jueves, 28 de noviembre de 2013

Hacia Santiago, no se es más que peregrino

Razones religiosas, deportivas, culturales. Son las tres casillas que marqué en el cuestionario que me ofrecieron en Roncesvalles para indagar sobre  mi motivación para acometer el Camino. De vuelta a casa, con mi bici “Nadadora” en el maletero del autobús, en apresurado balance, repasaba mis razones, todas en mayor o menor medida, tocadas, agitadas, satisfechas. Sí, encontré más que de lo que buscaba.



Razones religiosas, espirituales. Repaso el recorrido de mi tránsito interior en el Camino, ese viaje que aún no terminó, que nunca podrá terminar, pero que de un tiempo a este parte, dejó de ser tortuoso para convertirse en  afortunada corriente a puertos abrigados, en río al que solo le cabe conducirme a buen término

            Razones deportivas.  Para mi capacidad,  el reto es de entidad, puede que de los más duros que he acometido –con momentos puntuales muy complicados-, que en los primeros días hicieron nacer dudas en mí acerca de si sería capaz de completarlo. Sin embargo, a medida que Santiago se acerca, una nueva fuerza parece iluminar cada hora de pedaleo; todo parece más fácil o simplemente se tiene más temple para enfrentarte a las mismas dificultades de anteayer.

Razones culturales. El encuentro cultural en el Camino es constante, mas también apresurado, precipitado. Toda la riqueza que sale a tu encuentro, la anunciada en letras de neón pero sobre todo la diminuta, la casi invisible,  provoca algo de desazón en el espíritu sensible,  debido a que desde el primer instante – incluso en mayor medida  de lo presagiado antes de partir- , casi eres más consciente  de lo que pierdes que de lo que disfrutas. Pero las  condiciones autoimpuestas no eran negociables.

Y esas condiciones se reducen a  una semana para el Camino francés. Me hace ilusión completarlo y es el tiempo de que dispongo. Sin embargo, sé desde el primer momento,  desde ante de comenzar incluso, que el verdadero camino se hace caminando, sin ritmo, sin expectativas, parando o arrancando en función de lo que me ofrezca el Camino, descubriendo cada pueblo, cada huella, conociendo de verdad a compañeros peregrinos, deteniéndome en cada rincón que lo merezca, que nunca podrán ser todos, porque el Camino, como lo fue desde hace siglos, como lo será en los próximos, ha de ser distinto para cada uno.

Tan convencido estaba de esta idea que incluso al principio del Camino, me planteé recorrer los últimos cincuenta, cien kilómetros caminando, tras enviar la bici a casa a través de agencia en una de las últimas ciudades, pero finalmente pensé que habría sido una especie de traición a mi compañera, a la que me había llevado allí, que se merecía entrar en la Plaza del Obradoiro tanto o más que yo.


¿Es compatible el Camino de Santiago con la prisa, con etapas, con plazos? Mi conclusión es que sí pero viene a ser otro Camino. Más exigente a ratos, cuando a veces el jadeo da cuenta de la falta de aire, cuando el desfallecimiento asoma a diario, algo que jamás habría experimentado caminando; ello quita y pone, resta y suma algo inaprensible. Es una experiencia diferente.  Quiero pensar que algún día lo haré caminando, puede que tramos con Susana o mis hijos, puede que completo cuando esté ya jubilado y sin tantas urgencias.



Mi Camino de Santiago era un deseo que albergaba desde chaval, desde antes de dedicarme al ultrafondo y acometer cada año estimulantes aventuras a cada cual más dura o salvaje, con necesaria prioridad sobre aquel primer sueño romántico de adolescente. Puede que aquel viaje simplemente quedara aparcado al crecer, al privarle ya mi edad, del carácter iniciático que inconscientemente busca cualquier muchacho con inquietudes. De unos años a esta parte, se convirtió en un proyecto distinto.  No se puede reconducir a la idea “promesa” ya que mi mente no se mueve en esos parámetros, sino que con el tiempo veía el Camino como el final de un via crucis, de una etapa vital que por momentos creí eterna, sin fin, una condena insalvable.

