTOMAN; se tomó un café con nosotros en el río uno de los mejores triatletas de larga distancia del mundo, Clemente Alonso McKernan -y esto, aunque suene extraño, es rigurosamente cierto-, que había abandonado por unos días Canarias para visitar a la familia y marchaba en bici de Salamanca a Robleda. Lástima que no se hiciera unos kilómetros con nosotros para dar algo de lustre a la prueba.


"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"

Acabamos la noche en el Rokerey -temprano, no os creáis, estamos seniles-, viendo con Pati vídeos de Guadalupe Plata. Tengo debilidad por estos chalados de Úbeda que ya pasaron por aquí. Unos jumentos de la música que van a la suya con unas canciones y unos vídeos inconfundibles marca de la casa.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Terturlia: "El libro de los abrazos"


Alguna vez he utilizado algún fragmento suyo para el blog, he escuchado alguna entrevista que me gustó mucho, estoy convencido de que probablemente coincidiría con él en la mayoría de sus planteamientos vitales, pero el libro de Eduardo Galeano me ha gustado más bien poco.

Me ocurrió desde el principio, no me encontraba cómodo y lo cierto es que me costaba continuar. Tal vez vengo de terrenos más áridos, tal vez se me pasó la edad; porque estoy convencido que hace unos años, lo hubiera disfrutado. Puede que solo sea que con los años me volví  más exigente o gruñón. Puede que sea simplemente esa sensación de andar regateando tiempo lo que me obliga a ir a tiro fijo, a no arriesgar demasiado en las apuestas que me hagan perder tiempo en naderías. Sé que a muchos os gusta Galeano pero  sobre todo al inicio del libro, la frontera entro lo bonito y lo fácil o ñoño o lo simplemente bobo, se me hacía demasiado difusa. Por no hablar de ciertos aires que me llevaban a Bucay o Coelho, para mí tema ya innegociable.

En fin, tratemos de ser positivo, y quedémonos con lo que me gustó como algunas imágenes de gran delicadeza y de muchos kilates. Sí, hay que reconocerlo, a veces escribe realmente bonito.

Me quedo con el fondo, con todos los problemas y lacras con cuya denuncia, no me queda  más que estar de acuerdo. Sobrevuela la llamada, el toque de atención, el compromiso en los grandes temas que  pudren la sociedad capitalista, la sociedad sudamericana en particular.

La llamada a la sencillez, a comportarnos de una forma más simple, y en fin, más libre; a alejarnos de toda esa presión que ejercen sobre nosotros las religiones institucionalizadas, el Estado a través de una burocracia y normativa en tantos casos sobredimensionada, la misma familia, los medios como intérpretes de  una cultura del espectáculo, en los que viene a ser más importante la representación que el mismo hecho ("hazañas" de Buffalo Bill). Una llamada a elegir el arte o el lenguaje, el simple amor a las palabras, no estar callado, la amistad, o el amor sincero como únicas salidas.

Lo que más  me gusta del libro, que en cierto sentido lo emparenta con "El olvido que seremos" de Fabiolince, es el retrato de una Sudamérica oprimida, con las taras arrastradas del pasado, como la esclavitud, el exterminio o la marginación del indio. Una Sudamérica traspasada de parte a parte por el fascismo de las dictaduras y sus consecuencias; todo el dolor que generaron, inseparable de la muerte, el exilio y desarraigo o la tortura. El foco sobre esa tortura como súmmum de lo indigno y  denigrante, que siempre es pie para la reflexión y el desaliento.

En conclusión, puede que esté de acuerdo en el fondo pero su forma de contar, en líneas generales, no me convence. Pero supongo que es simple cuestión de gustos. A él le va bien y cada día llega a más gente. Doy por válido el tiempo empleado y ya tengo suficientes elementos de juicio para opinar sobre Galeano.

"Al sur la represión, al norte la depresión"
"Que la política sea democrática mientras la economía no lo sea"
"La violencia y el hambre no pertenecen a la historia sino a la naturaleza"
La felicidad perfecta sería la desmemoria. "Yo no la quiero"
"La ciudad de Armero murió de civilización"
"Los indios, culpables de ser incapaces de propiedad privada"
"Educar es descuartizar"
"Doble moral. Una moral para decir, otra moral para hacer. La moral para hacer se llama realismo"

Ayer tocó Springsteen por primera vez en Chile y cantó "Manifiesto" de Víctor Jara.  A cuenta del cuarenta aniversario del asesinato de Allende, debe doler tanto escuchar esas voces qué aún defienden a un hijo de la gran puta, responsable de decenas de miles de personas torturadas, como un simple mal necesario.

Próxima propuesta: "Desobediencia civil" del peculiar Thoreau, un pequeño ensayo de gran influencia histórica. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Las águilas



Los sacerdotes del templo examinan las vísceras y las señales son inequívocas, el tiempo propicio. Las águilas imperiales volarán de nuevo. Tras la escenografía y el ritual habitual sobre razones y necesidad, se nos hace saber que se ha de exterminar al monstruo, incubar un nuevo dragón. Toca mover la pieza que terminará con el juego, una vez más. Porque esta vez sí es justo, porque esta vez sí es la solución. Nos dicen que todas las misteriosas decisiones políticas que desde hace años nos hicieron llegar aquí, no cuentan; que no hay culpa en darle todos los juguetes que nos piden a niños malcriados. Nos sabemos títeres, pero esos hilos que se revelan en cada fogonazo de pantalla, me cansan, me empiezan a estorbar.


Steve Earle es un pesado, uno de esos cantantes con pinta de "arrastrao" al que solo parece servirle de  abrigo  su dignidad. Es más odiado que amado en su país por esa integridad "tocapelotas", cuestionando sin descanso consignas y banderas. Esta canción se publicó antes de la segunda invasión de Irak,  pero lamentablemente, su letra nunca perderá vigencia. Sin embargo, como cuenta en la introducción, Steve no cree en causas perdidas.


Jerusalem
(Steve Earle)
I woke up this mornin' and none of the news was good
And death machines were rumblin' 'cross the ground where Jesus stood
And the man on my TV told me that it had always been that way
And there was nothin' anyone could do or say
And I almost listened to him
Yeah, I almost lost my mind
Then I regained my senses again
And looked into my heart to find
That I believe that one fine day all the children of Abraham
Will lay down their swords forever in Jerusalem
Well maybe I'm only dreamin' and maybe I'm just a fool
But I don't remember learnin' how to hate in Sunday school
But somewhere along the way I strayed and I never looked back again
But I still find some comfort now and then
Then the storm comes rumblin' in
And I can't lay me down
And the drums are drummin' again
And I can't stand the sound
But I believe there'll come a day when the lion and the lamb
Will lie down in peace together in Jerusalem
And there'll be no barricades then
There'll be no wire or walls
And we can wash all this blood from our hands
And all this hatred from our souls
And I believe that on that day all the children of Abraham
Will lay down their swords forever in Jerusalem

martes, 3 de septiembre de 2013

Anillo Vindio, la luz en la agonía

En el camino. Hace unos días alcancé mi maratón cincuenta, más por inercia que por empeño o convicción. Estoy muy lejos de aquel Atalanta de 1996; también mi relación con el deporte es muy distinta, también mis motivos. Llevo años buscando algo y tal vez haya llegado a un lugar importante. Elegí el Boedo como número 50 porque para mí es un símbolo de lo que más me gusta en este deporte de locos; poco más que un puñado de chalados que cada año repiten un par de vueltas por un desierto campo castellano, sin encanto aparente. El asfalto y sobre todo las grandes carreras ya no me dicen nada. Sé que mi lugar es el gran fondo y es la naturaleza, es la montaña, es la ausencia de ruido, es lo simple y sencillo, es lo duro. Porque todo lo bueno que puedes esperar de esta vida no está muy lejos, lo encontrarás dentro de ti. Me costó comprender que lo mejores estímulos no necesitan grandes nombres en titulares.



Y del Anillo Vindio me gustaba todo desde el principio. Yo elijo el reto, yo elijo la compañía. Un reto de exigencia extrema en ese país encantado y diminuto, agreste, salvaje e imponente que es Picos de Europa.  Una compañía que era reencontrarme con amigos y conocer a otros que de buena cuenta sé, serán igual o mejores. Reforzar y crear vínculos en una de esas experiencias cuyo recuerdo ya jamás se desprende. Una carrera sin dorsal. Me aplico y trato de encontrar las diferencias entre una carrera y  la aventura de este fin de semana y francamente no las encuentro. Cuando eres un corredor que no lucha por puestos o victorias, sino tantas veces, solo por sobrevivir, no veo diferencia entre el reto inventado de nuestro Anillo Vindio y una carrera con dorsales y normas.





