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viernes, 27 de octubre de 2017

Nino Rota vs. Craig Armstrong


Se me ocurrió comparar los dos temas de amor de dos versiones de "Romeo y Julieta", la de Zefirelli a cargo de Nino Rota y la de Baz Luhrmann de Craig Armstrong, que ya ha pasado varias veces por aquí.
 
 

martes, 31 de agosto de 2010

Tras caer el telón


El hombre es animal racional. Nos distingue del resto de animales la capacidad para elaborar complicados razonamientos. Sin embargo, hay otra diferencia que me atrae más y es la que quizá le otorga una cualidad más “humana” en el sentido más valioso del término en cuanto a su capacidad de empatía, de ponerse en lugar del otro: es la peculiar facultad para elaborar historias, para fabular, que nos acompaña desde los albores de nuestra especie, que está con nosotros igualmente como individuos desde edades tempranas. Nos gusta contar e igualmente nos gusta escuchar a nuestros congéneres relatar esos cuentos, con más o menos base real, portadoras de nuestros sueños o miedos.

Apenas hace un día que terminó la Feria de Teatro. Tras dos años de ausencia, he disfrutado con fruición de muchas representaciones. Después de alguna obra, me he preguntado dónde reside el secreto del éxito de un arte tan simple y complicado a la vez, en los tiempos de la pantallas de evasión continua, de la diversión fugaz y superficial.

El verdadero prodigio ocurre cuando eres testigo, pleno de mudo asombro, del milagroso e instantáneo proceso en el que dos, tres personas, valiéndose de las luces, de cuatro trapos o de algún trasto, que hasta hace apenas un instante era objeto sin vida, son capaces de transportarte a otro mundo o a otra época. No necesitas más. Caes fácilmente en el engaño, lo estás deseando, te prestas a ello. Grupo de actores aupado a la “orchestra”, lugar mágico por naturaleza, con licencia para engañar. Supongo que al igual que gusto de los clásicos del cine, a veces de imperfecta realidad, facturada con empeño pero sin medios, lo que no es óbice para comulgar con placer del mensaje que portan los diálogos de unas estrellas inmortales teñidas de gris, igualmente me bastan un par de versos de Shakespeare para dejar este mundo atrás.

Somos hijos de dos padres, por una parte de la civilización clásica, de esa asombrosa cultura griega y latina, por otra parte, de la tradicion cristiana. El teatro, básicamente como lo conocemos ahora, lo arrastramos de los griegos, de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Ya no existe el coro pero en esencia, los temas siguen siendo los mismos; en realidad, las tramas de las historias siempre han sido y serán las mismos, las escuches dentro de una fría y humeda cueva, la escuches en un teatro de Nueva York.

Sobre todo los clásicos son intemporales. No pierden vigencia. Como decía Italo Calvino,” un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tienen que decir”. Con más o menos fortuna, estos días he escuchado declamar a muchos actores sobre los mismos temas que han preocupado al hombre desde que es hombre, los que son inherentes a su condición humana: la ambición, el amor, los celos, la muerte, la tortura, la belleza, el miedo.

Parece que el teatro siempre estará vivo pero me vuelvo a preguntar cómo un arte tan simple, tan puro, que a menudo requiere del esfuerzo del espectador para una adecuada comprensión, puede sobrevivir en los tiempos del ocio absoluto y del placer inmediato; cómo una forma de expresión anacrónica, milenaria, tan fuera de lugar en muchos aspectos y para muchas personas, en la época de “facebook”, del opio de las retransmisiones deportivas en masa, de complicados juegos en red capaces de estimular los cada vez más adocenados y exigentes a la vez, gustos de las nuevas generaciones, se mantiene en pie. Bendita extrañeza.

Por otra parte, no puede existir mejor marco para el milagro anual que Ciudad Rodrigo, pétrea ciudad congelada en el pasado, que por principio debe gustar de arte antiguo. Dotándolas de vida, contaba Ortega que la piedras de Salamanca enrojecían al atardecer, escandalizadas por los pensamientos del ilustre paseante Unamuno. Cuento yo que sólo una ciudad con verdadera personalidad, con ancianos oídos aún atentos, con alma, puede ser el marco para versos, saltos, risas o lamentos de tantos titiriteros, así como para las emociones, reflexiones o aplausos del hambriento público asistente.

Lamentablemente sabemos que al igual que Salamanca, divisa de la cultura más por herencia que por inquietudes de la actual ciudadanía, Ciudad Rodrigo puede ser impermeable a muchas expresiones artísticas. Sin embargo, creo que la labor de la feria en estas trece ediciones, es lenta pero persistente, cala poco a poco en numerosos espíritus. Por no hablar del vivero de niños mañanero, uno de las partes esenciales de todo este tremendo disparate que algún maravilloso día a alguien se le ocurrió montar en nuestra ciudad.

