lunes, 31 de diciembre de 2012

Mantén la calma y sigue adelante


A pesar de haberme pasado los años que considero más importantes en mi formación (coincido entusiasta con esa lúcida frase de Max Aub: "Uno es de donde hace el bachillerato"), leyendo libracos sobre la Segunda Guerra Mundial, no recordaba el cartel que publicó el gobierno británico al inicio de la misma y que modificado, rescataron recientemente los diputados independentistas catalanes. 

En 2013 ese mensaje nos vendrá bien, me vendrá bien.

Ya que hoy se trata de un día especial, usaré palabras de gente más sabia, de dos de mis habituales referentes que me ayudaron y me ayudan a salir del pozo.

"A todas horas piensa tenazmente, como romano y como hombre, en hacer lo que tienes entre manos con seriedad meticulosa y sincera, con amor, libertad y justicia, y en procurarte tiempo libre de todas las demás imaginaciones. Y te lo procurarás si realizas cada acto como el último de tu vida, desprovisto de toda irreflexión, del rechazo apasionado a la razón impositiva, de la falsedad, del amor propio y de disgusto con la parte que nos ha tocado". (Marco Aurelio)

"No hay vida donde no hay lucha" (Unamuno)

UN AÑO MÁS AGRADECIDO DE VERDAD A TODOS LOS QUE PASÁIS POR AQUÍ,

¡¡¡FELIZ 2013!!!


viernes, 28 de diciembre de 2012

La voz de las estrellas



Paseos nocturnos por calles estrelladas de Navidad eligieron extraño tema. Arrastrada fascinación infantil por el universo y el más allá, por la imposibilidad de conocer ese orden desordenado.


"A veces los astrónomos profesionales utilizamos la música para visualizar auditivamente algunos mecanismos astrofísicos: la pulsación de las enanas blancas, el campo magnético y el viento estelar de las estrellas masivas o los fenómenos energéticos en las atmósferas superiores de los planetas del Sistema Solar.  En el último caso, las frecuencias de las ondas de radio, las tormentas electromagnéticas y el plasma ionosférico se pueden traducir a sonidos que son como silbidos, coros o auroras". (José A. Caballero)

Ya contaba Pitágoras que las notas musicales dependían del número de vibraciones, lo calculó y estableció que la música no era más que una relación numérica de ellas, medida según los intervalos. Hasta el silencio no es sino una música que el oído humano no percibe porque es continua, es decir, carece de intervalos. Es la "música de las esferas", que los planetas, como todos los demás cuerpos cuando se mueven, producen en su girar alrededor de la Tierra. 

Kubrick, un poeta metido a cineasta, trató de imaginar cuando imaginar es inventar imágenes. Y construyó ese  teatral prólogo, maravilloso e insuperable, del primer amanecer, del inicio ¿de todo o de nada? Parecía que la música de Richard Strauss había aguardado décadas para encadenarse a una imágenes que le regalarían la inmortalidad. Y Kubrick quiso imaginar la música que se escucharía entre las estrellas y lo hizo metafóricamente para resaltar el orden y la armonía utilizando el vals de otro Strauss. Pero también trató de acercarse literalmente a un silencio latente y opresivo, utilizando la música de Ligeti tan vacía y  magnética a  la vez, tan fiel al vértigo de alguno de los sonidos reales. 

Termino con un tema más pedestre, una de mis canciones favoritas de siempre. The Church, esa banda australiana de los ochenta que siempre mereció mucho más. Aparte del título, el eterno tema de la música popular, el de la atracción de los cuerpos humanos.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Sobre tantos expulsados de nuestra Navidad



Siguiendo el ejemplo de otras ciudades en España, hace unos días se constituyó en Ciudad Rodrigo una Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Desde el punto de vista del apoltronado que jamás mueve un dedo, artículo a cuenta de. 

Lo mejor del movimiento de los Indignados fue su esencia, precisamente aquello que se le reprochó desde tantos medios: su carácter näif, anárquico, inoperativo. Su papel fue el de un fogonazo, el de  una llama instantánea iluminando por un instante la escena, por apenas un mes España.Una llamada, un toque de atención. Con una composición mucho más heterogénea de lo que el interesado retrato de algunos medios nos quiso presentar,  puede que en su debe se anote que se exigiera utopía. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante es que nuestra sociedad tachara de excesivamente audaces, reclamaciones que todos deberíamos tener por justas y de sentido común. Entonces el diagnóstico es más grave de lo que parece, con un  tratamiento más complejo que la mera y puntal legislación sobre cada asunto. Se trata de una sociedad con sus raíces éticas en entredicho.

El 15M  fue el germen de este tipo de asociaciones de defensa de los atrapados en esa castrante situación que no puede ser más que un desahucio. Su iniciativa y valentía no solo han conseguido paralizar muchos desahucios sino que colocaron el tema en el sumario de los grandes medios y la agenda de los partidos, aunque únicamente fuera para iniciativas más estéticas que de calado real. El reciente Decreto Ley no es más que un amago legislado a golpe de urgencia mediática para calmar esa opinión pública de frágil memoria. Moratoria de dos años de muy reducida aplicación en la que no se paraliza la generación de los brutales gastos e intereses. Se volverá sobre el tema aunque espero que no sea al ritmo de los latidos que marquen situaciones irreparables como las de los recientes suicidios.

En el tema hipotecario se parte de ficciones. Libertad e igualdad de las partes, información sobre las operaciones y contratos. Si se analiza caso por caso, se pueden llegar a descubrir operaciones sin pies ni cabeza, por no hablar de la inexistencia de conocimiento de las partes sobre los términos  reales de cada contrato.

Tal y como está planeado el sistema, las malas rachas no existen. Si tienes mala suerte, tu vida no será más que racha mala hasta el final. Cuando ante la falta de pago, la deuda comience a desbordarse de forma desbocada, nadie puede asumir lo inasumible. Cuando te veas completamente superado por la puesta en marcha de la maquinaria judicial, sin posibilidad de soluciones alternativas, no tendrás oportunidad de enderezarte jamás . Y si además se sigue tolerando la  esclavitud que es  no permitir la dación en pago,nunca te librarás de las cadenas para volver a  empezar. Arrebatarte tu casa y condenarte al pago sin final de una deuda, simplemente te convierte en muerto en vida con la mirada del derrotado, del expulsado de aquella promesa de vida que, por otra parte, te convencieron como la única posible.

Vale

Cambiando de tema, ¡¡FELIZ NAVIDAD!! para todos los que pasáis por aquí. Sí, me gusta la Navidad. No sé si debo disculparme.


 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Desatados



A Glen Hansard, cantante de The Frames, puede que lo recuerdes como el guitarra "The Commitments", puede que como el cantante callejero de "Once". La canción que comparto es buena, bonita aunque no perfecta y no perdurará. Si quieres hablar de salir adelante, de encontrar un nuevo amor y de que siempre hay  otro oportunidad, no deberías escribir que hay que salir adelante, encontrar un nuevo amor y otra oportunidad. Hay que buscar otros caminos. El arte pierde hondura y todo tira demasiado a los mensajes inocentes y pacatos de facebook o de los que ya nos parecen tan antiguos powerpoints.


Jon Spencer viene a ser el punk de alma negra, uno de esos rockeros que venera a todos esos ancianos, unos reivindicados antes de morir, otros reconocidos cuando ya marcharon, otros para siempre en el olvido que transmitieron la llama del blues, como una de las formas más sinceras y poderosas de retratar el dolor. Revoluciones para la deconstrucción  o "explosion del blues" que Jon se empeña en repetir cientos de veces en cada concierto.  Ni de lejos una de sus mejores canciones pero el vídeo es divertidísimo. Qué loco.

¿Por qué uno canciones tan aparentemente tan dispares? Cuando la interpretación importa tanto, cuando solo eres tú y tu mensaje, cuando la forma engaña al fondo, cuando lo bueno puede convertirse en excelso o lo mediocre en bueno. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Cordada


(Susa)


A veces ocurre. Sientes llegar un final y un principio. Jamás un faro tan brillante: el de que por primera vez en mi vida no desearía volver atrás en el tiempo para hacerlo todo de otro modo. Entonces puede que no te hubiera conocido y no estaría dispuesto a apostar, arriesgarme y perder todo lo que tengo. Asumo todo lo vivido, lo bueno y tanto malo para llegar hasta aquí, para llegar hasta ti, lo único que me basta. 