Aquí las normas las ponernos nosotros y lo mismo que escucho con escepticismo esas historias de corredores populares haciendo trampas, ya que no soy capaz de comprender la recompensa de engañarse a sí mismos, aquí nuestras normas son intocables y aún de haberlo hecho en solitario, no se me alcanza sentido alguno a decir que lo hice, si no fue en la forma en que ocurrió. No necesito puestos de control para vigilarme. Cuando te mueves en estas ligas, la victoria es simple: llegar al final.

Mis experiencias previas en Picos de Europa (Travesera, Desafío Cantabria o la clásica excursión montañera con la novia), aparte de la fascinación por un entorno mágico, me dejaron muy claro que nos enfrentábamos a un recorrido de dureza superlativa. Los alrededor de 114 kilómetros, en principio no intimidan demasiado si no le colocas el apellido de los más de 8.000 metros de desnivel positivo, por no mencionar la dificultad técnica de alguno de sus tramos, que obligan a marchar muy lentamente y con mucho tiento. Un recorrido que en etapas, sí ha completado mucha gente pero que en su modalidad "non stop" o “del tirón”, han conseguido pocos, muy pocos.





Teníamos prevista la salida a las diez de la noche pero la cena de conjura y los preparativos se alargaron más de la cuenta, con lo que el inicio se demoró algo más de una hora. Pasadas las once, comenzamos el temible Anillo Vindio quince corredores desde Poncebos corriendo de noche por la Ruta del Cares dirección  Caín. El precioso recorrido, habitualmente lleno de caminantes, lucía desolado a esas horas. Gestionamos las curvas entre pared y precipicio relajados pero alertas, al ser conscientes de que marchamos corriendo junto al abismo, entonces oculto.

Bruscamente se acaba el aperitivo. Comienza propiamente el  verdadero Anillo, comienza el desnivel con el exigente ascenso de la Canal del Trea. Subiendo por un precioso bosque a un ritmo que a mí me parece excesivo para la tela que queda por cortar, me empiezo a preocupar ya que  debido a la humedad, comienzo a sudar a chorro -los que me conocéis, ya os imagináis-. Mucho calor, la espalda bajo la mochila me arde. He cenado demasiado, demasiado cerca del inicio;  unos espaghetis al cabrales y un cachopo (algo así como un sanjacobo de filetes). Todo estaba tan rico que me he prometido repetir el domingo a mediodía si consigo terminar, pero ahora me está matando. El menú resulta demasiado indigesto. Bebo agua e isotónico para tratar de contrarrestar la deshidratación en camino, pero me duele el estómago. A estas horas todo son dudas. La meta se encuentra tan lejana, son tantos los obstáculos a superar, que voy un poco bajo de moral, avistando malos síntomas por todos lados y pensando en cuánto duraré.

A medida que pasamos el bosque y llegamos arriba, aparece el frío. Primeras vistas a la luz de la luna de las imponentes siluetas de montañas que nos rodean. Instantes para la tregua y el reagrupamiento,  momentos que nos obligan a apagar todos nuestros frontales y apenas por unos segundos, recordar nuestras razones para aguardar noches en vela.

El frío aumenta. Me molesta y me alegra al mismo tiempo. Prefiero ir temblando en manga corta porque el deterioro de mi cuerpo se ralentizará, me permitirá ir mucho más allá. Cuando llegamos arriba, comienza a llover y hemos de tirar de chubasquero. Llegamos al Refugio de Vega de Ario dudando en varias ocasiones sobre la senda correcta que nos conducirá  a Lagos. Aunque no son chaparrones, la lluvia se vuelve más intensa. Aparte de la molestia en carrera, nos preocupa el estado del terreno si el tiempo continúa  en esas condiciones durante el fin de semana. En el descenso la gente con gafas lo pasará muy mal por la lluvia y se irá quedando atrás. Manu, a pesar de cambiar de pilas, además tiene problemas con el frontal, con lo que el ligero descenso se le hace muy penoso, sobre todo por la agobiante sensación de estar ralentizando al grupo. Llegamos a Lagos y de allí enlazaremos con una pista que ya corriendo, nos conducirá a la furgoneta de Rober, al que pillamos dormido y que nos dice que llevamos algo de adelanto. Kilómetro 23.



