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sábado, 8 de mayo de 2010

M

Al detenerse el tren, M. cerró el libro y levantó su cabeza prendida de rojos. Cuando el trayecto se reanudó, se quedó contemplando los ojos de un niño que le devolvían una inocente y risueña mirada de gélido y magnético azul. Hacía días, ¿meses?, que, cada vez con más frecuencia, se quedaba con la mirada fija en algo, contemplando absorta cualquier cosa, como si tratara de encontrar un significado oculto o alguna especie de sentido a lo que le rodeaba. El crío pronto perdió interés y continuó jugando con una niña de su edad completamente negra con un divertido cabello de apiñadas trenzas con lazos de colores. El alegre contraste del palido niño rubio con la oscura niña le llamó la atención. Por un momento, su adormecida curiosidad despertó. Su pizpireta y agresiva mirada volvió a la vida y escrutó el vagón. Excepto los padres de los críos, que miraban arrobados a sus vástagos, el recinto era un bosque de frágiles miradas perdidas, tristes y esquivas. Dentro de ese pequeño espacio convivía una completa representación de razas, atuendos y lenguas ahora adormecidas. Pensó en cómo había cambiado Madrid durante los últimos años. M. nunca sintió como una amenaza la pérdida de sus señas de identidad. La repentina explosión de culturas le parecía una bendición. Probablemente dentro de mil años, Madrid ya no existiría. Tras ímprobos esfuerzos, el hombre habría consumado su propósito: el planeta habría desaparecido por el desagüe de unas pestilentes cañerías. Pensó que antes de llegar el apocalipsis final, los últimos hombres y mujeres de toda procedencia se habrían mezclado, las razas habrían desaparecido y no tendrían sentido las diferencias. Sonriendo, recordó las palabras de Mark Renton: ya no habrá hombres ni mujeres, sólo gilipoyas. Tampoco existirían las religiones institucionalizadas, incapaces de frenar la contaminación . También las fronteras, los estados y las banderas no serían más que recuerdos de historias pasadas, estudiadas en pantallas por aburridos alumnos. "La patria es un verso", decía Lupi en "Martín H". Cuánta razón tenía. Sólo te puedes sentir cerca de los tuyos. ¿Y quiénes son los tuyos? Algunos de tu familia, tus amigos, aquellos conocidos que a lo largo de tu discurrir vital te dan algo y a los que tú también entregas parte de ti, que vienen, que marchan, que ayudan a construirte en una obra sin fin. Cuando sólo haya un extraño magma inaprehensible, existirán pequeños grupos o familias, regidos por consejos o asambleas, conectados a través de plataformas virtuales con otros grupos del mundo de intereses afines. Suprimidos los motivos de nuestras milenarias contiendas, ya no serán necesarias las guerras que no pasarán más allá de pequeñas disputas con vecinos. Y desaparecerá la mentira de las palabras, el miedo de nuestros corazones y el odio de nuestras mentes. O quizá sea precisamente entonces cuando el hombre muestre lo que realmente es, un animal implacable, ávido de autodestrucción, que no necesita excusas para acabar su tarea, cual niño rebelde y malcriado.
El tren paró y al bajar, por primera vez aquella mañana, fue consciente de que no conseguía desprenderse de esa extraña sensacion, esa ansiedad que últimamente le acompañaba por encontrar algo que no acababa de identificar. Y también se percató de que hacía tiempo que en su cabeza sólo sonaban canciones de los Smiths. La culpabilidad nunca duerme.


miércoles, 22 de octubre de 2008

El camino de baldosas amarilllas

Durante estos días se ha celebrado en Villasrubias, uno de los pueblos en los que trabajo, una exposición sobre la emigración. Villasrubias está enclavada en una zona llamada “El Rebollar”, pendiente de futura declaración de Parque Natural, de una belleza sorprendente y totalmente desconocida que reclama a gritos la organización de una carrera de montaña, un trail o un triatlón cuando llenen el embalse pero eso será otro tema.
Durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo estos pueblos fueron castigados por la emigración fundamentalmente a Francia. La miseria y la falta de oportunidades provocaron que sean muy pocos los que no pasaran algún tiempo laborando en el país extranjero. Todos te cuentan historias muy duras de aquellos años trabajando en el monte o en el campo francés. Algunos volvían a su patria después de temporadas cada año; otros se asentaron allí y vuelven por vacaciones; otros, cuando los hijos echaron raíces definitivamente, ya no volverán. Es sorprendente ver la fractura espiritual que se crea entre “los de la Francia” y los de aquí.
Una noche se proyectó en el Ayuntamiento la película “14 Kilómetros” de Gerardo Olivares que es lo que me ha motivado a escribir este texto. Fijándose en dos personas que parten de Níger, país subsahariano, se puede asistir al itinerario que habitualmente se sigue hasta conseguir embarcar en una patera con destino a Europa.

Acostumbrados a verlos llegar o morir en los telediarios, no podemos imaginar la odisea de un viaje más peligroso aún que el cruce del estrecho.
Víctimas de la pobreza, huyendo de la miseria, de la explotación, persiguiendo un sueño que es una gran mentira, hablan de Europa, de España como la salvación, como la tierra de la abundancia, como un paraíso donde todos los problemas desaparecerán.
Durante el viaje seguirán siendo víctimas de las mafias de traficantes de personas, despiadados mercaderes, comerciantes de sueños que aprovecharán la segura fuente de ingresos que les proporcionarán las esperanzas de estos desgraciados, dispuestos a dar todo lo que poseen a cambio de una quimera. En la película se refleja con detalle la organización y el transcurso del itinerario. Con la fotografía y la luz de fondo de los pasajes abrumadores de un continente tan hermoso como África, somos testigos de una odisea de más de diez meses donde las dificultades y los obstáculos son constantes.
Te espanta cómo son capaces, con ciego arrojo inconsciente, de lanzarse a cruzar voraces y asesinos desiertos como el Teneré o el Sahara. Sin poder evitarlo buscas el nexo con nuestras motivaciones, hombres occidentales acomodados con aficiones deportivas “extremas”, dispuestos a pagar fortunas por cruzar un desierto en lo que creemos una auténitica aventura llena de piruetas y saltos mortales. Pero nosotros sólo jugamos a arriesgarnos. Sabemos que tras el salto, siempre existe la red. Ellos no juegan, ellos apuestan su vida y muchas veces la pierden en muertes horribles.
Destacable es la reflexión del Tuareg que, después de rescatar a los protagonistas moribundos, les conmina a permanezcan en sus patrias, a que todo el dinero y esfuerzo que emplean en escapar lo inviertan en su tierra. Rodeado de la arena que es su hátbitat natural, él no ve más que vida alrededor. “El futuro está aquí”, asiente con convicción.

“Seguirán viniendo y seguirán muriendo, porque la historia ha demostrado que no hay muro capaz de contener los sueños”

A lo largo de la proyección suena música excelente de, por ejemplo, Ismael Lo o Youssou N´dour. Aquí os pongo la canción menos africana del africano N´dour, "7 seconds", una comercial y bonita canción que fue un éxito hace unos años. Aquí canta la correcta Dido en lugar de Neneh Cherry.


Relacionada, aunque no se ve nada, aquí os dejo "Hawa Dolo" de otro africano, Ali Farka Toure, una muestra de lo innegable del parentesco entre el bluesman y el griot, entre África y el Mississipi. Una gozada.



“Los Nadie”

“Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadie con salir de pobres,
que algún mágico día llueva la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca.
Ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadie la llamen,
aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadie: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadie: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino floklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata.”

Eduardo Galeano