miércoles, 19 de julio de 2017

Peleando con la tierra


Muy conocida es la frase de Unamuno sobre las Hurdes cuando cuenta aquello de  "Si en todas partes del mundo el hombre es hijo de la tierra, en las Hurdes la tierra es hija de los hombres", referida a cómo los hurdanos, a través de su lucha diaria con el monte, en forma de construcción de terrazas, bancales y paredones a cargo de muchas existencias y generaciones, consiguieron lo imposible, vencer a la naturaleza, asentarse y vivir en un bello paraje en principio muy poco propicio para ello.

Recorriendo las carreteras que te acercan al valle del Duero, descendiendo a Peso da Régua, navegando por el río, paseando por la noche o corriendo al amanecer por caminos junto al cauce, impresiona la magnitud del trabajo de kilómetros y kilómetros de terrazas con viñedos, primer hogar de nuestro querido Oporto.

Saramago lo explica mucho mejor que yo:

"Va la carretera en su sosiego de curva y contracurva, ahora baja, ahora sube, y en la ladera de allá se ven mejor las casas, que hasta concuerdan con el paisaje. No son yermos estos lugares. Tiempo hubo, antiquísimo, en que estos montes de pizarras fueron erizadas y aterradoras masas, recocidas por los soles de verano o barridas por cataratas de aguas en los grandes temporales, inmensas soledades minerales que ni para destierro servían. Después, vino el hombre y empezó a fabricar tierra. Desmontó, batió y volvió a batir, hizo como si se desmigajase la tierra en la gruesas palmas de la mano, usó el mazo y el azadón, apiló, formó muros, kilómetros de muros, y decir kilómetros sería decir poco, miles de kilómetros, sin contar todos los que por el país fueron levantados para sostener la viña, el huerto, el olivar"

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