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miércoles, 23 de julio de 2014

GP Canal de Castilla, la yihad ciclista contra la dictadura de la maneta integrada


Supe de esta prueba hace un par de años. Más de doscientos kms., más de cincuenta de caminos, tomando como eje o motivo central de la prueba el Canal de Castilla y un reclamo: LA ROUBAIX CASTELLANA. 

Ese párrafo es droga dura  para un jaramugo en periodo de desintoxicación, más si el festejo es cerca de casa, una de las condiciones que más valoro últimamente.

Había que probar y tratar de encontrar algo de lo que se prometía; buscar algo de la esencia del deporte popular que muchos anhelamos, y que a menudo nos defrauda por el exceso de afán por la competición dentro de un mundo en el que, excepto cuatro figuras, todos somos una banda de aficionadillos, aunque a alguno le cueste admitirlo. 

Respecto al ciclismo, supongo que algún año volveré  a alguna marcha cerca de casa en el Sierra de Béjar o la Estrella, pero hay mucho dentro de ese mundillo que no me acaba de convencer, sobre todo en el tema actitud. Por ejemplo, tengo muy claro que nunca volveré a una Quebrantahuesos, aunque una de las cosas más bonitas que se pueden hacer sobre una bici es la ascensión al Portalet; a día de hoy preferiría hacerla en solitario, con amigos, o con futuros amigos. 

Pero, como iba contando, por la información y fama que me llegaba de la carrera, además de alguna referencia muy válida, GP Canal de Castilla parecía diferente, unido además el estímulo de conocer una zona cercana para mí desconocida.

Y he aquí, que todas mis expectativas fueron ampliamente superadas. 

Ya el ambiente me pareció diferente de entrada, cuando llegamos a primera hora  acompañados de otros miembros del equipo Biciteca: Sergio, Hugo, Manu y Dori Ruano; un honor compartir maillot con toda una campeona del mundo y España.

Manu, ya en vías de convertirse en una suerte de  iluminado gurú en el mundo del pedal –tiene hasta las trazas-,  traba conversación con unos y otros y me van llegando primeros retazos de conversaciones sobre ciclismo, que más tarde, durante el desarrollo de la carrera, me confirmarán el curioso pelaje de muchos de los ciclistas que hoy parten de Medina de Rioseco. 

Separo dos grupos a los participantes. Por un lado los de siempre, los de  la bici de carbono y el mucho correr –yo soy de los primeros, no de los segundos-,  por otro, unos tipos raros a los que cariñosamente rápidamente identifico como talibanes que son fácilmente reconocibles antes de escucharlos por su montura o  atuendo, resumible en una lista no cerrada de caracteres básicos: uso de bicis antiguas; muchos de esos hierros pesan el doble que mi bici, algunos de ellos cargados además con guardabarros, portabultos, alguna alforja, incluso algún curioso portabotes en el manillar, con ligero bote de metal claro. El verdadero talibán suele llevar un maillot antiguo, que recuerda a míticas fotos en blanco y negro en ascensiones de tierra, lo menos transpirable y más alejado del tejido técnico posible. Algunos no llevan culottes sino pantalones cortos más bien de calle –no sé si con badana-, incluso zapatillas de caminar normales. A estas alturas de la descripción, ya resultará obvio, pero efectivamente, un talibán no se depila. Por otro lado, sus conversaciones giran sobre  marchas y concentraciones ciclistas fuera de las comunes,  sino de un circuito paralelo de bicis clásicas. Como una pareja que llevo al lado va charlando de pruebas en Europa, le pregunto a uno de ellos si han corrido la “París-Roubaix” y me responde que no, que no existe de bicis antiguas, que sí ha hecho el Tour de Flandes con el trasto sobre el que pedalea, lo que me causa bastante más admiración que un “Top Ten” en Quebrantahuesos.

