martes, 8 de mayo de 2018

Roma vincit


Buscando razones  para los sorpendentes resultados de las seminifinales de conferencia del este en los playoffs de la NBA, un 3-0 de Boston sobre Philadelphia, un 4-0 de Cleveland sobre Toronto. Por qué el errático Cleveland de toda la temporada barre a uno de los equipos revelación, por qué un Philadelphia destinado a dar más guerra, quiere pero no puede, brega para morir en la orilla.Si no será el rango de una franquicia como Boston o el de un jugador como Lebron lo que realmente pesa en el momento decisivo.

Ese intangible llamado galones, historia, ADN,  ascendencia, gen competitivo o aura que bendice a determinados equipos o franquicias además de a algunos competidores, ese casi destino que influye en los propios jugadores o en sus aficiones que solo se conforman con todo, también en los rivales y sus seguidores arrastrando perennes  frustraciones algo pueriles desde demasiados años, en los arbitrajes, en el entorno, en la simple suerte. Porque al final, la grandeza es lo que tiene, que te obliga a vencer y a aprender que en caso de caminar en el filo, el grande siempre gana.

Un tipo como Lebron o o Jordan se autoprograman para competir, y entonces, cuando se acerca el final de partido igualado, imagino al defensor algo vencido de antemano, sabiendo que ese perro, como ya ha hecho tantas veces, haga lo que haga por evitarlo la víctima,la va a volver a clavar en el último segundo.  Es lo que contaba el otro día Quique Villalobos en el documental sobre Petrovic, que nunca había tenido esa sensación, la seguridad de saber que jugando al lado de aquel prodigio, jugaras bien, mal o regular, ibas a ganar porque al final se la ibas a pasar a Petrovic y él la iba a meter.

Salir a jugar una final de copa contra el Barça de Messi o pelear contra Nadal en un partido por el título debe ser algo complejo de afrontar, debes aceptarte como un Sísifo ladera arriba, porque aunque te coprometas a muerte en la lucha por la victoria, siempre quedará un resquicio mental que socave tu fortaleza, un leve susurro amenazante que te diga que si no ganas tampoco pasa nada, que le ha ocurrido a casi todos; al final es Messi, al final es Nadal, nombres casi asociados a la invencibilidad de las águilas romanas en el campo de batalla, lo que al final les proporciona una gran ventaja antes de comenzar la contienda.

No veo fútbol, me aburre, solo algunos partidos de vuelta de los últimas rondas de la Liga de campeones, cuando se juegan algo de verdad,pero no hay más que ver el recorrido del Madrid hasta la final  este año para hacerse cargo de lo que quiero decir, de lo mucho que implica un nombre como el del Real Madrid. O aquella liga que ganó el úlitmo Capello -este sí daba el papel de centurión- en la que el Madrid, sin jugar a nada, ganando todos los partidos del final de temporada en el último minuto, fue capaz de recortarle una  diferencia al Barça que se antojaba casi definitiva para trincar una liga sorprendente. Ese intangible difícil de explicar y justificar que obliga a esas camisetas a algo más, a pelear hasta el último instante aunque ya no sirva para nada, aunque nadie entienda la razón.

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