Hace tiempo escribí que  somos material inflamable y cuando ardemos, los restos del incendio no son más que una masa informe y carbonizada que mancha y molesta. Es difícil volver a caminar después de volar. Han de nacer nuevas alas para entender la verdad del pasado.  Unidas al corazón más puro y limpio que existió, tú tienes esas alas que tan fácilmente me hicieron entender el amor en esencia, el amor cuando solo es verdad.

Las alas de una alegría ya no quebradiza sino tan poderosa que hasta entre los problemas, se muestra orgullosa y arrogante.   Esa  felicidad tan  plena y fuera de lugar conviviendo con la ansiedad. Esa felicidad que debería ser la más real, la siempre unida al pavor a perderla, a perderte. Esa felicidad impregnada de la maldita sensación de tiempo perdido cada instante que no estoy contigo. Esa felicidad que solo puede ser ascensión; ascensión  a la cima más lejana y difícil, la de tratar de no decepcionar y hacer feliz a tu compañera.


Cuentan los hermanos Pou que cordada es un término romántico, una pareja que escala siempre junta, un vínculo indestructible con una intimidad y un conocimiento mutuo muy difícil de lograr. Atarme a ti y enfrentarme a todo con la reconfortante sensación de que nada  podrá hacernos daño si permanecemos juntos hasta el fin.

Me enseñaste que a pesar de todo, no es tan difícil ser feliz, que cada abrazo vale una vida, que  ya no puedo prescindir, condenarme a tu recuerdo. Fundido a tu risa, mi único fin, me mostraste que puede haber un "siempre" y yo quiero ese SIEMPRE a tu lado.

Yo no sé dibujar. Me valgo de palabras y palabras para contar lo que tú haces con una imagen.

Aluvión atalantiano para contar que soy muy feliz y que me caso... en una montaña, claro.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Ultratrail de las Hurdes


Se trata de un pequeño territorio montañoso en el norte de la provincia de Cáceres. Tradicionalmente aislado y de una belleza desconocida, a él vienen asociadas desde antaño, extrañas historias y leyendas. 

Apenas atisbar su encanto desde  la carretera y la recompensa de mis escasas incursiones, acrecientan  las ganas de poner en marcha el proyecto. A los ojos del corredor de montaña, pocos terrenos más propicios que las Hurdes para un gran jaramugada de aproximación  que compartir con compañeros del metal.

Mi idea es fijarlo para un día de Semana Santa y tratar de completar una ruta circular de entre ochenta y cien kilómetros. Dificultad a determinar pero en ningún caso extrema ya que aunque el tamaño de sus montañas impone, no asusta.  Por ahora, me quedaré algún día a la semana e iré investigando tramos de entre veinte y treinta kilómetros.

Si alguien conoce bien el terreno, bienvenidas serán  sugerencias acerca de caminos o enclaves -cimas, chorros, miradores- que no nos podemos perder. Ya iré investigando, pero la Ruta de Alfonso XIII podría ser una referencia sobre la que moverse.

Por supuesto cualquiera está invitado a participar en la ruta, no más que un entrenamiento de calidad a ritmo medio con los necesarios reagrupamientos, en la pauta de las ya clásicas jaramugadas.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Spoken Word, el arte por el arte


En los tiempos que corren, hacer música con intención de dedicarse a ello profesionalmente es de inconscientes o de soñadores con tendencias quiméricas.

Otros tipos saben que nunca sacarán una perra del asunto y hacen lo que les apetece sin mirar más allá. Tal vez sea la forma más genuina de arte, la de no buscar compensación alguna. El "spoken word" no es más que narrar o contar poemas, historias, ocurrencias con fondos musicales más o menos elaborados.

Sin buscar, de fuera me vienen nombres que lo han practicado ocasionalmente como Henry Rollins, Nick Cave o Patti Smith. De aquí, Antón Reixa y estos que no conocía: Mansilla y  Los Espías. No es algo que enganche para escucharlo de forma habitual pero algunas composiciones son curiosas. No estaría mal presenciar algún festival sobre el género.

P.S. El disco de Mansilla creo que se puede descargar gratis de su página.

martes, 11 de diciembre de 2012

Lusitanización

Ahora que parece ser toca presumir de quién tiene la bandera más grande, me apeo y vuelvo a cruzar la frontera


Por la luz sobre el Tejo 


Por el bocadillo de tostón.


Por el Oporto


Porque se me despierta la peligrosa vena eremita.


Porque es hora de atreverse con ello.


Porque continúa la búsqueda de la "nata" perfecta... y la de la "Piriquita" se le acerca.


Por la puesta de sol sobre el Atlántico.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Honor obliga


Un relato escrito hace unos meses y más bien dirigido a la gente del pueblo ya que toma como punto de partida sucedidos en Ciudad Rodrigo durante la Guerra de la Independencia. El problema de ajustarse a diez folios en que debes prescindir de descripciones y diálogos.  Si algún foráneo se anima a leerlo y todavía no conoce uno de los pueblos más bonitos de España, me presto servirle de guía para enseñarle los lugares donde se desarrolla la historia. A propósito, ya mismo marchamos a otro sitio especial, el que ya muchos sabéis que es mi ciudad favorita, al oeste del oeste. Nos vemos.

"HONOR OBLIGA"


Al sentir  frescor en los labios, abrió los ojos. Por un momento pensó que fuera su madre la que le ofrecía agua, aquella que ahora añoraba de igual forma que tantos otros cuya muerte había presenciado durante los últimos días. La muerte nos iguala a todos. La guerra como su brutal antesala también.  Cuentan que en la guerra los dolores desaparecen. Obrando cual bálsamo, el pánico durante el combate, el pundonor por seguir existiendo sana muelas y lumbagos. Hace milagros, el cojo corre, el hueso funde, el ciego ve. De la misma forma, el comportamiento de  muchos moribundos sigue un mismo patrón, esa llamada desesperada a la madre intentando buscar el amor innegociable y absoluto, la fuente de vida más pura a las puertas de la muerte.

Pero no era ella la que sostenía el cuenco. Le costó reconocer los ojos del edecán francés. Sin su caballo le parecía fuera de lugar. Habían pasado más de dos años  desde aquellos días de Junio de 1808 posteriores a la espoleta del levantamiento de Madrid. A las puertas del Palacio Episcopal una multitud inquieta aguardaba entonces la salida de los emisarios del Ejército de Napoleón. Un jefe del Estado Mayor y dos oficiales traían cartas para Ciudad Rodrigo del General Loisson solicitando el paso de su ejército por la ciudad en su camino a Salamanca con un ultimátum amenazante: “Desdichado pueblo si obliga al ejército francés y le pone en la dura necesidad de pisar su suelo como enemigo”.

Recordó el rumor del pueblo agolpado esperando la salida de “los franchutes”. En los ojos, en las palabras sin voz, la  locura incubando, esa que debía resultarnos extraña y asustar y que sin embargo, aquellos días parecía tan normal y esperada. Rostros serios, crispados, llenos de la furia contenida previa al banquete de sangre y horror que se avecinaba. Las noticias eran demandadas con urgencia al viajero que llegaba desde cualquier punto de España, contando lo que todos temían y al mismo tiempo querían escuchar.

Historias reales o fabuladas durante los últimos meses  habían secado la yesca, presta para prender un incendio. Sólo faltaba un golpe sobre el pedernal para que un país entero ardiera en el infierno.  Los tres oficiales franceses montaron a caballo. A la dignidad inherente al militar de carrera, se unía el orgullo consciente del uniforme que había conquistado Europa. Ni los gritos aislados de los integrantes  más exaltados del gentío que atestaba la pequeña plaza, consiguieron alterar el porte de los soldados.

