miércoles, 31 de diciembre de 2014

Extraordinario 2014 en un vistazo

 

Año complicado, año extraordinario, fuera de lo ordinario ciertamente, por razones laborales, y por este saquito durmiente de tres kilos y medio que se nos vino encima allá por abril. Peleando contra los obstáculos y sobre todo contra tantos temores, todo acabó mejor que bien en ambas justas.

Poco a contar de competiciones, ya que fueron escasas, con una destacada a mediados de junio, mi segundo ironman, el primero oficial, Northwest Triman. Una foto que gané, no como debe ser, a base de sufrimiento de meses en solitario, sino a base de sufrimiento en un día muy largo, que me llenó de alegría, pero que aún no me sirve. En 2015 volveremos a Galicia.


Aunque pocas, pruebas que sentí muy especiales, que considero de las mejores de mi curriculum globeril, como la locura del GP Canal de Castilla, la "Roubaix" española, entre barro, como mandan los cánones, o un casi último puesto que a mí me supo a gran victoria en mi primera travesía de 5 kilómetros en el Pisuerga de Valladolid.





Un par de derrotas de las que, paradójicamente, guardo un gran recuerdo al haberlas disfrutado entre amigos: una prueba oficial, la Gredos Infinite Run y una jaramugada, la Verracada Nui por Camino Torres, que me confirmaron algo que sé desde hace años pero que me resisto a aceptar: no puede competir larga distancia con calor.




Competir, competir de verdad, tal vez en el Kilómetro vertical de Ladrillar, aún sufriendo en el tramo final las secuelas del ironman, y en el Maratón del "Bierzo al Límite", en el que corrí con algo más de cabeza que los demás, y en el que conseguí un podio de mentira, ya que éramos cuatro gatos.



Publiqué mi primer libro, "En Extraplomo", un volumen extraño y muy personal, por el que debía empezar, traspasado por el eco de lo que yo llamo "mis años de la peste", un ineludible ajuste de cuentas conmigo mismo. Esta Navidad hubiera querido publicar el segundo, relacionado con el mundo del deporte, que se llamará "Del fondo al ultrafondo. Diarios de un popular", pero me ha sido imposible terminar a tiempo. Recopilar, reescribir y  escribir partes nuevas lleva más horas de las que suponía. Si nada se tuerce, lo presentaré en Semana Santa, para ya después, perseguir mi primera novela.

"Los 500 de Asís", un reto inventado por mí, en el que, al encontrarme estudiando, no pude embarcarme. Sirva de reconocimiento esta foto al CiegoSabino, que afrontó en solitario la mayor aventura a la que se haya atrevido un jaramugo y cuyo relato, publicado en su blog, recomiendo con entusiasmo.


Para acabar, regreso al inicio, a su inicio, al que vuelvo en mi memoria sin descanso, a un largo domingo de abril entre cuatro paredes, testigos del extremo dolor, peaje despiadado para poder abrazar por primera vez a la que hoy Susana y yo achucahamos cada día, cada hora. El día más importante de 2014, el día más importante de mi vida.



2014 en cifras:

NATACIÓN: 34,5 Kms. Este año hay disculpa, cierre de la piscina y la imposibilidad de nadar en el río por la temperatura, debido a la construcción de la nueva presa.
CICLISMO: 1.643 Kms.
CARRERA A PIE: 1.255 Kms.
ESTUDIO: 803. Debían ser más porque, tras el atracón, me he relajado con UNED y portugués.

Cuando voy solo al monte, a veces incluso cuando voy camino al trabajo y tengo tiempo,  al caminar entre las montañas de Hurdes mientras amanece, cierro los ojos y respiro hondo, sintiendo que el aire frío, que la montaña, que el mundo entero penetra en mí. Feliz. Un deseo, para mí y para todos vosotros.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Tertulia: "El derecho a la pereza"



Imagino que a la hora de valorar históricamente una obra, poco marcará más que ser familiar de una de las personas más influyentes de la historia –tanto por las acciones como por las reacciones que desencadenó y desencadena su pensamiento-, que cualquier primer referencia a Paul Lafargue, ha de pasar por señalar de que era  yerno de Karl Marx

“El derecho a la pereza” fue publicado en 1880, en los albores de la Revolución Industrial, dato que nunca se ha de perder de vista. El título es equívoco, la pereza se identifica con el tiempo para el reposo y ocio que le dejaría una jornada laboral de tres horas. Paso a exponer unos someros apuntes de algunas de las tesis de Lafargue, teórico empeñado en construir un mundo mejor, en redimir a un proletariado esclavizado desde puntos de vista audaces, hoy discutibles. En cualquier caso, testimonio histórico de primer orden, retrato de las tensiones de una época. 

El trabajo como bien, es uno de los dogmas históricamente incuestionados más cuestionables de la historia. Para apoyar su afirmación parte de una serie de argumentos más bien peregrinos, poco serios, no basados en dato o estudio alguno, como las referencias a otras lugares y tiempos: sea nuestra España que puede vanagloriarse de tener pocas fábricas, donde en su literatura se canta a la dignidad del mendigo (véase nuestra imagen: “Para el español el trabajo es la peor de las esclavitudes”), sea la Grecia antigua donde el hombre libre piensa y no trabaja para sentar los pilares de nuestra civilización, sea el mismísimo “Sermón de la montaña”, donde Jesús cuenta aquello de que los lirios de los campos no trabajan o la referencia a Jehová, que el séptimo día se entregó a la pereza.

Otra prueba clara de la condena del trabajo es cómo el hombre salvaje es físicamente superior e incluso más bello que el adicto al trabajo, que en su obcecación, ni siquiera dispone de tiempo para contemplar la naturaleza; entre ellos los campesinos propietarios y pequeños burgueses o ese proletariado empeñado en traicionar su misión histórica.

No hay que olvidar el panorama laboral del que parte el autor: jornadas de trabajo para hombres, mujeres y niños de hasta 16 horas, sometidos a unas condiciones terribles que se repiten generación tras generación, en la que, por ejemplo, la mortalidad infantil es inasumible.

Sin embargo, economistas, filósofos, literatos a sueldo, representantes de la moral burguesa, hija de la católica, cantan las bondades del trabajo como remedio contra los vicios,  que el verdadero fin perseguible es el progreso (cámbiese hoy por “crecimiento”), hijo primogénito del trabajo. Todo resulta tan confuso que en 1848, el derecho al trabajo se asume como un principio revolucionario.

“Los filántropos llaman bienhechores de la humanidad a los que, para enriquecerse sin trabajar, dan trabajo a los pobres. Más valdría sembrar la peste o envenenar las aguas que erigir una fábrica en medio de una población rural”. “Introducid el trabajo fabril, y adiós alegrías, salud, libertad, adiós a todo lo que hace bella la vida y digna de ser vivida”

Se menciona la primera crisis general del Capitalismo en 1825 (6 hasta 1880). Causa en la sobreproducción, consecuencia del sobretrabajo del proletariado embrutecido.

Crítica a los industriales filántropos –no bastan los paños calientes o buenas intenciones-, crítica también al proletariado, que en los momentos de crisis, en lugar de exigir la redistribución de la riqueza mendigan trabajo: más horas por menos salario (otra referencia que suena muy actual: la del aumento de la productividad a costa de la disminución de los costes salariales).

Es necesario que el proletariado recupere la conciencia de su fuerza, “que proclame los derechos a la pereza, mil y mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos derechos del hombre, concebidos por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se obligue a no trabajar más de tres horas diarias, holgazaneando y gozando el resto del día y la noche”.

La paradoja de que la máquina, cada vez más perfeccionada y productiva, exija más trabajo, no reposo (ya Antíparos, poeta griego, cantaba al molino de agua como máquina liberadora). Se da el fenómeno contrario, se suprimen días de fiesta, los economistas predican la religión de la abstinencia y el dogma del trabajo, se olvida el canto a la buena vida de Quevedo, Cervantes o Rabelais.

Sin embargo, el burgués, antes austero, se ve avocado al sobreconsumo y al desorden vital; porque las fatigas de la vida libertina también deterioran. Doble función del burgués, improductor y sobreconsumidor, rodeado de una enorme cantidad de trabajadores domésticos destinados a satisfacerlos y de una corte de jueces, policías y soldados destinados realmente a protegerlos, todos ellos improductivos. 

El problema no es producir más, sino encontrar consumidores y he aquí otra curiosa referencia tremendamente actual: “Todos nuestros productos son alterados a fin de facilitar su salida y abreviar su existencia”. ¿Precedente de la obsolescencia programada?.

El obrero clama por trabajar, pero ¿por qué no racionar el trabajo? A continuación alude a unos experimentos en los que reduciendo la jornada laboral, se aumentó la productividad, además del hecho de que se evitaron las que ya se habían convertido en periódicas huelgas. El gobierno inglés instauró la jornada de 10 horas y aun así, Inglaterra sigue siendo la primera nación industrial. También hace referencia al decidido uso en Estados Unidos de la máquina para aligerar el trabajo del hombre en una visión algo idílica y alejada de la realidad como el desarrollo histórico demostraría. 

Si se prohibiera el trabajo por encima de ciertos límites, el trabajador podría convertirse en consumidor, sin necesidad de exportar. El derecho al trabajo es realmente derecho a la miseria. Ahí representa a Francia al estilo del caricaturista Daumier que hace unas semanas pasó por el blog, como una caricatura de un teatro en el que los burgueses y su corte se dedican a esquilmar su riqueza.

Para terminar, en el apéndice, Lafargue acude a fuentes clásicas en que se denigra el trabajo manual o la misma idea de negocio (Cicerón), utilizando palabras de Jenofonte “El trabajo ocupa todo el tiempo y no queda nada para la República y los amigos”.

La máquina ha de ser la redentora del humanidad, ya no será necesario el esclavo.

Un literal canto a la pereza: “¡Oh, pereza, apiádate de nuestra larga miseria!¡Oh, pereza, madre de las artes y las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!”

Próxima tertulia: “Memorias del subsuelo” de Dostoyevski, el 27 de febrero.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

FELIZ NAVIDAD

Así de clasicos y previsibles que somos. Desde la tarjeta única e irrepetible que cada año se inventa la artista, FELIZ NAVIDAD, FELIZ 2015.


sábado, 20 de diciembre de 2014

La voz de Sefarad



Cuando la música es mucho más. Un disco no solo a apreciar por lo hermoso que es, que lo es, sino por su indudable valor histórico además de otro más intangible, el sentimental o humano. Acompañados de esa lengua que nos resulta familiar pero distinta, la que conservaron los judíos cuando fueron expulsados en 1492, también se llevaron una música que se mezcló con la de raíces árabes. Canciones que cuentan sobre escenas íntimas, familiares, canciones de bodas, de amor, nanas, todo aquello que fue roto por algo ajeno y todopoderoso, esos decretos que brotan unos palmos por encima de nuestras cabezas, del tejado de nuestros cálidos hogares, esos decretos que en distintas formas, hoy, quinientos años después, siguen obligando. Porque hoy continúa la diáspora, el desarraigo, la trágica negación de la identidad, porque en demasiadas fronteras hoy se sigue llorando, invocando un Sefarad. Al final, solo queda conservar la patria verdadera, la que sabemos solo es lengua y cultura, mas sigue doliendo. Al final, solo la obstinación de un propósito de regreso, el poético gesto de lo inútil, el de conservar la llave de generación en generación de nuestra casa en Sefarad.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Preparados para ser lo bastante Jumentos.



"¿Hay acaso animal que al hombre sirva
con más utilidad, con más esmero?
Es el asno sufrido, infatigable;
Es de paciencia singular modelo:
Ni afán, ni gasto, ni cuidado exige:
Sobrio en extremo en su frugal sustento:
Tan útil para el hombre con albarda
como sin ella, cincha, ni aparejo:
Y sin gastar en él peine ni esponja,
le sirve sin herrarle, y pelo a pelo.
Y si el amo cruel le mata a golpes
¡Qué lecciones nos da de sufrimiento!...
Callando aguanta palos y puñadas;
Callando sufre garrotazos recios:
Sin renegar del hombre, su tirano
Sufre callando, y nunca atrevimiento
ni aún de quejarse tiene. La paciencia 
es don peculiar de los JUMENTOS!"

(José Joaquín Pérez Necochea)

Gracias, Chete, por el regalo. Digo yo que al final habrá que hacerse con el libro, aunque vale 31 euros y tiene 612 páginas. Podemos repartir, euros y perras. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

El arca del "casé"


Hace unas semanas compartí en facebook que a cuenta de la gran reorganización de la cochera, decidí tirar cientos de cajas y bolsas de aperos y achiperres que había ido acumulando con los años y que, reconozcámoslo -a Susana, claro-, no servían para nada. Entre ellas, dos enormes cajas de cintas de casette que desde demasiado tiempo, no hacían más que criar polvo. No sé si fue deliberado o inconsciente, pero el caso es que dejé para el último viaje previsto a los contenedores, el de las cintas. Justo antes de cogerlas, abrí las cajas y a la vista tantos títulos reconocibles al instante, rapído viaje al día que llegaron a mi vida, a las semanas o meses que las disfruté, me sentí algo culpable y decidí aplazar la ejecución. Tras desesperado llamamiento, finalmente se las quedarán unas amigas -aunque creo que no se imaginan la cantidad que hay-, mas decidí quedarme unas cuantas, testimonio de mis despertares, de los inicios de una afición pasión muy importante en mi vida, responsable de mucho de lo que soy. 

No fue fácil la elección. Las cintas retratan los ochenta y  noventa. Las he elegido, más que por la calidad de su contenido, por mi especial vinculación con esas cintas, por la ilusión que me hizo conseguirlas, por tantos buenos ratos que me hicieron pasar, por estar soldadas a etapas o personas de mi pasado, aunque a alguna de ellas hoy no dedicaría atención alguna, al juzgarlas y sentirlas desde otro punto de vista distinto, el que da más conocimientos y sobre todo más experiencias, nunca la atalaya definitiva, por cierto.

Hay dos casos especiales, dos cintas con asterisco: la grabación que me preparó Julián de "Honey´s Dead" de The Jesus and Mary Chain con el logo de su bar "El Gato Negro"que me hace ilusión conservar por los buenos ratos que allí pasamos, tal que locos chavales de veintitantos, y "Mistrial", probablemente el peor disco de Lou Reed, ya que, hablando en propiedad y de propiedad, esa cinta es mía y de Carlos, un amigo, aunque, dado el tiempo transcurrido, tal vez ya la haya adquirido por usucapión -tengo que revisar los plazos para bienes muebles-. Si no me equivoco, esa cinta pedida al Discoplay,data de 1986 y refleja mejor que nada la incipiente pasión de dos chavales con cuatro perras, esperando un par de semanas por probablemente el disco más decepcionante de sus vidas. Recuerdo darle vueltas y vueltas y no hallar traza alguna de que el autor de esa basura fuera el mismo de "Rock and Roll Animal" y "Transformer", los únicos discos que por entonces habíamos escuchado de Lou en una cinta de Fernando, el hermano de Carlos. Entonces, tanto la ilusión como la decepción son algo más puro, eleva o golpea con más fuerza. Es la inocencia, esa que con el tiempo se nos va cubriendo de la costra protectora formada por todas las cicatrices de cada herida. 

Vale.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Siniestro Total: "Que parezca un accidente"


Después de ver el documental de La Banda Trapera, decidí enlazar con otro emparentado que tenía apuntado hace tiempo. "Que parezca un accidente" se estrenó con motivo de los 25 años de vida de Siniestro Total. No es tan bueno como el otro pero es interesante y entretenido. Básicamente es una recopilación de actuaciones, grabaciones y declaraciones de miembros del grupo. Valor histórico innegable, sobre todo para los fans de la banda. A mí, que hay cosas suyas que me encantan y otras no tanto, me gustó este repaso al rumbo de un importante exponente de la historia del rock nacional, que basculó desde el punk más gamberro y descarnado inicial -glorioso Coppini en esas primeras actuaciones-, al rock and roll más clásico, con influencias funkies, reminisciencias de los sonidos ochentas -que envejecen mal- o el blues, que al final parece que es lo que más les tira. Eso sí, todo su cancionero traspasado de parte a parte por su peculiar visión cachonda y la mala baba de muchos de sus mensajes. 

Detrás, una de esas mentes preclaras de la música española, Julián Hernández, al que gusta siempre escuchar charlar, sea sobre música, o sobre la vida misma; al que siempre emparento con Jorge Ilegal o Josele Enemigo por esa lucidez cínico- amarga de media sonrisa -a Loquillo le gustaría formar un póquer pero se toma demasiado en serio a sí mismo-.
 

martes, 9 de diciembre de 2014

La Banda Trapera del Río, nacidos para perder


Desde chaval vengo leyendo en revistas de música referencias a La Banda Trapera del Río, cuyo contenido bien podía resumirse en que se trataba de uno de tantos grupos malditos que teniéndolo todo, se le cruzó la mala suerte para no conseguir lo que se merecían, un reconocimiento a la altura de su talento, más allá del de los más o menos enteraos o militantes; esa fama y dinero que sí alcanzaron otros haciendo menos méritos.

Muchos años después, gracias a internet, he podido escuchar las canciones de su primer disco y efectivamente me parece un trallazo de aúpa. Un cajón de rock mal encarado donde se mezclan más ingredientes de los que suponía. Sí, está el punk, pero también, garaje protopunk o ecos del rock duro más clásico. Respecto a mensaje, ideología, o actitud estético-vital, lo previsible: provocación de manual a saco, donde se unen la clásica contestación frente a un sistema político y cultural que oprime a una banda de chavales en efervescencia. Ese mensaje contundente, procaz, soez, blasfemo, ha de incomodar a una España recién salida de cuarenta años de falsas filas prietas a la fuerza . Pero ojo, su actitud no es impostada, como la de un intelectualillo rockero como Ramoncín, que fue el primer referente que me vino a la cabeza al escuchar la primera canción: "Curriqui de barrio".  Ramoncín -por cierto, con parte de a cancionero muy reivindicable, a pesar de ser hoy un apestado cultural tanto para los "buenos" como por los "malos-" podría cantar "Ciutat Podrida" pero nunca pasaría de simple ejercicio de estilo,  ya que los Traperos fofografían su vida, la de una Cornellá que a finales de los setenta, es un verdadero agujero de leprosos incurables de los peores males, los del desempleo, la violencia y al fin, la miseria.  

Hace unos días vi el documental "Venid a las cloacas. La historia de la Banda Trapera del Río", basado en el libro de la gran pluma rockera de Jaime Gonzalo, "La Banda Trapera del Río: escupidos de la boca de Dios", y entonces todo se presentó muy claro. Sí, ahí estaba la mala suerte, pero al final no triunfaron porque, en pocas palabras, estaban como cabras; porque sí, estaban la violencia, las drogas, la lucha de egos, los errores de estrategia comercial y meteduras de pata antológicas graciosísimas emparentadas con las aventuras en Madchester de los chalados Shaun Ryder y los Happy Mondays. Pero esa tendencia autodestructiva ha sido el pan nuestro de cada día en muchísimas bandas de rock que finalmente tiraron para delante, a pesar o gracias a ella, ya que muchas veces acabaron otorgándole un plus importante, el de la leyenda. A estos catalanes les quedó la leyenda pero ni un euro. Ni siquiera su último intento de sacar algo en claro, "Directo a los cojones", funcionó. Por el año de edición, 1994, lo interpreto como  reivindicación de la parte del pastel  que les correspondía por su ascendiente sobre las bandas del bendito rock urbano -reconozco que para mí, salvo excepciones, un gran desconocido-, puede que el único verdadero rock vivo en este país, si tenemos en cuenta su principal seña de identidad: la del desprecio mutuo entre su música y los canales comerciales. Un último grito de que el rock no se vende, de Extremoduro a Reincidentes. 

Si os interesa el tema, reservad  una hora para el documental. Os garantizo que estos chalados os harán pasar un buen rato. Hay anécdotas descacharrantes.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Primera persona del plural


 
El hombre no solo necesita al otro, necesita al grupo, necesita sentirse parte de algo, quiere se le acoja bajo el manto de una bandera, un nombre, unas siglas cuyas señas de identidad  han de ser inmaculadas, testimonio de su fortaleza, la de él,  la del grupo, sea un equipo, un partido,  un país, un credo, al fin. 

Solo el individuo tiene capacidad para ser responsable; la organización, como tal, no dispone de esa facultad ya que en los mecanismos de formación de su voz y voluntad, siempre se encuentra el hombre. Sin embargo, asumiendo la ficción de la personalidad del grupo, cuando este exonera de responsabilidad al culpable u oculta conductas punibles buscando un fin que es reconocido, tácita o expresamente, como superior, sea el del grupo o el de la sociedad entera, o la simple perpetuación de su poder, no solamente se convierte en una conducta siempre reprobable éticamente, a veces penalmente, sino que todo ese proceso implica  un error de comprensión, una interpretación equivocada del instinto de supervivencia aplicado al colectivo.