En cambio mi bici llama la atención por el lado malo, por lo buena que es. Una Cervelo P2 resulta demasiado ligera, vistosa y hasta cara para el cariz de la prueba. Además la llevo tal cual, sin ninguna modificación para adaptarme a las especiales características del recorrido, salvo cinta aislante cubriendo parte del cuadro para prevenir el daño que puedan hacer las piedras que salten del camino. Ni siquiera he puesto ruedas un poco más anchas o con algo de dibujo.

Respecto a la carrera, se conoce que la organización se ha vuelto más sensata y va sentando la cabeza lo que no sé si es buen o mal síntoma. Los 230 kilómetros originales se han transformado en 162, con algo más de 50 de caminos, con los que ya se queda uno a gusto, eso sí.

Llevaba algo más de un mes sin montar en bici, desde el Ironman, así que tenía muy claro que saldría tranquilo, a la expectativa de cómo respondía mi cuerpo y cómo me veía en los tramos de tierra con la bicicleta, sin descartar retirarme si veía que no me desenvolvía como debiera.

A pesar de que los primeros cuarenta kilómetros se desarrollan como marcha neutralizada, me sorprendió que, para mi gusto, quizá se iba algo más rápido de lo que yo deseaba, sobre todo a la vista de mi inseguro estado de forma, así que decidí integrarme en un grupo trasera que me llevaba como yo quería. 

Tuvimos suerte con el tiempo ya que amaneció nublado y no hizo nada de calor. En general, el recorrido de carreteras discurre entre dorados y agostados campos de cereal castellano, salpicados de pequeños bosques de galería junto a cursos de agua,  del ocasional amarillo del girasol, del morado del tomillo. Hechizados por las espectaculares montañas de fácil atracción, me llama la atención cómo me costó encontrar la fascinación por el punto de fuga de una carretera infinita, por el horizonte limpio de  la inclemente meseta, por esos duros y pequeños pueblos reacios a desaparecer,  reunidos junto a sus viejas iglesias, recios y resistentes como sus habitantes, hechos al viento, al sol y al hielo. Hoy más que nunca me siento hijo de Castilla, pero me costó encontrar mis señas de identidad. 

Alrededor del kilómetro noventa entramos en el primer tramo de caminos. Durante la marcha me explicaron que lo que llaman sirgas son los caminos que discurren junto al canal, que en origen fueron utilizados por las gentes  para transportar mercancías en burros y mulos. 

Sé que la primera toma de contacto con los caminos es importante. Entramos con precaución y circulamos despacio. Tal y como recomendaba la organización, llevamos muy hinchadas las ruedas para prevenir pinchazos, aunque con tanta piedra, parece imposible librarte. De hecho, empezamos a adelantar a ciclistas reparando. Con el tiempo, nos comienzan a adelantar a toda velocidad participantes más bregados en el asunto, con  peores bicis, pero mejor preparadas. Y como el que no quiere la cosa, comenzamos a acelerar, llegando una velocidad bastante digna. Especialmente en el segundo tramo importante, de casi quince kilómetros, acabo detrás de Manu circulando a en torno los treinta kilómetros por hora, hecho ya al tembleque, pendiente siempre de los baches más pronunciados, doloridos los brazos y agradeciendo ser de los que llevan dos cintas en el manillar. Salimos al asfalto excitados,  con una gran sonrisa en la cara comentando lo alucinante de la inesperada experiencia. 

Alrededor del Km. 100 subimos en grupo el Alto de Autilla, una pequeña tachuela con buen asfalto que se hace algo de más de dura por el molesto aire en contra que, excepto en los tramos de tierra, nos seguirá castigando hasta meta.

Arriba esperamos a Sergio, que ha tenido que hacer una inaplazable parada “técnica”. Sergio es montañero y nunca ha hecho esta distancia en bici; valiente, no ha elegido mala cita para debutar. Desde aquí hasta meta le echará coraje para terminar.