Enrique, después de varios años viviendo apartado y dedicado al estudio en Salamanca,  había vuelto a vestir el uniforme militar acudiendo al llamamiento de los últimos reclutamientos de la plaza. Aquel día las tropas españolas respondían de la seguridad de los mensajeros. Sin pensarlo demasiado, sujetó las riendas del caballo del francés y los acompañó calle abajo  fuera de las murallas por la Puerta de la Colada.  En su corta despedida, no solo sus palabras, sobre todo los ojos del francés expresaron agradecimiento y respeto. Hoy, dos años después, el respeto seguía siendo el mismo, junto a la compasión y  la aceptación del absurdo destino que envuelve al hombre y al soldado. Precaria existencia del soldado vencedor que se sabe  fútil, a cada paso más cerca de su derrota y muerte.

Cuando aquel día el edecán galopaba junto a sus compañeros con su respuesta al encuentro de sus tropas,  aún escuchaba  los gritos y el clamor de Ciudad Rodrigo. La carta de la Junta de Gobierno y la serenidad de los ojos de Enrique le convencieron de la determinación real de entregar a las águilas imperiales únicamente “cadáveres, cenizas y ruinas”. Aquel fatal augurio se consuma hoy, 10 de Julio de 1810. Esta hermosa ciudad no es más que montones de cascotes sepultando cadáveres y cuerpos aún con vida entre innumerables llamas incontroladas.

Soldados. Extraño sino el de personas atrapadas en un deber que sabían el más poderoso e incuestionable y que probablemente les llevaría a una muerte prematura en algún campo de nombre impronunciable,  frente a murallas lejanas o hundiéndose en el fondo de un oscuro océano implacable. El honor impedía a un oficial otra alternativa que la de morir por una patria, una religión, un rey que bien podía ser, que probablemente siempre fuera un rico hijo de la gran puta.

Durante el cautiverio de Tolón  Enrique convivió con soldados realistas y  guardias revolucionarios que defendían otras ideas. No es que los soldados entendieran demasiado los motivos por los que les enviaban al matadero. Aparte del poder y la ambición, nunca fue capaz de comprender razones de más peso. Eso era asunto de los peces gordos. Aquellos extranjeros le transmitieron la imagen de una España ignorante y valiente dominada por un clero fanático. Enrique se acabó cuestionando sus propios principios y ya de vuelta, acabó leyendo y contactando con los ambientes ilustrados de Salamanca, tan extraños y marginales. No era mala gente aquella. Los tachaban de peligrosos,  subversivos y traidores pero él bien sabía que aquellos débiles y locuaces maestros o escritores pretendían lo mejor para esta España ingrata.

Cuando las banderas francesas penetraron en España como aliados en su camino a Portugal, una secreta esperanza se albergó en su interior, la de que España, por una vez y sin la sangre que pagó el país vecino, se subiera al tren de esas ideas que nos contaban revolucionarias pero que parecían tan humanas; ideas  perseguidas por la iglesia y que paradójicamente se antojaban tan cristianas. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, ¿acaso no podía traer más que bien al ser humano?

Poco duraron sus esperanzas. Ya era difícil casar que ilusiones como la soberanía nacional, los derechos del hombre o la separación de poderes  se sembraran por Europa al ritmo que marcaban los cascos del caballo de un emperador ególatra.  Pronto los rumores, las historias y  noticias  se extendieron por doquier. El ejército francés era de ocupación y se comportaba como tal, esquilmaba y mataba como cualquier otra tropa del pasado, tenía el mismo rostro del horror que mana desde nuestras fuentes de tiempo más lejanas, indiferente a uniformes o idiomas, representando una vez más ese drama atávico que para el hombre es la guerra.

Cuando el 2 de Mayo todo estalló en Madrid, a nadie extrañó. Enrique llegó a pensar que esos conatos de sublevación, esas revueltas del pueblo podrían emplearse en conseguir una forma de gobierno más justa, en la que todos los españoles pasáramos a ser ciudadanos en lugar de súbditos. Incluso quiso ver en la elección de la Junta de Gobierno de Ciudad Rodrigo, creada para hacer frente “al francés” y compuesta de hombres de toda clase y condición, una pequeña recreación de unas cortes que encarnaran la soberanía del pueblo, con verdadera legitimación para el ejercicio del poder. Por qué no un primer paso para un futuro mejor y más justo.

Sin embargo, poco después una forma de hastío comenzó a turbar su espíritu. Aquel día de Junio de 1808 una cantidad ingente de personas abarrotaba las calles de la ciudad. Los bandos  de reclutamiento habían llenado  Ciudad Rodrigo de personas de los arrabales y los pueblos de alrededor. Esa tarde pareció que el asfixiante calor fundió a  los que atestaban las calles en un todo informe y monstruoso, despojándoles de su cualidad de individuos responsables y cristianos, convirtiéndoles en una masa irracional y justiciera, cuando la justicia sólo se identifica con el derramamiento de sangre, con un sacrificio ancestral purificador.

Eran las cuatro de la tarde cuando Enrique llegó abriéndose paso a empujones entre la multitud enloquecida, justo en el instante en que mostraban la cabeza del gobernador  en el balcón del palacio. Que se sepa que el pueblo español descuartiza al contemporizador, al sospechoso de patriotismo tibio. No fue  la única mirada horrorizada la suya. Se frenó en seco ante el golpe de lo ya irreparable, apartó la vista y  recordó las cabezas de los gallos arrojadas en la puerta del comerciante francés unas noches antes, presagio de lo que estaba por suceder, de la que probablemente hubiera significado también su muerte a esas horas. No, aquello no era camino de nada bueno. La naturaleza humana sin freno, empeñada en la autodestrucción, siglo a siglo.

La sangre vertida siempre exige más sangre para redimirse, para pagar precios. Y los precios siempre se acaban pagando. Hoy, casi dos años después, puede que hayamos comenzado a saldar nuestras deudas. Las calles que ya no son calles, manan sangre y fuego para aplacar el odio que se alimenta de sí mismo y entonces,  poder volver a encarnarse y crecer en ejércitos y proclamas distintas. Nunca hay batalla con las suficientes bajas para que no se pueda volver a recomponer otro ejército a cuyo frente siempre cabalga la carcajada de la muerte.
Tras el asesinato del Gobernador Ariza, Enrique se encargaba de la formación acelerada de las milicias urbanas. Les enseñaba a todos aquellos hombres inflamados de afán de venganza y arrojo, que la infantería en la guerra lucha con serenidad y disciplina, que todo eso que ardía en su interior no les serviría de nada frente a un ejército bien entrenado como el francés, que eso probablemente les llevaría antes de lo previsto, a una  muerte segura. Debían confiar en la profesionalidad y sentido de  organización de sus mandos. Sin embargo, ¿por qué él no podía confiar en el buen juicio de sus superiores, en aquellos  que regían tan desacertadamente el destino de una España atolondrada, fuera de camino e intolerante durante tanto tiempo?

 La naturaleza del hombre es la de la metamorfosis continua. No hay principios ni valores inamovibles porque todos deben ceder ante lo único que tiene un verdadero hombre como cierto, su honor. La única base sólida, el índice de la dignidad en cada revuelta de la vida.  Ello te proporciona un suelo firme sobre el que asentar los pies pero también muy a menudo,  resquemor y amargura. Es hora de reconocerlo, a veces jode pelear sin razones. Tiempos en que la artillería es trascendental, el trueno que apaga la voz de molestos pensamientos y dudas,  la resignación del infante avanzando al paso mientras el campo es barrido por balas y metralla, rogando por un día más de suerte, los gritos dementes de la alocada carga de caballería. El truco consiste en aturdir y ensordecer para no preguntarse por qué nuestra naturaleza se encuentra a tanta distancia de nuestra existencia.