No para de llover. Estoy completamente empapado, de pies a cabeza, pero decido no cambiarme. Aunque hace frío, sé que en marcha no tendré problema. Sin embargo, la parada se prolonga más de lo conveniente y aunque Maika me deja unos pantalones impermeables, ya no puedo parar de temblar. Sigo pensando que un error que cometemos a menudo en estos proyectos y que deberíamos mantener algo más controlado,  es el de parar más de lo necesario, una sangría de tiempo al que no veo ninguna utilidad, sobre todo en determinadas circunstancias.

Aquí se quedan Marce, Javi, Maika y Manu, estos últimos agobiados por la sensación de ser un lastre para el grupo al no ser capaces de bajar con garantías, con continuas caídas, considerando además con buen tino –porque casi siempre ocurre así-, que a medida que sigamos ascendiendo, las condiciones irán a mucho peor. Además el siguiente punto de asistencia, Posada de Valdeón, dista alrededor de 12 horas y parece demasiado tiempo para enredarse, caso de que persista el mal tiempo. Una pena, porque las ganas de seguir chocan con la prudencia y la responsabilidad que te obligan a parar. Sé que a Manu le cuesta tomar la decisión pero parece lo más acertado. Enamorado de la montaña y los retos, tiene una deuda pendiente con "Picos",  en la que espero volver a acompañarle.

Fui uno de los que acabé el Anillo pero mi lucha interior es continua, una lucha que comienza casi desde el inicio. Ya no afronto este tipo de carreras al modo alocado que solía. Ahora he de encontrar motivos para seguir, casi a cada momento. Congelado y pensando que nada mejorará, pienso en mi cama y en mi niña y me digo qué bien estaría amarrado a su cuerpecito calentito. En grandes distancias siempre me digo y cuento a quien me quiera escuchar, que siempre hay que pensar lo peor, que las buenas expectativas golpean como el peor de los desfallecimientos cuando no se ven cumplidas, que es casi siempre. Sin embargo, he aquí que por una vez,  las montañas fueron clementes. Después de pagar peaje, el alto precio de una noche congelado por el frío tras muchas horas bajo la  lluvia, la recompensa llegó con el amanecer más mágico de mi vida por lo antinatural que pareció todo, como una secuencia programada, un telón elevándose para que comenzara la función: dejar de llover, desaparecer la nubes, elevarse el sol, aparecer la majestuosa Aguja de Enol. Todo a un tiempo.






Acercarse a La Forcadona fueron momentos de paz, de alegría serena, de haber cumplido, de merecerlo. Mientras Unai y Óscar nos explican e  ilustran sobre la maravilla que nos rodea, indicándonos los nombres de collados y picos casi a cada golpe de vista, el sol comienza a templarnos y todo pinta mejor.

















A medida que nos acercamos al paso de La Forcadona, confirmamos que habrá problemas por la abundancia de nieve y sobre todo, por su estado, tan helada que impide marchar con seguridad. LLegando al collado, el desnivel es más pronunciado y simplemente marchamos acojonados. Los montañeros de verdad, la gente con más experiencia, nos marca el camino a los más novatos en estas artes. Lenta, suavemente, ayudándonos de los bastones, subimos paso a paso con la precaria seguridad que te dan unas zapatillas, siempre a punto de deslizarse y tratando de evitar mirar dónde acabarías si perdieras pie. Hace unos años mi actitud era más inconsciente en estos episodios. Lo hacía y punto, sin preocuparme demasiado. Ahora sí siento el miedo a darme una buen hostia, a algún accidente grave o irreparable, aunque procuro controlarlo. En cada paso estoy tenso pero confiado; pero más que sobre la inestable superficie helada, parezco apoyarme en la confianza que me inspiran las voces y consejos de Paco o Óscar que sé nunca me van a defraudar, en una suerte de extraña relación padre -hijo.









Al fin llegamos arriba y tras lidiar en el descenso con algún otro paso complicado entre rimayas, decidimos almorzar en un collado –no recuerdo el nombre-, al sol, charlando, como si mismamente hubiéramos decidido salir aquella mañana a caminar un rato. Se está bien; tras la dura noche y la tensión en los neveros, se nos nota contentos, relajados, locuaces. Nos cuesta volver a ponernos en marcha después de haber continuado tejiendo esos lazos entre extraños que siempre continuarán vivos, porque siempre recordaremos que hicimos el Anillo Vindio juntos.


