Supe de esta prueba hace un par de años. Más de
doscientos kms., más de cincuenta de caminos, tomando como eje o motivo central
de la prueba el Canal de Castilla y un reclamo: LA ROUBAIX CASTELLANA.
Ese párrafo es droga dura para un jaramugo en periodo de
desintoxicación, más si el festejo es cerca de casa, una de las condiciones que
más valoro últimamente.
Había que probar y tratar de encontrar algo de lo
que se prometía; buscar algo de la esencia del deporte popular que muchos anhelamos,
y que a menudo nos defrauda por el exceso de afán por la competición dentro de
un mundo en el que, excepto cuatro figuras, todos somos una banda de
aficionadillos, aunque a alguno le cueste admitirlo.
Respecto al ciclismo, supongo que algún año
volveré a alguna marcha cerca de casa en
el Sierra de Béjar o la Estrella, pero hay mucho dentro de ese mundillo que no
me acaba de convencer, sobre todo en el tema actitud. Por ejemplo, tengo muy
claro que nunca volveré a una Quebrantahuesos, aunque una de las cosas más
bonitas que se pueden hacer sobre una bici es la ascensión al Portalet; a día
de hoy preferiría hacerla en solitario, con amigos, o con futuros amigos.
Pero, como iba contando, por la información y fama
que me llegaba de la carrera, además de alguna referencia muy válida, GP Canal
de Castilla parecía diferente, unido además el estímulo de conocer una zona
cercana para mí desconocida.
Y he aquí, que todas mis expectativas fueron
ampliamente superadas.
Ya el ambiente me pareció diferente de entrada,
cuando llegamos a primera hora acompañados
de otros miembros del equipo Biciteca: Sergio, Hugo, Manu y Dori Ruano; un
honor compartir maillot con toda una campeona del mundo y España.
Manu, ya en vías de convertirse en una suerte de iluminado gurú en el mundo del pedal –tiene hasta
las trazas-, traba conversación con unos
y otros y me van llegando primeros retazos de conversaciones sobre ciclismo,
que más tarde, durante el desarrollo de la carrera, me confirmarán el curioso
pelaje de muchos de los ciclistas que hoy parten de Medina de Rioseco.
Separo dos grupos a los participantes. Por un lado
los de siempre, los de la bici de
carbono y el mucho correr –yo soy de los primeros, no de los segundos-, por otro, unos tipos raros a los que
cariñosamente rápidamente identifico como talibanes que son fácilmente
reconocibles antes de escucharlos por su montura o atuendo, resumible en una lista no cerrada de
caracteres básicos: uso de bicis antiguas; muchos de esos hierros pesan el
doble que mi bici, algunos de ellos cargados además con guardabarros,
portabultos, alguna alforja, incluso algún curioso portabotes en el manillar,
con ligero bote de metal claro. El verdadero talibán suele llevar un maillot
antiguo, que recuerda a míticas fotos en blanco y negro en ascensiones de
tierra, lo menos transpirable y más alejado del tejido técnico posible. Algunos
no llevan culottes sino pantalones cortos más bien de calle –no sé si con
badana-, incluso zapatillas de caminar normales. A estas alturas de la
descripción, ya resultará obvio, pero efectivamente, un talibán no se depila. Por
otro lado, sus conversaciones giran sobre marchas y concentraciones ciclistas fuera de
las comunes, sino de un circuito
paralelo de bicis clásicas. Como una pareja que llevo al lado va charlando de
pruebas en Europa, le pregunto a uno de ellos si han corrido la “París-Roubaix”
y me responde que no, que no existe de bicis antiguas, que sí ha hecho el Tour
de Flandes con el trasto sobre el que pedalea, lo que me causa bastante más
admiración que un “Top Ten” en Quebrantahuesos.
En cambio mi bici llama la atención por el lado malo,
por lo buena que es. Una Cervelo P2 resulta demasiado ligera, vistosa y hasta
cara para el cariz de la prueba. Además la llevo tal cual, sin ninguna
modificación para adaptarme a las especiales características del recorrido,
salvo cinta aislante cubriendo parte del cuadro para prevenir el daño que
puedan hacer las piedras que salten del camino. Ni siquiera he puesto ruedas un
poco más anchas o con algo de dibujo.
Respecto a la carrera, se conoce que la organización
se ha vuelto más sensata y va sentando la cabeza lo que no sé si es buen o mal síntoma.
Los 230 kilómetros originales se han transformado en 162, con algo más de 50 de
caminos, con los que ya se queda uno a gusto, eso sí.
Llevaba algo más de un mes sin montar en bici, desde
el Ironman, así que tenía muy claro que saldría tranquilo, a la expectativa de
cómo respondía mi cuerpo y cómo me veía en los tramos de tierra con la
bicicleta, sin descartar retirarme si veía que no me desenvolvía como debiera.
A pesar de que los primeros cuarenta kilómetros se
desarrollan como marcha neutralizada, me sorprendió que, para mi gusto, quizá
se iba algo más rápido de lo que yo deseaba, sobre todo a la vista de mi inseguro
estado de forma, así que decidí integrarme en un grupo trasera que me llevaba
como yo quería.