Después de guardar en el zurrón metas, en principio mucho más exigentes, la idea de reto pasaba a segundo plano. En lo peor de mi infierno, pensaba que algún día me gustaría estar en camino, en el Camino, lejos de todo, de todos, hasta de “ese yo” que me atormentaba. De ahí que precisara soledad y requiriera como condición adicional, a pesar del mal tiempo, hacerlo lejos de las semanas de primavera o verano. Independientemente de la motivación de cada uno, creo que el Camino debe realizarse en silencio, sin demasiado gentío alrededor para entenderlo y entenderse de verdad, para encontrar nuestras propias razones.

Más que una búsqueda, también la de esos pocos que seguro ahora mismo, ya cerca de lo peor del invierno, marchan decididos hacia Galicia, es un encuentro, un encuentro conmigo mismo, puede que un “gracias”, un “bienvenido” por sentirme de vuelta. Puede que por primera vez en mi vida, sea feliz de verdad, me encuentre  dentro de la luz que describe Enric Montefusco en la última obra de Standstill, que como él, no quiera que acabe el día, en una suerte de historia personal paralela a la del germen del disco. Y es que hace meses sentí crecer alas en mi espalda y nunca me sirvieron tanto como hacia Santiago.

La que fue mi vista durante una semana completa.

 Ahora sé qué me basta, que todo lo que necesito está dentro de mí, que no necesito ni una puta cosa que se pueda comprar, ni una. Me gusta esa frase de San Francisco de Asís: “Necesito pocas cosas y esas pocas que necesito, las necesito poco”. Y en estos temas sí que me estoy volviendo un integrista. Y cuando digo solo, me refiero a solo conmigo mismo, solo con los míos, con todos aquellos que siento alrededor que merecen la pena,  porque me identifico, porque los interiorizo como parte de lo más profundo de mí. Yo que tantas veces quise no vivir, ahora sé que siempre puedo vivir a pesar de todo.

Ni un instante nublaron mi pensamiento durante el Camino, problemas que durante años me atormentaban periódicamente, sin descanso, y solo por ello, porque jamás llegué a imaginarme fuera de la trampa en la que me iba enredando en soledad,  puedo dar gracias por estar vivo, por sentirme vivo, por el deseo de no volver a atormentar con mis silencios a los que me quieren. El Camino era la culminación de un deseo, el de volver a ser feliz, volver a ser yo. Era el fin,  un sello, la señal de un fin y un principio.  Porque hoy, ahora, cada hora, me dedico a construir y sé que tengo camino por delante. Y eso me basta.

Soy cristiano, soy creyente –acompañado de la inseparable duda unamuniana- y debido a esa condición, entiendo que vivo el Camino de una forma diferente a un no creyente. El mensaje cristiano me sigue pareciendo poderoso y responsable de gran parte de lo mejor que hay en mí, pero no insisto en el tema porque ya ha escrito sobre ello en alguna ocasión. Todo ese proceso de preguntas y respuestas que busco y encuentro a diario, se acentúa durante el Camino. Pero curiosamente, esa duda se vuelve escepticismo casi completo respecto a la ubicación de los restos del Apóstol en Santiago de Compostela. Puede que a muchos les sorprenda este hecho, mas francamente, el dato me parece irrelevante. Tal y como yo entiendo la religión, la veneración a restos, tumbas, reliquias, hasta imágenes, me genera una sensación que describo entre rechazo y hasta el cierto repelús que provoca  en mí esa extraña y absurda devoción por supuestos trozos de la Santa Cruz, por ejemplo,  o peor aún, de hombres y mujeres, que no sé en qué deben ayudar a entender o vivir el Evangelio.

Para mí, el Camino está construido sobre las vivencias, esperanzas, penas,  sueños, el dolor o la devoción de todos los que pasaron por allí, que, en cierto modo, dejaron sus huellas, conformando un patrimonio visible, pero sobre todo invisible. Ese es el pavimento del Camino y algo de mágico hay, algo de intangible, en la actitud  y disposición de todos los que te encuentras a diario en la ruta a Santiago. Supongo que existirán interesantes estudios antropológicos sobre el extraño fenómeno que son las peregrinaciones, común a muchas culturas a lo largo de la Historia

Celine escribía: “En la fatiga y la soledad se manifiesta lo divino de los hombres”.  El Camino es esfuerzo. Es la clave de bóveda.  La voluntad tras cada paso del peregrino.  Si no sufres, si no pasas malos momentos, seguro que para muchos,  cercanos al umbral de lo soportable, no hay Camino.