Entre las llamas y el humo, hoy veía carreras atropelladas y sin rumbo, escuchaba hablar  francés y  muchos gritos, estos sin seña de identidad ni patria. El castellano había desparecido de las calles. Estos gritos de clemencia u horror, apenas hace tres meses eran  de alegría, tan inflamados de furia y fervor. Las guerras. Todos los ejércitos marchan a cada guerra alegres y con brío, henchidos de esas palabras sagradas: Dios, Patria, Rey. Esas palabras que maldice, siempre puertas adentro, el que ha participado en una batalla y tiene la suerte de regresar.
De pronto vio pasar la bandera francesa y volvió a pensar en  lo que hace bien poco significó para él. Pensó en el día en que soñó que aquella bandera traería para el mundo el final de esos gritos, los del horror y la guerra. Que incluso sería el principio del final de todas las guerras. Miró el elegante uniforme del oficial francés, mientras oía una frase tiernamente mentirosa que le animaba y mentía, contándole su fortuna, que salvaría la vida.  Sonrió y no contestó, era consciente de que si no le había matado la metralla, el aire enrarecido y enfermo del hospital lo haría. Ningún soldado quería marchar allí, de sobra sabía que no era en la propia batalla sino en la repugnante acumulación insana de sus salas, donde se producían las mayores bajas del ejército.

Sabía que había llegado más lejos que con otras heridas, que estaba más cerca que nunca del otro lado porque no le importaba gran cosa cruzar.  El dolor había cedido. Francisca, la razón que le había arrastrado hasta Ciudad Rodrigo, ya no estaba allí. Recordó  esos días de antaño en que todavía bajaban al río, y en cómo sentía el milagro de que, echados en la hierba, tan solo su voz en la oscuridad  fuera capaz de abrazarlo por completo, con todos sus temores y esperanzas. Más tarde, ya  solo bajó al río a talar los árboles de la alameda que servirían para el reforzamiento de las defensas.

Con el tiempo, sus sueños junto a ella comenzaron a tornar en solo miedo. Hasta que todo acabó durante los cuatro días  de pertinaz  bombardeo  que asoló la ciudad. No solo los soldados y voluntarios de la milicia, también la población  se afanaba en apagar los fragmentos de las terribles bombas incendiarias que estallaban por las calles, incluidos esos niños que para siempre perderían su mirada infantil. Mala suerte vivir en el filo. Su cara, esa cara que solo podía tener la nariz respingona que casara con su risa desbocada y contagiosa, había desaparecido para siempre entre las ruinas.

 Una pena no por esperada, deja de ser menos pena. Ahí  llegó la sed. La sed implacable  que le había acompañado hasta hoy,  la física y sorprendente por desconocida, que provocan las lágrimas continuas. La otra sed, la más íntima y profunda, la de un parte de ti que ya marchó y que nunca volvería.

Sobre el papel, con Francisca había desaparecido el vínculo que le unía a  la ciudad y sin embargo, sentía que nuevos lazos habían nacido para  ya nunca separarlo de Ciudad Rodrigo, ese pequeño fuerte que  por unos días,  retaba a Napoleón para tratar de influir en la suerte de países enteros. Cuentan cuentos y hazañas en guerras, de victorias en Austerlitz o Marengo. Apenas ayer eran los mirobrigenses los que tenían la llave, precisamente frente a Massena, artífice de una de esas grandes victorias.  Eres el protagonista de la Historia de los libros y después de más de dos meses de asedio,  todos eran conscientes de que esa gloria ganada en el campo de batalla es una gran mentira.  Brno no era nada más que un nombre extraño, ajeno, sonoro  que seguro habitaba tanta gente inocente como en Ciudad Rodrigo, una ciudad preñada de palacios y pasado, ahora calcinado. Pero, ¿quién es inocente? Mejor, ¿quién es el culpable cuando a veces a todos les ciega el empeño en combatir y morir como poseídos?

Sintió que ya se había convertido en mirobrigense, y sintió como un mirobrigense al entender que todo estaba a punto de finalizar cuando unos días antes, en uno de los carros con cadáveres, se adivinaban los cuerpos sin vida de uno de los símbolos de la resistencia, el del entrañable ciego “Tío José” y  su inseparable perrillo Sabino, cazados en las afueras cuando llevaban a cabo alguna de sus arriesgadas tareas de enlaces e información.  

También fue un duro golpe ver marchar otra noche a Don Julián con sus lanceros, los cascos de los caballos cubiertos por telas para aprovechar la sorpresa en su tentativa de romper el ya asfixiante cerco francés. Una tarea a la altura de un personaje valiente y de talla real. Por una vez, esos tintes legendarios que fue adquiriendo su figura, quizá fueran merecidos.  Aunque nadie las sabe ciertas, gustamos de esas historias de seres indestructibles, de alguien en quién confiar y ampararnos. Por eso fue tan triste verlos abandonar la ciudad para no volver a escuchar sus locos relatos de emboscadas y encuentros con los dragones franceses.

Cuando el alrededor se desmorona, cuando el equilibrio de todo es tan precario, comienzas a interiorizar las cosas triviales como las esenciales en la vida, las únicas importantes. Los mandos arengaban, la Iglesia martilleaba sermones para que no se olvidara la justificación de nuestra lucha, para no flaquear.  Esas mayúsculas que no te pueden hacer olvidar que una rendición jamás es gloriosa, pero cuando apesta el olor a hierro de la sangre, percibes que lo único que importa son las minúsculas  de tu vida. Cuando se aproximaba la batalla, te hacen valorar cada día como si fuera un gran regalo y sientes que cada beso o cada risa podrían hacerte reventar de gusto. Todo, hasta el hecho más menudo y absurdo, el simple y precioso silencio, adquiere un significado tan pleno que asusta. Asusta porque sientes morir, quieres vivir y te duele dudar. Piensas en los días que no vivirás y esa suerte de nostalgia del futuro duele más que la verdadera.

Los días previos al ataque definitivo Enrique se asomaba con vistas a poniente,  a Portugal y disfrutaba la maravillosa puesta de sol entre nubes amoratadas.  Veía las baterías ocultas en el Teso de San Francisco y cómo las tropas se movían  cada día más cerca.  Habían pasado más de setenta días de asedio y sabía que restaba poco para el final. Nuestros cañones hacía tiempo que no conseguían mantener la respuesta frente al poderoso tren de artillería francés.  Se habían acercado demasiado. Trincheras, galerías, hoyos, minas. Las dos brechas eran prácticamente indefendibles y el temor de la población al saqueo a sangre y fuego se palpaba en cada palabra, en cada mirada.

Las esquivas palabras de los despachos de Welington ya no significaban nada. Hace días que todos los mirobrigenses sabían que se había condenado esa puerta. Era tiempo de cumplir con nuestro destino, que no era otro que el de la inmolación completa.

A veces Enrique, cuando estaba apostado, conseguía abstraerse de lo que le rodeaba, fijándose en los detalles de un mundo que continuaba su curso natural, ajeno a la batalla. Y miraba las flores que poblaban aquí y allá las partes del glacis aún no calcinadas o la infinita llanura de campos al frente,  las malvas, los pimpájaros, el hinojo que hace tanto tiempo le era imposible oler. Algún loco vencejo que  aún volaba entre las balas de cañón, los indestructibles insectos, esos pequeños zapateros anaranjados tan bonitos que  subían entre sus dedos cuando estaba recostado sobre el parapeto. Su vida era la de cualquier inicio de verano, tan ajena a la tragedia de los hombres. Esas pequeñas criaturas no son la imagen y semejanza de Dios. Tal vez esta mancha es la condena de los hombres. Su capacidad para razonar de poco les sirvió para vivir, quizá sí para morir. Puede que el sentido del honor sea lo único que les diferencia de los animales y en algún punto del camino el hombre debió entender mal su deber, empleándose con furor en luchar por causas ajenas y absurdas.

Hoy por la mañana vio desde el frente de la catedral, entre alivio y pena, aparecer a los primeros granaderos franceses a través de la brecha y  cómo el Gobernador Herrasti les estaba esperando para capitular. Percibió la figura del Mariscal Massena, -¿o sería Ney?-, como insólitamente cercana, casi tanto como la del oficial que ahora se encontraba postrado junto a Enrique. Esa primera imagen que formas de alguien por lo que te cuentan o lees, es poderosa, difícil que retroceda; más aún la del Mariscal, un ser de libros y grabados, y sin embargo, le pareció un simple hombre. Le hubiera gustado poder ver algún día al mismísimo Emperador en persona y humanizarlo,  preguntarle sobre sus razones y remordimientos. Puede que fuera como todos, condenados desde nacimiento con la marca de los iguales y hermanos, a golpearnos hasta el no existir.

