Mostrando entradas con la etiqueta Sociedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sociedad. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de septiembre de 2015

El extranjero


"La historia contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en campos de internamiento por sus amigos" (Hannah Arendt)


sábado, 26 de septiembre de 2015

La desconexión de Boada


Hace unos días compartí un artículo en facebook sobre la presentación del libro de poesía de Alfredo Pérez Alencart "Los éxodos, los exilios. (1994-2014)". Supongo que, por tamaño y extensión, no lo leería nadie. Rescato de allí un documento de 1905 que me parece curiosísimo, la solicitud de un pueblo entero, Boada, al presidente de Argentina, para que los reciba e iniciar una nueva vida al otro lado del Atlántico. 

Soltar mentiras o medias verdades va en el cargo de la mayoría de políticos, pero en estos últimos días he escuchado tantos disparates y aberraciones jurídicas, sobre todo para conducir a masas emocionadas tras la bandera de  la Arcadia feliz, que rescato este nuevo concepto jurídico tan neutro, tan pretendidamente pacífico, tan falso histórica y culturalmente: la desconexión. 

Supongo que he leído demasiado para que me conmuevan las banderas. Por otra parte, los conceptos de identidad colectiva o unidad de destino simpre me han parecido sospechosos en sus construcción. Sin embargo, entiendo que hay millones de personas que tienen esos sentimientos. Es algo que hay que gestionar, lo que ya no entiendo es cómo. Sí tengo claro que el rumbo no puede ser el marcado por  dirigentes irresponsables que se comportan con el rigor de hooligans en barra de bar, que como representantes de comunidades con intereses y sensibilidades muy distintos, se les supone vacunados contra motivos tan peregrinos como la emoción tras cada decisión en una gobernanza seria.

 
“Boada, Salamanca, 13 de Octubre de 1905.

Sr. Presidente de la República Argentina. 

Excelentísimo y Honorable Sr.: Sabiendo que a ese su gobierno le conviene el aumento de población con el objeto de colonizar el mucho territorio virgen que posee, y cultivar y hacer producir sus llanos y extensas pampas, conociendo el grande interés que tiene de favorecer la inmigración en su hermoso y productivo país, los que suscriben, Médico y Secretarios del Ayuntamiento y Juzgado Municipal de este pueblo del Reino de España, madre común de los habitantes de ambas naciones, tienen el atrevimiento y la honra de dirigirse a V.E. rogándole indique a ese gobierno si puede admitir un pueblo entero o la mayor parte de él con todas sus clases sociales, como son labradores, carpinteros, herreros, albañiles, médico, boticario, zapatero, etc... y en caso afirmativo, nos conteste con las condiciones y ventajas que pueda proporcionarnos. 

 Quedan de V.E. con la mayor consideración y respeto, affmos. s. s., Emilio Regidor, Secretario del Ayuntamiento, Carlos de Sena, Médico, J. Sanz Rodríguez, Secretario del Juzgado. 

Este asunto pasa al Ministerio de Agricultura de la Nación”. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

De repente Abril (VI): aprender a mirar, aprender a morir




En la tibia oscuridad de la habitación, sobre la cuna, se adivina su pequeño cuerpo dormido boca abajo; los brazos pegados al cuerpo, las manos con las palmas hacia arriba en una posición incómoda, poco natural, como tantas otras veces. Cuando me siente moverme en la habitación, Abril se revuelve tímidamente.


Es hora de despertar. A finales de su segundo agosto entre nosotros,  ya veterana, repite en nuestra feria de teatro. Pagar una entrada y colocarse al borde de un escenario, para una niña de poco más de un año, podría considerarse, en cierto modo, algo absurdo, ya que, al fin y al cabo, para ella la vida cada día es sentarse en una platea y esperar a que comience la función, porque todo ocurre casi por primera vez, todo viene a ser un gran teatro, vehículo de emociones. 