El error de base es el de creer que la fuerza del grupo, de la asociación, de la institución u organización descansa en la imagen que se proyecta, no en la realidad, pero los hechos son tozudos y se engañe o no al otro, la falla sigue estando ahí. Dada la sobreexposición actual, el ruido de fondo que no cesa, quizá solo se busque la artera confusión de voces, casi todas militantes, casi todas interesadas. Nos basta con defender  nuestra verdad, no la verdad. Pero la realidad siempre llegará para cobrar deudas, y siempre con intereses.

Es entonces cuando a veces se rompen las costuras y se pretende cumplir con el deber, con nuestra responsabilidad, siempre gritando muy alto, claro. Es ahí cuando nos toca asistir al espectáculo de lo grotesco, como el de un arzobispo sustituyendo su deber  con las víctimas de lo aberrante, contraviniendo sus normas y mensaje, por un gesto que ahora solo puede sonar vacío, el de humillarse antes el altar. O al espectáculo de lo descacharrante como la comparecencia de toda  una abogada del Estado disertando sobre contratos en diferido, para siempre en la antología del disparate.  Al espectáculo de lo  esperpéntico, tal que la dimisión menos dimisionaria que se haya presenciado, con en el mamarracho de show de Magdalena Álvarez atizando rabiosa, esquivando razones y al mismo sentido común. Al espectáculo de lo triste en esas defensas por encima del bien y el mal a algún deportista español tramposo porque sí, porque es español y nosotros lo valemos, en lugar tratar de castigar y evitar comportamientos que ningún triunfo puede justificar. 

En Alemania han dimitido ministros y hasta un Jefe de Estado por motivos que, dado nuestro creciente umbral de lo tolerable, aquí apenas serían noticia. Aquí una ministra ha estado a punto de aguantar una legislatura entera sabiéndose sin lugar a dudas que se había beneficiado de una red corrupta; el hecho de que lo supiera o no debería ser irrelevante si hablamos de su idoneidad para ocupar un ministerio.

El vendaval que ya sopla, que retumba a lo lejos y  amenaza con hacer saltar todo por los aires en noviembre debiera tomar nota y no actuar tirando del manual de siempre, como se ha hecho en el tema Errejón porque al final, la verdad es que yo, dado lo intercambiable de actitudes y argumentos, no sabía si estábamos hablando de los viajes de Monago o de un beca, y me quedo sin saber a qué coño iba Monago a Canarias –nunca mejor dicho-, o si Errejón hacía algo más en la universidad aparte de trincar pasta.

Todos sabemos que dentro de las organizaciones siempre hay miembros “díscolos” que reniegan de este proceder, que protestan, pero  no nos engañemos, se ve mal al que disiente de la respuesta oficial. Al final creo que todo viene de esa tara atávica de nuestra democracia: la de mal tolerar al que opina distinto, al ajeno por obtuso, al propio por traidor; siempre tan prestos a tirar de drama y por la tremenda, cuando la exposición de ideas distintas sobre asuntos públicos entre ciudadanos, debiera ser el humus normal en el que se desarrollase una democracia seria, civilizada, fuerte.   

Si partimos de corromper en su acepción de pudrir, en un organismo vivo, el  miembro que es –la mancha- o pudiera ser  -la sombra- huero, ha de ser extirpado para adaptarse y seguir adelante más fuerte y capaz. Y ese proceso se ha de hacer sin alboroto y en silencio porque no cabe otra, porque ser voz y mando de la ciudadanía requiere integridad absoluta para ser legítima.

Sé que no es fácil, más partiendo de donde partimos. Se ha de ser valiente para renunciar al compañero, para criticarlo, para apartarlo. Puede que de ahí mi falta de fe, mi cobardía, mi incapacidad para formar parte de organización alguna salvo un pintoresco club deportivo sin actas, registros o cuotas.

Vale.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

La piel de Nick Drake


Ayer compartía en facebook un artículo de El Mundo a cuenta de los cuarenta años de la muerte de Nick Drake. Allí se mencionaba un documental: "A Skin Too Few". Por la noche lo vi y ahora lo comparto.

Sin disponer de imágenes grabadas, ni entrevistas ni conciertos, no deber ser fácil fabricar una documental de casi una hora.  Tirando de testimonios, imágenes y lo más importante, su música, se construye un homenaje cuidado y acorde a la especial naturaleza del personaje.

No se desentraña el misterio de un espíritu sensible, vulnerable, cerrado,  perfeccionista, enfrentado a un mundo que ni comprendía ni le entendía, puesto de manifiesto en esa tentativa de gira por locales ingleses, bruscamente malograda con muchas de sus esperanzas, al ser incapaz enfrentarse a un público que no guarda el debido respeto y silencio ante una obra delicada que requiere atención plena.

Tres discos maravillosos, un legado que como el de tantos artistas únicos e incomprendidos, no deja de crecer, cerrado con una frase final: "No tengo más canciones".

Suicidio o accidente, poco importa. Todas las razones están ahí, en sus canciones.


viernes, 21 de noviembre de 2014

De repente Abril (III): "Todo cede, todo fluye"




DE REPENTE ABRIL (III): “Todo cede, todo fluye”

TRIBULACIONES DE UN PADRE PRIMERIZO

(Se reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y razonable por otra parte, mejor no sigas leyendo)

Fueron algo más de seis meses la condena en celda de las que hoy abundan, las de  los peores barrotes, los que no se ven;  seis meses en el paro, seis meses estudiando, seis meses solo estudiando. A toro pasado, esa siempre amenazante pena del desempleo se volvió bendición porque mejoró y consolidó mi condición laboral, porque se me presentó la oportunidad de demostrarme a mí mismo que por fin volvía a estar preparado para vencer en una lucha pendiente desde antes de mis íntimos y largos años de la peste; pero sobre todo, será una etapa inolvidable de mi vida porque disfruté del privilegio de ser  el testigo  siempre presente, de los primeros meses de vida de mi hija, de sus primeros despertares y sonrisas al verme asomado a su cuna.

Cientos de horas estudiando apelmazadas, solo divisibles, distinguibles por cada descanso, por cada visita a la habitación de Abril o la furtiva mirada a un rincón del salón donde la adivinaba alerta. Una extraña ventana imaginada que convirtió mi raro verano de poco aire libre en el más luminoso y feliz de mi memoria. Reconozco que a las puertas de los exámenes, perdí  atención real y, en cierta forma, solo buscaba en mi hija, una insegura y falsa  vía de escape a momentos de tensión insoportable por todo lo que me jugaba. Pero hoy, cuando en el despacho, a eso de las once, pienso que Abril se estará despertando y que no seré yo el que la vista y le dé el biberón, lo añoro  de veras. A medida que me alejo de todo aquello,  cuando la creencia de  escuchar el eco de algún sonido semejante a su gañir, es desmentida por la certeza de que Abril se encuentra a muchos kilómetros de mí, se valora más lo especial e inmerecido de aquellas semanas. También hay que encontrarle el lado bueno a perderla de vista unas horas: al no ser capaz de memorizar fielmente  su menuda y preciosa carita, su risueña expresión, parece milagroso sorprenderme al verla de nuevo al llegar a casa.

Ya son más de seis meses en el cargo, me estoy convirtiendo en veterano o al menos ya no soy novato. Imparto consejos o expreso opiniones a padres de niños más pequeños que Abril con suficiencia, sobre trucos o formas de enfrentarse a problemones o problemillas. Cuando rato después  me vuelvo a escuchar a mí mismo, no puedo evitar sentirme algo ridículo. Pero algo sí es cierto, a veces me refiero a Abril diciendo “cuando era pequeña”. Porque ahora Abril es mayor, mayor que antes, y Susana y yo comenzamos a recordar el principio, etapas que ya no volverán, como imagino, siempre será a partir de ahora. La tengo en brazos, sé que no es demasiado bueno, pero me gusta tanto y queda tan poco… Creo que es algo que recordaré siempre, bien podría ser lo último que recuerde antes de marchar. Mientras la aprieto entre mis brazos una instantánea recurrente: ella riendo, su cara muy cerca y cogiendo mi cara con sus manitas. No acierto a encontrar un recuerdo más valioso que ese. ¿Existe un vínculo más fuerte, que cada día parece crecer más? Me reitero: entiendes a tus padres por primera, segunda, siguiente vez. El suceso común con altura de prodigio que es estar echados los dos en la cama mirando al techo, acercarme a ella y  escuchar su corazón, quedo y  atronador a la vez.

Todos dicen que se parece a mí, y sí, a veces lo veo,  cuando la comparo con fotografías mías de niño, cuando la miro cerca, en silencio, cuando estamos solos, y  también su pelo, que comienza a crecer deprisa, efectivamente es  fino y suave como lo era el mío, aunque confío de más prolongada duración. Y me hace sentir raro, entre el miedo y la alegría. No es algo que me guste especialmente. Era una de las razones por las que prefería una niña,  porque no quiero que sea como yo, un tipo que le da demasiadas vueltas a las cosas, propicio al agobio y la duda –tal vez por eso me gusta, necesito escribir-,  algo mustio, al fin. Prefiero que sea como Susana y ojalá sea así: extrovertida, divertida, positiva, luchadora, que mi parecido sea más físico que espiritual. 

Me dice mi madre que los padres ahora no somos los de antaño,  que ahora colaboramos más, pero seamos sinceros: es la madre la que se ocupa de verdad de todo. Podemos hacer diez, veinte o cien cosas, pero no se acaba uno de desprender de la idea de que no se pasa del cargo de ayudante o peón; que de verdad salga adelante Abril es responsabilidad de su madre porque es la única que no solo está pendiente de lo que tú olvidas sino que se anticipa, que no duerme, sino que vela y al menor ruido o movimiento extraño, despierta y mira a la niña alerta, mientras yo sigo durmiendo hundido en mis mundos. Susana empieza a trabajar con pena, y yo me quedo en casa con miedo. Yo colaboro, pero no me quiero quedar al mando. Aprendo instrucciones para el modo básico, para poder desenvolverte sin emergencias, siempre temiendo imprevistos que exijan respuestas desconocidas e inmediatas.

Siempre presente la conciencia de la muerte o el peligro, mío –lo que no deja de ser curioso ya que siempre carecí de ese sensor-, pero evidentemente y sobre todo, de Abril. El principio como ventana al fin, antes invisible, irrelevante. La alborada frente a la finitud. Golpeando tu condición de mortal, tu miedo a que ese fino hilo, que nunca creíste tan fino, se rompa, a que la llama que es nuestro arder diario se apague. Tengo pesadillas,  como que me la olvido en el coche un día de mucho calor y no soy capaz de encontrarlo. O todos esos peligros que te parece entrever, sobre todo en ciudades  llenas de coches y de una confusión algo insoportable.

