Ha tiempo que le vengo dando vueltas a una entrada a la que no acababa de dar forma. El tema central podría considerarse el tiempo, el paso del tiempo, hacerse mayor… ¿la vida, la muerte? Supongo que a todos nos ha pasado pero quizá yo, por razón de mi trabajo, donde conozco a mucha gente, o de forma mejor expresada, con el paso de los años conozco la vida de todos los vecinos de pequeños pueblos, te percatas y eso ocurre un día, en una fecha determinada de que personas que notabas muy activas, con mucha vitalidad, repentinamente se han convertido en ancianos. Todos sois conscientes de que hablo. Cuando te dicen, hijo, no sé que me ha pasado, lo que yo era y ahora me cuesta cruzar la calle, es ese cansancio que debe llegar con los años del que hablaba mi actriz fetiche, Katherine Hepburn, mujer vital por antonomasia, de varias duchas frías al día, reivindicativa feminista en tiempos peligrosos con sus eternos e incomprendidos masculinos pantalones. Ella que incluso llegó a ser piloto, contaba amargamente como llega el día en que levantarse de una silla se convierte en una tarea titánica.
Esta sociedad donde se veneran la belleza y los cuerpos perfectos, las pieles tersas y depiladas, donde cada vez hay más ancianos fuera del circuito de lo visible, de lo vendible, este mundo en el que simplemente se tiende a aparcarlos en cementerios de elefantes hasta la partida final, donde no se acepta la muerte como algo natural, quizá sea la próxima frontera a reivindicar, la del respeto al mayor al que cada vez se está dejando más de lado. Sé que es un tópico pero esta sociedad hedonista que sólo se preocupa (yo el primero) por saciar sus apetitos abandona (quizá no materialmente) pero sí espiritualmente a nuestros abuelos.
A veces me pregunto cómo llevaremos muchos de los que leen estas letras convertirse en anciano; acostumbrados a conseguir retos físicos impensables para la mayoría de la población (porque no lo deciden, no por otra razón), cómo soportaremos ese esfuerzo de levantarnos de la silla, cómo aguantaremos esos múltiples dolores, que si llegamos, sin duda acosarán nuestros cuerpos. ¿Nos atormentarán nuestros días de gloria o tornarán en recuerdos áun más agradables?
La razón por la que al final que he decidido a escribir sobre el tema ha sido el visionado de dos películas, “Una historia verdadera” de David Lynch y “Las invasiones bárbaras” de Denys Arcand, ambas retratos sobre esa última etapa de la vida.
“Una historia verdadera” de David Lynch

“Una historia verdadera” es una película que vi hace años en el cine. La rescaté hace unos meses y la volví a ver ayer. Es una película difícil pero siempre me pareció una obra maestra. Cuenta las peripecias del viaje de un anciano con todos los males físicos propios de su edad, un trayecto de más de quinientos kilómetros en una cortadora de césped unida a un remolque para ver al hermano con el que lleva varios años peleado y así poder morir en paz. Lo sorprendente (o quizá no) es que esto ocurrió de verdad.
El nexo de unión es el cielo estrellado. A Alvin, durante una infancia difícil, le gustaba ver las estrellas con su hermano. Ahora es con lo que más disfruta en la vida. Sentarse en el patio, en el campo y mirar las estrellas. ¿Es entonces cuando eres consciente de lo insignificante o lo inabarcable que es una vida? Como podéis imaginar es una película lenta, ya me diréis, una “roadmovie” a ritmo de cortadora de césped, empapada por la inseparable música (una vez más) de Angelo Badalamenti de las imágenes de David Lynch.

Ante la incomprensión de sus amigos, Alvin, un anciano testarudo se empeña en acometer esta locura. Es algo que tiene que hacer solo. Es una deuda pendiente que debe saldar consigo mismo antes de morir.
Curiosamente le adelanta una marcha ciclista (a toda velocidad por supuesto… aunque todos sabemos que estos eventos no son competitivos;-)) y pernocta con algunos participantes. Al hablar con ellos él les cuenta que cuando eres joven no piensas en envejecer. Le interpelan por lo bueno y lo malo de envejecer. “Lo peor de ser viejo es recordar cuando eras joven” ¿Lo bueno? Él dice que no hay nada bueno en estar cojo y ciego al mismo tiempo.” A mi edad has visto de todo y sabes separar el grano de la paja y dejar que las pequeñeces se las lleve el viento”.
Los recuerdos te atormentan, la separación de su hermano motivada por un cóctel de vanidad, ira y alcohol (que ahora le parece tan fútil) o el espanto de la guerra.
Es una película de miradas, una reflexión sobre el final del camino. Es una película que no da respuestas, que formula preguntas, que invita a pararse y pensar, que puede insinuar “soluciones”. Lynch dice mucho con poco.
“Las invasiones bárbaras” de Denys Arcand

