Cita obligada para mí y muchos como yo, gente para los que la música es mucho más que un simple telón de fondo en nuestras vidas y para los que la filmografía de los hermanos Coen está a la altura de los más grandes del cine.
A pesar de centrarse en uno los lugares y momentos decisivos de la historia de la música popular - el Greenwich Village neoyorkino de principios de los sesenta-, a pesar de estar llena de canciones, en mi opinión, la película se ha de juzgar al margen de esa ambientación, no más que una excusa para contar.
Es una gran película, pero por otras razones. No viene a ser más que la historia de un hombre, de un hombre perdido, de un desgraciado en sus dos acepciones, la de hombre que soporta desgracias, la de un perverso miserable. Llewyn es un cretino engreído que tiene lo que se merece, una vida en el filo, una vida de mierda, dicho menos poéticamente.
Es un gran cantante, domina lo suyo, pero paradójicamente, el dueño de un arte que trata sobre las emociones y sentimientos que cualquiera debiera reconocer por el simple hecho de ser hombre, es incapaz de tener una relación medio normal con un semejante. Era de esperar, desprecia como inferiores a todos sus colegas -no llega a juzgar a un Dylan en la sombra- pero también al resto de hombres que únicamente se dedican a "existir". Carece por completo de empatía y jamás llegará a entender qué le ocurre o mueve a los demás o las razones y raíz de todos sus problemas, especialmente su responsabilidad en la traumática forma en que finalizó su anterior grupo. Sorprendentemente, el único rastro de humanidad del antipático personaje lo tiene con un gato, al que termina por abandonar y dejar renqueante, como a todos los que se atreven a acercarse. En su triste periplo nuevamente aparecen referencias a La Odisea (tras la peculiar versión de "O Brother"): él fue y volverá a ser marino, el gato se llama Ulises.
A pesar de que la película es el retrato de un impresentable que se dedica a joder la vida a los que le rodean, ahí están sus avisos: la pintada en el servicio, su hermana, sus amigos y sus oportunidades para reengancharse a la vida: el cartel de la ciudad donde está su hijo, tocar en una banda, en un ofrecimiento que le hace Frederick Murray Abraham en una pequeña intervención memorable.
Leí en la crítica de Boyero que no entendía el viaje a Chicago, que le sobraba. A mí más que el viaje, me sobra el personaje de John Goodman -genial, como siempre-. Lo interpreto como un gesto a esa audiencia que espera sumar algún chalado más a la inigualable galería de locos hilarantes que han parido la mente de los hermanísimos.
El día de Reyes vimos "Qué bello es vivir" (sí, adoro y me sigue emocionando el cuento de Capra) y pienso que LLewyn Davis podría ser el amargado y cínico reverso del George Bailey de James Stewart, que si decidiera suicidarse, nadie iba a echarlo de menos; más bien sería un alivio.
"A propósito de LLewyn Davis" es gran película de los Hermanos Cohen pero creo que hay que colocarla en esa parte de su filmografía más austera, más seca, que hace menos ruido, pero que es igual de buena, mejor o complementaria en muchos momentos, donde yo tengo colocadas "El hombre que nunca estuvo allí" o "Un tipo serio".
Vale.