Que sea por muchos años.

Para despedirme, unos versos de uno de mis autores favoritos y de una de mis obras predilectas, “Macbeth”. Es difícil ser capaz de decir tanto, que nos atañe a tantos, que nos atañe a todos, con tan poco: “Esa engañosa palabra, mañana, mañana, mañana, nos va llevando por días al sepulcro y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa”.

De música dudaba si poner el “Shakespeare´s Sister” de The Smiths; al final me decido por una hermosa pieza que ya utilicé en su día, cuando le dediqué un post llamado
"Nervios y sangre, cuerda y beats", a Craig Armstrong, el compositor de la música de “Romeo y Julieta”, la película de Baz Luhrmann.



miércoles, 15 de abril de 2009

Nervios y sangre, cuerda y "beats"


Craig Armstrong es un compositor escocés de formación académica, un músico clásico. Aparte de componer para cineastas como el director Baz Luhrmann, concretamente para “Romeo y Julieta” y “Molin Rouge”, le gusta colaborar con grupos de pop ó rock como Massive Attack, Suede o U2.

Aquí os dejo una canción, “Wake up in New York” de su disco “As If to Nothing”. Es tremendamente sencilla y bonita. La verdad es que me sorprendió que en su día no se convirtiera en un éxito. Canta Evan Dando, recuperado tras caerse de la cresta de la ola en la explosión indie de los noventa con los Lemonheads. Una sencilla escala de guitarra arropada por cuerdas. Esos “crescendos” de cuerda siempre son hermosos, emocionan, aunque en ocasiones me parecen un poco tramposos, a veces abrigarnos con esos mantos orquestales se me antoja un recurso fácil para tocarnos la fibra, para penetrar sin cautela en el terreno de lo “sentimental” con todas las connotaciones negativas que ello puede implicar.






Wake up in New York
Put a comb through your hair
Don´t you ever want to lie down
When there´s no one else around
I want to say this to you

I know I hurt you
You know you hurt me too
Don´t you ever want to lie down
Close your eyes and leave the ground ?
I want to get hold of you

I´ll meet you in New York
By the drugstore on First Avenue
An then we will lie down
With the buildings all around
I want to say this to you

Esta idea fue la que me hizo recordar unas palabras de Bjork en la que exponía un extraña y poética teoría, siempre tan rarita la dagala.
“¿Por qué entre todos los instrumentos del mundo nada es capaz de conmovernos tanto como una sección de cuerdas? Suena a broma, pero en las películas, cuando entran los violines, te entran ganas de llorar. Yo tengo una teoría, que no es necesariamente verdadera, pero que, cierta o no, a mí me sirve como una fantasía con la que juego: conectamos tan rápidamente con los violines porque nuestro sistema nervioso los reconoce como algo familiar. Cuando una cuerda vibra se parece mucho a un nervio en tensión; representa los sentimientos, las emociones. Luego están los beats, que representan el pulso del corazón: el ritmo. Las canciones felices bombean a unos 120 beats por minuto. Las canciones más agresivas, como en el drum ´n´ buss a 160. La música de un chill out no pasa de 60. Una canción más o menos normal anda por los 80. Mi conclusión: tenemos dos sistemas en nuestro cuerpo: nervios y sangre; cuerdas y beats.”

Ahí queda eso.

Aquí os dejo la una hermosa y agradable pieza instrumental de Craig Armstrong, la de la escena del balcón en “Romeo y Julieta”. Los que tengan ganas que la escuchen un par de veces mientras hacen otra cosa. Ya verán como acaba calando.





Aquí una nueva visión del famoso “Stay” de U2, para mí mejorada. No se trata de una versión. Si no me equivoco, Bono canta de nuevo y su voz es rodeada casi exclusivamente por cuerdas y coros. Las imágenes del vídeo están inspiradas en una famosa película de culto “El Cielo sobre Berlín”, de Wim Wenders, donde se retrata un mundo en el que todos estamos rodeados de ángeles invisibles que viven a nuestro alrededor. Como tantas otras veces, de esta película se realizó hace unos años una insulsa versión americana, “City of Angels”, creo que se llamaba, con Meg Ryan y Nicolas Cage. También Wim Wenders hizo una segunda parte que no he visto, “Tan lejos, tan cerca”. Los ángeles se sentaban en el "Ángel de la Victoria” de Berlín como aquí Bono, logrando unas imagenes realmente fascinantes de la ciudad alemana.

Y ya que hablaba de latidos y nervios, de “beats” y cuerdas, aquí os dejo uná última pieza donde precisamente se simula el pulso vital desde el principio y donde se fusiona música "orgánica" y electrónica con maestría.

Ale, a ver si por lo menos a alguno le gusta. Saludetes.