Hugo es el más fuerte de todos y se encarga de conducirnos en esa dura tarea que es bregar con los interminables kilómetros de las rectas de carretera castellanas contra el viento. Me empiezo a notar cansado, renuncio a dar más relevos y tiro de mi primer gel. En esta última parte es cuando se concentran la mayor parte de caminos A medida que nos acercamos a meta, la lluvia que ya había aparecido esporádicamente, comienza a arreciar. 

Ya hace tiempo que los tramos de tierra los afrontamos con seguridad y convicción, pero el agua va deteriorando el estado de los caminos y hay que ir con tiento. La carrera se convierte en algo muy distinto  en un tramo con repechos de tierra arcillosa de unos ocho kilómetros. La bici patina continuamente, las ruedas se bloquean por la acumulación de tierra junto al cuadro y la horquilla, el emisor del cuentakilómetros queda sellado por el barro, no consigo enganchar las calas, tengo mi primer y único pinchazo. En fin, una batalla de las de contar, sobre todo por ir con una bici de carretera.

Al final, todos conseguimos salir vivos y encaramos el último tramo de trece kilómetros y medio hasta meta junto al canal, con más piedras, muchos charcos pero piso más estable. Superamos los charcos a toda velocidad, rezando para que en alguno de ellos no haya un hueco u obstáculo demasiado grande y alguno clavemos la rueda. En una de ellos, Hugo se va al suelo por la acumulación de barro. Bueno, en GP Castilla, al menos había que tener un pinchazo y una caída y ya hemos cumplido.

El Canal de Castilla es una obra de ingeniería promovida por ilustrados españoles en el S XVIII para ser utilizada como vía de comunicación y transporte entre la meseta castellana y leonesa. Tratando de fomentar el desarrollo de la zona, fue utilizada para la navegación, el regadío, la pesca o como fuerza hidráulica. No conocía nada del paraje y de verdad que estos últimos kilómetros, bajo los árboles de su ribera, castigados por una lluvia torrencial que proporcionaba a la estampa un halo aún más romántico, con unos locos ciclistas en el papel de intrusos. Me sorprendió la belleza del paseo junto a la vía de agua jalonada de esclusas. Como que ya he decidido organizar alguna jaramugada para recorrerlo corriendo en algún reto que se irá definiendo con algo de información. 

Magnífico final para una prueba de la que me gustó todo, hasta el hecho de que no haya clasificaciones ni premios. Tras esperar a Sergio en meta, entramos en meta sonriendo, como no podía ser menos y pensando en volver, aunque esta vez con mi vieja Razesa, con mi abandonado maillot del Ariostea.

“¡¡YO SOY ESPARTACO!!”
















viernes, 13 de julio de 2012

Cuando éramos reyes


Hace unos días leí una entrevista a Roberto Heras. Evidentemente le preguntaban sobre Armstrong, evidentemente le preguntaban sobre doping. No entraba al trapo, claro. Me llamó la atención el espíritu que se desprendía de sus palabras, el de  nostalgia de recuerdos irrepetibles. Las concentraciones en Texas, los inicios de la preparación invernal del Tour junto a uno de los ciclistas más grandes de la historia,,en etapas ya por entonces demasiado largas; cuando, congelados por el frío de los Alpes, completaban  hasta tres ascensiones consecutivas a puertos estrellas final de etapa.

Lo relacioné con otras declaraciones de Rijs, cuando en rueda de prensa reconoció  ir dopado cuando ganó su Tour (ese del que ya no le pueden desposeer), pero que nada le privaría de aquellos maravillosos recuerdos, culminados por la coronación en París. 

Me dio la impresión de que Heras explicaba sin explicar que puede haber drogas -que no queda otra, es deporte profesional-, pero que aún así, para ganar una vez, más para ganar cada año, hay que entrenar más que nadie y convivir con el dolor y el esfuerzo como compañeros. Estoico es una palabra "escasa" para definirlos. Imagínate hasta dónde llega el mérito si has superado un grave cáncer.

