En una casa con tanto arte, ya iba siendo hora de que la artista de verdad dispusiera de un escaparate a la altura de su talento, por ahora centrado en el retrato. Galería que le servirá en el futuro para ir colgando sus variados estilos, temas y propuestas.
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sábado, 18 de agosto de 2018
miércoles, 21 de febrero de 2018
Jesús Coyto, retrato de interiores
Resulta imposible para el espectador o receptor de la obra artística el colocarse en el contexto de la creación, en todo lo íntimamente asociado al proceso de formación, al porqué del nacimiento de la obra, en este caso la pintura de Jesús Coyto.
Si además la exposición se encuentra articulada en forma de retrospectiva, abarcando casi una vida, parece que la desconexión se ha de acentuar aún más, por la necesaria contaminación del recuerdo de unas vivencias, las de la propia creación, las que dieron origen a la misma, a las que el transcurso del tiempo ha de convertir en algo distinto hasta para el mismo autor.
Es habitual ese empeño del espectador inseguro, el de buscar un significado a lo que no persigue únicamente un ideal de representación o la búsqueda de belleza. Asociar significados puros y claros es elegir un rumbo equivocado, tarea fútil por principio en nuestro enfrentamiento con lo enunciado por el artista.
La excepcional exposición de Jesús Coyto que acoge el Palacio de los Águila hasta el próximo domingo nos ofrece testimonios en forma de ventanas que coinciden con distintas etapas vitales del autor, reflejando los cambios que todo ser humano experimenta a lo largo de su existencia. La ventaja del artista, aquí pintor, ocasionalmente escultor, es su capacidad para contarlo valiéndose de armas y canales de los que la mayoría carece, o que simplemente decidieron, por acción u omisión, sellar para no escuchar la profundidad de los misterios que nos requieren de continuo.
Coyto, tras esos cristales a los que él alude frecuentemente, nos ofrece la interpretación del testigo de su propia experiencia, elude la figuración con el resultado siempre espectacular de una masa informe en la que el empleo de las gamas de colores y técnicas son cambiantes, siempre en pos de describir entornos a los que su ojo atribuye connotaciones mágicas, sea la naturaleza, el mar, la albufera, sean pueblos recordados, sea el poder del viento soplando en las velas, sean las ciudades pobladas de existencias encarnadas en sombras, tal vez la definición más ajustada del ser humano, sean las vigilantes arquitecturas y esculturas creadas por el hombre en su ansia de imposible eternidad, como Saint Michelle o Salamanca, deformadas por la naturaleza y el ojo del artista.
De fondo el tiempo, motivo constante que se repite implícita o expresamente, la imposibilidad de asirlo, líneas fragmentadas en compartimentos, en formas geométricas, en ventanas y destellos de fotografías de protocolo, de ritos y convenciones pasadas tan ajenas, de vivencias olvidadas siempre misteriosas.
El tiempo fluyente como la cera empleada justo un instante antes de detenerse en forma ya inmutable, en los recios empastes o en el óxido congelado en nuevas formas de movimiento y vida, en las que algo se adivina a través de las pistas dejadas por el autor, por las letras, los símbolos, las leyendas, la llamada a la encerrado en nosotros mismos, que ya hacía la mitología también presente en esta celebración de la pintura.
Un hombre que de niño sufrió la maldición del mal de ojo solo podía convertirse en artista maldito, con una temprana descripción de la laguna Estigia con ecos de los infiernos del Bosco. Tal vez por eso se retrata a él mismo tirando del manual del lado oscuro, de imágenes de libros de conjuros como murciélagos y gatos negros.
Un proceso que sigue en marcha, lejos de las grandes metrópolis de antaño, el proceso que es el vivir, el crear, la condena de encontrar la forma de seguir contando lo mismo, los misterios del existir a través de la íntima ensoñación, búsqueda sin fin del nuevo, del verdadero camino.
Se dice que la Historia no se puede contar por los protagonistas de los acontecimientos, al estar demasiado implicados. En esta exposición asistimos a mucho de la historia de Jesús Coyto de una forma distinta a lo que él nos contaría con palabras, distinto a lo que plasma en sus pinturas, distinto a lo que nosotros vemos, sin saber nunca cuál será el verdadero camino, porque no existe una forma correcta de ver, de leer, de vivir, solo nos queda rastrear sus huellas colgadas en paredes tratando de explicar.
domingo, 2 de noviembre de 2014
Daumier, de profesión caricaturista
En el blog seguimos de plena actualidad, al filo de la noticia, pero esta vez damos un salto del XVII al XIX. Honoré Daumier era un pintor francés excepcional, pero casi ha pasado más a la historia por ser un pionero en la caricatura en prensa como forma de crítica al pode, lo que incluso le costó seis meses en prisión.