Trata el mismo tema desde otro punto de vista. Es otra gran película que en su día creo que obtuvo el oscar a la mejor película extranjera. Cómo se enfrenta a la muerte un intelectual francés, gruñón y divertido, rodeado de sus irreverentes y cachondos amigos.
Paralelamente se tratan temas como la religión o la sanidad pública, tan maravillosa para nosotros, afortunados de disfrutarla y tan imperfecta a la vez.
Hay reflexiones muy interesantes de Remy, el protagonista como cuando él, mujeriego empedernido, confiesa que se dio cuenta de que era viejo en el momento en el que descubre que las mujeres habían abandonado sus sueños.
“Cuando era joven me daba igual morir cuando fuera. Por eso los jóvenes son los mejores mártires. Al envejecer uno se aferra a la vida. Empieza a restar. Me quedan veinte años, quince, diez, cuando se sabe que será la última vez; me compro el último coche; será la última vez que visite Génova, Barcelona”.
Vuelve a lugares donde fue feliz; entre diálogos hilarantes, confiesa que siente miedo, que no acaba de entender el sentido de la vida, que debería haber dejado algo duradero, que teme haber fracasado, teme “no haber dado el máximo de sus posibilidades”. Al final tal vez, todo sea un círculo “Me siento tan desvalido como cuando nací”.
Estos pensamientos son universales y atormentan a la humanidad desde sus orígenes. Sería bueno que todos, cuando veamos a nuestros mayores, nos veamos un poco a nosotros mismos e intentemos comprenderlos algo mejor. Ale, ya sabéis, todos a visitar a los abuelos (yo el primero)
La película francesa acaba con una exquisitez que no me resisto a compartir, "L´Amitié", el canto a la amistad, la sincera, la del puñado de amigos de verdad que todos tenemos. Es Françoise Hardy (la señorita con guitarra tirada en el suelo en una postura "tan natural" que siempre adorna el margen derecho de mi blog). Canción ñoña, ñoña y bonita, bonita. Ésta le va a gustar a las muchachas. Que la disfruten tanto como yo. Un día preparo una entrada sobre chicas achuchables del pop francés (Increíble industria...¿cúantas siguen saliendo cada año?).
"L´Amitié"
Beaucoup de mes amis sont venus des nuages
Avec soleil et pluie comme simples bagages
Ils ont fait la saison des amitiés sincères
La plus belle saison des quatre de la terre
Ils ont cette douceur des plus beaux paysages
Et la fidélité des oiseaux de passage
Dans leurs cœurs est gravée une infinie tendresse
Mais parfois dans leurs yeux se glisse la tristesse
Alors, ils viennent se chauffer chez moi
Et toi aussi tu viendras
Tu pourras repartir au fin fond des nuages
Et de nouveau sourire à bien d'autres visages
Donner autour de toi un peu de ta tendresse
Lorsqu'un autre voudra te cacher sa tristesse
Comme l'on ne sait pas ce que la vie nous donne
Il se peut qu'à mon tour je ne sois plus personne
S'il me reste un ami qui vraiment me comprenne
J'oublierai à la fois mes larmes et mes peines
Alors, peut-être je viendrai chez toi
Chauffer mon cœur à ton bois
"La amistad"
Muchos de mis amigos vienen de las nubes
El sol y la lluvia son su único equipaje.
Han durado la estación de las amistades sinceras,
la más bella de las cuatro de la tierra.
Tienen la dulzura de los paisajes más bellos
y la fidelidad de las aves migratorias.
En el corazón llevan una ternura infinita.
Pero, a veces, en sus ojos penetra la tristeza.
Entonces vienen a calentarse a mi casa.
Tú también vendrás.
Y podrás volver a lo profundo de las nubes
Y de nuevo sonreir a muchos otros rostros
Dar a tu alrededor un poco de ternura,
cuando otro quiera ocultarte su tristeza
Como no sabemos que nos depara la vida,
quizá yo también deje de sentirme alguien.
Si me queda un amigo que realmente me comprenda,
olvidaré a la vez mis lágrimas y mis penas.
Entonces, quizá iré a tu casa
a calentar tu corazón con tu leña.