Abril es feliz, se pasa todo el santo día riendo –menos cuando le quitan los mocos-, suspirando y agitándose en picos exultantes, en que grita como loca de pura alegría. Es así, es plenamente feliz y eso es bueno, pero también destaca la felicidad que extiende toda a su alrededor,  a todos los demás, a nosotros, a nuestros padres y familia, o como si se tratase de una flautista mágica, al recorrer con ella los pasillos de la residencia de ancianos cuando vamos a visitar a mi tía. Hoy parece tan fácil hacer feliz al otro, al que está junto a nosotros, valerse de ella para repartir sonrisas. Pero el reverso es la tristeza nueva y extraña de preguntarme qué le ocurre cuando no ríe, sobrellevar sus fiebres tras la vacuna, y volver a preguntarme qué será no poder atender a un niño, no poder alimentarlo, vestirlo, darle todo lo que necesita si yo me preocupo por su estreñimiento o por los picores de su dermatitis que no la dejan dormir todo lo que debiera. O me pregunto por  el alma podrida de alguien encarnado en demonio llevando el mal, no más allá de lo tolerable, sino de lo entendible. Víctima parece palabra fabricada para niños y niñas, aplicada al resto de forma algo impropia.

Comienza a sentarse, aunque su postura favorita es de espaldas chupándose los pies –sé que eso no durará mucho tiempo y me da pena que la vida corra tan rauda-; a veces sentada a mi lado, en el sofá, me siento raro, divertido, sorprendido en la que podría ser una buena foto mía con cara de idiota, inundado por una extraña, pero a la vez ya familiar y bendita sensación de bienestar, de esas que inundan de boba plenitud.

Aparte de nosotros, adora a unos extraños tipos llamados Eli, Pato, Lula… y Pocoyo. Literalmente se vuelve majara cuando se lo ponemos y ya se queda alucinada. Se ríe como tonta, como si supiera de qué va la cosa. No me la quiero imaginar dentro de un año cuando empiece a comprender, ya enganchada a la pantalla de un ordenador, lo que para mí, integrista que camina en la vida sin móvil, remiso a todas estas dependencias, no me deja de descolocar. En fin, servidumbres futuras que van anejas el cargo. 

Aunque sé que estamos condenados al fracaso, lucharemos con nuestras armas, concretamente con una mágica rescatada del pasado y que abunda en mi casa: los libros. Cada noche le leo un cuento mientra ella me mira divertida y atenta sin entender nada de nada, ve los dibujos y parece disfruta la rutina. Bien sé que más que ella, yo.

Comienza a probar y comer algo que ya no es la leche de mamá, empezamos con el biberón que le cuesta aceptar,  y le surge una barriga tremenda y graciosa cuando se lo toma entero; y le acaba gustando, le gusta tanto que se cansa de la teta y es inevitable sentir algo de pena y reprocharle algo de su falta de tacto con su madre por ese rechazo a su fuente de vida durante seis meses. También empieza a “comer” otras cosas como papillas, aunque al principio, piensas que casi sería mejor  hacerse con  uno de los monos de protección contra el ébola. Tarea titánica y estresante que, claro, en lo más jodido, casi siempre asume Susana y en la que tras cada cucharada, te preguntas ¿cuánto tardará en comer bien? ¿Meses, días, ¡años!? Te sientes un poco blando, vulnerable, asustado. Ves vídeos en internet que te cuentan que no te preocupes, que tu hija acabará comiendo normalmente y en el futuro, masticando, que otra cosa no, pero que esto te lo pueden garantizar, que tampoco hay que volverse loco. Bien, parece que esto mejora, aunque creo que de fruta no ha sido capaz de ingerir un gramo, agitándose a veces entre temblores o convulsiones al probar la pera o manzana, tal que si fueran venenos mortales. 

Y claro, las cacas no son lo de antes; empiezan a oler fatal y se extienden y se abren paso por todos lados hasta el punto de que alguna vez hay que bañarla. Pero nada da asco… supongo que el doctorado como padre llega cuando a tu hija está estreñida y tienes que tirarle de la caca entre risas. No importa, nada importa.

Abril se acostumbra a manejar su cuerpo, trata de entenderlo, saber para qué sirve y progresa de día en día. El modo de habitar su cuerpo que decía André Gorz de su esposa. Abril va cambiando sus gestos, abandona los que creíamos ya suyos y encuentra otros que tal vez sí sean definitivos. Aunque entre ellos, ella que nunca tuvo chupete, espero que no se encuentre  el de chuparse el dedo al dormir, cuando tiene hambre o con los primeros dientes; sobre todo porque llega un punto en el que francamente nos llega a preocupar el lamentable y deteriorado estado de su dedo gordo. Los dientes…¡Por fin! Desde los dos meses, cada vez que le ocurre algo, que la encontramos anormalmente agitada o rara, que llora fuera de tiempo o lugar, pensamos que pueden ser los dientes (“ Serán los dientes…”), hasta que finalmente sí, efectivamente son los dientes, los dos dientes que le salen con seis meses.
Y es que debe ser muy difícil ser bebé. Se aburre, se crispa, se retuerce, se carcajea y llora con segundos de diferencia en una extraña suerte de “risallanto” difícil de interpretar.  Sus manos torpes se vuelven más ágiles. Ella es más rápida y decidida,  se retuerce, quiere hacer algo, no sabe bien el qué, pero quiere vivir, probar, descubrir, se escapa, se desplaza veloz sobre su espalda mientras grita de júbilo, tiene más peligro pero es diferente a la sensación de riesgo de las primeras semanas, porque todo parece más previsible, menos frágil. Y grita cada vez más fuerte, ya no solo utilizando la garganta sino también los labios en infinitas letanías entre terribles y divertidas.

La mirada a través de sus enormes  ojos de lechuza de Atenea cambia. Hay un momento que me encanta, uno de los mejores: su mirada inquieta y ansiosa justo un instante antes de cruzar el umbral de una puerta para descubrir qué hay al otro lado; o lo que parece ser un amago de vergüenza, su mirada divertida un momento antes de girarse y ocultarse, su mirada desafiante y tranquila cuando aprieta sus labios y no quiere comer, su mirada culpable, en un boceto de la molesta responsabilidad y la culpa inherente a la condición humana que aún tardará en llegar, cuando ya sabe que no debe llevarse algo a la boca y me mira justo un momento antes, en un gesto lento, esperando la reconvención, probándome, lo que me lleva a pensar que un día será el primero que me enfade con ella, que ha de ser así… pero que tarde.

A veces miro a sus ojos cuando se pone seria y algo “pensativa”, y la siento inteligente y expresiva, y me asusto un poco, porque creo que me va a descubrir, que me ha catado, que soy un fantoche, un inútil como padre, o peor, me veo reflejado en sus ojos y me siento extraño, soy yo el que está en los ojos de mi hija. Soy su padre y me siento un poco impostor, como si fuera demasiado importante el papel que se me otorga en la obra. También me ocurre cuando aparezco fuera de plano en una foto o en un vídeo se oye a Susana decirle algo a Abril sobre papá y me digo: joder, es cierto, soy su padre y ahí sí que no hay vuelta atrás. 

Soy un fanático del orden, una de esas personas con la manía enfermiza de colocar cada cosa en su lugar, también mis actividades u objetivos, a corto y largo plazo. Aunque a primera vista, si vieras mi mesa –prolongación amueblada de mis compartimentos mentales-, pudieras pensar que todo está colocado al azar: cuadernos, libros, recuerdos o piezas decorativas sui generis. No es así. Cada una está en una ubicación definida, a una distancia aproximada de todas las demás, fruto de un plan seriamente meditado. Por eso me cuesta acostumbrarme, llevo mal hacerme  a que en mi casa empiecen a aparecer cosas relacionadas con Abril por todos lados (baberos, pañales, juguetes, biberones), aunque sé que esto no es nada, que es solo el principio, que el tema irá a peor cuando le llegue la añorada autonomía –cómo era aquello de vigila lo que deseas porque puedes conseguirlo- y le demos suelta, porque entonces todo irá a mucho peor. 

Sin embargo, seamos positivos y encaremos el camino. Puede que la mejor señal de que acepto cambiar de vida, de que me lo estoy tomando en serio es el hecho de que me deje de importar que mi libro esté a la izquierda o el bolígrafo a la derecha a dos palmos de la lámpara o que observe tranquilo mi salón repleto de cacharros y extraños aparatos procedentes del fértil gremio de productos dirigidos a niños y padres de niños, muchos de ellos francamente mejorables en calidad –a propósito, quizás el único sector impermeable a los efectos de la crisis-. Puede parecer una bobada pero para mi mente obsesiva algo enfermiza algo emparentada con la del Jack Nicholson de “Mejor Imposible”,  no lo es. 

Aburro, soy previsible, pero qué puede haber parecido. A veces, cuando la tengo cogida entre mis brazos, siento su cabeza apoyada en la mía, cierro los ojos, inspiro hondo y siento que todo cede, que todo fluye, que todo encaja; doy por bueno todo para llegar hasta aquí y solo espero que no se quede en una actitud algo egoísta, que a Abril le llegue algo de mi calidez interior, de mi pequeño éxtasis doméstico y sencillo, que de alguna manera, también lo perciba.

Es mirobrigense y ya la conduzco en sus primeras vueltas por la muralla, recordando mientras miro la sierra como tantas  veces en mi vida, que muchas fueron buenas,  pero también muchas otras, horas tristes en soledad en que las nació una extraña vinculación con los muros de mi ciudad, bálsamo prodigiosamente curativo, que me obligó a seguir y luchar. Los de Ciudad Rodrigo somos muy de Ciudad Rodrigo y espero que ella entienda, mirando al infinito incomprensible, que vivir siempre es bueno.

Y lo digo mientras publico este artículo, mientras retiro un “apilable” (yo que creía que manejaba un vocabulario en castelllano bastante aparente por lo amplio, me veo sorprendido por tantos términos llegando en cascada de continuo).

La armonía terminará, así ha de ser para que tenga sentido, pero hoy se sigue elevando etérea y radiante, tal que una Variación Goldberg de Bach, hoy mi disco más escuchado en el coche. Mi preferida,  la 25 –pero se escuchaba demasiado baja-, para siempre unida a Abril.