Adlid de la libertad de prensa, entre sus víctimas, las habituales, las de casi siempre: politicastros en general, nobleza, jueces y abogados, grandes personajes de la banca...en fin, los que con mano recta, justa e inmaculada siguen decidiendo destinos.
Antecedente de un arte maravilloso que no deja de sorprendernos cada día, de hacernos reír -la mayoría de las veces tristemente-, capaz de retratar de un fogonazo la realidad de un país.
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jueves, 30 de mayo de 2013
"Los desastres de la guerra". Exposición en el Palacio de los Águila.
Un obrero triturado al caer a una tolva de una siniestra fábrica durante la Revolución Industrial, un policía americano con el uniforme en llamas tras caer de su moto durante una manifestación de los sesenta, la "Carga de los Mamelucos" de Goya. Son algunos de mis recuerdos de niño. Son recuerdos del desasosiego que provocan las primeras imágenes de la violencia más pura en la tierna mente de un crío. Imágenes que espantan y descolocan. Han pasado doscientos años. La vida y la violencia siguen siendo la misma. No hay diferencia entre la muerte a machetazos de un soldado en las calles de Londres o un rebelde sirio devorando el corazón de su enemigo. El horror, aplicado a su tarea, continúa representando su papel. Su efecto en un "yo" más maduro y curtido, tristemente es distinto. Es la aceptación de la derrota, de lo terrible como inevitable.
Toda la serie de "Los desastres de la guerra" que durante el verano se expone en el Palacio de los Águila de Ciudad Rodrigo se construye, más que desde la denuncia, desde la resignación. Una rendición de la que ya dan cuenta alguno de sus amargos títulos: "Siempre sucede". "No hay remedio". "Enterrar y callar". Un ejército francés en numerosas ocasiones de espaldas, sin rostro, puede que el extremo de unas impersonales bayonetas ya que no vale la pena poner apellidos. Es el ejército francés, es el Siglo XIX, pero bien pudo ser, bien será cualquier tiempo, cualquier lugar.
Nadie es inocente. Si la víctima torna en verdugo, la justicia no ha de ser justa cuando se encarna en tortura o descuartizamiento. Cuando la justicia consiste en ajusticiar. Mas cuando lo monstruoso es cotidiano, parece ridículo pedir desde ilustrados salones que no se vuelva a apretar el gatillo, que ya pasó el tiempo de continuar degollando.
Pero sí los hay que son más víctimas. Las mujeres más débiles en esas luchas, vejadas de continuo o esos niños sin futuro. Porque el futuro es quimera si sabes que la muerte ronda cada esquina, cuando la amenaza es permanente y la vida no vale una higa. Qué va a valer si asomado a tu ventana, ves carros atestados de cuerpos, perdida ya toda humanidad, transformada en poco más que kilos de carne y huesos. Esa misma muerte que ronda las calles de las ciudades de Irak donde nos parece escuchar mientras nos duchamos, que en abril murieron más de setecientas personas en atentados.
Pero sí los hay que son más culpables. Los de siempre, los poderosos, los ricos, una Iglesia corrupta que predicando palabras de Dios, jura fidelidad al diablo. Nobles hideputas que generación tras generación, se dedican a esquilmar y asesinar al pueblo que solo es despojo. títeres de un extraño destino que retrata Goya casi esqueletos, muertos en vida.
Picasso también vio al diablo en las calles de Guernica y fusiló motivos de Goya para seguir contando lo mismo, entre el sueño y la locura de la fábula o el animal inventado. Lo mismo que hoy nos muestran reporteros en imágenes que paradójicamente, no transmiten más verdad que aquellos pintados rostros dolientes.
Causa un efecto extraño que a la exposición le acompañe la máscara de un Napoleón recién fallecido en Santa Elena. Dueño de calma y paz interior que se antoja fuera de lugar,rodeado de una muestra del horro del que asoló Europa y del que él fue tan responsable; como tantos otros que fueron y serán, no más que para satisfacer pueriles vanidades. Toda la pena que revienta esas dos habitaciones debería encarnarse en los fantasmas que atormentaran su descanso eterno, que hicieran quebrar en pedazos esa máscara de paz.
Hoy, 30 de mayo de 2013, los responsables del horror, en Siria o en Virginia, siguen durmiendo cada noche en paz.
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