Como antes contaba, siempre ayuda acercarse a la meta, esa que se percibe tan lejos desde Pirineos, el ir quemando etapas. Al comienzo está la duda, el miedo. Sé que muchos me creen seguro por mi afición al deporte de resistencia, pero desde que llego a Pamplona, entre entusiasmado y prudente, estoy lleno de respeto y me pregunto  si mis planes, como siempre nada meditados o basados en datos objetivos, serán realistas. Paradójicamente,  tengo lo más importante, la máxima de Luke en  “La leyenda del indomable”: confianza en mí mismo. El hombre puede hacer tantas cosas y  hace tan poco. En cualquier campo. Si no hay esfuerzo, si no cuesta, si no duele, este viaje no vale nada. Puede que en cualquier viaje, puede que en nuestro viaje vital tenga que ser necesariamente así, para convertirlo en valioso y entonces sí, poder atesorarlo.

Solo así cabe emocionarse ante el sepulcro como símbolo, en la “Misa del Peregrino”, acogido por la fuerza que proporciona la consecución de esos objetivos que cuestan tanto y que espero me acompañe para siempre, el resto de mi peregrinación que será mi vida a partir de ahora. En este crucial momento, en este elegir caminos que es para mi y para todos, la vida.

Es curioso que después de terminar el Camino, aún no durmiera tranquilo, que el despertar tempranero, ya alerta por el día que me esperaba, fuera sustituido por el amanecer tranquilo y empapado del recuerdo agradecido de tantos kilómetros, por las ganas de contar e intentar transmitir con fidelidad lo que siento, de animar al que duda, de hacer recordar al que fue caminante.

No éramos muchos los peregrinos en Santiago;  al cruzarnos por las calles, nos reconocíamos, nos saludábamos con mirada cómplice, con una sonrisa que ya no perderíamos hasta el regreso a nuestros hogares, a la vida real. En un otoño, que como cada otoño, es tiempo de cosecha y de desprenderse de tantas hojas muertas que nos estorban para tratar de conseguir el fruto más adelante, más lejos, en la primavera que todos anhelamos.

Ya acostumbrado a madrugar, siempre recordaré un paseo de domingo por las desiertas calles de un Santiago envuelto por la niebla. Un paseo emocional final, pleno de sosiego. Una forma de descubrir el alma de esas hermosas ciudades turísticas, tornadas a espantosas por el trajín del implacable turismo.

Entonces pensaba que en el Camino yo también ya tengo mi parte, junto a la de cientos de miles de peregrinos que dejaron su huella durante siglos, que lo construyeron pieza a pieza, buscando, dejando su brote de esfuerzo; porque yo dejé algo de mi vida  y mi lucha, y aunque lo pasé mal muchas veces, mi parte siempre será pequeña porque soy fuerte y, aunque a veces reniegue, estoy acostumbrado a sufrir. Y además cuido mi frase, mi mantra consolador al que acudo cuando todo se tuerce: “Siempre puede ser peor, siempre puede ser peor, siempre puede ser peor”  Mas mi orgullo después de ocho horas de bici, se torna ridículo cuando en Astorga me cruzo con una peregrina de alrededor de ochenta años que apenas puede caminar y me pregunto qué fuerza le hace continuar, y aún hoy, cuando escribo estas líneas, me sigo preguntando si consiguió llegar a Santiago, probablemente su último gran sueño, ¿el sueño que pospuso, no veinte años como yo, sino toda una vida? Y a la que mi frase mágica de poco le sirve, porque ella está en lo peor.

El Camino prende en ti, te deja prendado a él, se queda soldado a tu espíritu y te proporciona la certeza de que volverás, como tantos con los que te cruzas y de los que conoces que volvieron o proyectan volver, o aquellas chicas italianas que regresaron un año después para quedarse de forma definitiva y encargarse de la gestión del albergue municipal de Nájera. En esta época del año casi todo son extranjeros: alemanes, italianos, ingleses, japoneses, muchos coreanos, alguno de ellos machacado por los chinches que se solazan en algún albergue  cuya mala fama se extiende por el Camino. ¡¡BUEN CAMINO!!, el sincero saludo que intercambiamos.

 Cuando me quejaba, también pensaba en Alvin, el protagonista de “Una historia verdadera”, que se convirtió en una figura inspiradora para mí. Alvin era un anciano enfermo que decidió hacer un largo viaje en una cosechadora a través  de varios Estados de Norteamérica para despedirse, antes de morir, de un hermano con el que llevaba años sin hablar. Es la historia que da pie a una película sencilla, una poderosa obra maestra, extraña en la obra de David Lynch (“extraña” precisamente por no casar con la extraña y arriesgada obra del gran autor americano).

Eres peregrino, y cuando andas el camino, solo eres peregrino, solo piensas en llegar, en qué tiempo hará, en dónde llegarás, en lo bueno que sería conseguirlo. Estás fuera del mundo. Estás lejos de todo, y la apuesta debe ser firme. Todo lo demás sobra. Yo lo tengo claro, salvo para llamar a casa cada noche, llevo apagado el móvil –de hecho, como casi siempre en mi vida-, no quiero saber nada de internet o radio, ni siquiera música. Por no llevar, no llevo ni cuentakilómetros, ni apenas hago fotografías. Todo es accesorio, todo me aleja de mi propósito, de mi devenir principal. Cuento con la gente; unos y otros me orientan, amables, cuando tengo dudas sobre el camino y estas serán cientos. Entonces, para aliviar la mala uva, recuerdo al sacerdote de Nájera, hombre apasionado y feliz, cuando me agarraba fuerte y me hablaba de todos los malos  ratos que me aguardaban, pero que siempre pasarían, se olvidarían.


El recuerdo de mi abuela Claudina me alienta, me empuja. Ella era muy religiosa, pero sobre todo era muy dura. Siempre digo que mis supuestas facultades y gusto por el ultrafondo, más mi dureza mental que capacidad física, procede de esa resiliencia que mi abuela siempre tuvo para afrontar la vida en una España terrible. Esa España que nos retratan a menudo nuestros mayores, tornando fácilmente las tristes penurias de ayer en jocosas anécdotas hoy y que algún día me gustaría llevar en serio al papel. A muchos le tocó sacar adelante familias con apenas nada, a través de obstáculos a veces insuperables; situaciones que necesariamente han de marcar el carácter, que deciden cómo se afrontará la existencia futura, con el inextinguible miedo a perder esta antinatural abundancia. Ella, ya casi centenaria, murió mientras yo llegaba a Burgos tras una mañana de viento terrible. Me entristece pensar lo que hubiera gozado oyéndome contar de cómo una mañana de sábado, tras varias horas de torrencial lluvia, llegué a Santiago y estoy seguro que la vela que le encendí en la Catedral, fue una forma de mantenerla viva, de hacerle llegar mi recuerdo, mi mensaje, a las dos abuelas que este año se me fueron.  

Soy de la opinión de que el verdadero cicloturismo se debe acometer  en soledad, por lo que no volveré a hacer un viaje cicloturista. Es una peligrosa actividad que entiendo pueda arraigar en un peculiar tipo de personas. Una afición que puede convertirse en estilo de vida para  francotiradores, modernos eremitas, “locos” temerarios que tan bien entiendo por mis inclinaciones naturales. Sin embargo,  en este momento vital, pasar una semana lejos de Susana, se me antoja demasiado tiempo. Coincidí con varios ciclistas, no muchos, la mayoría solos; También gente en vehículos extraños: patinetes, tirando de un carro similar a un rickshaw  indio, otro con un burro. Ya sabéis, hay gente pa tó, más en el Camino, que como podéis suponer,resulta terreno fértil para lo exótico, donde el iluminado es carácter común.