Después del recreo, continuaremos "cresteando" hasta que afrontemos un largo descenso, corrido a toda velocidad, entre los árboles de un bosque precioso hasta el Refugio de Vegabaño donde realizaremos otra buena parada técnica para comer un bocadillo de tortilla “petrificada” que a mí me sentará bien. Después de otra pequeña subida –aunque no sea cierto, todo se antoja pequeño respecto a lo que resta por delante-, kilómetros de pistas cuesta abajo hasta Posada de Valdeón. No me noto bien, a lo que se añade que la colocación de mochila y botes me va dando problemas mientras corro lo que me cabrea; es algo que nunca preparo ni entreno y que siempre lamento cuando ya no hay remedio. Ir molesto y agobiado por estos temas, no es más que una absurda forma de perder energía y socavar los ánimos.

 



Posada de Valdeón creo que es poco más del kilómetro sesenta. Allí tenemos a Rober con un completo avituallamiento. Cuando llego, me planteo retirarme, pero hay algo que me motiva a seguir. Nada más salir, afrontaremos la subida a Collado Jermoso. Hace años que le tengo ganas, más desde que vi la excursión de Zapatero con Calleja. Aunque sabía que la ascensíón será muy dura, si las imágenes de una pantalla prometían, qué será la realidad. Además, por primera vez, me cambio completamente de ropa. Todavía llevaba los pies mojados y parece que le sienta fenomenal a mi cuerpo. Aquí se reincorporan al grupo Javi y Maika que nos habían abandonado en Lagos, además de Jandro. Nos deja Manu, de Ciudad Rodrigo, algo tocado pero sobre todo temeroso de lo que queda y prudente por su escaso entrenamiento. Es joven, con poca experiencia en ultrafondo, dueño de una clase innata que le sobra por arrobas y sobre todo poosedor de la fuerza más importante, la que da la ilusión arrebatadora, esa capacidad de soñar que en Picos de Europa se le metió en vena, en una experiencia nueva para él, que seguro le marcará.






Dos kilómetros de carretera antes de afrontar la ascensión a Collado Jermoso. No decepciona. Ascensión larga, exigente, variada, con alguna parte difícil. Llegamos justo antes de que comience nuestra segunda noche. Una hora mágica para un lugar mágico.Nombre bien elegido, a fe mía. Uno de esos sitios que ya quedaron escritos a fuego en mi interior y que algún día compartiré con los que más quiero.














Una reparadora cerveza y afrontaremos el delicado camino hasta Cabaña Verónica. Unai avisaba sobre la conveniencia de hacerlo de día porque hay zonas con difícil elección de la ruta. Unai, en euskera, significa "vaquero", y de ello ejerció durante toda la aventura. Sin él, no habría sido posible o todo hubiera sido más complicado. Privilegio conocer tan buena gente, sencilla y rica a la vez, con tanto que compartir.  

Llega la noche, llega el frío en forma de aire. Tantas horas de marcha van pesando lo suyo. Hay que marchar con tiento. No hay grandes desniveles, pero la ruta no es clara entre zonas de grandes superficies sembradas de intimidantes “jous”, fosas oscuras que intranquilizan. Varias rectificaciones en el itinerario y conseguimos enfilar propiamente el tramo entre grietas hasta Cabaña Verónica, el peculiar refugio formado por la cúpula antiaérea de un portaaviones norteamericano. Las numerosos huecos y el riesgo de caídas nos hacen permanecer alerta por lo que, aunque ha comenzado la segunda noche, no hay peligro de quedarse dormido. Nos encontramos a más de dos mil trescientos metros, sopla fuerte el viento, hace frío, pero hemos culminado otra importante etapa. Ahora resta un largo camino sin problemas de orientación y pista hasta Refugio Aliva y Vegas de Sotres.