De pronto, todo se volvió negro. Si tenía los ojos abiertos,  ¿por qué  parecía que los había cerrado? Un instante después el edecán sí que le cerró los ojos preguntándose si él también tendría el temple para morir cómo se le exige una oficial cuando le llegase su hora. 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Michel Cloup. Hoy, ahora.



No me apetece buscarlo pero creo que esta canción ya habrá sobrepasado la década de vida. Sin embargo, luce tan fresca como el primer día. Ocurre raras veces, ocurre cuando el talento y el trabajo encajan.  La he escuchado cientos de veces y aún no se ha agotado, no le he notado perder ni un ápice de  fuerza. Lo que es más raro es que una canción generacional, o más bien su mensaje retratando una generación por el retrovisor, siga siendo tan actual. Es el secreto del verdadero arte, que es intemporal.

Música y letra. Una canción perfecta desde ambos puntos de vista. Cuatro minutos que en sus versos, encierran una historia completa, un llamamiento, una inspiración. En lo musical,  Michel Cloup nunca tuvo reparos para acercarse al rap o a lo eléctrónico, no para hacer pastiches a la moda, sino para acogerlos dentro de un discurso coherente e íntegro.





Esta otra canción es del año pasado, ya firmando como  Michel Cloup en solitario aunque bien es cierto que Experience no era más que un proyecto personal (no así Diabologum junto a Arnaud Michniak, su anterior banda que ya pasó por aquí) . No es tan redonda pero sigue siendo una canción tremenda. Más contenida, más oscura, igual de contundente. Parece ser que en su última etapa ha relegado sus inquietudes políticas y sociales  a un segundo planto. El retrato de esa otra lucha interior sigue siendo tan certero e intenso que quema.

Hay demasiados cadáveres luciendo disfraz rockero. El verdadero rock and roll debe contar, incomodar, emocionar. Debe supurar vida real... y escucharse a todo volumen.

Vale.



lunes, 3 de diciembre de 2012

Blood on Blood



Viendo el vídeo de Gutter Twins empecé a tirar del hilo y surgió un relatillo al que habría que seguir dándole vueltas para dejarlo medio aparente pero que ya quedó atrás. A otra cosa.

"Blood on Blood"


Tal que si utilizara un monitor, como si una cámara lo hubiera grabado, aún veía de lejos aquellos chicos pertrechados de palos y barras descendiendo el terraplén a la carrera totalmente fuera de sí, arrojando piedras, tropezando,  rodando por el suelo incluso, mientras se acercaban  a otro grupo más reducido que hasta entonces caminaba inconsciente y tranquilo por el descampado. Y volvió a ver sus miradas extrañadas un instante antes de  comprender e intentar escapar.

Entre los grupos enfrentados en ridículos bailes anárquicos llenos de golpes al vacío y pasos  inseguros que son las peleas de barrio, una pareja destacaba por lo idéntico de sus contendientes. No era solo la misma camiseta negra y  los cuerpos tan similares. Era ese algo inaprensible, esa forma de sostener cada uno una vida que todos reconocemos en el  otro, que sabemos  tan parecida y sin embargo tan única. Esa forma de poner en movimiento cada cuerpo que a ellos apenas los diferenciaba. Aquella lucha era la de  un chico golpeando con saña la imagen de su espejo.

Cuando el monitor imaginado desapareció y volví  a replegarme en mí mismo, ya ni siquiera quise recordar el motivo de la pelea. Solo pensaba que mis motivos eran otros, que golpeando sería capaz de apagar el fuego que se escondía en un lugar difícil de localizar, alojado en una mancha entre mi pecho y la parte de atrás de mi cabeza desde la noche que oí  describir a mí hermano cómo le metió mano a Laura.

Aquel día nació una forma de angustia desconocida, un amago de asfixia, lo mismo que la de un pez fuera del agua, un boquear inesperado e incurable. Aquel certero puñetazo en el rostro de mi hermano no fue el líquido refrigerante que buscaba para apagar el incendio de mi interior. El calor no solo siguió allí sino que arrastró otro tras de sí, el que hasta hace poco no conocía y que, de un tiempo acá,  me era tan familiar: el de la culpa. El de la culpa que ya sabía  solo se cura con el perdón o el castigo. Por no hablar de otro dolor más fácil y comprensible, el de mi mano rota, que a estas horas por fin comenzaba a ceder.

Fue una tarde complicada en casa con una de esas broncas que no defraudan expectativas; son tan fuertes como era previsible. Después de un acuerdo impuesto, madre nos obligó a estar juntos en la habitación. Sin mirarnos, sin hablar. Mientras yo ponía  un disco,   tratamos de buscar la forma menos incómoda de ocupar un espacio que nunca había parecido tan pequeño. Casi al mismo tiempo, ambos decidimos echarnos en la cama de lado, con la cabeza incorporada sobre la pared y los pies colgando.

La canción empezó a sonar y  no pude evitar volver a pensar en Laura. Pronto sería verano,  bajaríamos al río y volvería a verla en biquini. Volvería a intentar adivinar el fin de las curvas y huecos tras cada recodo de su ser, sabiendo que al otro lado no había más que otra curva y otro hueco. Las gotas repartidas y extrañas sobre toda su piel, unos minutos antes de que el sol las convirtiera en  recuerdo apropiándose de toda ella, entibiando su agradecido cuerpo.

Y yo empecé a cantar despacio, lento, olvidándome apenas un instante de dónde estaba y de qué había ocurrido aquel día tan largo y lleno de esperas. De pronto me sorprendió escuchar a mi hermano cantar y recordé todo lo que quería olvidar, pero por primera vez, eso no me hizo sentir mal ni triste. Volví  a cantar algo más alto, siguiendo mi hermano el camino, ya dándome cuenta de que  todo ese peso que sentía desde hace semanas se me estaba escapando.  Hasta que acometí a gritos el último estribillo sin él achantarse, descubriendo que con cada grito y cada carcajada todo lo que me había parecido importante, perdía toda su importancia.
*****
Años después, esta canción se me sigue haciendo corta, pero es curioso recordarla siempre tan larga esa tarde. Aquella canción duró más de lo que dura una canción de rock and roll porque siguió sonando hasta mucho después de que mi madre golpeara la puerta y gritara con  el enfado más alegre de la Historia que bajáramos la música y dejáramos de dar voces, que parecía que estábamos locos.

Aún sigue sonando y a veces ocurre. La cámara vuelve  a aparecer. Un plano cenital de dos chicos casi idénticos tirados en una cama con la misma camiseta negra de Extremoduro, dos chicos cantando y riendo, uno con un ojo amoratado y casi cerrado, el otro con un mano escayolada.

Y entonces pienso que en esa imagen está todo lo que he sido capaz de aprender en la vida. 

viernes, 30 de noviembre de 2012

Atrapados en la rueda




No se trata de amigos o amiguetes de facebook compartiendo fáciles y previsibles  consignas o mensajes que de reiterados,  dejaron de ser incendiarios hace tiempo. Son inspectores de hacienda, doctores  y profesores de economía cuestionando lo que cada día nos llega a través de los grandes medios, lo que me cuentan los políticos al mando.

Deslavazados apuntes que deberían dar pie a la reflexión acerca de y a cuenta de la jornada "Otra economía es posible" para la presentación de ATTAC Castilla y León en Salamanca. Instantáneas de la tramoya de la crisis y lo inevitable de la tragedia.

Hemos interiorizado que el capitalismo se comporta de esta forma. No hay que alarmarse. Sus crisis son cíclicas y aplicando las recetas adecuadas, todo volverá a funcionar. ¿Funcionar para quién? Es curioso que históricamente solo se hable de crisis cuando afecta los países ricos. Sin embargo, el sistema capitalista, tal y como está planteado, no puede más que calificarse como una condena endémica para la mayor parte del planeta.  Nuestros instrumentos de dominación han sido y siguen siendo eficaces.