Tuvimos suerte con el tiempo ya que amaneció nublado
y no hizo nada de calor. En general, el recorrido de carreteras discurre entre
dorados y agostados campos de cereal castellano, salpicados de pequeños bosques
de galería junto a cursos de agua, del
ocasional amarillo del girasol, del morado del tomillo. Hechizados por las
espectaculares montañas de fácil atracción, me llama la atención cómo me costó
encontrar la fascinación por el punto de fuga de una carretera infinita, por el
horizonte limpio de la inclemente
meseta, por esos duros y pequeños pueblos reacios a desaparecer, reunidos junto a sus viejas iglesias, recios y
resistentes como sus habitantes, hechos al viento, al sol y al hielo. Hoy más
que nunca me siento hijo de Castilla, pero me costó encontrar mis señas de identidad.
Alrededor del kilómetro noventa entramos en el
primer tramo de caminos. Durante la marcha me explicaron que lo que llaman
sirgas son los caminos que discurren junto al canal, que en origen fueron
utilizados por las gentes para
transportar mercancías en burros y mulos.
Sé que la primera toma de contacto con los caminos
es importante. Entramos con precaución y circulamos despacio. Tal y como
recomendaba la organización, llevamos muy hinchadas las ruedas para prevenir
pinchazos, aunque con tanta piedra, parece imposible librarte. De hecho,
empezamos a adelantar a ciclistas reparando. Con el tiempo, nos comienzan a
adelantar a toda velocidad participantes más bregados en el asunto, con peores bicis, pero mejor preparadas. Y como el
que no quiere la cosa, comenzamos a acelerar, llegando una velocidad bastante
digna. Especialmente en el segundo tramo importante, de casi quince kilómetros,
acabo detrás de Manu circulando a en torno los treinta kilómetros por hora,
hecho ya al tembleque, pendiente siempre de los baches más pronunciados,
doloridos los brazos y agradeciendo ser de los que llevan dos cintas en el
manillar. Salimos al asfalto excitados, con una gran sonrisa en la cara comentando lo
alucinante de la inesperada experiencia.
Alrededor del Km. 100 subimos en grupo el Alto de
Autilla, una pequeña tachuela con buen asfalto que se hace algo de más de dura
por el molesto aire en contra que, excepto en los tramos de tierra, nos seguirá
castigando hasta meta.
Arriba esperamos a Sergio, que ha tenido que hacer
una inaplazable parada “técnica”. Sergio es montañero y nunca ha hecho esta
distancia en bici; valiente, no ha elegido mala cita para debutar. Desde aquí
hasta meta le echará coraje para terminar.
Hugo es el más fuerte de todos y se encarga de
conducirnos en esa dura tarea que es bregar con los interminables kilómetros de
las rectas de carretera castellanas contra el viento. Me empiezo a notar
cansado, renuncio a dar más relevos y tiro de mi primer gel. En esta última parte es cuando se concentran la mayor
parte de caminos A medida que nos acercamos a meta, la lluvia que ya
había aparecido esporádicamente, comienza a arreciar.
Ya hace tiempo que los tramos de tierra los
afrontamos con seguridad y convicción, pero el agua va deteriorando el estado
de los caminos y hay que ir con tiento. La carrera se convierte en algo muy
distinto en un tramo con repechos de
tierra arcillosa de unos ocho kilómetros. La bici patina continuamente, las
ruedas se bloquean por la acumulación de tierra junto al cuadro y la horquilla,
el emisor del cuentakilómetros queda sellado por el barro, no consigo enganchar
las calas, tengo mi primer y único pinchazo. En fin, una batalla de las de
contar, sobre todo por ir con una bici de carretera.
Al final, todos conseguimos salir vivos y encaramos
el último tramo de trece kilómetros y medio hasta meta junto al canal, con más
piedras, muchos charcos pero piso más estable. Superamos los charcos a toda
velocidad, rezando para que en alguno de ellos no haya un hueco u obstáculo demasiado
grande y alguno clavemos la rueda. En una de ellos, Hugo se va al suelo por la
acumulación de barro. Bueno, en GP Castilla, al menos había que tener un
pinchazo y una caída y ya hemos cumplido.
El Canal de Castilla es una obra de ingeniería
promovida por ilustrados españoles en el S XVIII para ser utilizada como vía de
comunicación y transporte entre la meseta castellana y leonesa. Tratando de fomentar
el desarrollo de la zona, fue utilizada para la navegación, el regadío, la pesca
o como fuerza hidráulica. No conocía nada del paraje y de verdad que estos
últimos kilómetros, bajo los árboles de su ribera, castigados por una lluvia
torrencial que proporcionaba a la estampa un halo aún más romántico, con unos
locos ciclistas en el papel de intrusos. Me sorprendió la belleza del paseo
junto a la vía de agua jalonada de esclusas. Como que ya he decidido organizar
alguna jaramugada para recorrerlo corriendo en algún reto que se irá definiendo
con algo de información.
Magnífico final para una prueba de la que me gustó
todo, hasta el hecho de que no haya clasificaciones ni premios. Tras esperar a
Sergio en meta, entramos en meta sonriendo, como no podía ser menos y pensando
en volver, aunque esta vez con mi vieja Razesa, con mi abandonado maillot del
Ariostea.
“¡¡YO SOY ESPARTACO!!”