
Me apunté al MAM porque quería correrlo de verdad y ésa para mí es siempre una buena razón. No es algo muy objetivo pero sé que la ilusión, cuando ya no tenga más, me llevará unos cuantos kilómetros más allá. Toda la decisión o iniciativa que me falta en otros ámbitos, me sobra para plantarme en una línea de salida. Me conozco, tiraré de experiencia, de saber moverme y, salvo lesión o accidente, acabaré, eso seguro. Esa mañana de domingo, cuando sufría subiendo, cuando volaba cresteando entre montañas, recordé por qué me gusta hacer deporte, por qué me gustan las montañas. Esa sensación no me la da nada más.

La noche anterior no dormí en Cercedilla, me quedé en Guadarrama porque me apetecía darme un paseo por las calles de mi primer pueblo. Esas fotos son de Guadarrama con mi tía Petri, la que aún sigue siendo la más "yeyé" de la familia. Nunca me preocupó demasiado quedarme calvo pero coño, cuando ves esas fotos con, unos dirán un pelo a lo Brian Jones, otros con pelo de niña, hay que reconocer que jode.
Las previsiones meteorológicas eran malas. Parecía que nos íbamos a mojar seguro y lo teníamos asumido. Hacer cuarenta y dos kilómetros de montaña lloviendo puede ser muy complicado. Hablo por experiencia. Efectivamente, cuando salgo a la calle a las 6:30, está lloviendo. Sin embargo, a medida que avanza la mañana, todo se queda en un nublado no muy amenazante. Finalmente tuvimos muy buena suerte. En carrera no llovió y las zonas susceptibles de embarrarse tampoco son muchas con lo que corrimos rápido y seguro. Imagino que en alguna de las ediciones pasadas, el recorrido debía ser una verdadera sartén. En meta me encuentro con Eduardo, uno de mis compañeros afrancesados y con David-Botón, colega en UTMB. En tres semanas nos volveremos a ver en el Gran Trail de Peñalara. Ésa será otra historia.
Sobre la carrera en sí, unas notas. Saliendo de Cercedilla afrontamos diez kilómetros de ascensión continua hasta Navacerrada y la Bola del Mundo. Al principio, senderos sin mucho desnivel con muchos tramos "corribles". Digno de mención es que a unos dos kilómetros de la salida, cuando todavía somos una caravana compacta, a unos veinte metros de distancia, un joven macho de corzo alocado, asustadísimo, pasó a toda velocidad. Eso sí que nunca lo había visto en carrera. LLegamos a Navacerrada sin problemas. El tramo de ascensión a la Bola es duro pero estamos frescos. Arriba hace frío: cortavientos, buff, guantes y corriendo para abajo.
Afrontamos la subida a Peñalara, es larga pero se hace bien, sin problemas. Yo voy charlando, informándome sobre las características del recorrido, contando y escuchando batallitas. Disfruto mucho más el ambiente montañero que el del triatlón, donde cada vez veo más pijo y "atontao".
Hago cumbre en Peñalara (techo de Madrid, 2400 metros), me cruzo con el Fali, uno de los ilustres del foro que baja grabando cámara en mano. No me saca ni cinco minutos así que no debo ir en mal tiempo para lo que tenía previsto. Bajando Peñalara hay una zona complicada con afloraciones cortantes donde es fácil hacerte daño en un tobillo o caerte. En todos los descensos me ha ocurrido lo mismo. Como no he entrenado nada de monte, comienzo torpe, fuera de sitio, me adelantan para después ir cogiendo confianza e ir progresivamente alargando la zancada. Es cuando vuelvo a alcanzar a los que me pasaron, cuando disfruto de mis largas piernas de modelo anoréxica. Pasamos la zona técnica y bajamos por un camino de tierra con piedras sueltas de granito, con "eses", sin gran complicación y justo aquí, cuando voy más rápido y confiado me doy un costalazo de padre y muy señor mío. Tropiezo en el vuelo y caigo de morros, todo lo largo que soy, sobre el camino. Milagrosamente no me hago daño. Puse el antebrazo antes de la cara y conseguí evitar otra cicatriz -después me dijeron que alguien sí se había partido la cara- y únicamente me hice un corte en una mano, molesto porque no dejaba de sangrar. Me levanto cabreado por haberme relajado y en menos de un minuto estoy otra vez bajando más rápido que antes, más alerta.
Cuando comenzamos unas pendientes ligeras que nos acercarán al temido Tubo, la parte más difícil de la carrera, veo bajar a un tipo corriendo cuya estampa me es familiar. Flaco y fuerte, barba de montañero, uniformado con "Buff". Lo paro: "¡Sergio... Atalanta!". Ha venido a acompañar a un amigo y ya se vuelve. Se anima a subir conmigo un par de kilómetros y charlamos un rato. Esto de los encuentros entre blogueros en una cosa curiosa, nunca los has visto en persona pero llevas tiempo leyéndolos y sabes mucho de ellos. Antes del Tubo, se da la vuelta. A ver si otro día, ya mas tranquilamente, hablamos más reposadamente. Tal vez en alguna "jaramugada".
El Tubo es una zona de roca de fuerte pendiente donde la gente va tirando de gemelos y riñones. Voy adelantando atletas pero sin tirar cohetes. Cuando llego arriba, noto que la subida me ha dejado tocado. Tengo hambre, me suenan las tripas. Me como un par de barritas y corremos por la cresta aunque a mí me falta "alegría". En la subida a Cabezas vuelvo a comer. Me recupero algo. Descenso. Subida de nuevo a la Bola. Esto está hecho. Diez kilómetros de descenso. Me atizo un gel y volando para abajo. Como algo más en Navacerrada. LLegamos al camino menos técnico. Bien, voy fuerte, me siento bien. Sin embargo, llegando a cuatro, cinco kilómetros de meta, la siento llegar. Como muchos de los que pasan por aquí, me conozco muy bien. La pájara, el desfallecimiento está llamando a la puerta. Bueno, me digo, para lo que queda y cuesta abajo, no merece la pena tomar nada. A cuatro kilómetros hay un avituallamiento. Sólo agua. Ya sólo troto. Saltan las alarmas. El más mínimo repecho -estoy hablando de diez metros- lo hago andando. Voy fatal. Ya no me lo esperaba. Creía que podía llegar en poco más de 6:30. El tiempo se desangra. Ya sé que siempre parece peor de lo que es, pero me siento el hombre más débil del planeta. Paso por el prado por donde vimos el corzo -joder, pienso, si lo viera ahora creería que era una alucinación-. Pienso que no merece la pena comer nada, faltan dos kilómetros y ni siquiera me va a dar tiempo a que me haga efecto. Me adelantan siete u ocho atletas pero a mí me parece que me estoy quedando el último. Me dan ganas de tirarme en la hierba al sol. Al final cuadro la figura, adelanto a una familia senderista de manual que va algo más lenta que yo y que me animan aunque sus ojos me dicen: "Anda, que vas bueno, hijo". Yo sólo pienso en un bocadillo de jamón o en una tortilla de patatas de mi madre. Para entrar en el pueblo hay que subir una cuesta de doscientos metros, paro, me pongo la camiseta jaramuga para la entrada en meta porque llevaba manga larga. Entro en meta, nadie me hace ni puto caso porque justo en ese momento están entregando el trofeo al vencedor. Voy directo al pabellón a comer. Hago acopio de sandía, un par de fantas de naranja y me tiro contra una pared mientras siento que poco a poco me voy recuperando.
Y me pregunto yo cómo coño se puede hacer esta carrera en ¡cuatro horas! (nuevo record). Tiempo final: 6:45, en la mitad de la clasificación. Genial. Ya lo había firmado yo antes de salir. Lástima esos últimos cuatro kilómetros pero hay que aceptar que es lo que me merezco.
Carrera repetible al cien por cien. Cada vez me gusta más la montaña, se me da bien y los parajes de esta sierra merecen mucho la pena. Un diez para los voluntarios, siempre solícitos y muy simpáticos. Nos vemos en el GTP.
Esta crónica se iba a llamar "Corriendo en modo control", refiriéndose a lo importante que es la experiencia, conocerte a ti mismo y saber llevar el ritmo adecuado en función de tu entrenamiento y las condiciones de la carrera. Bien, pues dado que el "modo control" estalló por los aires la última media hora, cambié el título. De todas formas, de música os dejo "Standing in the Way of Control" de The Gossip. En 2006, las revistas de tendencias decidieron que la banda más "cool" del planeta la formaban una chica gorda, un tío feo y una batería que parece un tío -andrógino, dicho finamente-. Olvidemos todo este tema de las modas y los medios. Estos tipos grabaron un señor disco, entre cuyos temas se encuentra el mencionado, un verdadero trallazo de una especie de soul punk bailable que es di na mi ta pura. De verdad...¿por qué no suena esto en las discotecas? ¿Hay algo mejor para echar "unos bailables"?
"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"