Vuelta la burra al trigo. Todo regresará a su cauce cuando volvamos a crecer. Se nos dice que la solución es el crecimiento económico pero ello tiene sus evidentes límites ecológicos y sociales. Hasta el tipo más cerril o el político más obtuso, si se parara a pensar por un instante, habría de reconocer que el crecimiento económico continuo no es viable a largo plazo además de no ser un modelo exportable por el seguro agotamiento de los recursos naturales. El crecimiento del PIB se nos presenta como el objetivo de una sociedad, no como un medio. Deberíamos plantearnos qué, cómo,  para quién podemos producir. La energía fósil barata es historia.  Es necesario un cambio de modelo de producción y consumo. Debemos asumir renunciar a parte de lo nuestro para que el resto pueda vivir.

De  los 27 países de la Unión Europea, España es el que mayor diferencia tiene entre el 20 % más rico y el 20 % más pobre. Con la crisis,esas diferencias aumentan y aumentarán. Una de las funciones del Sector Público es corregir esas desigualdades pero son tiempos en los que  lo público ha sido proscrito. Se culpabiliza al Sector Público de ser el causante de la crisis cuando es una sentencia falsa. El déficit realmente se disparó con la crisis. Se nos dice que la única solución es la austeridad, cuyo único objetivo es garantizar el pago a los acreedores. Mientras, no se apuesta por nuevas vías de ingresos o soluciones como la puesta en práctica de un sistema tributario más progresivo -en lugar acudir a la vía fácil e injusta de la imposición indirecta- que grave la verdadera riqueza y luche contra el  fraude, la aplicación de tasas a las transferencias internacionales para evitar los movimientos de índole exclusivamente especulativo o  la liquidación definitiva de los paraísos fiscales.

Se nos vende que el problema de la banca es de liquidez – problema momentáneo para cumplir sus obligaciones-, cuando realmente es de insolvencia, con el carácter definitivo que ello conlleva, el de una quiebra. Vamos por la octava reforma del sistema financiero. Se comenzó a inyectar dinero con Zapatero y  comenzamos a perder la cuenta. Curiosamente, la solución es la intervención del denostado Sector Público. La Banca se ha convertido en adicta al dinero público demostrando una identificación total entre poder económico y público.Si el flujo es constante, qué nos separa de dar el paso al establecimiento de una rígida normativa que impida desmanes y facilite el crédito, en las puertas de una banca pública.
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El neoliberalismo, reticente al establecimiento de cualquier tipo de regulación, era -¿es?- la nueva religión. El capitalismo financiero en el origen de la crisis; en el que, a diferencia del industrial, no hay riqueza palpable detrás, solo apuntes contables. Se nos decía, aún se nos cuenta que el mercado se autorregula pero no fue así. Se estrelló con el mundo a rebufo.

No estaría mal ponerle rostro a lo que ocurrió. Ninguno mejor que el de un tipo con clase, el de Jeremy Irons, en una gran película sobre el tema que ya pasó por aquí, una suerte de tragedia shakesperiana sobre el estallido de la crisis.

martes, 27 de noviembre de 2012

III Ruéu del Jálama

(Manu)

Aunque todo pintaba muy mal, no se falta a una de las citas más mentás del calendario jaramuguil.
Aunque todos íbamos dispuestos a aguantar el chaparrón,  inexplicablemente libramos.

Gran día de monte para los nueve corredores y  cinco caminantes que iniciamos trayecto en Extremadura, en las calles del bonito pueblo de San Martín de Trevejo.

Marco otoñal para olvidar nuestra marca, el Ruéu  no es otra cosa que buen entrenamiento y buen ambiente tanto durante la faena como cuando toca comentar la jugada, alargando unos más que otros el tercer tiempo.

Por mi parte, ya que mi vida sigue atrapada en ese veloz e imparable tiovivo que es tratar de hacer diez cosas al mismo tiempo sin poder entrenar más que esporádicamente, decidí variante sobre el Rúeu original, ascendiendo tranquilo hasta la cima del Jálama. Bien, mejor de lo esperado. Me pareció más largo que otras veces; cosas de no estar en forma. Mas bien, cumplimos. Efectivamente se conoce que el zorro sabe más por viejo que por zorro. Alrededor de veinte exigentes kilómetros, alrededor de dos horas y media. Hoy con agujetas pero ya echando de menos el monte y sobre todo compartirla con amigos. Más vivo que nunca. 

Se echó de menos a habituales, sobre todo a esos que están tan lejos. 

Nos vemos.


Aquí los nueve corredores. Faltan las dos Susanas, Lara, Barco y Mar.

(Susa)



Canción y vídeo otoñales.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Tu otro corazón


Mientras corres, tu corazón poco a poco se convertirá en más grande,
Mientras pedaleas, tu corazón se hará fuerte para en cada latido, enviar más y más lejos cada gota de sangre,
Mientras nadas, tu corazón se frenará porque hace tiempo que no necesita volar como antes,
Mientras jadeas la montaña, tu sangre aprenderá a abrirse camino inventando vías y vasos, abrazando lejanos músculos que nunca imaginó

Mas no basta.

Mientras corres, mientras pedaleas, mientras nadas, mientras jadeas la montaña, necesitarás ese otro corazón,  esa otra sangre  que será la que te llevará más lejos aún, hasta esas metas con las que se sueña cada noche de invierno.

martes, 20 de noviembre de 2012

Socialista


Un relato.

"SOCIALISTA"
“Ellos o nosotros”, no hay más que saber, afirmaba con convicción un anciano en la televisión.  Aunque siguió hablando, yo ya no escuchaba pero seguía pensando en la contundente afirmación respaldada por aquella mirada  tan llena de fuerza vital y fuera de lugar en un cuerpo   devastado y  casi sin vida.  Era la misma de siempre, la que solo se sostiene en  un compromiso pétreo, el de la lucha constante. Aquella mirada marchó con él, se extinguió  apenas un instante antes de morir de la misma forma que su cuerpo había ardido hace un par de horas en el crematorio.

Volví  a mirar el monitor para escuchar como una preciosa locutora sobreactuada, empeñada en transmitir en cada gesto lo gran profesional que era, daba entrada a un pequeño reportaje en el que se encadenaban fragmentos de declaraciones del mismo hombre  años atrás, algunas que ni siquiera yo conocía. La sucesión de imágenes de nuevo finalizó con el mismo grito: “¡Ellos o nosotros!” y el rostro del anciano, años más joven, congelado en  pantalla. El rostro de Miguel, el rostro de mi padre.

Ya no se escuchaban pero parecía que las frases pugnaban por hacerse hueco en una mente largo tiempo acorazada frente a las palabras de un padre al que dejé de comprender hace más de treinta años. Eran más de las mismas que había amado y más tarde soportado  en todos los cuartos de estar que se habían sucedido durante mi infancia y adolescencia, de Moscú a París, de París a Madrid. Conforme a lo que había sido su vida durante los últimos años, esta última escena fue tal y como se le exigía. No hubo ajuste de cuentas con su destino ni romántica redención post mortem. Una vez más,  protegidos por la nube informe de ruido y voces del bar, como en tantas ocasiones, nadie parecía escucharle. A pesar de toda la energía y vocación de sinceridad que emanaban, sus palabras murieron, se perdieron. El obituario, al igual que el de tantos otros abuelos ilustres, preparado hace años por periódicos y cadenas, cumplió su función, la de recordar por unos instantes aquellos viejos tiempos que nunca volverían. Sin embargo, en el local un par de personas sí habían seguido  con atención sus palabras. Ambos estaban  solos, ambos no se conocían pero parecían recordar, buscar, creer; lo curioso es que mientras uno bien podía haber sido vecino del anciano en un Madrid en guerra, el otro apenas era un joven de veinte años.

Recordó  su última conversación con él. Una  más como tantas otras durante años. Sin lugar a despedidas. Una semana después marchó. Ni hospitales, ni agonía. Aunque  hacía casi setenta años que no vestía uniforme, Miguel siempre fue soldado porque así lo sentía y porque, incluso sin palabras, así lo conseguía transmitir a todos los que le rodeaban.  Él no merecía morir en la cama de un hospital. Murió empeñado en su propio combate, uno de aquellos locos y aburridos panfletos,  tan absurdos y  ajenos a su tiempo. Era su guerra, su bando, el ejército en que eligió alistarse. Y  murió en un frente a trasmano, en una trinchera de brasero y cuaderno. Un latigazo de elegida muerte en soledad en aquel piso del que nunca quiso moverse a pesar de todas las aburridas y previsibles discusiones que sabían estériles, cuyo resultado conocían de antemano  y que sin embargo, escenificaban cumpliendo a la perfección con el papel de padre e hijo. Bien es cierto que  desde que Marta se fue, las tentativas fueron cesando en número e intensidad. Esa cabeza de playa nunca sería tomada. Ella no podía comprender tus ideas. “El viejo tiene sus principios”, le explicaba yo mientras me reprochaba que no te convenciera para abandonar aquel piso que en menos de  treinta años había mudado de acogedor hogar a cuchitril frio y oscuro. Sabes que traté de arrastrarte fuera de tu casa pero en el fondo también sabes que me habrías decepcionado si te hubieses rendido. Tú te aferrabas a tus principios, lo único que necesitabas para continuar mientras me reprochabas todo lo que yo tenía y no necesitaba, mientras  me rogabas sin palabras que no abandonara a los míos. Al menos uno de los dos se mantuvo firme. Tus negativas eran para mí una forma de afirmación reconfortante. Cumpliste, viejo.

Bien, marchaste como querías, con dignidad. Sin querer saber nada de un mundo distinto que derribó todo por lo que luchaste; que en muchos sentidos te parecía más terrible que al que llegaste hace casi un siglo, al que sobre todo temías porque no lo entendías. Contabas que las calles y las pantallas estaban tan llenas de mentira y trampas,  tantos  presos sin barrotes, tantos mercenarios vendidos  que te resulta imposible orientarte, conocer al enemigo y plantarle cara. De sobra sabía que querías decir, pero descarté entenderte. Tú también te negaste a darme una oportunidad. Quiero pensar que ambos pagamos un precio. La cuestión es quién  más alto. Ahora que ya no tenemos nada que perder, que nos miramos desde los dos lados del cristal esmerilado que separa vida y muerte, donde ya reconocer el pasado no implica contraer deudas,  ambos sabemos que tú ganaste.

Al salir del bar reconocí mi fugaz imagen en un espejo. La corbata. La tarde que me reprochabas qué representaba el traje, que para lo único que servía era para engañar, para tratar de esconder la barrera que siempre existirá entre ellos y nosotros. Como tantas veces, jugábamos, parecían simulacros sin fuego real. Tú me decías que cada  capitulación contaba mientras entre risas, yo te llamaba abuelo y trasnochado. Buen recuerdo de aquellas cenas con madre aún viva. Entonces nos imaginábamos lejos pero qué cerca estábamos aún. Sin ninguno ser capaz de valorar la brecha que se abría entre nosotros, nos fuimos separando cada día un poco más hasta ayer. Y hoy que has marchado, te siento tan cerca como cuando era niño, como cuando me abrazabas en el frío invierno de Moscú.

Los problemas surgieron cuando volvimos de la Unión Soviética. Entonces yo tenía quince años y comencé a descubrir y comprender desde fuera lo que había vivido desde dentro. Mi padre  se empeñó en continuar creyendo lo que lo que no podía dejar de creer. Negarlo sería desmontar su vida por entero. Todo lo que contaron sobre  persecuciones, sobre el monstruo de la dictadura del proletariado no podía ser verdad y si lo fue, siempre habría alguna razón, estaría justificado. Tenía que estar justificado. Hasta el final se negó aceptarlo. Contaba cómo el pueblo soviético siempre fue mucho más culto que cualquier generación que hubiéramos parido en este país y hablaba de millones de licencias de  ajedrez como argumento irrebatible para desmontar las mentiras del poder, de un Capital obsesionado en retratar de fracaso su mayor amenaza. Un pueblo tan instruido nunca pudo ser engañado de esa forma. Y hablaba de cómo la Unión Soviética fue la que realmente frenó el terror nazi, el verdadero artífice de la victoria en la Segunda Guerra Mundial y ahí estaban sus millones de muertos para acreditar el titánico sacrificio. Esa victoria de la que, por otra parte, siempre me sentí tan orgulloso al haber luchado mi padre con el ejército rojo y yo haber nacido en Moscú. Cuando se hablaba de campos de concentración, de millones de muertos, él protestaba y cediendo un palmo de terreno, reconocía que pudo haber excesos pero que se había aprendido para no repetirlos, que el verdadero socialismo, tal y como lo expuso Marx, nunca se puso en práctica. Entre disparates, verdades y sobre todo muchas medias verdades, abandoné el tema a medida que abandonaba el hogar. Cuando ingresé en  el Partido Socialista, yo hablaba de libertad y justicia social. Entonces se abrió un debate que nos acompañó casi hasta el fin. “¡La libertad, la sacrosanta libertad!” –gritabas- “¿Crees que hay verdadera libertad hoy? ¿En España? ¿En 2011?” Nos engañan, nos engañan, Pablo, y tú lo sabes mejor que nadie porque ya no eres uno de nosotros, eres uno de ellos.  Fue la primera vez que me lo dijiste.

Mientras caminaba por una acera atestada de turistas, avancé hacia una pared empapelada con carteles de “TOMA LA CALLE , 15.05.11”.  15M. Pensé que si seguíamos utilizando cifras y letras para cada acontecimiento, llegaría el día en que seríamos incapaces de distinguirlas, de prestarle significado sin antes dudar. Tenía que llamar a Eva. Hoy le tocaba dormir conmigo y suponía que vendría después de la manifestación.

Súbitamente me detuve delante de un gigantesco escaparate, frente a un muro de pantallas con mi rostro. Un par de transeúntes me miraron extrañados al reconocerme en las imágenes del telediario. Levemente di voz al multiplicado y mudo movimiento de mis propios labios, a aquellas habituales frases que ya de forma automática se habían adueñado de mi discurso. Pausa. Mirada a cámara. “Ellos o nosotros”. Me pregunto cuándo el vacío dejó de ser sonrojante y  todo se convirtió en comedia. Pero mi nombre empezaba a sonar en el partido -no, no era “El partido”  como siempre les gustó llamar al PCE a los viejos militantes y camaradas de su padre-. Aunque tarde, por fin estaba justo donde quería desde hace años. Sin embargo, no estaba contento. La ambición, más si es política, más si es el poder lo que está en juego, nunca se ve colmada, jamás se verá completamente satisfecha sin que la acompañe el remordimiento pertinaz, la culpa reprimida.

Era extraño que entre tanta gente, nadie se hubiera dirigido a mí. Cada vez más menudo me interpelaban por la calle con saludos, ánimos, ruegos, incluso algún insulto. Resulta extraño experimentar la paradoja de progresivamente irte alejando de la gente de verdad mientras cada día conoces mejor los resortes para hacer que el otro te sienta cercano y humano. Una pérdida de fe en las posibilidades del ser humano, en la existencia de una naturaleza humana real, en alguna suerte de bondad impresa en ella, una misantropía creciente manifestada precisamente en esa pringosa y excesiva simpatía, en falsa empatía impostada, moneda del voto, precio de imagen, lo único que sirve a gente como nosotros.