Se desprendía una admiración sin límite por Armstrong como atleta físicamente privilegiado, pero sobre todo con una mente portentosamente metódica y orientada cada momento de su vida  hacia un único fin: el que se define en apenas el minuto que dura un himno en los Campos Elíseos. Fue un honor cabalgar junto él y convertirse en parte de una leyenda.


Hay lo que hay pero siempre digo que no entiendo por qué cuando todo ha acabado, no cuentan la verdad sobre un deporte maldito, los bajos fondos tras el oropel. Yo no me siento legitimado para criticar comportamientos ajenos pero me gustaría conocer la verdad en boca de su protagonistas. Tal vez en una década sea normal leer retratos sobre el lado oscuro.

No hablemos de la política de España sobre estos temas porque clama al cielo que un país democrático, utilice el deporte como la propaganda de los antiguos países del bloque soviético. A fe mía, bien ganada es nuestra fama fuera de nuestras fronteras.  Sangrante que la Operación Puerto solo sirviera para sancionar a Ullrich en Alemania, Basso y Valverde en Italia. Aunque duela, hay que reconocerlo, aquí sigue existiendo tolerancia con el dopaje. Ejemplos hay muchos y si queréis entramos en materia; tal vez por eso aquí venía (¿sigue viniendo?) a pillar la mandanga todo cristo. 

Por razones de trabajo y real falta de interés, apenas veo el tour; sé cómo van de milagro. Vi el final de etapa de ayer mientras me echaba una buena siesta y sí, al ver esos cuerpos tan castigados durante meses hasta el punto justo que les permite seguir mejorando sin romperse, tan al límite de sus capacidades, tan finos (la madre de Susana siempre dice que ha ganado uno "mu delgaíno"),  los admiro por pundonor, capacidad de sufrimiento, constancia y hacer bien un trabajo tan despiadado que comienza muchos meses atrás. Para ser ciclista hay que ser duro, para ser un élite hay que ser realmente Clint Eastwood. "Los ciclistas estás hechos de otra pasta" no es una frase vacía de contenido, es muy justa. 

Sobre el uso de sustancias prohibidas hoy, soy bastante escéptico (ese Sky en plan locomotora Festina, donde no existen gregarios porque todos son purasangres es sospechoso). La verdad es que lo veo todo negro. Rolling Stones. Cincuenta años desde que los amigos se subieron a un escenario. Casi nada. Al loro con Brian Jones tocando el sitar. Un virtuoso arrogante y que sin embargo se mostró incompetente para la composición, cuando las iniciales versiones "blueseras", fueron progresivamente sustituidas por las incómodas y legendarias canciones del tándem Jagger-Richards. 

Vale.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Travesuras


La teoría dice que antes de las carreras hay que descansar. La luz de este veranillo tardío me lo impide. Ascensión a un puerto que recorro varias veces al año en coche. Bonito, más durillo de lo que intuía y con alguna rampa interesante. La próxima vez que me acerque por allí, que no será a mucho tardar, lo subiré corriendo.



La semana pasada se celebraron los Campeonatos del Mundo de Ciclismo. ¿Para cuando la modalidad "con mochilón a la espalda"? Casi 90 kms con mi inseparable amiga. Eso sí, mis ruegos a Eolo surtieron efecto. Sus invisibles manos me posaron en Salamanca en apenas un instante. Os cuento un secreto...esto no lo repito.



A Candelario, uno de mis pueblos más queridos, voy varias veces al año. Sin embargo, había un lugar cercano  al que no volvía desde hace más de veinte años. Entonces, cuando acampábamos allí los dagales del "deporte", antes de que construyeran la piscina, nos bañábamos en una poza oculta.


