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sábado, 11 de enero de 2014

A propósito de Llewyn Davis



Cita obligada para mí y muchos como yo, gente para los que la música es mucho más que un simple telón de fondo en nuestras vidas y para los que la filmografía de los hermanos Coen está a la altura de los más grandes del cine.

A pesar de centrarse en uno los lugares y momentos decisivos de la historia de la música popular - el Greenwich Village neoyorkino de principios de los sesenta-, a pesar de estar llena de canciones, en mi opinión, la película se ha de juzgar al margen de esa ambientación, no más que una excusa para contar.

Es una gran película, pero por otras razones. No viene a ser  más que la historia de un hombre, de un hombre perdido, de un desgraciado en sus dos acepciones, la de hombre que soporta desgracias, la de un perverso miserable. Llewyn es un cretino engreído que tiene lo que se merece, una vida en el filo, una vida de mierda, dicho menos poéticamente.

Es un gran cantante, domina lo suyo, pero paradójicamente, el dueño de un arte que trata sobre las emociones y sentimientos que cualquiera debiera reconocer por el simple hecho de ser hombre, es incapaz de tener una relación medio normal con un semejante. Era de esperar, desprecia como inferiores a todos sus colegas -no llega a juzgar a un Dylan en la sombra-  pero también al resto de hombres que únicamente se dedican a "existir". Carece por completo de empatía y jamás llegará a entender qué le ocurre  o mueve a los demás o las razones y raíz de todos sus problemas, especialmente su responsabilidad en la traumática forma en que finalizó su anterior grupo. Sorprendentemente, el único rastro de humanidad del antipático personaje lo tiene con un gato, al que termina por abandonar y dejar renqueante, como a todos los que se atreven a acercarse. En su triste periplo nuevamente aparecen referencias a La Odisea (tras la peculiar versión de "O Brother"): él fue y volverá a ser marino, el gato se llama Ulises.

A pesar de que la película es el retrato de un  impresentable que se dedica a joder la vida a los que le rodean, ahí están sus avisos: la pintada en el servicio, su hermana, sus amigos y sus oportunidades para reengancharse a la vida: el cartel de la ciudad donde está su hijo, tocar en una banda, en un ofrecimiento que le hace Frederick Murray Abraham en una pequeña intervención memorable.

Leí en la crítica de Boyero que no entendía el viaje a Chicago, que le sobraba. A mí más que el viaje, me sobra el personaje de John Goodman -genial, como siempre-. Lo interpreto como un gesto a esa audiencia que espera sumar algún chalado más a la inigualable galería de locos hilarantes que han parido la mente de los hermanísimos. 

El día de Reyes vimos "Qué bello es vivir" (sí, adoro y me sigue emocionando el cuento de Capra) y pienso que LLewyn Davis podría ser el amargado y cínico reverso del George Bailey de James Stewart, que si decidiera suicidarse, nadie iba a echarlo de menos; más bien sería un alivio.

"A propósito de LLewyn Davis" es gran película de los Hermanos Cohen pero creo que hay que colocarla en esa parte de su filmografía más austera, más seca, que hace menos ruido, pero que es igual de buena, mejor o complementaria en muchos momentos, donde yo tengo colocadas "El hombre que nunca estuvo allí" o "Un tipo serio".

Vale.

sábado, 30 de enero de 2010

A las órdenes de mi asesino


A pesar de que desde muy chico he leído mucho sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre sus causas y consecuencias, en definitiva sobre la primera mitad del siglo XX, existía un fenómeno que desconocía y que realmente me ha sorprendido. Hace poco se publicó un libro sobre los soldados judíos que lucharon en el ejército alemán al servicio del Tercer Reich. Ahí es nada. Pero lo verdaderamente alucinante es que se barajan unas cifras de alrededor de 150.000 hombres. Aunque muchos fueron expulsados y discriminados, algunos de estos hombres alcanzaron las más altas graduaciones -Milch llegó a Mariscal- y recibieron las condecariociones más importantes.





Hombres como éstos:

Wolfram Gunther, capaz de destruir en un día varios carros de combate rusos y conseguir la Cruz de Hierro, el as de la avación Sigfried Simsch con 95 derribos y la Cruz de Caballero o Bernard Rogge , capitán del crucero Atlantis que hundió o capturó 22 navíos aliados y tuvo en jaque a todo la flota británica. Almirantes, un comandante de submarino y hasta un teniente coronel de las Waffen SS, ya la repera.

¿Por qué lucharon en las filas de un régimen que buscaba el exterminio de su raza? Tras un apabullante y metódico estudio por parte del autor, se puede encontrar de todo: Porque no tenían alternativa, porque consideraron que esta decisión les daba más posibilidades de superivencia en el régimen hitleriano, porque los obligaron ("Sabía que todo lo que hacía iba contra mis intereses y los de los míos, pero qué iba a hacer"). Otros muchos lo hicieron porque se consideraban plenamente alemanes y creían su deber combatir por la patria; pensaban incluso que luchar y hacerlo bien, con valor, les devolvería la estima de las autoridades y de sus compatriotas. Sin embargo la mayoría desconocía el alcance de la persución nazi y el horror de los campos de exterminio. También hubo casos de personas que escondieron su identidad y se camuflaron bajo el uniforme: el lugar más seguro podía ser la boca del lobo. Y finalmente un puñado de malvados a los que no les importó subirse al carro de los verdugos.


Famosa es la frase de Goering, jerarca nazi y jefe supremo de la Luftwaffe: "¡Yo decido quién es judío!".



Este episodio me ha recordado una película curiosa: "The believer". Seguro que os resulta familiar porque la reponen cada cierto tiempo en La 2. Trata sobre un nazi judío, una persona que se odia a sí misma, devorado por los fantasmas de su infancia, un personaje muy interesante, muy inteligente -por momentos me recuerda al Rent-Mc Gregor de "Trainspotting"- y lleno de contradicciones. La religión judía, alienadora, dominada por un Dios cruel y vengador, llena de preceptos y costumbres irracionales (como todas), donde la palabra de Dios adquiere tintes entre poéticos y mágicos, capaz de un magnetismo insuperable.


"Un tipo serio", película recién estrenada de los Hermanos Coen sobre la vida de los judíos de a pie en los años sesenta. Película, -no podía ser de otra forma-, extraña. Tengo que volver a verla. Maldiciones, mensajes , otra vez la palabra de Dios, La Cábala. Interpreta la voluntad de Dios y trata de aplicarla a tu vida. En fin, cuál es el secreto de todo esto, de todo lo que nos rodea. ¿Hay algún mensaje oculto?


Estoy deseando volver a verla sentado en el sofá. No he pillado la mitad de la película. Tengo que repensarla. Para mí es una de las obras más redondas de los geniales hermanos pero ni se os ocurra pagar una entrada si no sois afines al universo Coen, si no sois un poco raros, si no comulgáis con personajes como éstos:











En la película hay una canción que tiene un papel importante, "Somebody to Love", de Jefferson Airplane. Ésta la conocéis todos. En el subconsciente de la civilización occidental desde que eres dagalín. Incluida en un disco mítico, "Surrealistic Pillow". No sé si quedan hippys en el mundo. Si es así, para ellos, 1967 es EL AÑO. Un día de 1967, Grace Slick sujetó el micrófono con fuerza y dio suelta a ese vozarrón lleno de matices. Pieza clave del rock ácido. Los Airplane entonces eran dioses. Paul Kantner, guitarra decía: "En los años sesenta nos trataban como si fuéramos grandes dioses omnisapientes... Y ÉRAMOS PLATILLOS VOLANTES" .Ay madre, las drogas...