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lunes, 16 de marzo de 2009

Un día de cólera


Este fin de semana me habría gustado correr el Duatlón de Torrejoncillo y/o la Media Maratón de Cáceres pero sigo tocado del gemelo de Sevilla (si es que me tuve que retirar...) así que me da que me va a tocar una buena temporada sin correr con lo que me tengo que conformar con bicicleta, natación y gimnasio.

A pesar del tiempo que ha hecho, este fin de semana entré en la dinámica crisálida-eremita con sobredosis de lecturas de todo tipo. El domingo tenía la cabeza como un bombo y ya decidí tomarme unos vinos.

Uno de los libros que he leído es “Un día de cólera” de Arturo Pérez Reverte. Aunque he leído muchos de este autor, probablemente sea el último; sí, son entretenidos, pero muchos pasajes me suenan a conocido. El tema de esa España pobre, capaz y orgullosa en manos de clases corruptas es demasiado reiterativo y me llega a cansar. Para mí ya no tiene nada que ofrecer. Es un narrador ágil pero nunca se podrá considerar un gran escritor.

Es cierto que el autor ha estudiado a fondo el tema y la avalancha de nombres de las personas reales que participaron en la revuelta es abrumadora. Supongo que si te interesa la Historia, como es mi caso, la novela te acaba entrando por su valor documental. He aprendido bastante sobre aquel día, sobre sus causas y sus consecuencias.

Por ejemplo, nunca olvidaré quiénes son los capitanes Daoiz y Velarde y su proceder aquel 2 de Mayo de 1808. Además, a partir de ahora, cuando camine por el centro de Madrid, “escucharé” la terrible carga de los mamelucos San Jerónimo arriba hacia la Puerta del Sol o seré capaz de asistir como espectador a los primeros enfrentamientos junto al Palacio Real o los fusilamientos en Príncipe Pío. Siempre he sido un poco peliculero y a veces ya me quedaba parado en la Gran Vía, imaginando el cerco a Madrid durante la Guerra Civil, en medio de la “avenida de los obuses”.

Sí queda claro que el levantamiento del dos de Mayo fue llevado a cabo fundamentalmente por la clase baja, por razones equivocadas, en demanda de la vuelta de un necio impresentable como Fernando VII. Sin el apoyo del ejército y las clases acomodadas, le echaron unos cojones tremendos en una revuelta suicida, chispa del posterior levantamiento en todo el país.

Siempre tuvieron mi simpatía los afrancesados, personas que consideraban lo mejor para su país la importación de las ideas de la Revolución Francesa, cuna de todos los Estados de Derecho actuales y que consideraron la “alianza” con Francia como el cauce propicio para superar la cerrada y oscurantista España. Debió ser muy duro intentar concordar esa ilusión con el hecho de que los valores de la separación de poderes, la soberanía popular o los derechos de los ciudadanos estuvieran encarnados por un emperador ególatra y despiadado. Una frase que definió muy bien a Moratín, "Nunca cambió de parecer porque nunca lo tuvo"

Contar con Goya, testigo absolutamente excepcional y genial (adjetivo usado a menudo con demasiada generosidad pero que aquí ajusta como un guante), es un milagro. Recuerdo que de crío este cuadro, “La carga de los mamelucos”, me causaba una honda impresión, me provocaba sensaciones muy claras como miedo y asombro. Es curioso como el paso del tiempo y la “sobrexposición” a salvajadas televisadas, reales y ficticias, va creando callo y amortigua tu espanto ante este tipo de imágenes.