miércoles, 21 de febrero de 2018

Jesús Coyto, retrato de interiores


Resulta imposible para el espectador o receptor de la obra artística el colocarse en el contexto de la creación, en todo lo íntimamente asociado al proceso de formación, al porqué del nacimiento de la obra, en este caso la pintura de Jesús Coyto.

Si además la exposición se encuentra articulada en forma de retrospectiva, abarcando casi una vida, parece que la desconexión se ha de acentuar aún más, por la necesaria contaminación del recuerdo de unas vivencias, las de la propia creación, las que dieron origen a la misma, a las que el transcurso del tiempo ha de convertir en algo distinto hasta para el mismo autor.

Es habitual ese empeño del espectador inseguro, el de buscar un significado a lo que no persigue únicamente un ideal de representación o la búsqueda de belleza. Asociar significados puros y claros es elegir un rumbo equivocado, tarea fútil por principio en nuestro enfrentamiento con lo enunciado por el artista.

La excepcional exposición de Jesús Coyto que acoge el Palacio de los Águila hasta el próximo domingo nos ofrece testimonios en forma de ventanas que coinciden con distintas etapas vitales del autor, reflejando los cambios que todo ser humano experimenta a lo largo de su existencia. La ventaja del artista, aquí pintor, ocasionalmente escultor, es su capacidad para contarlo valiéndose de armas y canales de los que la mayoría carece, o que simplemente decidieron, por acción u omisión, sellar para no escuchar la profundidad de los misterios que nos requieren de continuo.

Coyto, tras esos cristales a los que él alude frecuentemente, nos ofrece la interpretación del testigo de su propia experiencia, elude la figuración con el resultado siempre espectacular de una masa informe en la que el empleo de las gamas de colores y técnicas son cambiantes, siempre en pos de describir entornos a los que su ojo atribuye connotaciones mágicas, sea la naturaleza, el mar, la albufera, sean pueblos recordados, sea el poder del viento soplando en las velas, sean las ciudades pobladas de existencias encarnadas en sombras, tal vez la definición más ajustada del ser humano, sean las vigilantes arquitecturas y esculturas creadas por el hombre en su ansia de imposible eternidad, como Saint Michelle o Salamanca, deformadas por la naturaleza y el ojo del artista.

De fondo el tiempo, motivo constante que se repite implícita o expresamente, la imposibilidad de asirlo, líneas fragmentadas en compartimentos, en formas geométricas, en ventanas y destellos de fotografías de protocolo, de ritos y convenciones pasadas tan ajenas, de vivencias olvidadas siempre misteriosas.

El tiempo fluyente como la cera empleada justo un instante antes de detenerse en forma ya inmutable, en los recios empastes o en el óxido congelado en nuevas formas de movimiento y vida, en las que algo se adivina a través de las pistas dejadas por el autor, por las letras, los símbolos, las leyendas, la llamada a la encerrado en nosotros mismos, que ya hacía la mitología también presente en esta celebración de la pintura.

Un hombre que de niño sufrió la maldición del mal de ojo solo podía convertirse en artista maldito, con una temprana descripción de la laguna Estigia con ecos de los infiernos del Bosco. Tal vez por eso se retrata a él mismo tirando del manual del lado oscuro, de imágenes de libros de conjuros como murciélagos y gatos negros.

Un proceso que sigue en marcha, lejos de las grandes metrópolis de antaño, el proceso que es el vivir, el crear, la condena de encontrar la forma de seguir contando lo mismo, los misterios del existir a través de la íntima ensoñación, búsqueda sin fin del nuevo, del verdadero camino.

Se dice que la Historia no se puede contar por los protagonistas de los acontecimientos, al estar demasiado implicados. En esta exposición asistimos a mucho de la historia de Jesús Coyto de una forma distinta a lo que él nos contaría con palabras, distinto a lo que plasma en sus pinturas, distinto a lo que nosotros vemos, sin saber nunca cuál será el verdadero camino, porque no existe una forma correcta de ver, de leer, de vivir, solo nos queda rastrear sus huellas colgadas en paredes tratando de explicar.

No hay comentarios: