
Dudaba si publicar este texto. Quizá es demasiado personal para esta ventana pero creo que escribirlo me ha ayudado. Respecto a compartirlo, cada uno que se lo tome como quiera. Ya sabéis que éste es un blog especial, no se sabe muy bien de qué. Entiendo que muchos no lo comprendan aunque me imagino que todos pasamos por situaciones similares. Ahí puede residir el interés.
Hay tiempos, momentos en que se cierran etapas en la vida. Yo me encuentro en uno de ellos, en “Estación Termini”, en un punto de partida, en un punto de fuga. Distintos significados que para mí connotan lo mismo. En ese punto en que convergen las líneas o en los que se comienza con otra vida.
En una semana he recibido dos noticias importantes de naturaleza muy distinta, una muy buena, otra muy mala; mensajes curiosamente portados por mujeres de mismo nombre.
Aunque probablemente no me sirva para nada, en todo caso para siempre elegir la opción incorrecta, tengo tendencia a reflexionar sobre lo que me ocurre y sobre lo que me rodea. Soy testarudo y me gusta darle vueltas a las cosas.
Los últimos meses han sido los peores de mi vida. Una etapa jodida, triste por varias razones que éstas sí que no vienen al caso.
Todos arrastramos demonios, todos sufrimos taras. La que yo identifico como más clara y sangrante es una prodigiosa capacidad para no enfrentarme a los problemas, la de esquivarlos o dejarlos aparcados.
Unido a ello, a pesar de lidiar a diario con graves dificultades de diversa índole, me he convertido en una extraña especie de paquidermo de piel hermética empeñado en no transmitir ese íntimo desasosiego, ni siquiera a los más cercanos. Imagino que lo que busco con ello es no preocupar a los que quiero pero cada día tengo más claro que ésta no es buena estrategia. Cual bolsa de ejército rodeado, el cerco cada vez se torna más y más estrecho y asfixiante.
Aunque seas todo un experto en el disfraz, aunque para ti las calles siempre estén vestidas de carnaval, siempre llegará el “Miércoles de Ceniza”, ese mañana de resaca en la que todo aquello que se enquistó, que se murió dentro de ti, aparezca en una maleta inservible sin ya nadie a tu alrededor.
En otras ocasiones piensas que la solución está en no dejarte embaucar por escaparates, mentiras o esperanzas, pero siempre hay momentos en que bajas la guardia un instante y sin quererlo se cuela un sueño en tu vida. Es entonces cuando, cual manada de lobos con su indefensa presa, te dedicas a despedazarlo con saña, es entonces cuando, como niño travieso e inconsciente, te empeñas en desarmar el juguete porque piensas que o bien no lo mereces, o bien que el juego tiene truco.
El "Western" es uno de mis géneros favoritos y a veces me pregunto por qué me identifico con esos melancólicos protagonistas apaleados por la vida, ya sin salida, amargados, condenados a un sucio destino, a un fin sin gloria. Tal vez ése siempre haya sido el problema. Tal vez sea como ellos, y un día –todavía no-, llegará mi turno de caminar en solitario hacia el ocaso del sol a través de un paisaje de horizonte abierto y polvoriento, habiendo dejado mucho tiempo atrás mis sueños.
Lo curioso es que muchas veces siento que aunque cada vez más a menudo ejerza de pesimista, siento que en el fondo soy un optimista.
Dos noticias, una buena y una mala. Un buen punto de partida.
Dos noticias, un buena y una mala. Construyamos sobre ruinas.
Propósito de enmienda. El ocaso puede esperar.
Escuchar blues no creo que sea lo más apropiado cuando andas un poco bajo de moral pero estoy firmemente convencido de que sólo durante esas semanas eres capaz de captar la esencia de del dolor y la amargura que supuran esas canciones. Verdaderamente el blues es un estado. Igual que pienso que las soluciones a la vida no están en esos libros de "autoyauda" y similares tan de moda últimamente, igual que me repatea Coelho, igual que siempre seré un clásico y pienso que la esencia de todo el tinglado se encuentra en las páginas de Dostoieski, Steinbeck, Shakespeare o Cervantes, también creo que la tramoya del dolor puede rastrearse en el negro lamento de una voz rota por el alcohol, en esa escueta guitarra sonando en la oscuridad de un tugurio maloliente.