sábado, 7 de junio de 2014

El aplauso de Solzhenitsyn






Leí  "Archipiélago Gulag" de Aleksandr Solzhenitsyn hace muchos años. Al ser el autor víctima directa, la obra es el fiel y fundado retrato del horror en los campos de concentración estalinistas. Uno de los síntomas de lo extraño y mezquino que puede llegar a ser el hombre son las extrañas estructuras sociales que ha llegado a construir a lo largo de su historia, ese inmenso matadero, según Hegel. Aparte del habitual y tristemente previsible relato de penalidades y sufrimiento, se me quedó grabada una escena, la de un aplauso en un acto del Partido (con mayúsculas, claro), con la que ayer volví a dar por casualidad. Del asfixiante clima que se vivía y se vive en estos mundos, reino de la sospecha, el miedo y la delación -también maravillosamente retratados en "Vida y destino" de Grossman o "Sefarad" de Muñoz Molina-, me atrae lo trágico de esas figuras tan afectas al régimen que trataban de entender en qué habían fallado a la causa,  que en el interior de sus celdas reflexionaban sobre la procedencia del trato inhumano al que eran sometidos, que hasta encontraban razones para su condena. Hasta la tragedia tiene su gracia.

"En 1937, durante una reunión del Partido Comunista en uno de los distritos de Moscú, el secretario local del partido pidió a los asistentes, antes de dar por cerrada la sesión, un aplauso para el camarada Stalin.

Por supuesto, todas las personas presentes se pusieron inmediatamente en pie y comenzaron a ovacionar a quien en aquellos momentos dirigía con sanguinaria mano de hierro no sólo el partido, sino la nación entera.

Pasó un minuto, y los aplausos entusiastas continuaban. Pasaron dos minutos. Pasaron tres.

Traten ustedes de estar aplaudiendo durante tres minutos ininterrumpidamente. Los brazos empiezan a sentir el cansancio y amenazan con no querer responder. Pero en aquella reunión local del partido, nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir. Así que pasaron cuatro, cinco minutos.

Lo normal es que hubiera sido el propio secretario local del partido el que hubiera dado la señal para interrumpir la ovación, dejando él mismo de aplaudir. Al fin y al cabo, era él el que había solicitado aquel homenaje al dictador. Pero el pobre hombre acababa de sustituir a otro secretario anterior, que había sido arrestado por la policía política de Stalin, así que no se atrevía a parar, al ver que los demás continuaban aplaudiendo con fervor.

Pasaron seis minutos, siete minutos, ocho minutos. El tiempo se hacía verdaderamente eterno y la gente no es que no sintiera los brazos: es que el dolor era auténticamente insufrible.

Nueve minutos de aplausos, diez minutos... Todos se miraban unos a otros, deseando que alguien pusiera fin a aquella situación ridícula y agotadora, pero sin que nadie se atreviera a dar el primer paso.

Y al cumplirse los once minutos de ovación ininterrumpida, cuando todos estaban ya al borde de la desesperación, por fin el director de una de las fábricas del distrito, que formaba parte del comité local del partido, dejó de aplaudir y se sentó.

Los aplausos cesaron inmediatamente en la sala como por arte de magia. Una vez que alguien se había atrevido a hacer lo que todos estaban deseando, los asistentes reprimieron un suspiro de alivio y ocuparon sus asientos, con lo que la asamblea local del partido se pudo dar oficialmente por cerrada.

Aquella misma noche, ese director de fábrica fue arrestado por el KGB. Le condenaron a diez años de prisión en los campos de concentración del Gulag soviético.

Cuenta Solzhenitsyn que uno de sus captores, al acabar el interrogatorio, se dirigió a ese pobre hombre y le dijo, con toda franqueza: "Nunca seas el primero en dejar de aplaudir".

 

2 comentarios:

Phaeton dijo...

Yo todo esto lo veo como muy en primera persona porque el otro día me soñé con Stalin y es todo muy preocupante.

Atalanta dijo...

Compadre, no leas tantos artículos sobre que Pablo Iglesias es el hombre del saco..., Hitler o Stalin, según cada cual :). Bueno, aunque a esta casi le dan tanto los comunistas recalcitrantes como libertad digital, lo que no sé si es buena o mala señal.