Mientras Abril busca que el mundo suceda, yo pago mi entrada buscando una representación del mundo ya vivido, soñado o temido; que a través del humor o la tragedia, de la música de Juan del Enzina o Bach, de nuevas palabras o  de esas antiguas  que nunca envejecen,  las de Lázaro, Santa Teresa o Edipo, me entretengan, me hagan reflexionar o admirar la insólita belleza que es capaz de crear el hombre a través del arte, facultad no solo reservada a la naturaleza. Porque, al fin,  los temas son los mismos de siempre. Entre ellos, pertinaz, la ambición de poder y sus consecuencias. 


Entre ellas, lejana pero segura, otro niño acostado en la misma postura que Abril, algo mayor que ella, que  también parece dormir. Sin embargo, a pesar de acercarte, a pesar de cogerlo suavemente entre tus brazos, no se despereza ni se mueve, acunado para siempre por una eterna nana marina.  La muerte no amaga, está o no está. Observando su cuerpo hace tan poco despierto, casi vivo, nace en tu interior una primera pulsión irracional fermentada entre la rabia y la pena. Estéril rebelión la de tratar de volver atrás, la de evitar lo inevitable. Vuelves a la realidad y te niegas a ir más allá, a pensar en la agonía de un niño muriendo ahogado sin comprender qué ocurre, sin siquiera adivinar que existía un doloroso final para todo lo que le rodeaba. La inocencia no valora ni decisiones del pasado ni expectativas de futuro.


Hace tiempo que llegué a la conclusión de que saber vivir es aprender a mirar, es aprender a morir.  Aprender a mirar, denodado esfuerzo, tarea fútil la de tratar de recuperar la fascinación de los ojos de Abril filtrando como extraordinario lo que sucede de ordinario, la sorpresa ante cada maravilla, todo lo bueno que hay alrededor. Como seguro fue para Aylan conocer el mar que, sin él saberlo, encarnaba el heraldo de su muerte prematura. Aprender a morir, transitar las fugaces o espesas etapas vitales para acercarse serenamente al fin, a esa despedida en que la naturaleza sabia te priva de la vida cuando ya no se quiere vivir. 


Aylan no tuvo la oportunidad de recorrer su propio camino y demostrar su temple después de  toda una vida.  Supo qué era vivir compulsivamente, pero no tuvo tiempo para la calma, para  intentar comprender qué es ser un hombre.


Y no puedo evitar cierto sentimiento de culpa:


-         Por haber escrito un artículo como “Imagina”, sobre la odisea de los refugiados, en apariencia, duro;  en realidad, de tramposo final feliz.

-          Porque cuando vi tu foto por primera vez, las lágrimas difuminaron mi mirada, pero ya no ocurre, me acostumbré a tu cuerpo frío y empapado sobre la arena.

-          Por verme reflejado en los enormes ojos de Abril mientras me sonríe.

-          Por evitar pensar en todos los niños que no llegan a la playa cada día y que no son fotografiados.

-          Por poder abrazarte fuerte, Abril, mientras pienso qué será ese último instante en que se escapa un hijo de tus brazos arrastrado por el mar. Si es posible vivir y seguir adelante con el veneno de ese recuerdo.

Prisioneros del tiempo, de un destino maldito que se repite día tras día, donde la noche apenas es una tregua y ya se hace la luz sobre Tebas. La cotidiana tragedia se ha de volver a representar.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Fútbol y sol, esas modas pasajeras


Visionario de la construcción europea o del poder iletrado de la masa, en otros temas estuvo acertado más en el diagnóstico que en sus previsiones. 

"Yo creo que esta reivindicación del cuerpo es una de las normas mejores de "nuestro tiempo". De ella han venido los llamados deportes y no tengo nada que decir contra éstos. Pero tras los deportes ha venido la exageración de los deportes, y contra ésta sí hay mucho que decir. Es uno de los vicios, de las enormidades contra la norma de "nuestro tiempo", es una de sus falsificaciones./Está bien alguna dosis de fútbol. Pero ya tanto es intolerable"

"Todo eso va a irse con mayor celeridad que vino. Todo, desde la manía del deporte físico (la manía, no el deporte mismo) hasta la violencia en política; desde el "arte nuevo" hasta los baños de sol en las ridículas playas a la moda".

(Ortega y Gasset, años treinta del siglo XX)

martes, 18 de agosto de 2015

Imagina




Imagina el rumor de la artillería; lo imaginas porque lo has escuchado en las películas pero ése no cuenta. Imagina que sabes cómo suena una bomba cuando estalla, que  la última no fue la última, que volverá a suceder.Vuelve a intentar imaginarlo cada noche desde la cama de tu habitación. Imagina el ruido de botas apresuradas en el pasillo, imagina temer el golpe en la puerta.

Imagina salir cada mañana a la calle, a la calle de tu barrio desde niño, y sólo hablar y escuchar sobre la última tragedia de un conocido, sólo escuchar llantos, sólo sentir duelos; oír sobre barbaries que al comienzo fueron lejanas, más por lo increíble. Imagina tu sangre, la misma de los animales muertos que antes tenías para alimentar a tu familia, imagina la carne muerta sobre el pavimento, el dolor del agonizante, el rictus contraído que provoca la sorpresa del señalado por la caprichosa mala suerte.

Imagina comprimir el futuro, todo tu futuro, en sólo el día siguiente.  Imagina conformarte con sobrevivir. Imagina una salida lejana, una pequeña esperanza, imagina una vida. El precio: todo lo que tienes, tu vida en un sobre oculto, apretado fuerte contra tu cuerpo.

Imagina un desierto, imagina seis días de carretera en un desvencijado camión atestado para cruzarlo. Imagina dejar tirados en las cunetas a enfermos aún aferrándose a la vida, imagina niños junto a padres languidecientes, imagina niños ya completamente solos.

Imagina caminar sintiéndote vigilado por las calles de una ciudad extraña porque todos saben que llevas encima lo poco que tienes, imagina la violencia de cada robo, imagina a la víctima despojada convertida ella misma en simple despojo sin hora siguiente.

Imagina algo a lo que se llama centros de detención sin apenas comida, con un servicio para quinientas personas, durmiendo en el suelo de pequeños almacenes asfixiantes. Imagina la noche antes del viaje, el no dormir, el sólo rezar para no ser uno de los que no lo logran, de los arrastrados al fondo del mar sin siquiera plantear la triste y quimérica lucha final del que  sabe nadar.

Imagina llegar a la playa y ser uno más de los cientos que se aprietan para poder entrar en algo que llaman barco pero que más parece un pequeño cascarón viejo y descolorido a punto de desintegrarse, ajustada metáfora de tu destino.

Imagina cómo los que se niegan a embarcar alegando que ése no es el transporte que les vendieron, son subidos a punta de pistola y arrojados en el fondo de una bodega maloliente sin comida ni agua, que en mucho recuerda a lo terriblemente incierto de aquellas vidas en galeras de hace siglos, la delgada la línea entre vivir y morir.

Imagina la avería del motor, el abandono de la tripulación y el vagar sin rumbo al despiadado sol de agosto del Mediterráneo.

Imagina un tumulto creciente, el después contarte cómo arrojaron una familia cristiana por la borda. Imagina la sed, imagina hombres de corazón negro, bebiendo la blanca leche de los pechos de una madre.

Imagina los primeros muertos a tu lado, preguntándote si tú serás el próximo, si todo ha terminado. 

Detente un instante, no sigas leyendo. Regresa al principio e imagina al mismo personaje en la bendita forma de una mujer preñada. 

Ahora que has vuelto, ella sigue ahí, en el fondo de la bodega, casi sin poder respirar. Mientras piensa en la muerte con los ojos cerrados, acaricia protectora la vida en sus entrañas, ya pugnando por salir.