No sé si será cosa de los neutrinos y los viajes en el tiempo que llenaron páginas estos días pero si me concentraba, casi, casi podía ver sobre esta piedra a un Atalanta, a un Txero, a un Plato53, a una Ana Cristina con apenas diecisiete añitos. Nostalgia agradecida, de la que saboreas con gusto. Recuerdo perfectamente que entonces escuchábamos allí mismo "Temporary Thing" de Lou Reed, de su disco "City Lights". Parece una broma que sólo recuerde un título tan apropiado para el post.


El reflejo del espejo ha cambiado bastante.


El día que, cuando acabe un concierto de los que me marcan, no trate inmediatamente después, de subirme al escenario para hacerme con la lista de canciones, seguro que habré perdido mucho por el camino. 

Ya sabéis, "a mi manera". No es la mejor ni la más prudente pero es la mía. La canción de Frank era demasiado previsible. Os dejo la divertida y potente versión, además de muy apropiada para el personaje, de Sid Vicious.

martes, 20 de septiembre de 2011

Alrededor de la Quebrantahuesos


Hoy publico en Demonfit una visión a vuelapluma sobre la Quebrantahuesos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Angliru, bienvenidos al infierno





Otra muesca en la culata. Una que buscaba hace bastante tiempo pero que aún no se había terciado. Estuve a los pies del Angliru en Junio, el día después de la Travesera,  pero por razones que no vienen al caso de muy ajena índole, el intento se frustró. Ahora me alegro, porque tal y como tenía yo el cuerpo ese día, jamás lo hubiera conseguido. 

Lo conocía porque lo había subido algo así como hace diez años en una de las primeras ediciones de la ascensión a pie.  Entonces me pareció muy duro pero lo conseguí subir completo corriendo, metiéndome bastante adelante.

Subí el sábado por la tarde tras llegar directamente con el coche, bocata "bacon queso" y café, y sin pensarlo mucho ni darle muchas vueltas, me agarré fuerte a Suzanne y para arriba. Ya sabéis lo que decía Burning: "Es decisión".

La primera parte, la que parece un "puerto normal" me pareció más dura de lo que recordaba. Las pendientes medias alrededor del 9 % son un buen entrante pero vas tan asustado por lo que te espera que casi no les prestas atención. Sólo vas concentrado en ir suave y fluido.


Recordaba de mi ascensión a pie una gran pintada en el asfalto, en la zona de Via Pará, en el descanso que hay antes de lo bueno,  donde se leía "Bienvenidos al infierno". El sábado no estaba pero del canguelo que llevaba, fui capaz de leer donde no había letras. 


Supongo que a todos los que han subido en bici les ha pasado. LLevas seis kilómetros y te dices que ya no falta tanto. "Cabañes" te despierta del sueño. Es cuando eres consciente de lo que te espera. Rampas por encima del veinte por ciento. ¿En qué se traducen esos números en la práctica? En mi caso en que  inmediatamente pongo mi tercer plato -el único triatleta con esta anomlía- y el piñón de 27 que llevo expresamente para este día. Iba a venir con 25 pero Phaeton me convenció de cargar algo más. Agradecido. Creo que sin esos dos dientes no lo hubiera conseguido.

¿Veis la pulcra tortilla? El secreto del éxito.

Trato de no alterarme y tomármemo con calma pero aún no pudiendo ir más despacio, sólo puedo arrastrar la bici montaña arriba en un absurdo e inoperante ritmo de supervivencia. Me pongo de pie, me siento. Al hacerlo, cuando agarro con fuerza el manillar, noto que la rueda delantera se me despega del asfalto por la inclinación.Adelanto a un grupo que andando va un poco más lentos que yo. Ese primer tramo ya me avisa de lo que me espera.

Después de este primer mensaje alto y claro de la montaña, me adentré en la niebla a través de unas pendientes más suaves con un porcentaje medio de alrededor del doce por ciento. Duelen pero no matan y los metros -hablar de kilómetros parece excesivo, dado lo despacio que se descuentan-, van pasando. Cuando quedan poco más de tres kilómetros te dices que no va a ser para tanto, que lo vas a conseguir, que sólo hay que sufrir un poco más. Ay, amigo.

