lunes, 9 de febrero de 2015

Desafío Run & Roll: VI maratón, 23 + Cross Pollino + 7


Crónica al vuelo de mi sexto maratón de 2015. El pasado sábado celebrábamos nuestro ya clásico Cross Pollino de 12 kilómetros, los últimos, los del encierro a caballo del próximo domingo de carnaval. Mi propósito era el de llegar a la salida de nuestra jaramugada más asequible, a las cinco de la tarde, con treinta kilómetros en las piernas para rematar la faena acompañado tranquilamente de mis compañeros -hacemos reagrupamiento para acabar todos juntos-, entrando en la ahora peculiar Plaza Mayor, ya con todos los tablaos en construcción.

Bien, me retrasé exactamente treinta minutos en mi hora prevista de salida, con lo que tuve que conformarme con una aperitivo de 23 kilómetros. Hasta entonces, regular. Creo que comí más de la cuenta y camino del pantano soportaba una continua molestia en el estómago. En la crónica del V maratón  me quejaba del frío, pero una semana después, este fue aún mayor, sobre todo por el severo aire helado que en los tramos en que soplaba de cara, era muy molesto. Sobreponiéndome, los kilómetros iban pasando y ya eran 12 cuando llegué a los pies de La Calera tras cruzar el pantano. Desde allí descenso hasta Águeda, donde decidí regresar a Ciudad Rodrigo por el camino del Canal del Águeda sobre un terreno a ratos muy pesado con estrechos tramos embarrados que incluso me hicieron resbalar mas de una vez. A la carretera que lleva a Pastores llegué con 21 kilómetros. Cansado, algo que noto aún más en los dos kilómetros que me llevan, con subida por la Puerta de Santiago incluida, hasta la Plaza Mayor donde llegué con casi dos horas.

Allí decidí comer algo mientras saludaba a los amigos, que este año fueron menos de los habituales -puede que el frío o el fútbol-. Durante los últimos kilómetros ya me había visto tocado, empezando a vislumbrar los fantasmas que te atormentan hasta llegar a los malditos-benditos 42. Sin embargo, mientras encaramos la larga ascensión hasta Pedrotoro, que este año se hizo bastante más dura por un fuerte aire de cara que me dejó las manos congeladas, iba tranquilo charlando con la pareja de "Agus", a la par que los kilómetros caían a la saca  más ligeros, sin estar tan pendiente y darle tantas vueltas mirando el GPS como cuando marchas en solitario. 

En el tramo de tierra de La Cañada, hablando con Bienve y Manu, aceleramos algo más, sintiéndome bien, animado, mucho mejor de lo que pensaba antes de llegar a la plaza, con lo que una vez más se confirma que la predisposición mental y los estímulos, cara a practicar fondo, son mucho más importantes de lo que el profano pudiera pensar; aunque supongo que tantos kilómetros en solitario dándole vueltas a la tortura autoimpuesta, debe ser una buena forma de poner a prueba, de entrenar mi determinación para exigirle cuando de verdad lo requiera: con un dorsal en el pecho, con una meta al fin de la última zancada. 

El percance del día. Mientras subimos por la Avenida Conde Foxá, alguien comentó algo, miré hacia atrás un instante, y el mero y clásico tropiezo con un bordillo, en una secuencia de un par de lentos segundos, pasó de una caída sencillamente evitable a ridícula e inevitable, donde actuó como factor determinante la caraja que lleva uno encima, en un cuerpo agotado, dolorido, aterido y esencialmente torpe. O tal vez fueron los cencerros que algunos cogieron en la Huerta del Agus, que tan valiente como soy, me hicieron pensar que ya amenzaba un cabestro detrás. En fin, el resultado fue la palma de una mano despellejada. 

Iba a escribir cuatro letras a la velocidad de la luz y ya voy por el sexto párrrafo, a toda velocidad, eso sí, bastante más que en mis maratones. La manada de cabestros entró en Plaza y yo, sin parar demasiado, que sabía sería peor, me despedí a la carrera para terminar mis deberes: 7 kilómetros más. A pesar de llevar 35, iba animado. En un principio pensé dar una vuelta al pueblo pero finalmente opté por ir a Ivanrey, que crería se me haría más corto. Hasta allí bien; sin embargo, la vuelta, otra vez contra el gélido aire que consiguió que hasta las puntas de mis pies se quedaran heladas,  me hizo pelear los últimos kilómetros de otro maratón para llegar hasta la puerta de casa faltándome trescientos metros para los 42 y sencillamente obviarlos. Ahora es difícil de explicar no completar esa calle de ida y vuelta, pero cuando vas mal, vas muy mal, y yo, a esa hora, ya de noche, solo pensaba en mi ducha de agua caliente. Además, mi maratón me lo homologo y certifico yo mismo, que para eso me lo he inventado.  3:50 (descontanto parada) Además, para eso...

"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"


2 comentarios:

ramonet dijo...

Bravura la vuestra, si ya aquí en Levante nos está costando salir a entrenar por las temperaturas, no me quiero imaginar en Castilla

Atalanta dijo...

Sí, es complicado, Ramonet, pero estos entrenos valen doble :). Aunque hay que pensar que hay sitios peores, mira alguno de los del norte la que tienen preparada con la nieve. Hazte ahí un maratón...