Día tras día, pedaleando tantas horas sobre la bici, te conviertes en una mezcla entre indio y agricultor, siempre azorado. Aprendes a leer el tiempo, a sentir, a percibir esa insignificante y hasta agradable brisa que se levanta al comienzo del día como la amenaza que más tarde tornará en vendaval. Temes  la maldita y hermosa helada castellana tardando más de tres horas en ceder, acuchillando tus manos y pies, a pesar de llevar, dos, tres pares de guantes o calcetines, a sentir cómo el incipiente sol comienza a elevarse sobre el horizonte infinito de la meseta, templando cuerpo y  espíritu, mientras una jodida nube lo oculta por un minuto eterno y cuando pasa, entonces sí, entonces crees que el verso de Pushkin: “Frío y sol, qué hermoso día”, hablaba de Castilla, no de Rusia. O al agua de lluvia resbalando por cada rincón de tu cuerpo, tal que el último día,  tras bajarme de la bici frente al Obradoiro y quitarme los guantes, mientras miraba divertido mis dedos arrugados, después de dos días de aguaceros que ahora, tras la última pedalada, poco importaban.


Hasta esas pocas horas en que todo marcha bien, como debería, estás ansioso por aprovechar el buen tiempo, por recorrer todos los kilómetros posibles, temeroso porque sabes que lo bueno no dura. Cierta ansiedad que nace desde que a las siete de la mañana ves el parte meteorológico desayunando en un bar, que te acompaña con el inicio de la marcha antes de las ocho y que casi siempre cede cuando finalmente te pones en acción, para volverse satisfacción, un pequeño, íntimo triunfo, al alcanzar el objetivo del día. Es la misma ansiedad de las líneas de salida de las carreras especiales. Y la única forma de calmarla es la habitual: hacerlo, conseguirlo. Y ahí, una vez más, la experiencia, la dureza mental es lo esencial. A medida que transcurren las semanas, mis recuerdos del camino se asientan en un día tipo en el que se mezclan las  cotidianas dificultades y la alegría al bajarme dolorido de la bici.

Lo  mismo que la bici –la que utilizo para moverme por Ciudad Rodrigo-, se fue adaptando al Camino con necesaria reparación en Burgos, recolocación de equipaje, etc., le pasó a mi cuerpo. En esa bici nunca he hecho grandes distancias y extrañando la postura, al principio sufría dolores en varias partes de mi cuerpo que fueron cediendo con el tiempo, quedando solo los normales en culo, espalda –más si llevas mochila-  o los pies. O mis ojos, cuando sin gafas, soportaba horas de aire frío en contra y después, me costaba varias horas recuperar la capacidad para leer.

Con el paso del tiempo mi cuerpo se fue acostumbrando poco a poco a mis cabalgadas diarias de entre seis y ocho horas. Los dos, tres primeros días, me acostaba muy temprano y me dormía inmediatamente, completamente agotado, además de por el esfuerzo, por la tensión –sobre todo en las grandes ciudades- pero presumo de conocerme bien, y pensaba que con el tiempo, mi cuerpo, en lugar de notar la acumulación de kilómetros, se acostumbraría a la exigencia diaria, respondiendo mejor. Y así fue. Ahí juega un papel fundamental el descanso para levantarse de nuevo fuerte y acometer la jornada.

Y esa rutina diaria era la siguiente: Normalmente, a no ser que tuviera pensado parar en algún lugar determinado a lo largo de la mañana, pedaleaba alrededor de tres horas sin parar, justo cuando comía un puñado de cacahuetes –más tarde conguitos- y gominolas y entonces, seguía otro par de horas. A partir de la una, ya notaba que saltaban las alarmas y me estaba quedando sin gasolina. De insistir, lo pasaría mal. Entonces paraba en el primer bar que veía y comía normalmente un bocadillo de bacon con queso y un café y en menos de media hora, ya estaba otra vez manos a la obra, ya recuperado, aunque no pletórico. Entonces seguía hasta el objetivo que había decidido, según mi estado, durante las últimas horas, puede que muy alejado del que yo había previsto al inicio de la jornada. De esta forma, normalmente disponía de casi toda la tarde para visitar con calma el lugar en el que había decidido pasar la noche.

Respecto al equipamiento, llevaba  ropa para la bicicleta – de invierno y verano- y ropa de calle. En este tiempo, dada mi premura, no puedes lavar nada con lo que os podéis imaginar el hedor de la ropa de faena. Mi idea para “Los 500 de Asís” de agosto, es correr todos los días con la misma ropa y llevar ropa y calzado normal en mochila. Será verano con lo que tampoco hay que cargar gran cosa e incluso podemos lavar.