Aquí es cuando viene el menú principal. Picones, Cobayos y sobre todo Cabres. Sólo tiro de fuerza. La verdad es que me da que este entreno no sirva para gran cosa. Respirando como una locomotora, cayéndome chorros de sudor del casco y con el corazón desbocado.De lo mejor que tiene subir el Angliru es que con cualquiera que te cruces a esas alturas, a pie o en coche, siempre te anima.

Cabres es capítulo aparte. La recordaba de la carrera a pie. Aquel día también había niebla y no se veía el final. Es muuuuy larga. Nunca había hecho "eses" subiendo un puerto. Aquí, al final, practiqué una especie de "slalom"  que no sé si me sirvió de algo. Con el esfuerzo de apretar y tirar y los bandazos que daba, no sé qué hice que se me salió un pie del pedal. Porque ya estaba en el final de la recta y había algo así como cinco metros de curva más suave con lo que pude volver a encajar la cala. Si no, me da que no soy capaz de volver a montarme.De postre, el Aviru. Estás arriba pero toca aún ganarlo hasta el final. En los últimos kilómetros he notado que llevaba los riñones doloridos de empujar y los músculos de mis piernas también se quejaban. En lugar de bicicleta parece más un trabajo de pesas.Los metros de llano al final están diseñados para sonreír y celebrar que llegaste arriba.


El descenso es muy peligroso. En las zonas más empinadas, hay que echar el culo para atrás, como en montaña, porque da la impresión de que se te va dar la vuelta la bici.

Tardé en torno a 1:25. Qué pena que no tenga anotado mi tiempo de subida a pie pero estoy casi por apostar que tardé menos corriendo.

Conclusión. Santo Tomás. Ayer no me apetecía volver. Hoy, ¿quién sabe? Tal vez algún día, en forma y para acompañar a alguien que le tenga ganas.

Entiendo a los profesionales y a la gente del ciclismo, a los que lo han mamado de verdad que por regla general rechazan este puerto en el recorrido porque no hay ataques ni nada que se le parezca. Se va hasta que se revienta. Subir esta carretera en competición, llegando "tostado" después de una dura etapa sí que debe ser un verdadero calvario.

He estado viendo la altimetría de Zocolán y Mortirolo. El primero es más corto pero creo que algo más duro. El Mortirolo más suave. Algún día que haremos esa excursión a los míticos Dolomitas.

Hasta ahora, el puerto más duro que había subido era La Covatilla. Ni Lagos, ni Alpe D´Huez, ni Tourmalet... Eso sí mis puertos favoritos siguen siendo éstos.



Después de mi fin de semana asturiano os dejo un grupo de Gijón, Dr. Explosion, una de las bandas con las que más me he divertido en un lejano concierto en Potemkin. Jorge "Explosión" además de ser un enamorado de la pop y rock más añejo con toda la estética que conlleva, es uno de los tipos más divertidos e inteligentes de la escena musical española.

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"

lunes, 20 de junio de 2011

Oro en Quebrantahuesos



Cuando un kilómetro después del inicio del descenso del Portalet, era incapaz de controlar la bici, cuando después de muchos esfuerzos conseguí detenerla y frenar los bandazos de la rueda delantera evitando la que ya veía como segura caída, cuando durante varios kilómetros tuve que sujetar fuerte a Suzanne, bajando entre a quince y veinte por hora, no hacía más que lamentarme en voz alta: “¡Qué pena, Qué pena… voy a perder el oro por un jodido problema técnico! A punto de conseguirlo y lo voy a perder en el último instante por la diferencia de un tubular. La historia de mi vida”. Después del tristre mantra, de rogar finalizar cuanto antes el descenso y que parara el vendaval, llegué a una especie estado de resignación en el que me respondía que de todas formas estaba fenomenal, que ya lo hubiera firmado en la salida, que tenía que reconocer que no había trabajado para conseguir esa meta, que en ningún momento se me había pasado por la cabeza, que no me la merecía. Casi todos los que me acompañaban esta mañana llevaban entrenado meses, pasando penalidades sobre la bicicleta para conseguir su meta personal. Yo no. Aunque fuera en el último instante y a traición, era una suerte de justicia poética.

Bien, la mayoría ya sabéis que en esta ocasión no se cumplió el agorero designio y hubo final feliz. Conseguí el oro con 7:49 minutos y una media de algo más de 26 Km/hora.

Película de la marcha. Con el “cuenta” averiado, sin pulsaciones, sin cadencia, marcho ciego, sólo por sensaciones. Mi única referencia era un reloj que marcaba exactamente las 11:46 cuando cruzaba la alfombra de salida, muchos minutos después de los primeros. A pesar de levantarnos a las 5:30, debido al atasco para aparcar, hemos llegado a la salida justo en el instante en que lanzaban el cohete que marca el inicio de la prueba –os podéis hacer una idea de la acumulación que suponen 8.500 ciclistas de la QH y 3.000 de la Treparriscos-.



Phaeton, la noche anterior cuando ya estaba tirado en la cama, me enseñó un perfil con los tiempos de paso por los puntos clave que había marcado un ciclista que había conseguido 8:01 en alguna edición anterior. Sin pensarlo mucho, los memoricé y fue el guión que manejé durante toda la prueba: cima de Somport, 2:02, Cima de Marie Blanque, 3:45, inicio de Portalet, 4:34, cumbre de Portalet, 6:29. Siempre fui por detrás de sus tiempos hasta la cima del Portalet que yo hice mucho más rápido.

En cuanto salimos, Chuchi que en su decimotercera participación busca el oro y Phaeton, que pretendía rebajar su tiempo de 7:17 del pasado año, salen como balas. Yo ni me lo planteo. No estoy acostumbrado a montar en bici en grupo y menos con tanta gente. No voy rápido pero estoy tenso, incómodo, con malas sensaciones, con miedo a caerme. Me pasan por todos lados. En ocasiones me llego a quedar solo, que asombrará a cualquiera que conozca el percal.

Cuando encaramos las primeras rampas de Somport, me voy encontrando mejor, más cómodo. Empiezo a marcar un ritmo uniforme y no paro de adelantar corredores. Comienzo un descenso casi continuo hasta la base de Marie Blanque. A pesar de que el lado francés está nublado y amenaza lluvia, no me pongo chubasquero. Abajo ha llovido y hace frío; Me gusta, sé que me desgastará menos que el calor. A pesar de que tras una hora de descenso, llego a Marie Blanque con los dientes castañeando, estoy de suerte. Este frío molesta pero en unos kilómetros de ascensión se me pasará.

La ascensión de Marie Blanque siempre se me ha hecho corta y este año también. El meollo está en los cuatro últimos kilómetros con pendientes medias entre 10 y 13 %. Son unos de los minutos más hermosos de la prueba. Una vez al año, el exiguo asfalto de una estrecha carretera entre bosques, se presenta completamente tapizado por cientos de ciclistas. Levantas la mirada y sólo hay espaldas y cascos, piernas y ruedas. Nada más. Nadie habla. Un silencio en el que únicamente se escuchan los saltos de coronas y la respiración entrecortada de alguien que marcha fuera de punto. Es entonces cuando eres consciente de por qué montas en bicicleta.

LLego a la cima de Marie Blanque entero y con ganas de más. Buena señal. Primeras esperanzas de no sólo llegar sino de hacerlo bien aunque esa misma sensación tuve hace un par de años para después soportar una pájara antológica en las rampas de Portalet.

