Allá arriba, donde los siglos son instantes, donde la piedra de los palacios, arena, donde nuestro orgullo tan sólo oscuridad y vacío, a menudo tormentas tornan en huracanes que cambiarán vidas. Es el aire el que se llevará todo cuando no necesito, sólo quedará lo mordido al suelo. La reducción a las raíces. La deducción de una existencia. Cuando los años son las premisas de la conclusión que es el mañana. Y la fuerza incubando en un cielo inalcanzable, inalterable.
Cuentan que en la guerra los dolores desaparecen. Obrando cual bálsamo, el pánico durante el combate, el pundonor por seguir existiendo sana muelas y lumbagos. Hace milagros, el cojo corre, el hueso funde, el ciego ve.
Mis dolores son otros. No niego de una pequeña trinchera inventada, de noches sin dormir entre lluvia y montañas para entender qué perdí, para olvidar llamas cotidianas, para volver a encontrarme, reconocerme, para volver a ser yo.
P.S. Dos huracanes de dos huracanes. El segundo en la magnífica versión de Jay Farrar.
2 comentarios:
Si este fin de semana te toca mojarte, ya sabes cómo apechugar.
Iba mentalizado pero...
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