Para mí, el recorrido fue una verdadera aventura ya que carecía de información, limitándome a unas cuantas ideas preconcebidas, muchas veces desmentidas por la terca realidad que se ocultaba tras el otro lado de la loma. Marchaba al estilo puramente atalantiano, sin información sobre perfiles o dificultades.  Por principio, tiendo a pensar que me espera lo peor y en muchas ocasiones, no fue así, con lo que puede que hasta me alegrara descubrir una recta o un descenso inesperado. Me gusta marchar así. También es cierto que los momentos de miedo, de hartazgo, de  fracaso ante metas diarias excesivamente ambiciosas, son inevitables.

El comienzo del día es lo más duro, faltan tantos kilómetros, tantas horas para el final de etapa que cuesta levantarse y comenzar, más si las condiciones meteorológicas son malas. La mayor parte del recorrido lo he hecho por  carretera con lo que te pierdes mucho, pero si quería llegar, no debía arriesgar e intentar ir lo más ligero posible. En la carretera, sobre todo en salidas y llegadas a grandes ciudades se puede pasar mal por el tráfico. Algo que nunca me había pasado es que un camión me tirara literalmente de la bici y durante esa semana me pasó en dos ocasiones el mismo día, antes de llegar a Burgos. Fue por el aire terrible de aquel lunes –después leí que hubo rachas entre sesenta y cien Kms por hora- al que mi bici cargada ofrecía una resistencia demasiado peligrosa. No llevaba pedales automáticos ni calapies, sino zapatillas de deporte y los pedales de plástico baratos que le tengo puestos habitualmente a esta bici, con lo que me bajaba sin problemas, pero creo que nunca he pasado tanto miedo sobre la bici.

Puertos, puertos realmente duros y prolongados, a excepción de la unión de  Piedrafita y Cebreiro al entrar en Galicia, que se las trae, no hay. Algún puerto corto en la zona de Roncesvalles –que hice ida y vuelta-  o El Perdón, tras Pamplona, otro largo y tendido como El Manzanal  antes de descender a Ponferrada pero repechos de dos, tres, cuatro kilómetros, los hay para aburrir, algunos muy exigentes y ahí siempre están las antenas como referencia para orientar, aliviar y marcar el final del esfuerzo.


Alguno acabó del Cebreriro tan harto como yo.

La meseta castellana. Es curioso que nunca me había parecido tan bella. Me debió reconocer como su hijo ya que se mostró clemente y, salvo momentos puntuales, la atravesé con bastante suerte. Toda la meseta, desde Burgos hasta Astorga en plato (grande, para los no familiarizados). No os creáis que era un ritmo “Cancellara”. Cargado y con las ruedas gordas, vas poco más allá  de los veinte por hora de media. Sí me hubiera gustado una foto de mi silueta con el horizonte de fondo una mañana de sol heladora de invierno. Habría sido la foto de mi camino, el de pedalada tras pedalada, hora tras hora en soledad, sin cuestas, sin levantar el resentido culo del asiento, sin ceder al cansancio o al hastío que tantas veces estuvo ahí.


De mi recorrido cultural, mi recuerdo es un magma casi indistinguible, indescifrable a veces,. de oscuros interiores de templos, de los bosques del inicio y el final, del  olor a vino en La Rioja, de las castañas cayendo a mi paso en Galicia, de curiosidades como las casas excavadas en la roca de Nájera, de esos “lugares en el paraíso” que son los claustros, de rictus contraídos de santos, de una iconografía cristiana donde la sonrisa apenas aparece, de todos esos rostros esculpidos y pintados de la nobleza religiosa o laica, esa montaña de vanidades y orgullo que me gustaría arrojar fuera de los templos con violencia, de un portazo. Y es que ese no puede ser el sitio de "la gente bien" que, por regla general, sojuzga a los demás, que tuvo la suerte de  cuna o de arreglo. No me casa con el mensaje cristiano y no es su lugar. Decía Max Weber: “Los evangelios tienen la costumbre de hablar siempre mal de los ricos”. Hay tantas cuentas que la Iglesia tiene que ajustar con su pasado, la española especialmente con sus lacras como son la Inquisición o  la Evangelización a sangre y fuego del Nuevo Mundo, con Cruzadas fuera de tiempo y lugar y veo tantas huellas que me retrotraen a ello. Yo soy cristiano y quiero una Iglesia más acorde con la Palabra que se predica, en la que no quepan irresponsables declaraciones de purpurados, ejerciendo de payasos mediáticos con sus delirantes opiniones sobre la homosexualidad o el papel de la mujer en el matrimonio. Ahora parece que tenemos una oportunidad como no se había visto en décadas, pero supongo que tratar de mover los herrumbrosos resortes internos de una organización de poder con tantas implicaciones temporales, debe ser tarea titánica.

