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Al detenerse el tren, M. cerró el libro y levantó su cabeza prendida de rojos. Cuando el trayecto se reanudó, se quedó contemplando los ojos de un niño que le devolvían una inocente y risueña mirada de gélido y magnético azul. Hacía días, ¿meses?, que, cada vez con más frecuencia, se quedaba con la mirada fija en algo, contemplando absorta cualquier cosa, como si tratara de encontrar un significado oculto o alguna especie de sentido a lo que le rodeaba. El crío pronto perdió interés y continuó jugando con una niña de su edad completamente negra con un divertido cabello de apiñadas trenzas con lazos de colores. El alegre contraste del palido niño rubio con la oscura niña le llamó la atención. Por un momento, su adormecida curiosidad despertó. Su pizpireta y agresiva mirada volvió a la vida y escrutó el vagón. Excepto los padres de los críos, que miraban arrobados a sus vástagos, el recinto era un bosque de frágiles miradas perdidas, tristes y esquivas. Dentro de ese pequeño espacio convivía una completa representación de razas, atuendos y lenguas ahora adormecidas. Pensó en cómo había cambiado Madrid durante los últimos años. M. nunca sintió como una amenaza la pérdida de sus señas de identidad. La repentina explosión de culturas le parecía una bendición. Probablemente dentro de mil años, Madrid ya no existiría. Tras ímprobos esfuerzos, el hombre habría consumado su propósito: el planeta habría desaparecido por el desagüe de unas pestilentes cañerías. Pensó que antes de llegar el apocalipsis final, los últimos hombres y mujeres de toda procedencia se habrían mezclado, las razas habrían desaparecido y no tendrían sentido las diferencias. Sonriendo, recordó las palabras de Mark Renton: ya no habrá hombres ni mujeres, sólo gilipoyas. Tampoco existirían las religiones institucionalizadas, incapaces de frenar la contaminación . También las fronteras, los estados y las banderas no serían más que recuerdos de historias pasadas, estudiadas en pantallas por aburridos alumnos. "La patria es un verso", decía Lupi en "Martín H". Cuánta razón tenía. Sólo te puedes sentir cerca de los tuyos. ¿Y quiénes son los tuyos? Algunos de tu familia, tus amigos, aquellos conocidos que a lo largo de tu discurrir vital te dan algo y a los que tú también entregas parte de ti, que vienen, que marchan, que ayudan a construirte en una obra sin fin. Cuando sólo haya un extraño magma inaprehensible, existirán pequeños grupos o familias, regidos por consejos o asambleas, conectados a través de plataformas virtuales con otros grupos del mundo de intereses afines. Suprimidos los motivos de nuestras milenarias contiendas, ya no serán necesarias las guerras que no pasarán más allá de pequeñas disputas con vecinos. Y desaparecerá la mentira de las palabras, el miedo de nuestros corazones y el odio de nuestras mentes. O quizá sea precisamente entonces cuando el hombre muestre lo que realmente es, un animal implacable, ávido de autodestrucción, que no necesita excusas para acabar su tarea, cual niño rebelde y malcriado.
El tren paró y al bajar, por primera vez aquella mañana, fue consciente de que no conseguía desprenderse de esa extraña sensacion, esa ansiedad que últimamente le acompañaba por encontrar algo que no acababa de identificar. Y también se percató de que hacía tiempo que en su cabeza sólo sonaban canciones de los Smiths. La culpabilidad nunca duerme.