Tras cargar botes y comida en el avituallamiento, enfilamos hacia Larousse con un bendito aire de culo. La ascensión a Portalet fue lo mejor del día. Como los anteriores puertos, comencé prudente, pero me fui animando y aceleré progresivamente hasta la cima. Gran recuerdo del puerto más bonito. He pasado cientos de ciclistas con cada vez más confianza y facilidad. A poco más de un kilómetro del final alcanzo a Chuchi que tiene dolores en la rodilla. Le rebaso y le digo que ya me cogerá bajando. Sabemos que estamos cerca de conseguirlo.

Sin embargo, cuando comienzo a bajar me ocurre el episodio que relataba al principio del post. En todos los descensos me adelantan muchos pero en éste me sobrepasa un ejército. Tras acabar las rampas más pronunciadas, comienzan las curvas, y aunque sin confianza, puedo volver a coger velocidad.

Los dos kilómetros del pestiño de Hoz (pendiente media del 11%), los paso animado y encaramos los últimos veinte kilómetros hasta meta en medio de un terrible viento racheado de costado. Me integro en un grupo de alrededor de cuarenta unidades aunque me cuesta colocarme, siempre a cola. No quiero mirar el reloj para calcular si conseguiré bajar de las 8 horas o las 7:55 que es la frontera del oro. Inexplicablemente se paran. No vamos lo rápido que deberíamos. En un arrebato paso a todo el grupo y me pongo a tirar contra el viento, llegando a mis límites. Me ayudan otros tres compañeros y vamos alcanzando unidades. Poco después veo Sabiñánigo y constato que no hay que dar ninguna vuelta extraña, entramos directos. En línea de meta es cuando miro el reloj. “¡¡AHÍ VA, LO CONSEGUÍ!!”

Al entrar en meta pensé en soltarme de manos y hacer el gesto que siempre hago al acabar carreras, golpeándome con los puños la cabeza pero el vendaval y el peligro del resto de corredores me hicieron desistir. Sólo os diré que por unos segundos me emocioné, algo que también me ocurrió en la cima del Portalet, cuando atraviesas el pasillo de gente animando que te lleva al final de las casi dos horas de ascensión.

Algo que me ha dejado muy satisfecho es que he terminado muy entero, muy fresco, listo para correr. Ni asomo de problemas de estómago. Comí exactamente dos geles Power Bar, una barra energética Nutrisport, dos barras normales Hacendado, dos higos y medio sándwich de jamón york con queso. Sé que hubiera podido correr una media rápida, ¿Un maratón lento? Vuelven los sueños IM.

Toda la representación mirobrigense consiguió el oro. Chuchi consiguió el objetivo que tantos años llevaba buscando con 7:49 –me adelantó por unos segundos pero no lo vi-, Phaeton clavó su mismo tiempo del año pasado con 7:17- se conoce que la bici nueva corre lo mismo- y Miguel se marcó un tiempazo de 6:50 que está lejos de su marca personal pero teniendo en cuenta los problemas médicos de este año, hay que valorar en su justa medida.

Alguno podría pensar que después del subidón, ahora tengo menos ganas de entrenar que nunca dado que “el entrenamiento está sobrevalorado”. Pues no, me ocurre todo lo contrario.

Escribiré otro post sobre todo lo que rodea esta maravillosa prueba desde tantos puntos de vista que publicaré en Demonfit en unos días. Ya os avisaré.

Después de la carrera no encontraba a Phaeton y Chuchi. No tenía móvil porque el día antes me había metido en el río de Villasrubias con él. Me fui a esperarlos al coche. Recliné el asiento, abrí el techo. Frente a mí las montañas, arriba el cielo, acariciado por un delicioso aire fresco, simplemente me sentía bien, no sé, sin alardes. Era perfecto. No sé si era feliz pero estaba contento. Radio 3 estaba retransmitiendo el Festival del Día de la Música desde Madrid. Primero Sam Amidon, recuperador de antiguas canciones folk, después Anna Calvi en la onda de PJ Harvey. A ella ya la conocía pero me parecieron buenísimos los dos. Tal vez fue la predisposición.

“¡¡YO SOY ESPARTACO!!”