Mas continúo. Recuerdos que son  una bola de fuego donde brillan faros como Pamplona, Astorga, Santiago, y claro, las dos estrellas del firmamento: Burgos y León contando con el inesperado lujo que es pasear por las catedrales anormalmente vacías, cumpliendo su función  plenamente, la de abrumar, la de invitar a la reflexión, a la oración.

No cabe descripción fiel de un paseo nocturno a la vera de la impresionante silueta de la Catedral de Burgos, arropado por el fantasmal entorno que marcan sus agujas  o  sobre qué es sentarse arropado por la piedra y luz que es el  frágil interior de León  No es extraño que ambas desmembraran toda la belleza de su equilibrio por precisamente ese ansia del hombre de querer mejorar lo inmejorable, que se rompieran, que León pudiera no ser más que un recuerdo. Son hechos que nos hablan de lo milagroso que es levantar esos monstruos.

Casi al final, en lo alto del Monte Gozo, divisando las torres del Obradoiro, leo el homenaje al peregrino más especial, un hombre que, en efecto, debió ser excepcional, San Francisco de Asís. Y ya pienso en mi proyecto: “Los 500 de Asís”. Durante la última semana de agosto  trataremos de llegar desde Galicia hasta Ciudad Rodrigo –algo más de 70 kilómetros al día corriendo y andando-, para conmemorar los 800 años de la llegada del Santo a nuestra ciudad.

Apunte final fuera de guion y que puede que hasta emparente con mi denostada autobiografía de Johnny Cash. Algo con lo que establecí una extraña relación, que me acompañó durante todo el trayecto, mientras cambiaban los paisajes, nacían o desaparecían los montes o bosques, las nubes o hasta los olores, y que siempre estaba ahí era el cuervo. Me dio por fantasear con que siempre era el mismo, que me acompañaba desde Roncesvalles. El cuervo, los cuervos, señores de España entera. Les hablaba, les gritaba, porque cuando llevas seis horas solo encima de una bicicleta, te vuelves un poco  loco. Curioso me resultó que cuando ya había terminado el Camino, en una exposición en Santiago sobre el Camino de Kumano en Japón, leía que su símbolo es un cuervo de tres patas, signo de la intervención divina en los asuntos humanos.

Durante el camino me enteré de que Lou Reed había muerto, uno de los principales responsables de mi temprano y eterno entusiasmo por el rock, desde que en el instituto descubrimos “Transformer” y “Rock and Roll Animal”. Es para mí uno de los mejores autores de letras de la música popular. Él era cínico, amargado por la fama, vanidoso, culto y genial, dotado para la disección de la vida en su lado más triste y oscuro. A modo de despedida, no os dejo una canción suya sino una de sus últimas apariciones, un recitado en el primer disco de Antony. Un “puñado del amor” es una intensa canción que encaja bien con que yo sentí en el Camino, en mi camino. Todos tenemos un camino que recorrer cada mañana. Aunque  a menudo envidiemos el del prójimo, todos vienen a ser complicados, pero hasta en el más largo y tortuoso, se puede dar un primer paso en la buena dirección. Buen camino.

Guía de mis etapas. Las distancias son orientativas. 
1.    SÁBADO. PAMPLONA – RONCESVALLES - PAMPLONA. 100 kms.
2.    DOMINGO. PAMPLONA – NÁJERA. 131
3.    LUNES. NÁJERA – BURGOS 90
4.    MARTES. BURGOS – SAHAGÚN. 120
5.    MIÉRCOLES. SAHAGÚN – ASTORGA. 120
6.    JUEVES. ASTORGA – TRIACASTELA. 133
7.    VIERNES. TRIACASTELA – MELIDE. 90
8.    SÁBADO. MELIDE – SANTIAGO. 55

“¡¡YO SOY ESPARTACO!!”

9 comentarios:

Unknown dijo...

Una gran experiencia. Toda aventura así, es tanto un viaje interior como sobre el mapa. Buena crónica... muy tuya.

Unknown dijo...

Pdta: Soy Manu. No se por qué no me deja "firmar". Un abrazo!

CiegoSabino dijo...

Ha sido más que un camino, más que un reencuentro, más que una ruta turística, más que un reto deportivo, más que un renacer, más que ...

Para casi todos los peregrinos con un mínimo de sensibilidad es todo eso, pero para ti ha sido eso y más y me alegro, me alegro mucho por ti.

Por otra parte creo que deberías mirar a ver si esto se puede enviar a algún sitio "oficial" que recoja relatos y experiencias del camino.

Oscar Marañón dijo...

Enhorabuena por semejante viaje. Un viaje que a mi también me marcó y que quizás algún día saque tiempo para pasar mi relato manuscrito al internet.
Gran crónica que me ha hecho revivir momentos mágicos.
Sigue así.

ramonet dijo...

Mi mayor aventura, a mis 35 años, fue el Camino de Santiago con mi mejor amigo, andando en 31 días, a los 21. Lo único triste, que sé que por muchas carreras que haga, la vivencia general jamás superara aquellas sensaciones, quizá el momento sea más intense, pero nunca el sentimiento global. hay algo en el camino, quizá esa identificación con nuestra vida. el inicio, la infancia tumultuosa y risueña(las montañas Navarras), luego la transición hacia la madurez8la Rioja y sus vinos), luego la época de la madurez y del aprender( Castilla) para acabar en el sosiego de las planas y verdes montañas gallegas

Atalanta dijo...

Manu, gracias, dagal. Tú has recorrido el Camino y has vuelto; algo tendrá. Aunque desde una perspectiva distinta a la mía, sabes de lo especial que es. Ya sé que lo escrito no es una crónica, que es demasiado personal, pero es muy sincera.

Ciego, mira, con cuatro emocionantes líneas, has dicho mucho de lo que yo expreso con nueve folios :). Gracias, amigo, tú lo entiendes mejor que nadie. A lo mejor lee la crónica Ángel, el del Santander y me informa de alguno de esos sitios que yo desconozco... aunque me da que hay partes del texto que a según que gente, no gustará, puede que de más de agresivas.

Óscar, gracias. Es curioso que los que habéis comentado aquí, todos tenéis la experiencia del Camino de una u otra forma. Por eso, mis palabras llegan más fácil, se entienden mejor. Ya te estás poniendo a escribir algo :)

Ramonet, el recuerdo que perdura como experiencia global donde se mezcla mucho y muy diferente. Dices bien, por duro que fuera, no es equiparable a carrera alguna. Es algo distinto. Mira que tu descripción es buen pie para haber tirado de ese hilo y añadir a mi texto :)

CiegoSabino dijo...

Y por ahí haciendo récords.

http://www.elatleta.com/foro/showthread.php?154423-Récord-del-Camino-de-Santiago-(menos-de-6-días)

(Por cierto, puesto más que en duda, 144 km diarios, dice el tío que tardó a pie menos que tú en bici).

Justo la coincidencia de ambos "acontencimientos" me reafirma más aún en lo absurdo de ir al Camino de Santiago sin "sentir" el Camino de Santiago.

Anónimo dijo...

Gran crónica-relato, por momentos me recordó a la primera vez que lo hice a pie (enriquecedora experiencia).

Gracias por compartir sentimientos y vivencias, más espartacoatalanta que nunca.

Abrazos, Arturo.

P.D. A esos 500 me tengo que animar...

Atalanta dijo...

Bueno que te gustara. Tú eres un rato "EspartacoAtalanta" también :) Buena definición para el texto, me gusta. Para los 500, abiertas las inscripciones. Hoy se pasó a los medios así que ya no hay vuelta atrás.