El camino y la pista son un alivio para el cuerpo mas una cruz para el espíritu, en último término, el verdadero responsable en la decisión de continuar dando un paso tras otro. Es difícil de explicar, pero en terrenos fáciles, se complica la íntima lucha en la que cada uno marchamos enredados. Normalmente es un tramo que deberíamos haber realizado corriendo, devorando rápidamente varios kilómetros pero estamos agotados o nuestra predisposición no es la más adecuada. Además, la salida a la pista, que viene a ser como una incipiente muestra de civilización, sirve para publicar nuestros partes de estado, los que servirán de base para decidir si seguimos adelante o no. Dentro del grupo hay gente con problemas serios. La pista es monótona, es fácil cerrar los ojos y quedarse dormido. Valentín suele sufrir este problema durante las segundas noches; varias veces lo tengo que animar y avisar, no sea que se me vuelque por el arcén, lo que, al fin y al cabo, es agradable motivo de chanza. Pero lo peor no es eso, lo peor es un dolor de rodilla que lo viene martirizando desde la subida a Collado Jermoso y que le obligará a retirarse en Vegas. Me duele más que a él porque viene de una racha mala malísima, de varias operaciones, una de menisco en su otra rodilla. Sé que es importante para él este reto, como lo fue para mí el Ultra de Bandoleros a principios de año, sé que se tiene que demostrar algo que solo él entiende, demostrarse que está de vuelta, que el hambre continúa intacta. Se retirará con 94 kilómetros  por un problema físico que le incapacita absolutamente para seguir. Creo que se tiene que quedar con ello, con los casi cien kilómetros más duros que puede haber hecho en su vida, un hombre tan  bregado como él; que los ha disfrutado y sufrido por igual y que es ultrafondista hasta el tuétano. Él es un tio sensato y serio y sé que esa prueba le sirve de sobra. Sabe cuál fue la respuesta. 

Bajando por la pista a buen ritmo pero caminando, también hablo con el CiegoSabino, que ya me avisó en la cima de Collado Jermoso de que se retiraría porque no quería retrasar al grupo. Sé que ir a cola debe ser complicado porque parece que todo es peor de lo que realmente es. En realidad, su retraso no se fue más allá de diez minutos en la cima pero es entendible,  porque probablemente todo iría a más. Las ascensiones de Picos de Europa no le van nada. Son largas y muy pronunciadas. Le notó luchar y sufrir desde el inicio, desde el Canal del Trea, bregando con un ritmo un punto por encima del que él llevaría. Pero él es  un luchador como nunca conocí. Disfruta esta afición tardía con fruición y siempre pelea hasta el fin. Para mí es un ejemplo de lucha y coraje inspirador que nunca olvidaré.  Estas dos bajas me apenan profundamente, ya tan cerca del final.

Yo por mi parte sigo enredado en mi pelea. En las horas que nos conducen a Vegas de Sotres, decido continuar y retirarme varias veces. Trato de racionalizar, de entender mi estado, mi agotamiento o mi ánimo a la luz de mi experiencia. Sé que puedo ir más allá, que aparte de un dolor general, latente y disperso, no tengo ninguna avería seria. Sé que si me retiro, volveré e este instante cientos de veces a lo largo de mi vida, a preguntarme por qué no seguí, por que no luché con todas mis fuerzas para conseguir el reto. Me sé el manual de instrucciones completo. Sé cómo enfrentarme a mi mismo y sin embargo, la tentación sigue ahí. Puedo seguir, pero mi estado torna a exhausto cuando Unai me confirma que hasta Poncebos, a este ritmo, restan entre doce y trece horas,  más de tres horas a sumar a mi absurda estimación.  Lo cierto es que era un cálculo lógico y fácil pero tal vez quería evitar enfrentarme a la realidad porque asustaba. 

En principio, Rober nos iba a esperar con la furgoneta en Sotres, ya pasado Jidiellu, con solo Urriellu como gran escollo para meta. Más tarde decidimos que podría acercarse también a Vegas de Sotres, antes de Jidiellu. Íntimamente, como Hernán Cortés quemando sus naves, deseaba que no hubieran decidido o podido llegar; así no habría posibilidad de retirada pero allí están todos, animando de nuevo. Dudo de verdad qué hacer. Pienso en Valentín y Agus que se retiran por necesidad y que darían todo por encontrarse en mi situación, como bien me apunta Valentín, pero quizá lo que más me empuja a seguir es un asunto menos sentimental o elevado, sino más prosaico. Aquí también se retiran Javi y Jandro, que tiene problemas con un tobillo, así que tal vez somos demasiados para la furgoneta y conseguir una plaza para dormir va a ser caro, así que decido  continuar. Como siempre, tardamos demasiado. Preparado hace rato, me siento en la furgoneta, durmiéndome inmediatamente, cinco, diez minutos, hasta que me despiertan para partir. Animados como en cada despedida, como en cada encuentro, aguarda la temible subida a Jidiellu que ya conozco y que en Travesera hace un par de años, bajo un calor del demonio a las tres de la tarde y completamente “apajarado”, me golpeó como pocas montañas lo han hecho. Aquel día, en la cima me hicieron una foto y parecía tener quince años más de edad. A esas alturas solo somos seis: Egoitz, Unai, Óscar, Paco, Maika y yo. Lo de Maika es caso aparte. Fue una pena que no completara el Anillo porque fuerza tenía de sobra. Lo dejó en Lagos debido a las dificultades de visión por la lluvia y se reincorporó en Posada de  Valdeón. Siempre la he visto muy entera, poniéndonos firmes en más de una ocasión,  le auguro muchos éxitos cuando decida competir con asiduidad.

Jidiellu. Es mi tercera vez, la primera de noche. El recorrido que nos resta hasta el final lo conozco porque lo hice con los Bandoleros de Chelis y compañia el año pasado. Esa ascensión, fresco, de inicio, me reconcilió con la tortura de la Travesera, pero esta tercera volvió a poner las cosas en su sitio. Jidiellu es una canal vertical, duro como la madre que lo parió , que de noche parece serlo aún más. No sé si es que no acertamos con las tenues curvas que tratan de suavizarlo, pero sobre todo de la última parte, guardo un recuerdo de ascensión a lo bruto, todo tieso, una de esas cuestas de desriñonarse, con frío, pero sudando. Hasta Egoitz, el pobre, que ha ido los dos días con la marcha reductora, lo vi harto, hartísimo. Es el cansancio, es el no dormir.

Llegamos arriba, al pequeño pradito que ya me es familiar y que tanto gustito da. Comienza a amanecer. La luz, la cima, el descenso animan.Larga y clara bajada por buen camino hasta el Casetón de Andara, donde noto que ya no tengo las plantas de los pies para muchas alegrías. Aunque no se queja, Paco marcha con la rodilla tocada de un accidente de escalada. Mientras esperamos que se haga un pequeño chaperón, soy consciente de que ya tengo instalada en la cabeza la habitual nube negra cuando llevas tantas horas de esfuerzo sin dormir. Esta vez no he tenido muchas "visiones" o espejismos. Solo cuando veo venir a Paco y Maika, me pregunto de dónde ha salido el perro blanco que les acompaña.  En realidad no es más que una enorme piedra. Ya voy al ralentí, pienso, decido, calculo a nivel elemental. De aquí hasta el final, a peor. Lo previsible, lo habitual.

Sotres. El último avituallamiento. Allí están nuestros amigos haciendo guardia. Aunque la subida a Urriellu me asusta, estoy contento; de una manera u otra, esto  está hecho. Tengo el Anillo en el bolsillo, un reto al que le tenía ganas desde hace años, y que atesoraré como uno de mis conquistas más duras.

Chapa y pintura y para arriba. Son tres horas de ascensión aunque no tan exigente como el maldito Jidiellu. Quizá la parte que se me hizo más dura fue el principio. No era propiamente agotamiento físico. Sufrí una especie de  desconexión temporal. Sabía que iba a subir pero tanto tiempo por delante -alrededor de tres horas- se me hacía muy cuesta arriba, nunca mejora dicho. Además, tras comer en el avituallamiento, me entró más sueño del normal y comencé a subir a un paso lento, deliberado, desmotivado, con ganas de llegar pero sin capacidad de lucha, harto, muy harto. Me apropié de un ritmo tranquilo pero decidí no seguir a Egoitz y Maika, que me precedían. Una impostergable parada para evacuar tras unos helechos, parece que me sentó bien. Gané algo más de vidilla hasta que me volví a enganchar al grupo y continuamos, entre turistas, hasta el Refugio de Urriellu. El Naranjo de Bulnes estaba oculto por las nubes, lo que era una verdadera pena, pero he aquí, que como otras veces en esta excursión bendecida por la suerte, el cielo se abrió y se nos mostró entre abrumador y fuera de lugar.

El trayecto hasta el Refugio de Cabrones son subidas y bajadas, en un terreno no excesivamente duro, pero con tramos técnicos, lo mismo que la primera parte del largo del descenso final hasta Bulnes, con un par de tramos con cuerdas, que francamente no son lo mío. Lo mío es el machaque sin, a esas alturas, acertar a mucho más. Cada vez tengo más claro que marcho medio dormido. Ausente, tardo en interpretar las palabras de los que me rodean.









LLegamos a una pradera. De ahí a Bulnes, un sendero ciertamente "pestoso" que el año pasado evitamos aprovechándonos del canchal que corre paralelo en una de las experiencias más alucinantes y divertidas que he vivido yo en esto del monte. Esta vez, no sé si porque no entré en el tramo adecuado,  aquello no se deslizaba igual, con lo que no pude aprovecharme de la atracción, lo que sí hicieron Paco y Maika, gente más montañera y técnica.

Hace rato que Egoitz, se ha marchado por su cuenta, con una o dos velocidades más tanto subiendo como bajando. Nos espera medio dormido en Bulnes. De ahí a Poncebos, de ahí al final, apenas cinco kilómetros, apenas un suspiro por una calzada de piedras atestada de turistas.

Estamos en Poncebos, estamos en el final, poco antes de las siete de la tarde con algo más de 43 y horas y 40 minutos. Conseguimos completar el recorrido cinco atletas: Los gudaris de Euskadi nos dieron una paliza en toda regla, con Egoitz a la cabeza, un joven élite alejado del engreimiento unido a alguno de sus compañeros, al que martirizamos con nuestro ritmo popular, Unai, nuestro particular rastreador indio de Picos, al que también ralentizamos el ritmo, que no solo nos guió, sino que nos ilustró y transmitió su inmenso amor por esas montañas que vienen siendo casi el patio de su casa. y Óscar, el entrañable tipo que todos conocemos, tan curtido y unido al monte, que cualquier día se convertirá en piedra, al que creo todavía le faltaría otro anillo para contar todas sus historias. Del resto del mundo, Paco, de Málaga, el hombre tranquilo, transmitiendo paz y seguridad en cada gesto, al que percibes más duro que el pedernal desde la serenidad que da la sabiduría, y al que agradeces cada consejo en situaciones difíciles, digno hijo de Superpaco.


Está hecho, estoy feliz,  machacado, pero sonriente. Ya no hay quien me lo quite. De eso se trata, de llegar a lo más hondo para conseguir lo más alto. Probablemente lo más duro de mi extenso curriculum, tras Tor des Géants, claro.  Por ejemplo, el Ultra Trail del Mont Blanc, se queda en una broma, comparado con el Anillo. Mientras algún amigo me felicita, diciéndome lo duro que soy, sé que en realidad mi fortaleza está llena de fisuras; sí, he llegado hasta aquí, pero no puedo dejar de tener presente que perfectamente podría no haber sucedido así. Quizá por ello valoro más lo conseguido, porque tengo mi enemigo, pero también tengo mis armas, la forma de tapar las vías de agua que da el oficio y esta vez vencí yo.

Al escribir la crónica, miraba las fotos y pensaba que ellas nunca transmiten la verdad. Son la realidad distorsionada. Aunque vea mi rostro agotado, no soy capaz de aproximarme mínimamente a aquellas sensaciones de nuevo. Las fotos son divertidas, relajadas. Me inspiran a mí y probablemente al que no participó para tratar de intentarlo. La esencia de estas locuras no se puede rastrear en las fotos. Practicar ultrafondo es tensar la cuerda, caminar al borde, sabiendo con certeza que llegará el momento en que te sentirás vencido. Dejando de lado tu nivel, la forma en que encares esos difíciles momentos, te revelarán tu naturaleza, tu temple.

La experiencia es conocer las reacciones de tu cuerpo y sobre todo tu fuerza de ánimo, la experiencia te hará saber que si insistes, que si no te rindes, la oscuridad dará paso a la luz en forma de cima, de paisaje, de nuevas fuerzas, de simple broma,  y todo volverá a su lugar. El tiempo me ha enseñado que casi no hay dolores o molestias insoportables o irreparables. Sabes que tras infinitos recodos, al final del camino se encuentra la luz del recuerdo, que como en todas las experiencias únicas, quemará poderosa los primeros días, brillará más tenue pero inextinguible, después. Sigo empeñado en ello, en dominar el proceso, en hacerlo serenamente, sin ruido, sin alarmas o urgencia, en silencio. Es un viaje interior. Insisto, todo lo que necesitas está dentro de ti, y no hay lugar como la montaña, no hay prueba como el esfuerzo total, para conocerte a ti mismo.

Sobre todo un "gracias" final  muy especial, a Rober, que se desvive por nosotros para tener esos trabajados puntos de asistencia que tanto nos alegran la vida. No es solo la ayuda. Sin él, sin su ánimo y compañía, todo esto sería muy distinto.


P.S. Hay más fotos en facebook. A ver si en unos días -el viernes acabo los exámenes-, publico otra crónica pendiente, la de mi cincuenta maratón. Un recuerdo especial para Silvia y Asís, que por lesión de última hora, solo nos pudieron acompañar en la cena. En la próxima os esperamos.


"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"