martes, 22 de agosto de 2017

Entre hurdano y hurdanófilo




Soy de Ciudad Rodrigo, pero como muchos otros de mi tierra, había dado la espalda a una región vecina de contorno indefinido que llamaban Hurdes, con connotaciones no diría negativas, sí misteriosas. Una tierra a media hora de mi amada ciudad, un entorno entre geográfico y espiritual con rasgos de identidad propios, delimitados históricamente por el propio hurdano y por el forastero.

Sin embargo, el destino me trajo o llevó aquí o allí, ya que veces no sé bien el lugar que habito, para quedar fascinado por lo mostrado y por lo solo adivinado, por tanto por descubrir. 

Las Hurdes, definidas por los valles y los ríos que conforman las arrugas y cicatrices del que ha vivido mucho, montañas que acogieron la misma vida que hoy se nos antoja difícil, que mucho antes lo fue más, casi en el filo, casi milagrosa.

Montañas que son las olas de un mar agitado por las vidas que fueron, por celebridades que pasaron y contaron. Y es que algo de eso hay, al recorrer los vasos comunicantes de una sola comunidad, cuya vida es impulsada por los corazones que son sus pocos pueblos mayores, sus muchas alquerías. Hasta esas fantasmagóricas calles de despoblados siguen bombeando la sangre de los ancestros, lugares en los que de una forma algo mágica, se sigue escuchando el rumor de unas gentes ha mucho tiempo acogidas por la tierra que amaron y pelearon.
Ya varios años recorriendo una tierra que apenas vislumbré en paseos y entrenamientos, entendiendo el camino, entendiendo las líneas de una tierra que siempre escribió claro, pero que en tantas ocasiones se malinterpretó.

Años importantes para mí, que supusieron una suerte de reconstrucción, un desandar, un nuevo futuro, sin duda la etapa más trascendental y fructífera de mi vida, que para siempre quedará unida a unas montañas en las que me adentro, casi cada día. Mi futuro se construyó sobre cadáveres, imperfectas versiones de mí mismo, silenciados por el hormigón de unos nuevos cimientos.

Ese proceso, aún en ejecución, se desarrollaba en una tierra antaño condenada y castigada que no se resignó a morir, que se agarró a las montañas para, de generación en generación, enseñar cómo se burla al verdugo, para, como dijo el poeta, mostrarles el puño al destino.
La lucha, cuando es dura, genera víctimas, y las víctimas, historias. Historias de animales y hombres, de hombres y espíritus, de vida y de muerte. Un patrimonio unido a la deslumbrante y evidente riqueza natural, ese tesoro oculto, seña de identidad de un territorio reivindicado por las ilustres voces de los que se perdieron por aquí, las de los señores de verdad y las de los señoritos de cartón piedra. 

Hace tiempo que me comprometí a la tarea de conocer las Hurdes y apenas comencé; sigo en ello, descubriendo sus caminos e historias y no dudo que algún día, tal vez cuando ya no tenga que visitarlas cotidianamente, tal vez cuando termine otras tareas de largo recorrido en que sigo empeñaado, entonces, algo más seriamente, dentro del ámbito académico, tras las huellas de otros muchos que patearon esta senda, me siga adentrando en sus historias, rastreando su peculiar idiosincrasia. Siempre en señal de agradecimiento por haberme acogido y haberme sentido casi hurdano.

Hoy los males son los mismos de mi tierra, el futuro como amenaza siempre latente encarnada en una sola: el de pronto quedarnos sin gente. Pero hay tantos que se resisten a marchar, que piensan no podrían vivir fuera de aquí, que no soportarían el desarraigo Mucho más difícil fue años atrás, mucho peor que lidiar con el precio de la aceituna y la cereza, aquello fue un sobrevivir o un casi morir, cuando hubo que arrancar y agradecer a la tierra cada fruto robado. Por eso, vuelvo al poeta para terminar: “El hoy es malo, pero el mañana… es mío”

No hay comentarios: