martes, 3 de noviembre de 2015

De repente Abril (VII): velocidad de crucero


(Se reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y razonable por otra parte, mejor no sigas leyendo)


Algo más de año  medio y todo alrededor se acelera como si estuviéramos alojados en el interior de una turbina que, retroalimentándose a sí misma, siguiera girando a cada instante un poco más rápido. Algo más que Abril, el mundo entero a su alrededor, la misma existencia de los que vivimos a su vera, parece haber entrado en una dinámica distinta, en un modo o velocidad superior  a como era nuestra vida antes de aquel seis de abril que ahora parece tan lejano.
Yo, practicante de la soledad y la quietud, que probablemente con lo que más disfruto en la vida es con tratar de encontrarme en las páginas de otros, me veo impelido por el pequeño tornado pero de gran intensidad que sacude de continuo nuestro hogar  y no me queda otra que dejarme arrastrar y disfrutar con  ganas y sin queja de la experiencia. Miento, sin queja tampoco, aunque cuando me sorprendo renegando por el cansancio,  el ruido o el agotador miedo a que le ocurra algo a Abril, me lo reprocho al recobrar la calma, porque sé seguro que, sin mucho tardar, añoraré estos turbulentos tiempos.
Abril corre, Abril ya corre bastante más que su padre y a veces parece que desde el inicio hasta el final de su trayecto, en apenas unas horas,  se podría apreciar el cambio en sus maneras de habitar este mundo. Jugar con una secuencia de fotos para descubrir las distintas formas de manifestarse o de su cuerpo mismo, fijar su risueño y pleno rostro durante el itinerario, y comprobar que no fue la misma que partió, la que  llegó. Es exagerado, es una licencia poética, pero no me acostumbro a descubrir en las fotos, no de meses, sino de semanas atrás, a una niña diferente.
Ella cambia, su cerebro se desarrolla y observas la lucidez que se asienta poco a poco en su mirada, que a veces nos sorprende por el salto, que hasta parece que a ella misma le deja un poco descolocada este hecho, cuando, ufana, se muestra orgullosa por algo que ayer no podía hacer y hoy sí.
Notas como su cabeza y su cuerpo hierven, que los estímulos se suceden a velocidad frenética, una excitación continua que demanda satisfacción instantánea, lo que a veces la vuelve completamente insoportable, cuando su cuerpo se tensa, grita y las lágrimas corren por su rostro para, al minuto siguiente si has estado ágil, acoger con gracia e interés alguna de nuestras propuestas disuasorias. Entonces mi exasperación cede pronto y se olvida, quedando solo en mi mente el verla correr por el pasillo a mi encuentro mientras grita: “¡Papá!”.
Qué será ponerse en pie, el inestable caminar, lo exultante, las albricias que ha de provocar poder saltar y correr gritando de placer. Testar tus armas y armadura, esto sí que ha de ser propiamente la tan mentada  propiocepción; andar de puntillas, alternar los pies, caer de rodillas. Haciendo pruebas con el chasis cuando tú mismo eres el sufrido “crash test dummie”.
El problema para ella y para nosotros, es que un niño no sabe qué es el miedo, no conoce el peligro; tiene que entender el concepto a fuerza de golpes, no existe otra vía más civilizada. Por eso lo mismo le da probar a meterse algo por el ojo, dar vueltas hasta perder el equilibrio o caminar por el salón con los ojos cerrados hasta darse de bruces con algún obstáculo. Susana me dice que me agobio demasiado, que soy demasiado protector, que tiene que hacerse daño, y yo me sorprendo porque sé que tiene razón, porque, acostumbrado a maltratar mi cuerpo, a jugar desde crío a aguantar situaciones adversas o privaciones, no soporto la más mínima incomodidad y riesgo para mi niña. Y eso sé de sobra que es mala política. Espero que cuando crezca algo más y sea consciente, inspirada por lecturas o lo que demonios inspire a un crío en estos desconcertantes tiempos, descubra algo del carácter que supongo habrá heredado. Sea o no sea así, lo reconozco: me falta serenidad tanto en tareas vigilantes como en las de rescate tras el estropicio.
Ser mamá. Es un curioso mundo que a los padres creo que, en general, nos pilla un poco a contrapié, algo más despegados del mundillo. Y es que este es un terreno propicio para múltiples teorías nuevas, siempre definitivas e incuestionables, claro, vertidas en múltiples cauces que supongo deben tener gran audiencia, dada la trascendencia de la tarea a examen. Bien, supongo que todas respetables, aunque siempre se oye la voz del integrista que, como en cualquier actividad que implique pasión, sea el triatlón o la literatura, es un poco cargante. Más que nada porque pienso en mi madre que, según cuenta mucho iluminado que anda por ahí, todo lo debió hacer mal y yo he de ser un tipo lleno de taras y traumas. Sí que las y los tengo, pero yo me los busco y busqué, no se me ocurriría reprochárselo a mis padres. Hay veces que esas voces, que son las de siempre, las de la simple intolerancia, se convierten en algo  bochornoso,  porque leer o escuchar ciertas tesis, sobre todo por la forma en que son expuestas, casi da a entender que nadie hubiera tenido y criado hijos correctamente en la historia de la humanidad. 
La “lengua” de Abril. Aunque puede que su forma favorita  y más eficaz de expresarse siga siendo el grito, variante gruñido, subvariante pitido hiperagudo (sí,  esos en que piensas,  los que casi duelen), sí que hay un salto desde el  decir un puñado de palabras clave, hasta atreverse  a intentarlo con casi todas,  con varias regla básicas, eso sí: las palabras de tres sílabas se pronuncian con dos, las de dos con una, o existen sílabas o sonidos comodín que se utilizan casi siempre como “ton” o “ma” o “ta”. Importante es la intención, quiere hablar, quiere comunicarse, señala, pide. Después su impaciencia se vuelve colérica si el receptor no entiende lo que se quiere decir. Llama la atención ese nuevo estadio en que distingue conceptos en plan algo “Coco” de Barrio Sésamo como “aquí” y “allí”.
Cuando a un niño le gusta algo, le gusta. Punto. No se cuestiona que le deje de gustar; es por eso son seres que pueden estar haciendo lo mismo, dejando de lado lo básico o rudimentario de la  operación (tirar una piedra a un charco, tirarse por un tobogán, dejarse elevar por las manos de sus padres), iba a decir que durante un día entero, pero no creo que sea una medida exacta, ya que creo que no existirá padre que haya seguido con ello hasta que el niño se canse o pare de decir: “¡¡MA, MA, MA, MA!!”.
Apartado gustos.  Dentro de los de Abril, clásicos como cualquiera de los prohibidos, los ruidos o los pedos o esa querencia enfermiza por sus muñecos preferidos: Lola, Totó y Fori. Otros más curiosos –o a mí me lo parecen, puede que sea algo normal, ya que no tengo referencias previas-, como ordenar compulsivamente las cosas en su sitio, o esa pasión por las piedras o las uvas –siempre debe tener una en la mano- o esa pasión, a veces desenfrenada, por la música o el baile. Claro, como podéis imaginar, casa muy “musical” es esta y no solo de sus ídolos Belén Pelo de Oro y Nachó Bombín vive el que firma.
El desbordado cariño y atención que se da a los críos por parte de toda la familia a veces te hace preguntarte si no los volverá medio gilipollas, si no habría que despegarse un poquito de ellos, pero cuando oyes tu ración mediática cotidiana de niños golpeados por la vida, no puedes evitar que, de alguna extraña forma, te afecte mucho más que antes, que casi te parta el corazón.
Bien, corto hasta un nuevo capítulo de mi aventura como padre primerizo, mientras, con desconfianza, veo aparecer por casa nuevos artefactos de los que desconocía su existencia: algo parecido a un orinal de la gente bien de siglos atrás, con silla y todo, o un gran chaleco de plástico que Abril ha de enfundarse antes de comenzar a usar la cuchara ella misma.
Pero al final del día, hasta ella se duerme rendida sobre las mantas en cualquier extraña forma,  y el temblor de la casa, que a veces parece más un barco en la tormenta, cede. Cuando un par de horas después me acuesto y escucho en la oscuridad de la habitación su inconfundible y prolongado suspiro, me mata y me da la vida, todo a la vez. Entonces me enrosco y me abrigo feliz, muy feliz. 
Un precioso vídeo muy apropiado por el tema y  porque es una de las canciones favoritas de Abril. Let the good times roll, en ello estamos, dejando que los buenos tiempos rueden, que fluyan, alcanzando ya  constante velocidad de crucero.


2 comentarios:

Juanjo Mestre dijo...

Qué gustazo leer algo así. Muchas de esas cosas las pensaba hace unos años. Ahora que se van haciendo mayores y a veces estoy super estresado/agobiado debería volver a leer esto. Abrazo.

Atalanta dijo...

Empeñado en esa labor imposible que es atrapar el tiempo. Sé que un día me acordaré de estos meses, que los echaré de menos y eso lo sabéis vosotros mejor que nadie. Estos posts son una forma de tenerlos en la memoria, de intentar fijar detalles que tal vez de otra forma se esfumarían. Abrazo, JOhnny.