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viernes, 16 de marzo de 2012

Diarios de Smara


Llevo unos días muy largos haciendo malabares, manejando varias mazas en el aire. Con retraso, tercer capítulo.

Todas las conversaciones de la gente a mi alrededor, mientras facturábamos en Barajas, versaban sobre años anteriores en el Sáhara. Por  momentos, parecía el único novato y me preguntaba cuál es la magia oculta en Smara para regresar cada año. Os cuento algo de lo que allí vi, parte de lo que me ayudó a encontrar su rastro y dejaros pistas que os puedan servir de guía.
Llegas a Smara a las cuatro de la madrugada completamente congelado porque al autobús que recorre en hora y media el trayecto entre Tindouf y Smara, como me cuentan que también ocurrió el año pasado, le falta un cristal, lo que ya da una idea de cómo funcionan las cosas por allí.
En Smara nos  repartimos entre las familias. Una mujer de alrededor de sesenta años te conduce a través de anárquicas callejuelas hasta su casa. En el corto trayecto a oscuras ya te das cuenta de lo que otro día os contaba, en el desierto el cielo estrellado pesa aún más que en las montañas. Te introduce en una dependencia con el suelo cubierto por alfombras, pequeñas ventanas con cortinas junto al suelo –más tarde sabremos que diseñadas para conseguir corriente cuando aprieta el calor de verdad- y con muchos cojines junto  a las paredes.  Primera lección: en casa se está descalzo y la vida se hace en el suelo.
Marian es seria. Piensas que probablemente esté deseando que pasen estos días para que esta banda de raros extranjeros vuelen de vuelta a sus casas, que están obligados a prestarnos atención a cambio de algo del dinero que nosotros pagamos. Días después, esos pensamientos te hacen sentir ridículo al descubrir que nuestra mentalidad, en modo alguno,  es exportable a la forma de vida y espíritu del pueblo saharaui. Ellos llevan soldado a su idiosincrasia la hospitalidad. Abrir su casa, abrazar al extraño.  No es que no se planteen hacerlo de otra forma, es que no se plantean sentir de otra forma. Aunque nos levantan por la mañana temprano y fijan las horas de las comidas –todo muy rico por cierto, incluido el camello-, se esfuerzan para que seas natural, para que no te sientes coartado, para que esa sea tu casa, para que no pidas perdón por algo que crees que no has hecho bien conforme a su tradición o reglas.
A Marian la cubre la pátina de la dignidad. Pronto apercibes que es la persona más importante de la casa, la que inspira más respeto y  ejerce más autoridad, al menos moral.  Hay un momento en el que se pone especialmente de manifiesto, la preparación del té, siempre a su cargo. Más tarde la descubriremos riendo con ganas mientras sus hijas bailaban o  presenciaba alguna de nuestras acaloradas “discusiones” políticas sobre la Rusia soviética (¿?). Esa nueva faceta de Marian que sólo aparecerá en contadas ocasiones, es la que la hace más humana y admirable.
El té. No se trata de tomar una infusión. Representa mucho más. Es un motivo de reunión, es una forma de invitarte a estar con ellos,  de invitar a conocerte y conocerlos. Es lento. Allí todo es más lento.  En Smara los acontecimientos  suceden al ralentí y con retraso. El tiempo se espesa. La puntualidad no existe ¿Es eso malo? Quien sabe. El té exige un ritual conforme a unas reglas marcadas e inalterables, la preparación en el hogar con brasas, el líquido escanciado de vaso en vaso conforme a unos usos que se me escapan y el ofrecimiento en varias y sucesivas bandejas al invitado. No hay prisa, hablemos. Conóceme, dime cómo eres.
Marian tiene cinco hijos, cuatro chicas, Bakilla, Esleila, Nawja, Maffuda y Mohamed. Bakilla, la mayor, está en pleno proceso de consolidación, a punto de recibir la “auctoritas” de Marian. Reciente madre, es amable, considerada, alegre, cercana y muy responsable. Un “chica diez” con todas la de la ley. Excepto Mohamed, más tranquilo, las demás son más alocadas. Por la calle caminan totalmente tapadas, incluso con botas y guantes de invierno además de gafas de sol. Apenas dejan ver sus ojos. Desde fuera, tal vez te induce a pensar que son personas tristes. Su razón es que no quieren ponerse morenas para estar más hermosas. El amor y los novios, como en cualquier lugar, están muy presentes y como en cualquier cultura, según en qué edades, invitan a la risa nerviosa. Por eso no muestran ni una pizca de piel. Nuestros prejuicios, esteorotipos, limitaciones mentales se desmoronan al descubrirlas tan bromistas y divertidas. Hay chicas preciosas, algunas de rasgos que a mi me parecen asiáticos, como de ascendencia mongol.
Los hombres suelen ser bastante altos, delgados y de buena planta. El saharaui es responsable aunque me dio la impresión de que es la mujer la que lleva el peso de la vida en los hogares de Smara. La economía es muy básica y excepto los años de reclutamiento –imagino que obligatorio- que pasan en el Frente Polisario, no sé muy bien en qué se les va la vida a gran parte de ellos.  Los numerosos soldados del cuartel no llevan armas. No hay que olvidar que nos encontramos en territorio argelino. Supongo que Argelia  les tendrá reconocida una especie de autonomía sui generis. Nos dijeron que los representantes del gobierno de los campos se eligen en elecciones entre el pueblo saharaui una vez al año en el que por supuesto votan las mujeres.
Ya lo decía en el primer post, el sonido que manda en esos espacios que no pueden llamarse calles es el de la risa, el de los niños, el de alboroto de la infancia desbocada y feliz. Y observas y te extrañan las muestras de cariño tan frecuentes entre la gente, el contacto físico, también entre hombres.
Otro sonido es el de la música, el de la noche en las jaimas. Los niños y las mujeres adultas – a los hombres no los he visto participar-, conviven con la música. Desde niños bailan y cantan. Rememoré síntomas de mi pasión adolescente, cuando en la fiestas trataba de dar con la canción ideal, la “buena de verdad”, tal y como hacían ellas cada noche. De hecho, la música está presente en muchas momentos. La suya es repetitiva y de "larga distancia". Me gusta. La importada de nuestro país ya os podéis imaginar que no es mi palo (Baute, Camela,etc.) . Les gusta la música sentimental más previsible y tonta pero es lo que hay. “Sin cesar se agita el demonio a mi lado” como escribía Baudelaire. Ni en medio del desierto me consigo librar.  Los niños ríen y bailan hasta literalmente caer rendidos. También en alguna ocasión escuchamos una forma de canción protesta. Cantautores saharauis en árabe y español, expresando su compromiso y su lucha, sus ansias por salir del callejón sin salida en el que se encuentran. No podemos olvidar que su situación política actual es la de alto el fuego en medio de una guerra.
Bowles quería ser viajero, nunca turista. Este ha sido un viaje diferente. Aunque te empeñes, ni tú ni yo jamás podremos ser viajeros. Siempre sabemos que volveremos a nuestro hogar.  Sigues siendo un jodido e insoportable turista, terco en ver y fotografiar el otro lado de cada quicio, real o imaginado. Por unos días te entrometes en la vida de una familia que te acoge  y simplemente comparte contigo. ¿Qué? Comparten su forma de ver la vida,  comparten su vida, comparten. Basta el verbo, si añades predicado, te sientes injusto, sientes que limitas el sentido de su hospitalidad infinita.
Yo no escribí aquella pintada que se leía en una pared de Sintra: “¡¡Turismo, a nova sífilis!!” pero ahora sé que podría haberla firmado con gusto y que si la escribo ahora es otra forma de pintarla en una pared, firmando mi propia sentencia de condena. A medida que pasan los años, entiendo menos el concepto de turista pero esa es otra historia a la que ya dedicaré un artículo en el futuro. Me voy de Smara y a la vista de los que dejo allí, me pregunto si no es un poco estúpido o pueril todo esto de viajar para ponerse un dorsal y competir, ese afán por conocer sin conocer. Me planteo otras posibilidades de viaje interior y exterior pero probablemente no sean más que fuegos artificiales de corto alcance. A indagar, a desarrollar.
Cuando marchas, les miras a los ojos, les sonríes y tratando de imitar la sinceridad de sus miradas, le das las gracias para que entiendan que probablemente nunca podrás usar esa palabra tan usada y lejana a la vez, con más sentido.
Cuando marchas, piensas que tú vuelves España pero que ellos quedan allí, que ahora mismo, mientras escribo estas líneas a las nueve de la noche, aquella habitación seguirá atestada de niños jugando o bailando. En Madrid, al día siguiente de la vuelta, y después de dormir extrañamente mal en una cama, revisas emocionado las fotos de un viaje que intuyes te ha hecho mejor persona, paradójicamente más confiado en el futuro en un mundo al borde del precipicio, alguien más completo.
Marchas y has descubierto la magia de Smara. Marchas y sabes qué algún día volverás y sientes la necesidad de esa próxima vez compartirlo con alguien querido.
Marchas y esperas un día volver pero te gustaría volver, no a un desierto de Argelia, sino a un país llamado República Saharui Democrática. España es el gran responsable de su desgracia, su cobarde abandono fue el inicio de su odisea de vuelta a Ítaca. El vínculo sigue existiendo, estudian español y aquí hay mucha gente comprometida y trabajando por su causa. Espero que de una u otra forma, a ese gran pueblo apartado de la historia al que se le arrebató su destino, le sea devuelto su derecho a vivir en libertad.
Marchas y piensas si esos pocos días han servido para cincelar en algún sentido la personalidad ya demasiado decantada o enraizada de una persona de cuarenta y un años. Ya soy objeto de bromas por parte de los que me rodean por esa especie de ascetismo incipiente que de un tiempo a esta parte se me viene acentuando. Tenemos demasiado y realmente  necesitamos muy poca cosa para ser verdaderamente felices. Esleila, entre molesta y divertida, nos decía convencida que allí tenían de todo. Kuria, una chica que había pasado cinco veranos en Europa, me preguntaba si me gustaba Smara. Ella, que ha vivido la abundancia del norte, del otro lado del muro, se atreve a plantearte la comparación. Esa inocencia, esa ingenuidad es tal como sus rosas del desierto, como el brillo de un lago en el corazón del Sáhara.
 La felicidad no se puede encontrar a través de acumulación de cosas o el hedonismo. Nosotros tenemos mucho más pero al mismo tiempo mucho menos. Nos falta tanto. La felicidad sólo se puede encontrar dentro de uno mismo. La virtud o la dignidad, si somos capaces de desentrañar qué demonios significan,  puede ser el camino pero hay tantas llamadas que te tientan para que te alejes de la senda, tanto ruido ensordecedor, que la mayor parte del tiempo no sabes bien dónde estás. En todo caso, ha sido otra parte del aprendizaje que es cada día de nuestra vida. A estas alturas, ya todos sabemos que en este mundo no hay metas, sólo  caminos que te conducen a ellas. El objetivo es llegar lo más lejos posible. Precisamente esta mañana desayunando, leí un artículo sobre Chris. ¿Casualidad? Aunque a veces parezca un imperativo grabado a sangre y fuego en nuestra mente, el consumismo es una opción. Es cierto que la libertad es falaz. No somos libres para elegir nada pero podemos intentar rebelarnos. Por eso me jode lo poco bueno que exportamos, por eso me jodía verlos a ratos pendientes de un amenazante móvil y vuelvo a ver nuestro espejo. ¿Es lo único que a día de hoy puede exportar nuestra podrida civilización: móviles y fútbol, allí también religión?
No quiero terminar así. Quiero acabar esta disertación, más que retrato, diciendo que si hubiera sido pintor, me hubiera gustado hacer un cuadro con la familia de Marian sentada en el suelo, a su alrededor mientras preparaba el té. Creo que esa imagen bastaría para describir quién es de verdad el pueblo saharaui. Como no manejo colores, espero que mis palabras hayan sido remedo de pinceladas para este deslavazado fresco de Smara que he tratado de componer.
Estos días dejaré más fotos en un álbum de Facebook.
El próximo post sí que será el de la tertulia y ya nos ponemos al día.
Música. Pues eso, que ojalá nos volvamos a ver pronto. Herman Dune. Desde este verano, a este sí que lo conocéis.


Es curioso. Esta mañana, un día después de publicar el artículo, he leído esta cita: "Dios ha creado países repletos de agua para vivir y desiertos para que los hombres encuentren en ellos su alma". De nuevo, ¿casualidad?
Vale.







Enseñamos a jugar al ajedrez a Mohamed. Escuela Miguel "Spasky", por supuesto.



Celebraciones del aniversario de la proclamación de la Republica Saharaui
Bakilla con su hija
A la salida de una de las escuelas


Mafuda, la mejor bailariana del Sáhara

Nuestra casa durante una semana.
El peor viaje en autobús de mi vida. Casi fenezco congelado.