Cuando definitivamente abandoné la abogacía y elegí como excluyente el camino de la política,  bien podría considerarse el lógico fruto de la educación recibida desde crío en el hogar. Pero el viejo no me felicitó. Se mostró huraño, esquivo, tratando de evitar el tema y pronunciarse. Trataba de descolocarme y hacerme ver que cada vez que transigíamos, no era más que una marcha atrás. Extrañas campañas y discursos, aplausos y éxtasis colectivos para la celebración de cada renuncia disfrazada de avance, falsamente impregnada de la idea de bien común. Entonces  honestamente pensábamos que para seguir adelante, había que contemporizar. Y pronto supimos que la opinión y hasta la memoria de la sociedad es materia maleable, que el verdadero poder se encarna en la sobrenatural y todopoderosa facultad para cambiar los recuerdos y  aspiraciones de la gente. El problema es que la primera vez que capitulas te alejas un poco, apenas un centímetro de ti mismo. No parece trascendental. Mas tarde cada paso de ese camino abarca una milla. Hasta que llega el día en que no recuerdas el primero en que renunciaste. Inevitable, inseparablemente te acompaña la convicción de contar con la posibilidad de rectificar, pensar que nunca es tarde, que siempre puedes volver al punto de partida. Sin embargo, un día descubres que ya no sabes dónde estaba el principio.
El pueblo ya no éramos nosotros. Mi padre sabía que yo hace tiempo que estaba del otro lado. “Tu gente”, me espetaba con desprecio. “Tu gente”, doblaba su campana cada día de invierno que acudía a fincas extremeñas o salmantinas a aquellas monterías  donde aguardaban lujosos vehículos  frente a estancias amuebladas de forma casi inmoral. “Tu gente”, saludos al dueño, empresario de éxito. “Tu gente”, hechuras de palacio, servicio de uniforme. “Tu gente”, conversaciones cortesanas sobre inversiones y dinero, intrigas, rencillas. “Tu gente”. Mi padre me señalaba desafiante a  Felipe González: “Ese sinvergüenza que cobra millones de una de las empresas más poderosas del país a cambio de influencias, que unía a  su pensión desmedida a la que no renuncia. Ese traidor que acude puntual a cada campaña para hablarnos de socialismo.” Y me hablabas de Marcelino Camacho, casi muriendo en su piso de Carabanchel, de Anguita renunciando a su pensión de diputado, de Durruti alcanzado por la muerte con poco más que su ropa. “Lo peor no es enriquecerse a costa de los demás –continuabas-, lo peor es robarles sus esperanzas, quitarle  valor a los gestos más contundentes, valientes e inspiradores. El día en que la sociedad desprecia o tacha de loca o romántica la integridad, es el día en que se nos muere la ética.”

            No me apetecía volver a casa. Entré en una cafetería. Buscando alejarme del frío que no cura el calor, apretaba fuerte un café entre mis manos. Vi el suplemento de El País sobre la barra. Las páginas de la izquierda son una sucesión de tentaciones. Miradas de hombres y mujeres perfectos, perfumes, restaurantes, coches, viajes, la accesible promesa de un mundo feliz. Codiciamos lo que vemos y es duro prescindir. Si brilla el exterior, a quién preocupa el interior. Todos mis compañeros no se conformaban con menos. Claro, siempre había alguno que se preguntaba cómo casar  un socialista con un tipo que se dedica a acumular riqueza y propiedades. Entonces alguien, en tono jocoso, respondía  que ellos aspiraban a que todos tuvieran Audis, que eso era hoy el socialismo.

Nuestra victoria en las Elecciones de 1982, un inolvidable día de inmaculada pureza.  Día de sueños aún intactos. Uno de esos truenos vitales que recuerdas deslumbrantes, en los que reafirmas que todo mereció la pena para llegar hasta allí. Tan feliz, tan vivo, tan lleno de promesas desbordando corazones. Poco a poco aquel latido común se fue apagando, corazón a corazón. La realidad se encargó de poner a cada uno en su lugar: de descolocar al cerril, de acomodar al cínico, de aparcar al escéptico. Tal vez no por culpa de nadie o no solo por culpa de alguien. Es la vida y es el hombre. Lo mismo que no se forjaron en un día, tampoco es tarea de un día arrebatarle a un país sus sueños. Puede que basten treinta años. En 2011 los sueños se tornaron en falsa moneda de cambio.

Siempre seremos un país en el alambre, en permanente estado de construcción. Continua contienda, patio de vecinos receloso. Nuestra esencia es se parte Quijotes, parte Sanchos. Si basculas hacia un lado, pierdes todo lo que nos define. Yo  hace tiempo que me arrojé cuerpo a tierra sobre el día a día. Al reptar sobre el lodazal, la altura de las grandes palabras queda lejos. Era capaz de hablar más alto y grande que nunca, y también más vacío. Pero tenía a mis Quijotes en  casa,  padre e hija, que no cejaban en fustigar al que ya solo veían como el político profesional de éxito, cual si vieran pústulas sobre la piel del leproso. Mis dos conciencias que dolían sordo pero que quedaban muy atrás cuando se trataba de ganar el mundo. Y  madre ya no estaba, aquel baluarte de las familias españolas, esa figura protectora y poderosa, capaz de entender cada decisión de su hijo. Y sí, la echaba de menos.

A pesar de haber sido educado sin religión, los códigos conforme a los cuales se valoraba mi conducta fueron  aún más rigurosos. Por ello la culpabilidad pesaba aún más. Vuelas sobre el tiempo pero el pasado permanece ahí y aunque nunca volverá, tampoco marchará, elevando, pieza a pieza un muro de mampostería ya imposible de derribar. El muro formado por todas las opiniones de los demás que jamás entenderán y siempre juzgarán, que nunca olvidarán lo que fuiste. Solo el pasado existe y nada de lo que hagas puede cambiar el destino que el otro eligió para ti.

Todo cambia el día que finalmente aceptas que la sociedad no puede cambiar, que esta sociedad genera distintos grados de ciudadanía, como en la Antigua Roma. Unos con más, otros con menos derechos y no tiene demasiado sentido luchar por vaciar el mar. Atemperar su furia, quizá. Mientras, labrar un camino para mí y los míos. No sé si ese egoísmo siempre estuvo ahí, latente o apareció con el tiempo. Francamente me defraudaría a mí mismo pensar que no había cambiado y que en otro tiempo fui mejor.

Ya era tarde cuando llegué a casa. Distraído, puse la televisión. Varios canales con la misma emisión, una tremenda concentración de  gente  en la Puerta del Sol. Intereconomía, un placer culpable. No acababan de aparecer las esperadas imágenes que el presentador ansiaba para acreditar sus acusaciones de miles de descontrolados “antisistemas”. Aquella tarde había discutido con Eva, censurando su actitud pero colocándome en el punto de vista contrario, por considerarlos demasiados “prosistema”. Tirando de la última hebra de dignidad, como si yo fuera el joven que fui a su edad, le dije que a mí también me hubiera gustado jugar a primaveras del 68 e intentar cambiar el mundo como entonces, pero en el fondo se trataban de unos reaccionarios que buscaban perpetuar el estado de las cosas,  su derecho a ser burgueses, reclamar la parte del trato que se les había prometido con millones de horas de publicidad y que ahora se les negaba. Querían sueldos, querían dinero para gastar.

Cambió de cadena. Otra periodista se dedicaba a recoger cortas declaraciones de los integrantes de la masa que se agolpaba en Madrid. De pronto apareció Eva y mirando a la cámara, lo volvió a decir: “Ellos o nosotros” y por un momento, no supo decir si era la voz de su padre o la de su hija la que escuchaba.

Apagué la tele y puse el disco que había estado escuchando esos días, un viejo vinilo  comprado en una de las pocas tiendas de discos que quedaban en la capital. Se trataba de una banda australiana de los ochenta que casi no recordaba. El mismo disco de entonces. La música me trajo el olor de la vida a los veintitantos, cuando todo estaba por hacer. Aquel “Wide Open Road” fue el amplio camino que se abría ante mí y que la mayoría creía que efectivamente había transitado. Pero nadie sabe de las heridas íntimas, de las mordazas diarias, de los lazos no elegidos.

El principio está lejos y derribar el muro ladrillo a ladrillo lleva su tiempo. Pero hay momentos en la vida en que el único alivio posible procede de la redención que acompaña a la aceptación de la derrota completa, de la rendición sin condiciones.

Parecía que hacía siglos que no escuchaba a oscuras una canción varias veces seguidas. Al fin se levantó y fue al baño. Ante el espejo se quitó la corbata y tomó una decisión largamente pospuesta y que nadie entendería, quizá ni él mismo. Después marchó a Sol a buscar a su hija, a recuperar a su padre.