Horas después, en la camilla sobre la cubierta de la patrullera italiana, sonríe a la luz que sólo ilumina a las mujeres recién paridas con su niño en brazos. Esa luz es aún más intensa porque ya no le importa qué le ocurra. Ella decidió emprender un camino en solitario por su hijo, y ese niño no será un apátrida, ese niño tiene una oportunidad en la insólita forma de expediente administrativo, el de  nacionalidad. La madre  dio todo y recibió lo que merecía: todo.

domingo, 14 de junio de 2015

De Calvino a Isis


No hay mal que por bien no venga. Mi lesión de rodilla en Batuecas, me obligó a reconsiderar decisiones: la de encarar un apresurado mes de entrenamiento en bici para poder a volver a completar el ironman Northwest Triman con ciertas garantías y otra menos obvia:  la de descartar exámenes hasta septiembre, asumido desde marzo que es ciertamente muy complicado centrarse en este tipo de tareas con una pequeño terremoto en casa. El hecho de no poder hacer deporte, consiguió que, en varios fines de semana, rematara mi próximo libro sobre mi relación con el deporte y que, en una súbita e inesperada decisión, decidiera lanzarme a por una asignatura en junio. Bien, transcurridos esta exigentes semanas, volvemos a darle marcha al blog. 

Vuelvo con un fragmento de "Castellio contra Calvino", magnífico libro de Stefan Zweig, un alegato a favor de la libertad de pensamiento, en el que el autor reivindica la figura del humanista Castellio en su enfrentamiento contra Calvino tras la ejecución de Servet. Volveré a él en unos días. Hoy, una referencia de tipo anecdótico, cogida al vuelo tras leer recientemente varios artículos sobre el horror cotididano que impera en el Califato propuesto por ISIS. Un hilo que recorre la historia de la humanidad, que en mucho recuerda la Ginebra del Siglo XVI, cuyo retrato, no conocía con detalle hasta leer este libro.

"A primera vista, tal vez parezca ridículo en qué futilidades se inmiscuye la discipline de Calvino, pero no menospreciemos el refinamiento de este método. Con intención, Calvino teje una red de prohibiciones tan densa, tan tupida que resulta imposible escapar a ella o permanecer libre. Intencionadamente, amontona las prohibiciones precisamente en lo que se refiere a menudencias y mezquindades, con lo que cualquier inidividuo se siente en todo momento culpable y se produce un estado de miedo permanente frente a la autoridad ominipontente y omnisciente, pues cuantos más cepos se pongan a un lado y a otro en el camino diairo de una persona, más didficultades encontrará para caminar erguida y libremente. Pronto, sentirse seguro en Ginebra resulta imposible, pues el Consitorio declara que es pecado hasta el más despreocupado aliento. Basta hojear las actas del Consejo para apreciar lo refinado del método de intimidación. A un ciudadano que se ha reído durante un bautizo: tres días de cárcel. Otro que, agotado por el sopor veraniego, se ha dormido durante el sermón: a la cárcel. Unos trabajadores han tomado empanada en el desayuno: tres días a pan y agua. Dos ciudadanos han jugado a los bolos: a la cárcel. Otros dos, a los dados, tomando un cuarto de vino: a la cárcel. Un hombre se ha negado a bautizar a su hijo con el nombre de Abraham: a la cárcel. Un violinista ciego ha bailado mientra tocaba: es expulsado de la ciudad. Otro ha alabado la traducción de la Biblia hecha por Castellio: también es expulsado. A un muchacha la pillan patinando; una mujer se ha arrojado sobre la tumba de su marido; durante el servicio de Dios, un ciudadano ha ofrecido a un vecino una pizca de tabaco. A todos ellos: citación ante el Consistorio, exhortación y multa. Y así sucesivamente, sin pausa. El día de Reyes, unos bromistas han metido una habichuela en el roscón: veinticuatro horas a pan y agua. Un ciudadano ha dicho "señor" Calvino en lugar de "maestro" Calvino; un par de labradores, al salir de la iglesia y siguiendo una antigua costumbre, han hablado de negocios. ¡A la cárcel con ellos! Un hombre ha jugado a las cartas: es expuesto en la picota, con las cartas en torno al cuello. Otro, insolente, ha cantado en la calle: es obligado " a cantar fuera", es decir, es expulsado de la ciudad. Dos galeotes se han peleado, sin matar a nadie: son ejecutados. Tres chicos menores de edad, que han hecho indecencias entre ellos, son condenados primero a morir en la hoguera, pero después se les concede la gracia de permanecer públicamente ante la hoguera encendida. Y naturalmente, lo que se castiga del modo más atroz es cualquier movimiento de agitación contra la infalibilidad estatal y espiritual de Calvino. Un hombre que se expresa públicamente en contra de la doctrina de la predestinación de Calvino, es azotado hasta hacerle sangrar en cada cruce de camino de la ciudad y, después, desterrado. A un impresor que, borracho, ha insultado a Calvino, antes de expulsarle de la ciudad, le atraviesan la lengua con un hierro al rojo. Jacques Gruet, solo por haber llamado hipócrita a Calvino en persona, es torturado y ejecutado. Cada falta, hasta la más nimia, consta en las actas del Consistorio, de modo que la vida privada de cualquier ciudadano está constantemente en evidencia. La policia dirigida por Calvino encargada de vigilar las costumbres no conoce, como él mismo, un solo olvido o despiste."

miércoles, 14 de enero de 2015

Cualquier sábado de rebajas


Es un mundo raro. Un mundo en el que compramos sin parar cosas que no necesitamos, cosas de una calidad ínfima por un precio de risa, cosas que no duran apenas. Nuestro dinero contribuye a que unos trabajadores del otro lado del mundo consigan unos sueldos de mierda soportando condiciones miserables.

A este lado, cada día a un trabajador, a un dueño de una tienda, se le van acabando las salidas y oportunidades. Es lo que hay, el tinglado que sostenemos entre todos y del que ¿es imposible salir?

Pagar algo más por un producto mejor, vendido por un vecino, cultivado en una tierra a nuestro alcance, realizado por un profesional al que pueda llamar por su nombre, incluso invitar en una barra; hombres que consiguieran un medio de vida, un sueldo digno para construir su propia vida y encadenado, todo un mundo más razonable y justo alrededor.

Si es fuerza mayor, si no me siento culpable, por qué un día me costará explicártelo, si yo mismo no acabo de entenderlo.

(Conversación imaginada con una niña de nueve meses mientras esperamos a su madre recorriendo los pasillos del Centro Comercial "El Tormes", un sábado de rebajas a mediodía)

viernes, 28 de noviembre de 2014

Primera persona del plural


 
El hombre no solo necesita al otro, necesita al grupo, necesita sentirse parte de algo, quiere se le acoja bajo el manto de una bandera, un nombre, unas siglas cuyas señas de identidad  han de ser inmaculadas, testimonio de su fortaleza, la de él,  la del grupo, sea un equipo, un partido,  un país, un credo, al fin. 

Solo el individuo tiene capacidad para ser responsable; la organización, como tal, no dispone de esa facultad ya que en los mecanismos de formación de su voz y voluntad, siempre se encuentra el hombre. Sin embargo, asumiendo la ficción de la personalidad del grupo, cuando este exonera de responsabilidad al culpable u oculta conductas punibles buscando un fin que es reconocido, tácita o expresamente, como superior, sea el del grupo o el de la sociedad entera, o la simple perpetuación de su poder, no solamente se convierte en una conducta siempre reprobable éticamente, a veces penalmente, sino que todo ese proceso implica  un error de comprensión, una interpretación equivocada del instinto de supervivencia aplicado al colectivo.

El error de base es el de creer que la fuerza del grupo, de la asociación, de la institución u organización descansa en la imagen que se proyecta, no en la realidad, pero los hechos son tozudos y se engañe o no al otro, la falla sigue estando ahí. Dada la sobreexposición actual, el ruido de fondo que no cesa, quizá solo se busque la artera confusión de voces, casi todas militantes, casi todas interesadas. Nos basta con defender  nuestra verdad, no la verdad. Pero la realidad siempre llegará para cobrar deudas, y siempre con intereses.

Es entonces cuando a veces se rompen las costuras y se pretende cumplir con el deber, con nuestra responsabilidad, siempre gritando muy alto, claro. Es ahí cuando nos toca asistir al espectáculo de lo grotesco, como el de un arzobispo sustituyendo su deber  con las víctimas de lo aberrante, contraviniendo sus normas y mensaje, por un gesto que ahora solo puede sonar vacío, el de humillarse antes el altar. O al espectáculo de lo descacharrante como la comparecencia de toda  una abogada del Estado disertando sobre contratos en diferido, para siempre en la antología del disparate.  Al espectáculo de lo  esperpéntico, tal que la dimisión menos dimisionaria que se haya presenciado, con en el mamarracho de show de Magdalena Álvarez atizando rabiosa, esquivando razones y al mismo sentido común. Al espectáculo de lo triste en esas defensas por encima del bien y el mal a algún deportista español tramposo porque sí, porque es español y nosotros lo valemos, en lugar tratar de castigar y evitar comportamientos que ningún triunfo puede justificar. 

En Alemania han dimitido ministros y hasta un Jefe de Estado por motivos que, dado nuestro creciente umbral de lo tolerable, aquí apenas serían noticia. Aquí una ministra ha estado a punto de aguantar una legislatura entera sabiéndose sin lugar a dudas que se había beneficiado de una red corrupta; el hecho de que lo supiera o no debería ser irrelevante si hablamos de su idoneidad para ocupar un ministerio.

El vendaval que ya sopla, que retumba a lo lejos y  amenaza con hacer saltar todo por los aires en noviembre debiera tomar nota y no actuar tirando del manual de siempre, como se ha hecho en el tema Errejón porque al final, la verdad es que yo, dado lo intercambiable de actitudes y argumentos, no sabía si estábamos hablando de los viajes de Monago o de un beca, y me quedo sin saber a qué coño iba Monago a Canarias –nunca mejor dicho-, o si Errejón hacía algo más en la universidad aparte de trincar pasta.

Todos sabemos que dentro de las organizaciones siempre hay miembros “díscolos” que reniegan de este proceder, que protestan, pero  no nos engañemos, se ve mal al que disiente de la respuesta oficial. Al final creo que todo viene de esa tara atávica de nuestra democracia: la de mal tolerar al que opina distinto, al ajeno por obtuso, al propio por traidor; siempre tan prestos a tirar de drama y por la tremenda, cuando la exposición de ideas distintas sobre asuntos públicos entre ciudadanos, debiera ser el humus normal en el que se desarrollase una democracia seria, civilizada, fuerte.   

Si partimos de corromper en su acepción de pudrir, en un organismo vivo, el  miembro que es –la mancha- o pudiera ser  -la sombra- huero, ha de ser extirpado para adaptarse y seguir adelante más fuerte y capaz. Y ese proceso se ha de hacer sin alboroto y en silencio porque no cabe otra, porque ser voz y mando de la ciudadanía requiere integridad absoluta para ser legítima.

Sé que no es fácil, más partiendo de donde partimos. Se ha de ser valiente para renunciar al compañero, para criticarlo, para apartarlo. Puede que de ahí mi falta de fe, mi cobardía, mi incapacidad para formar parte de organización alguna salvo un pintoresco club deportivo sin actas, registros o cuotas.

Vale.